C- Metáfora
y 'apertura de mundo'
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Metaforizar es nombrar,
nombrar es bautizar. Sólo puede bautizarse una vez. Por
tanto, la metáfora está condenada a morir en lo
habitual. La vida del ser, la vida del espíritu, es la
vida en la metáfora. La metáfora es la respiración
del ser inmerso en el mundo por descubrir, y los cambios del
ser que se dan en la interpretación del texto por excelencia,
que es la metáfora, son el modo característico
de darse al ser el incremento de conciencia en que puede decirse
que consiste vivir.
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Cuando se es hablado
por el decir social, el decir colectivo, la lengua en sus oraciones
habituales, el hombre vive en su capacidad de manipular, pero
está como muerto para el descubrimiento del sentido.
Repite lo que otros descubrieron y quedó fijado en las
relaciones operantes de la lengua, y parecería que no
tiene suficiente intensidad de percepción propia como
para fundar el propio mundo, la propia patria de significados.
Cuando vive en la metáfora, se adentra por caminos que
nunca antes ha recorrido, contribuye al incremento de conciencia
de sí y de todos al dotar al lenguaje de nueva referencialidad.
No sólo los poetas viven en la metáfora, sino todo
hombre. Sobre el 'lenguaje', tal vez sólo pueda decirse
que la metáfora verbal es el modo en que el lenguaje humano
empuja al ser a ampliar su capacidad perceptual.
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En la vida de la metáfora (en
el evento circular de la interpretación) el ser se enriquece al aumentar la perceptividad.
En la vida del hábito, el ser se afirma en lo estático
al autoconfirmar-se el mundo. La vida del sentido considerada
en tanto 'reglas del lenguaje' ('semántica'), es la tendencia que todos
tenemos a comprender lo dicho como lo ya oído.
Los hábitos lingüísticos son una fuerza económica
que permite hacer más y más eficiente el conocimiento,
la manipulación y la comunicación en lo real. El
intento de reducir el sentido de un lenguaje a su semántica,
a un sistema semántico estructurado y ordenado, es acaso
reflejo de esa necesidad de eficacia en el dominio del conocimiento
lingüístico.
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Es cierto que existe una
poderosa habitualidad en el lenguaje, pero ésta consiste
en que determinados sonidos o grafismos son parte de (y no "son asociados con") determinados
estados existenciales. De no ser así, la frase que inserto
a continuación: "El elefante enroscó su
trompa hacia el ocaso" no nos despertaría las
asociaciones visuales y espaciales que sin duda les despertará
a los lectores (y
a algunos, incluso, ciertas vagas referencias equívocas
a Julio Herrera y
Reissig), aunque
nunca hayan visto semejante bizarro espectáculo.
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Esta habitualidad es
uno de los componentes necesarios del lenguaje. Pero ello no
nos autoriza a sacar la conclusión de que se puede comprender
el significado del lenguaje estudiando su forma habitual.
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El lenguaje no es una cosa,
sino un evento, el cual no se explica de ninguna manera (el
lenguaje no puede "explicarse" de ninguna manera, después
de todo) describiendo sólo esa polaridad. La
descripción de proteicas fuerzas enfrentadas se manifiesta
de modo completo -y también por ello y en ello tiene en
parte la forma de lo teorético- siempre en el lenguaje
usado para algo. Y para la enseñanza,
esto es clave.
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Las fuerzas
enfrentadas en el lenguaje son la creatividad y el hábito,
y una no puede existir sin la otra. No tiene sentido decir que
el lenguaje "crea" si no vemos que para crear lo nuevo
debe presuponer y apoyarse en lo anterior, en lo ya conocido.
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Por todo lo anterior,
la creatividad es a la metáfora lo que el hábito
a la 'semántica'. Así como no puede predecirse
qué aspecto tomará un signo en la interacción
basándose sólo en su esqueleto o esquema semántico (porque la expansión del signo
se da exclusivamente en la acción intencional de usarlo), así también
podemos decir que nada nuevo se nos dará salvo que esté
basado en el esqueleto sólido de lo habitual, o sea, el
mundo ya nombrado hasta hacerlo no lingüístico, sino
sólo (en apariencia) directamente perceptible.
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Las discusiones pedagógicas
en torno al lenguaje a veces oscilan entre considerar lo que
ocurre en la enseñanza del lenguaje como una cuestión
de enseñanza de una técnica, o como integración
del sujeto a una tradición. Ninguna de ambas cosas, en
el supuesto caso de que puedan hacerse, podrían hacerse
sin que el sujeto se plantee resolver alguno de sus propios problemas.
No es que resolver problemas no lingüísticos se logre
adquiriendo alguna técnica de lenguaje: cualquier cosa
que podamos llamar 'técnica de lenguaje' se adquiere,
más bien, en el mismo acto de resolver problemas propios.
Y no es entonces que el conocimiento del lenguaje sea una herramienta
democráticamente 'dable' en la escuela a través
de un método. El aprendizaje y el lenguaje no son elementos
de esferas diferentes, sino los modos recíprocos de darse
el conocimiento según lo hacemos sonidos y lo hacemos
cambio de mundo.
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Conocimiento del lenguaje
y aprendizaje son cosas que se hacen mutuamente. Están
a servicio mutuo del siguiente modo: conocer es ampliar el mundo
aprovechando y en cierto sentido borrando todos los significados
del mundo anterior. El lenguaje, porque es móvil en lo
que se intuía estructuralmente como 'valor', permite tomar
esas nuevas formas que se dan con el nuevo conocimiento. El lenguaje
se viste cada vez de nuevo haciendo que todo encaje, porque el
crecimiento del lenguaje significa que éste reordena todas
las -y todas sus- relaciones.
Pero ver todo eso como una estructura de relaciones, implica
olvidar lo que la vivifica, su ser como reenvío mutuo
permanente. Por eso si se puede decir y describir un aspecto
del lenguaje en la analítica de las formas, a la vez ese
decir obtura en su forma el decir algo con sentido pleno.
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Toda la analítica
del lenguaje pierde su poder al desarrollarse, porque al hablar
reduce su objeto a un ejemplo del 'objeto' del que quería
hablar.
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El lenguaje da y quita,
y en ello es exactamente como Jano.
Cuando no queremos que nos dé, nos da -es decir, cuando
vamos directamente más allá de él, y al
no mirarlo no aceptamos que nos escamotee lo nuevo a través
de lo viejo-. Es el símbolo lingüístico, habitual,
cuando es eficaz.
Cuando queremos que nos de, nos escamotea -presentándonos
lo nuevo sólo teñido y manchado por lo anterior.
Es la metáfora, un
chispazo que se apaga justo cuando estábamos a punto de
develarlo del todo porque no podemos mirar para adelante sin estar
a la vez mirando para atrás. No de otro modo le ocurrió
a Orfeo, poeta pero al final sirviente de Apolo -del logos-, que
miró en el último momento hacia las sombras,
hacia atrás.
El rastro de esa luz es el incremento posible, aunque siempre
manchado, de ser en la experiencia, que parece consistir en dar
forma y hacer propio a lo dado como voluntad y llamada, muda
y cambiante.
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