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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URBANO/POSURBANO - CIUDAD - TEXTO URBANO

Representaciones de la ciudad: apuntes para una crítica cultural(I)

Gustavo Remedi
Hoy, a fines de los años noventa, asistimos al paralelo entierro y resurrección de las ciudades y de la vida urbana


I

La ciudad existe en muchas formas. En parte es una realidad material, socialmente construida, que habitamos y con la que establecemos una relación sensual y simbólica. Por otra parte, "la ciudad" también es una representación imaginaria, una construcción simbólico discursiva, producto de nuestra imaginación, y sobre todo, del lenguaje. Habitamos la ciudad en la intersección de nuestra experiencia sensual de la ciudad y nuestra ubicación en un mar de "representaciones" de la ciudad que circulan -y que en cierto sentido, nos preceden-, las cuales conforman un "anillo" que media nuestra vivencia de la ciudad. De este modo, la experiencia cotidiana está mediada por tales narraciones -las cuales se refuerzan o alteran como resultado de la vida cotidiana.

Dichas representaciones se producen en respuesta a vivencias de la ciudad como realidad sensual, social, pero a su vez, es partiendo de ellas que intervenimos sobre la ciudad, sobre la sociedad, ya sea para reproducirla o modificarla.

Habitar la ciudad implica, a su vez, situarse en un lugar que es una parte de un esquema mayor de cosas: la región, el país, el hemisferio, el mundo. Nuestra experiencia diaria se informa tanto del dato sensual, perceptual, así como de representaciones de otras experiencias, menos tangibles, no visibles, más lejanas -presentes sólo gracias a la representación- pero que de alguna manera también aceptamos como parte de nuestra vida, de nuestro mundo. Aun si echamos mano de construcciones simbólicas muy distorsionadas no podemos prescindir de dar cuenta de la totalidad existencial que constituye la condición humana.
Las representaciones del tiempo y del espacio no son representaciones marginales, sino primarias y fundamentales.

Son aún más fundamentales en momentos de rupturas, cambios y grandes giros en la historia de un país, o en la historia de la humanidad, como es en parte el momento actual. En tales ocasiones las representaciones espaciales se convierten en estrategias y metáforas mediante las que buscamos captar y comprender fenómenos sociales, económicos y políticos más complejos.

Los propósitos del presente ensayo son varios.

Primeramente, entender la ciudad como una entidad múltiple y problemática. Si bien por un lado es una realidad física, también es una realidad socio-política, una realidad sicológica e imaginaria, una realidad sensual y estética, una realidad simbólico-discursiva. Segundo, que nuestra vivencia de la ciudad y nuestra intervención sobre la ciudad no sólo están relativamente condicionadas por la estructura social y urbana -artificial y cambiante- sino que además están mediadas por narraciones de la ciudad, construidas con símbolos, imágenes, conceptos, premisas, teorías, valores, proyectos, teleologías, etc. Tercero, explorar la relación entre la ciudad, las representaciones de la ciudad y la acción humana. Cuarto, investigar los diversos paradigmas de "pensar" y "narrar" la ciudad que se hallan en circulación -de aquí el título del trabajo.

Al hacer un inventario encontramos que las maneras de "ver" y "pensar" la ciudad son muchas, y que las hay de índole "realista", "histórica", "fantástica", "nostálgica", "futurista", "conformista", "celebratoria", "paradisíaca", "apocalíptica", "sensualista", "analítica", "crítica", "deconstruccionista", "construccionista", etc. Tales representaciones, a su vez, tienen que ser entendidas como producidas -o simplemente reproducidas y puestas en circulación- por diversos locales, circuitos y prácticas de producción cultural, en lugares y momentos específicos, tales como revistas, libros, periódicos, semanarios, filmes, programas de televisión, cursos, -y que a raíz del estado actual de las comunicaciones y de la circulación cultural deben ser pensados como parte de una cultura transnacional o global. En este sentido, las representaciones de la ciudad no son extensiones o propiedades del objeto narrado, ni elaboraciones automáticas/inmediatas de la experiencia del objeto, sino producciones discursivas, obra de actores sociales, que pretenden "captar" y "describir" una realidad, una experiencia con distintos grados de correspondencia con dicha experiencia.

