I
La ciudad existe en muchas
formas. En parte es una realidad material, socialmente construida,
que habitamos y con la que establecemos una relación sensual
y simbólica. Por otra parte, "la ciudad" también
es una representación imaginaria, una construcción
simbólico discursiva, producto de nuestra imaginación,
y sobre todo, del lenguaje. Habitamos la ciudad en la intersección
de nuestra experiencia sensual de la ciudad y nuestra ubicación
en un mar de "representaciones" de la ciudad que circulan
-y que en cierto sentido, nos preceden-, las cuales conforman
un "anillo" que media nuestra vivencia de la ciudad.
De este modo, la experiencia cotidiana está mediada por
tales narraciones -las cuales se refuerzan o alteran como
resultado de la vida cotidiana.
Dichas
representaciones se producen en respuesta a vivencias
de la ciudad como realidad sensual, social, pero a su vez, es
partiendo de ellas que intervenimos sobre la ciudad, sobre la
sociedad, ya sea para reproducirla o modificarla.
Habitar
la ciudad implica, a su vez, situarse en un lugar que es una
parte de un esquema mayor de cosas: la región, el país,
el hemisferio, el mundo. Nuestra experiencia diaria se informa
tanto del dato sensual, perceptual, así como de representaciones
de otras experiencias, menos tangibles, no visibles, más
lejanas -presentes sólo gracias a la representación-
pero que de alguna manera también aceptamos como parte
de nuestra vida, de nuestro mundo. Aun si echamos mano de construcciones
simbólicas muy distorsionadas no podemos prescindir de
dar cuenta de la totalidad existencial que constituye la condición
humana.
Las representaciones del tiempo y del espacio no son representaciones
marginales, sino primarias y fundamentales.
Son aún más fundamentales en momentos de rupturas,
cambios y grandes giros en la historia de un país, o en
la historia de la humanidad, como es en parte el momento actual.
En tales ocasiones las representaciones espaciales se convierten
en estrategias y metáforas mediante las que buscamos captar
y comprender fenómenos sociales, económicos y políticos
más complejos.
Los propósitos del presente ensayo son varios.
Primeramente, entender la ciudad como una entidad múltiple
y problemática. Si bien por un lado es una realidad física,
también es una realidad socio-política, una realidad
sicológica e imaginaria, una realidad sensual y estética,
una realidad simbólico-discursiva. Segundo, que nuestra
vivencia de la ciudad y nuestra intervención sobre la
ciudad no sólo están relativamente condicionadas
por la estructura social y urbana -artificial y cambiante- sino
que además están mediadas por narraciones de la
ciudad, construidas con símbolos, imágenes, conceptos,
premisas, teorías, valores, proyectos, teleologías,
etc. Tercero, explorar la relación entre la ciudad, las
representaciones de la ciudad y la acción humana. Cuarto,
investigar los diversos paradigmas de "pensar"
y "narrar" la ciudad que se hallan en circulación
-de aquí el título del trabajo.
Al
hacer un inventario encontramos que las maneras de "ver"
y "pensar" la ciudad son muchas, y que las hay de índole
"realista", "histórica", "fantástica",
"nostálgica", "futurista", "conformista",
"celebratoria", "paradisíaca", "apocalíptica",
"sensualista", "analítica", "crítica",
"deconstruccionista", "construccionista",
etc. Tales representaciones, a su vez, tienen que ser entendidas
como producidas -o simplemente reproducidas y puestas en circulación-
por diversos locales, circuitos y prácticas de producción
cultural, en lugares y momentos específicos, tales como
revistas, libros, periódicos, semanarios, filmes, programas
de televisión, cursos, -y que a raíz del estado
actual de las comunicaciones y de la circulación cultural
deben ser pensados como parte de una cultura transnacional
o global. En este sentido, las representaciones de la ciudad
no son extensiones o propiedades del objeto narrado, ni elaboraciones
automáticas/inmediatas de la experiencia del objeto, sino
producciones discursivas, obra de actores sociales, que pretenden
"captar" y "describir" una realidad, una
experiencia con distintos grados de correspondencia con dicha
experiencia.
Quinto,
entender estas representaciones como "textos" que se
pueden leer, analizar, interpretar, criticar, es decir, sobre
los cuales se puede practicar "la disciplina de la crítica
literaria", el análisis ideológico, y los
estudios culturales. Por último, explorar el por qué
del creciente interés en la ciudad (como objeto de representación,
como tema de análisis), y de la vida urbana como proyecto.