Quinto, entender estas representaciones como "textos" que se pueden leer, analizar, interpretar, criticar, es decir, sobre los cuales se puede practicar "la disciplina de la crítica literaria", el análisis ideológico, y los estudios culturales. Por último, explorar el por qué del creciente interés en la ciudad (como objeto de representación, como tema de análisis), y de la vida urbana como proyecto.

Una recolección, "lectura" y discusión de las representaciones de la ciudad y de la vida urbana responde a un proyecto más amplio que consiste en realzar "la problemática espacial" que organiza todo proceso cultural, contrapesando así la tendencia a reducir el análisis estético y cultural a una reflexión histórica -a lo largo del eje del tiempo-, o a una reflexión en torno a la estructura de poder institucional -vertical- pero que, a causa de lo que Edward Soja llama "la ilusión de la opacidad" y "la ilusión de la transparencia", no presta atención a la estructura y a la dinámica horizontal, espacial, que articula el proceso histórico, el modelo cultural, quedando de este modo muchos fenómenos culturales sin poder ser visualizados, o sin poder ser explicados.

II

Según la representación histórica y sociológica de la ciudad, en la primera mitad del siglo XX el proceso de industrialización favorecido o impulsado por el Estado aceleró el proceso de urbanización de buena parte de América Latina. Fue un proceso que había comenzado a fines del s. XIX y que tuvo por característica la immigración rural y europea -escapando la miseria, el desempleo, asfixiantes estilos de vida, la falta de bienes y servicios, la escasez de posibilidades de mejorar la situación personal y la calidad de vida, las persecusiones políticas, o la guerra. Paralelamente, hacia 1920 Rio de Janeiro ya vio nacer su primera favela.

El fenómeno de la urbanización se multiplicó a mediados del siglo no tanto a raíz de la demanda de trabajo -que empezaba a declinar- sino por el empobrecimiento del campo, y por la percepción de que era en las ciudades donde se hallaban los beneficios de la modernidad, de la civilización: trabajo, dinero, educación, bienes de consumo, placeres, cuidado médico, posibilidad de asención social, libertades, acceso a la cultura, contacto con el mundo, etc.

A mediados del siglo XX el 41.2% de la población de América Latina ya vivía en ciudades. En 1980 el 64%; en 1990, el 72%. A excepción de algunos países donde se sitúan los nuevos enclaves de industria para la exportación (Guatemala, Haití, Honduras, El Salvador, la República Dominicana) cuya urbanización todavía se sitúa entre un 30% y un 60%, los grandes paises como Brasil, México, Perú, Colombia, Cuba superan el 70%, y en el caso de Venezuela o los paises del Cono Sur, con niveles más altos de calidad de vida, rondan el 90%.

A causa de la acción combinada de la migración a las ciudades y del aumento demográfico, América Latina atraviesa una nueva ola de crecimiento urbano. Para el año 2.000 la mitad de la población del mundo entero vivirá en las ciudades, y la prosperidad de las naciones dependerá de la economía urbana. Por lo anterior, no el llano en llamas, ni la pampa, ni la montaña, la selva, o el rio, sino Ciudad de México, São Paulo, Lima-Callao, Santiago, Caracas, Medellín, Brasilia, Tijuana, se han convertido en insoslayables usinas culturales, y en buena medida, en símbolos, metáforas y claves explicativas de la cultura latinoamericana de hoy.

Por eso, aun si el crecimiento en algunas ciudades de América Latina parece estacionario y hasta en leve declive, en realidad y visto en su conjunto, continua el proceso de urbanización y crecen nuevos centros y zonas urbanas, esta vez ligados no al aumento de la industria orientada al mercado interno, a la substitución de las importaciones, o a la expansión de las clases medias -como en la primera mitad del siglo-, sino al surgimiento de enclaves de producción orientados fundamentalmente a la exportación hacia el mercado regional y global.

A nivel regional y mundial, a pesar de los efectos espaciales derivados de la emergencia de nuevas tecnologías de la comunicación y del transporte sobre las que advierte Manuel Castells, y del desplazamiento de la industria hacia zonas y ciudades periféricas, nada parece frenar el proceso de consolidación de las llamadas ciudades globales: centros donde se localizan el Estado así como los cuarteles generales del sector comercial, administrativo, financiero y de servicios desde donde se dirige y coordina la producción, el comercio y el consumo mundial.

Es por esto que si bien la ciudad expulsa a las clases medias -que no pueden financiar el alto costo de vivir en la ciudades-, y un sector de las clases altas trata de alejarse de los peligros y la miseria urbana -sin lograrlo del todo-, ni unos ni otros se alejan demasiado de la ciudad. A pesar de que hay en la ciudades latinoamericanas zonas de pobreza en los centros y barrios residenciales de clase alta -medianamente alejados de los centros-, en general, tanto ayer como hoy, buena parte de las elites prefieren las zonas residenciales urbanas (céntricas, costeras), siendo las clases bajas las que son estructuralmente "expulsadas" a los anillos periféricos. En los últimos años hay, incluso, un regreso de esas mismas clases medias y bajas a los centros urbanos, aunque a viviendas y barrios pobres, una vez más en busca de mejores oportunidades económicas y laborales -de carácter informal o ilegal-, de nuevos patrones de consumo y de estándares de "calidad de vida" que las periferias y suburbios no pueden ofrecer.

Al fin de cuentas, el suburbio de clase alta es un lujo de pocos, lo mismo que la vida en el balneario. El campo ya no es opción. Las ciudades del interior, los suburbios dormitorios, el anillo de asentamientos marginales satélites exhiben su insuficiencia y dependencia de la vida capitalina; la falta de infraestructura, oportunidades laborales y servicios de las periferias hace que sus posibles beneficios apenas contrapesen sus carencias.

El deseo a querer escaparse de las ciudades y a mudarse a los suburbios puede ser vista como una manera oblicua de reconocer que vivir en las grandes ciudades (Nueva York, París, Londres, Amsterdam, Tokio, Berlín, Milán, Buenos Aires, Rio de Janeiro) está poniéndose cada vez más fuera del alcance de los sectores de medios y bajos ingresos, para quienes la única posibilidad de residir allí pasa por instalarse en sus zonas baratas, pobres y peligrosas, o bien como una actitud de disgusto, rechazo y horror a la civilización actual, parte central de las cuales son sus madres solteras, sus "minorías étnicas" (latinoamericanos, africanos, asiáticos, africano-americanos, etc.), su otredad, "los marginados en los que depositamos nuestros fantasmas", lo cual se condensa y resulta más evidente -y obsceno- en las ciudades y en sus centros.

Por todo lo anterior más que dar la espalda a una reflexión sobre la ciudad y la vida urbana quizás debiéramos preguntarnos, entre muchas otras preguntas posibles: ¿cómo son hoy las ciudades y la vida urbana? ¿Qué tipo de relación sensual y simbólica establecemos con la ciudad? ¿De qué modo las ciudades intervienen en la formación de nuestras relaciones sociales, y nos constituyen como sujetos estéticos o actores discursivos? ¿Cuál es la relación entre nuestra vivencia de la ciudad y las representaciones de la ciudad que producimos, o las que nos apropiamos y volvemos a poner en circulación? ¿Por qué emerge como tema, como preocupación, como método, como recurso retórico? ¿Qué funciones sicológicas, cognoscitivas, narrativas o prácticas vienen a servir? ¿Qué tipo de estéticas estructuran o promueven las diversas representaciones de la ciudad que se están produciendo y que han entrado en circulación?

III

Los años de la reconstrucción y el boom de la posguerra fueron simultáneamente la gran revolución cultural urbana, su disfrute, su celebración, y paralelamente, la exacerbación del tedio, de la injusticia, de la represión, de la angustia, de la asfixia, y el consecuente llamado a escaparse, a destruir y desmantelar la alienación, la superficialidad, la unidimensionalidad, la falta de sentido de la sociedad de masas, de la sociedad de consumo, de la vida urbana.