Una recolección, "lectura" y discusión
de las representaciones de la ciudad y de la vida urbana responde
a un proyecto más amplio que consiste en realzar "la
problemática espacial" que organiza todo proceso
cultural, contrapesando así la tendencia a reducir el
análisis estético y cultural a una reflexión
histórica -a lo largo del eje del tiempo-, o a una reflexión
en torno a la estructura de poder institucional -vertical- pero
que, a causa de lo que Edward Soja llama "la ilusión
de la opacidad" y "la ilusión de la transparencia",
no presta atención a la estructura y a la dinámica
horizontal, espacial, que articula el proceso histórico,
el modelo cultural, quedando de este modo muchos fenómenos
culturales sin poder ser visualizados, o sin poder ser explicados.
II
Según la representación histórica y sociológica
de la ciudad, en la primera mitad del siglo XX el proceso de
industrialización favorecido o impulsado por el Estado
aceleró el proceso de urbanización de buena parte
de América Latina. Fue un proceso que había comenzado
a fines del s. XIX y que tuvo por característica la immigración
rural y europea -escapando la miseria, el desempleo, asfixiantes
estilos de vida, la falta de bienes y servicios, la escasez de
posibilidades de mejorar la situación personal y la calidad
de vida, las persecusiones políticas, o la guerra. Paralelamente,
hacia 1920 Rio de Janeiro ya vio nacer su primera favela.
El fenómeno de la urbanización se multiplicó
a mediados del siglo no tanto a raíz de la demanda de
trabajo -que empezaba a declinar- sino por el empobrecimiento
del campo, y por la percepción de que era en las ciudades
donde se hallaban los beneficios de la modernidad, de la civilización:
trabajo, dinero, educación, bienes de consumo, placeres,
cuidado médico, posibilidad de asención social,
libertades, acceso a la cultura, contacto con el mundo, etc.
A mediados del siglo XX el 41.2% de la población de América
Latina ya vivía en ciudades. En 1980 el 64%; en 1990,
el 72%. A excepción de algunos países donde se
sitúan los nuevos enclaves de industria para la exportación
(Guatemala, Haití, Honduras, El Salvador, la República
Dominicana) cuya urbanización todavía se sitúa
entre un 30% y un 60%, los grandes paises como Brasil, México,
Perú, Colombia, Cuba superan el 70%, y en el caso de Venezuela
o los paises del Cono Sur, con niveles más altos de calidad
de vida, rondan el 90%.
A causa
de la acción combinada de la migración a las ciudades
y del aumento demográfico, América Latina atraviesa
una nueva ola de crecimiento urbano. Para el año 2.000
la mitad de la población del mundo entero vivirá
en las ciudades, y la prosperidad de las naciones dependerá
de la economía urbana. Por lo anterior, no el llano en
llamas, ni la pampa, ni la montaña, la selva, o el rio,
sino Ciudad de México, São Paulo, Lima-Callao,
Santiago, Caracas, Medellín, Brasilia, Tijuana, se han
convertido en insoslayables usinas culturales, y en buena medida,
en símbolos, metáforas y claves explicativas de
la cultura latinoamericana de hoy.
Por eso, aun si el crecimiento en algunas ciudades de América
Latina parece estacionario y hasta en leve declive, en realidad
y visto en su conjunto, continua el proceso de urbanización
y crecen nuevos centros y zonas urbanas, esta vez ligados no
al aumento de la industria orientada al mercado interno, a la
substitución de las importaciones, o a la expansión
de las clases medias -como en la primera mitad del siglo-, sino
al surgimiento de enclaves de producción orientados fundamentalmente
a la exportación hacia el mercado regional y global.
A nivel regional y mundial, a pesar de los efectos espaciales
derivados de la emergencia de nuevas tecnologías de la
comunicación y del transporte sobre las que advierte Manuel
Castells, y del desplazamiento de la industria hacia zonas y
ciudades periféricas, nada parece frenar el proceso de
consolidación de las llamadas ciudades globales:
centros donde se localizan el Estado así como los cuarteles
generales del sector comercial, administrativo, financiero y
de servicios desde donde se dirige y coordina la producción,
el comercio y el consumo mundial.
Es por esto que si bien la ciudad expulsa a las clases medias
-que no pueden financiar el alto costo de vivir en la ciudades-,
y un sector de las clases altas trata de alejarse de los peligros
y la miseria urbana -sin lograrlo del todo-, ni unos ni otros
se alejan demasiado de la ciudad. A pesar de que hay en la ciudades
latinoamericanas zonas de pobreza en los centros y barrios residenciales
de clase alta -medianamente alejados de los centros-, en general,
tanto ayer como hoy, buena parte de las elites prefieren las
zonas residenciales urbanas (céntricas, costeras), siendo
las clases bajas las que son estructuralmente "expulsadas"
a los anillos periféricos. En los últimos años
hay, incluso, un regreso de esas mismas clases medias y bajas
a los centros urbanos, aunque a viviendas y barrios pobres, una
vez más en busca de mejores oportunidades económicas
y laborales -de carácter informal o ilegal-, de nuevos
patrones de consumo y de estándares de "calidad de
vida" que las periferias y suburbios no pueden ofrecer.