Este es el contexto de las críticas de Henri Lefebvre, Herbert Marcuse, la Internacional Situacionista, los beatniks, o del movimiento estudiantil, a la vida cotidiana, a la vida moderna, a la especulación inmobiliaria, y a los apilamientos de gente en cubículos, bloques y autopistas sin humanidad en los que desembocó la Bauhaus, el Estilo Internacional, los manifiestos de Mies van der Rohe, o los programas de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna presididos por Le Corbusier.

De la mano de la violencia y el terrorismo de Estado, así como de la delincuencia, las guerras civiles y el crimen organizado que se tendió sobre buena parte de América Latina, de fines de los sesenta en adelante, la ciudad se convirtió incluso en "el espacio de la muerte" del que habla Michael Taussig, en emblema del horror y "la barbarie" en la que ha ido degenerando la modernidad capitalista en el s. XX como señala Eric Hobsbawm, hija a su vez, del Siglo de las Luces, del Racionalismo y de la Ilustración. Y a pesar de todo aquello, en el contexto de la ola de gobiernos dictatoriales que se instalaron en América Latina, la ciudad volvió a reaparecer, paradójicamente, como metáfora de la sociedad civil, de la vida democrática, de ciudadanía, como promesa de emancipación -o al menos como requisito para hacer posible una vida mejor.

Aunque más no fuese por la falta de otras opciones, los procesos de resistencia y lucha contra las dictaduras neoliberales, lo mismo que los llamados procesos de "apertura democrática", fueron acompasados por una paralela revalorización de la vida urbana, de la vida social, de la (re)creación de sus espacios de encuentro, de comunicación, de diálogo, que habían sido reducidos al mínimo o que habían tenido que ser mantenidos en el nivel sumergido de la clandestinidad. La restauración democrática, la desenajenación, se visualizaba como "un renacimiento ciudadano", como un "volver a la vida" (urbana), y como un "reapropiarse" de la ciudad.

Este es el contexto de los planteos de Jürgen Habermas en torno a la transformación de "la esfera pública"; de José J. Brunner analizando las transformaciones culturales realizadas por la dictadura, y en particular, "las bases espaciales" de la cultura autoritaria en Chile; de Angel Rama discutiendo el significado simbólico y político de la ciudad en la historia cultural de América Latina, y en particular, de "la
ciudad letrada" como usina productora y administradora del orden simbólico-discursivo que la funda, la aceita, y la sostiene; de Fredric Jameson analizando el modo en que la hegemonía burguesa -el capitalismo tardío- se realiza y manifiesta en parte también "mediante sus espacios", habilitando a "la crítica ideológica de la arquitectura"; o de Alvaro Portillo tratando de establecer la vinculación entre el modelo político-económico [capitalista periférico] y la organización espacial de la vida social en América Latina.

No es por lo tanto fortuito que también por esos años entren a circular un conjunto de "textos" que se refieren a la ciudad, y que establecen claramente la relación entre ciudad y democracia.

En Argentina, en 1980, en plena dictadura militar, la revista SUMMA dedicó un número especial a la campaña para la preservación del patrimonio cultural -afectado por el autoritarismo y por el mercado sin frenos-, y publicó un Cuadernos de SUMMA con el tema Todos somos arquitectos. En Uruguay, en 1980, también durante la dictadura, apareció Una ciudad sin memoria, del Grupo de Estudios Urbanos, primero en forma de espectáculo audiovisual, luego repuesto en circulación en 1983, en forma de libro. En Chile, y bajo la dictadura también, aparece "Notas sobre la vida cotidiana: habitar, trabajar, consumir" de Norbert Lechner (1984) auspiciado por FLACSO; "Por una ciudad para todos" (1983), auspiciado por la Universidad de Chile y la Universidad Católica; y Por una ciudad democrática (1983), de Alfredo Rodríguez. Este es el contexto también, de la realización de un simposio organizado por el Centro Woodrow Wilson en Washington, dedicado a "Repensar la ciudad latinoamericana", que formaba parte de una serie de eventos, de título por demás indicativo: "Hacia la reconstrucción ideológica de América Latina".

La reflexión social y la crítica ideológica clásica, en parte por el clima de censura, y en parte por un proceso de maduración intelectual, fue desplazada -o expandida- hacia una reflexión del modo de vida al nivel microcósmico, de lo local y lo concreto, en torno a la vida cotidiana, y en particular, a la forma espacial, la organización del modo de vivir. Simétricamente, la propuesta de "una ciudad abierta", hecha por todos, para todos, democrática, memoriosa, aparecía como manifestación simbólica, y a la vez concreta, de un nuevo proyecto o utopía.

Hoy, a mediados de los años noventa, asistimos al paralelo entierro y resurrección de las ciudades y de la vida urbana. Por una parte, continuamos asistiendo al espectáculo de la fuga de las ciudades, tendencia post-urbana que supone mudarse a suburbia y a los balnearios -utopía burguesa de mediados de siglo que entra ahora en su fase tardía. Por otra parte, también surge el fenómeno de la celebración de ciertos puntos urbanos con renovado "encanto" y "misterio" (¿Brooklyn?, ¿Seattle?, ¿Austin?, ¿Las Vegas?) -levemente "descentradas tristes regions" al decir de Elizabeth Wilson en "The Rethoric of Urban Space"-, contracara de las ciudades en crisis y con mala fama, pero también de la crisis del modo de vida suburbano.

Por último, también somos testigos de un renovado entusiasmo por vivir en la ciudad, por reivindicar y "reconstruir" la vida urbana -especialmente en las ciudades más golpeadas por la crisis- lo cual se argumenta en diversos ensayos y libros de crítica de la vida post-urbana / suburbana, y que podría resumirse en el eslógan: «Cities Don't Suck!», portada del número especial (1994) de la revista estadounidense Utne Reader dedicado al tema.
En relación a lo anterior, un aspecto que tiene que ver con la actual preocupación en torno a las ciudades, además de la cantidad de gente que vive en ellas, o de la composición racial, étnica o de clase de la población urbana, o de su papel en la economía, reside en el reciente crecimiento de las fuerzas de izquierda en las ciudades, y en consecuencia, la multiplicación de los gobiernos municipales de izquierda.

Paradigmáticos al respecto fueron los casos de Tierno Galván en Madrid, Luis Barrientos en Lima y Lerner en Curitiba -este último, hasta el día de hoy. A ellos le han seguido con bastante éxito -pese al marco adverso y obstaculizante de las políticas-económicas neoliberales a nivel nacional e internacional- Leonel Brizola en Rio de Janeiro, Jaime Ravinet en Santiago de Chile, Erundina en São Paulo, Tarso Genro en Porto Alegre, Tabaré Vázquez y Mariano Arana en Montevideo.

De lo anterior se desprenden tres cosas. Primeramente, la centralidad y valor de la problemática urbana en la sensibilidad e imaginación popular, y en el discurso político. Segundo la centralidad de la ciudad, de su vida, como mediación que permite imaginar una forma de vida alternativa, y al mismo tiempo menos abstracta y más tangible. Tercero, la posibilidad de concretar proyectos progresistas al nivel cotidiano, al nivel de las ciudades, y que permite pensar que llegar al poder haría posible realizar intervenciones sobre la organización social y sus recursos, en la calidad de la vida cotidiana y de las relaciones sociales, y a la larga, a nivel nacional.

Lo anterior ocurre a su vez en el marco de una segunda ola de escritos sobre la ciudad, de lecturas e interpretaciones del "texto urbano", de las intervenciones espaciales y de la dinámica urbana. A modo de ejemplo, tal es el caso de la ya mencionada Utne Reader, pero también de un reciente número especial de la revista NACLA, otro de la revista TIME, vuelto a publicarse en la revista Foreign Affairs, la publicación en inglés del libro Rethinking the Latin American City; el libro de Alan Gilbert The Latin American City, entre otros, lo cual ha resultado en que el interés en torno al espacio y la ciudad se haya ido incrementando a nivel de la discusión popular, fuera de los canales disciplinarios habituales, es decir, fuera de las áreas especializadas de la sociología y la antropología urbana, o de los estudios urbanos.

El tema también ha adquirido un nuevo vigor también a razón de lo que aporta para un análisis de las políticas culturales, las relaciones de género, las relaciones de clase, la crisis medioambiental -articulada a cuestiones de clase, raza y etnia- y "la producción del espacio" (estructura y metáfora del orden estético y político) como resultado de la acción de diversos actores e instituciones sociales, políticas y económicas que intervienen en su construcción, disputándose los papeles protagónicos principales, o directamente, la hegemonía cultural (Estado, grandes corporaciones, poder militar, Iglesia, sociedad civil).

Por todo lo anterior Elizabeth Wilson piensa que "es casi como que el discurso contemporáneo acerca del urbanismo ha tomado el lugar y ha pasado a simbolizar la crítica de la sociedad en su conjunto. Los feroces ataques y lamentos en torno a la ciudad contemporánea parecerían ser un ejemplo de una sospecha general sobre nuestra cultura en su conjunto". En el mismo pasaje, sin embargo, Wilson relaciona este interés actual por pensar y problematizar la ciudad y la vida urbana como un desplazamiento producto de "la alienación de intelectuales que ya no tienen una utopía en la que apoyarse, el lamento permanente del disidente que habita las ciudades capitalistas, nostálgicos por el viejo París o el Londres perdido"[...].

IV

Sin aceptar tal planteo como única explicación, es verdad que una familia de ensayos en torno a la ciudad adopta un carácter "nostálgico", lamentándose por haber dejado perder formas de vida urbana valiosas -o simplemente, del pasado-, y otra, variante de la anterior, adopta una postura de "celebración romantizada de las distopías" -usando los términos de Wilson-, es decir, de celebración [del fracaso y de la destrucción de aquel pasado mejor] en torno a sus ruinas convertidas en fetiches.

Tal tipo de sentimiento y sensibilidad se expresaría en la celebración de la erosión, el desgaste, la ruina; en el valor estético positivo -y por lo mismo, placentero, buscado- que adquiere el óxido, lo abandonado, lo disfuncional, lo obsoleto; lo venido a menos, sin brillo, descascarado; lo que ya no puede mantenerse, ni duplicarse más, ni regenerarse, ni reproducirse en el tiempo (punto en el que coincide el reciente estudio de la Regional Plan Association sobre la ciudad de Nueva York, tal cual se dio difusión en la primera plana del periódico New York Times, aun si en vez de celebrarlo intenta evitarlo).

Gesto romántico esteticista, situado desde un mundo moribundo, que ha llegado al "fin de la historia". Estética vanguardista, contracultural, celebratoria de artefactos sin sentido: los fetiches/fantoches ya sin valor que la sociedad de consumo rechaza -aunque simultáneamente contribuyendo a acelerar los procesos de obsolescencia- como consecuencia de un estado general de conformidad en el reciclaje ad infinitum, felicidad en la ruina y agotamiento cultural.
Muy distinto es el caso de los ensayos de Eugene Linden publicados en las revistas estadounidenses Time y Foreign Affairs, donde el discurso urbano se apoya sobre datos e imágenes de una realidad urbana espantosa con ánimo de combatirla.

Encuadrado con imágenes distópicas de Ciudad de México, Kinshasa, Bronx, Brooklyn, São Paulo, Tokio, etc., la ciudad y la vida urbana son representadas como símbolo y condensación de un actual estado del mundo. Los títulos y subtítulos iniciales hablan de "ciudades en explosión", "esparciéndose de manera extraña y desigual" (sprawling akwardly), "llenas de problemas y promesas" a donde "continúan llegando por millones" atraídos por quién sabe qué (perverso) "magnetismo", causando que, según el New York Times, Nueva York, por ejemplo, se haya convertido en Nueva Calcuta!

Se trataría por tanto de un estado catastrófico, apocalíptico: la nueva plaga y la nueva amenaza que azota a la humanidad entera en este fin de siglo, y de lo cual se desprende que debería ser temido, puesto en cuarentena, eliminado, del mismo modo que fueron o son amenazas el comunismo, la inmigración de "hispanos", el terrorismo islámico, o las drogas sudamericanas.

Las ciudades se (re)presentan como "las pruebas" de la pesadilla malthusiana: el crecimiento demográfico, la "inmigración fuera de control", el espectro de "la sobrepoblación", la imagen del "apilamiento humano"-que hoy estructura las fantasías y temores del Primer Mundo. En forma complementaria, son presentadas como un foco infeccioso: un foco que irradia pobres, desempleados, vagos, hijos, falta de valores, criminales, enfermedades, basura, contaminación -todo lo cual aumentaría la escasez y agravaría, en un esquema socialdarwinista, "la lucha por la sobrevivencia".

Dicha problemática no se agota en la cuestión urbana. Lo mismo que para casi todos también para Linden "el destino del mundo y de la humanidad depende de las ciudades". Sin embargo, Linden no convence en su intento de evitar poner a las ciudades sólo bajo una luz negativa y catastrófica cuando propone el problema como una coyuntura con dos caminos posibles, dos modelos de ciudades y de vida urbana: el modelo distópico que ilustra Ciudad de México -y casi toda la serie de ciudades a que se refiere- y el ejemplo correctivo de Curitiba.

El problema con su planteo, sólo aparentemente indeterminado, es que los esfuerzos que se realizan en Curitiba son demasiado pequeños e insuficientes para neutralizar, contener o revertir el paisaje de horrores que emerge del modo en que retrata al resto de las ciudades del mundo -una verdadera bomba de tiempo o foco cancerígeno fuera de control.

Por último, aunque lo que Linden ve en las ciudades no es un dato por completo inventado, es curioso el modo en que se las ingenia para retratar ese mundo amenazante como algo ajeno y extraño a la lógica intrínseca del modo global de producción, especialmente agravado a raíz de la actual fase de reestructura productiva y administrativa capitalista -cuya viabilidad, como lo atestigua la realidad que señala Linden, está por probarse.

Esas ciudades son los motores, los riñones, las entrañas del actual orden global, no algo ajeno o externo a él. Cuando aparece publicada en la revista Foreign Affairs la cruzada anti-urbana se eleva a cuestión de estado, a política exterior y de seguridad nacional, haciendo eco del Estado policial, la "ecología del miedo" y las nuevas "técnicas de control urbano" de las que habla Mike Davis al narrar la vida en Los Angeles, voluntariamente optando por una retórica de ficción "realista" a la Gibson, en vez de la forma en que lo hace Riddley Scott en Blade Runner.

V

En el número de NACLA dedicado a "la América Latina urbana" y "la vida en las megaciudades" (1995), tanto el retrato de la crisis y de la catástrofe urbana, como el ánalisis de sus causas, así como el seguimiento de las acciones y las agencias sociales que intentan revertir esa situación -en El Salvador, en Los Angeles- no apunta a reafirmar o celebrar el actual orden de las cosas, ni a tampoco a poner en circulación un discurso de índole naturalista/social-darwinista, sino a identificar la crisis urbana como resultado de una forma de hacer las cosas, y a rechazarlo y cuestionarlo desde su raíz.

Aun si exhiben señales claras del desastre, de la tragedia, las ciudades no aparecen aquí como amenaza o foco infeccioso a ser contenido, sino por el contrario, como un resultado -y símbolo- del actual orden cultural global, siendo este último la peste negra que, a manera de Moloch-devorando-a-sus-hijos, se despliega por el mundo. Los ensayos de Eduardo Galeano -sobre la dictadura de los automóviles-, o de Graciela Silvestri y Adrián Gorelik -sobre una ciudad de Buenos Aires "que no puede reconocerse"-, dan cuenta de una realidad enajenada, distópica y enfermiza, cuya solución dista de poder visualizarse.

La discusión de la vida urbana viene a aportar el dato concreto de un conflicto grave y profundo, que se origina mucho más allá de las ciudades, y que no es estrictamente un problema técnico-arquitectónico o de diseño urbano, pero que se hace tangible y concreto en la vida cotidiana, y que se puede visualizar y comprender mejor al hablar de las ciudades, o en general, del orden espacial -real y simbólico- que organiza la experiencia social y sensual. En estas ocasiones, el problema de fondo se expresa representando la vida urbana como "una locura", como un conjunto de rutinas cotidianas absurdas y auto-destructivas, y a la ciudad como una divinidad autónoma y supra-humana -hija de la locura colectiva-, monstruosa, enajenada y voraz.

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