Al
fin de cuentas, el suburbio de clase alta es un lujo de pocos,
lo mismo que la vida en el balneario. El campo ya no es opción.
Las ciudades del interior, los suburbios dormitorios, el anillo
de asentamientos marginales satélites exhiben su insuficiencia
y dependencia de la vida capitalina; la falta de infraestructura,
oportunidades laborales y servicios de las periferias hace que
sus posibles beneficios apenas contrapesen sus carencias.
El deseo a querer escaparse de las ciudades y a mudarse a los
suburbios puede ser vista como una manera oblicua de reconocer
que vivir en las grandes ciudades (Nueva York, París,
Londres, Amsterdam, Tokio, Berlín, Milán, Buenos
Aires, Rio de Janeiro) está poniéndose cada vez
más fuera del alcance de los sectores de medios y bajos
ingresos, para quienes la única posibilidad de residir
allí pasa por instalarse en sus zonas baratas, pobres
y peligrosas, o bien como una actitud de disgusto, rechazo y
horror a la civilización actual, parte central de las
cuales son sus madres solteras, sus "minorías étnicas"
(latinoamericanos, africanos, asiáticos, africano-americanos,
etc.), su otredad, "los marginados en los que depositamos
nuestros fantasmas", lo cual se condensa y resulta más
evidente -y obsceno- en las ciudades y en sus centros.
Por todo lo anterior más que dar la espalda a una reflexión
sobre la ciudad y la vida urbana quizás debiéramos
preguntarnos, entre muchas otras preguntas posibles: ¿cómo
son hoy las ciudades y la vida urbana? ¿Qué tipo
de relación sensual y simbólica establecemos con
la ciudad? ¿De qué modo las ciudades intervienen
en la formación de nuestras relaciones sociales, y nos
constituyen como sujetos estéticos o actores discursivos?
¿Cuál es la relación entre nuestra vivencia
de la ciudad y las representaciones de la ciudad que producimos,
o las que nos apropiamos y volvemos a poner en circulación?
¿Por qué emerge como tema, como preocupación,
como método, como recurso retórico? ¿Qué
funciones sicológicas, cognoscitivas, narrativas o prácticas
vienen a servir? ¿Qué tipo de estéticas
estructuran o promueven las diversas representaciones de la ciudad
que se están produciendo y que han entrado en circulación?
III
Los años de la reconstrucción y el boom
de la posguerra fueron simultáneamente la gran revolución
cultural urbana, su disfrute, su celebración, y paralelamente,
la exacerbación del tedio, de la injusticia, de la represión,
de la angustia, de la asfixia, y el consecuente llamado a escaparse,
a destruir y desmantelar la alienación, la superficialidad,
la unidimensionalidad, la falta de sentido de la sociedad de
masas, de la sociedad de consumo, de la vida urbana.
Este
es el contexto de las críticas de Henri Lefebvre, Herbert
Marcuse, la Internacional Situacionista, los beatniks,
o del movimiento estudiantil, a la vida cotidiana, a la vida
moderna, a la especulación inmobiliaria, y a los apilamientos
de gente en cubículos, bloques y autopistas sin humanidad
en los que desembocó la Bauhaus, el Estilo Internacional,
los manifiestos de Mies van der Rohe, o los programas de los
Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna presididos
por Le Corbusier.
De la mano de la violencia y el terrorismo de Estado, así
como de la delincuencia, las guerras civiles y el crimen organizado
que se tendió sobre buena parte de América Latina,
de fines de los sesenta en adelante, la ciudad se convirtió
incluso en "el espacio de la muerte" del que habla
Michael Taussig, en emblema del horror y "la barbarie"
en la que ha ido degenerando la modernidad capitalista en el
s. XX como señala Eric Hobsbawm, hija a su vez, del Siglo
de las Luces, del Racionalismo y de la Ilustración. Y
a pesar de todo aquello, en el contexto de la ola de gobiernos
dictatoriales que se instalaron en América Latina, la
ciudad volvió a reaparecer, paradójicamente, como
metáfora de la sociedad civil, de la vida democrática,
de ciudadanía, como promesa de emancipación -o
al menos como requisito para hacer posible una vida mejor.
Aunque más no fuese por la falta de otras opciones, los
procesos de resistencia y lucha contra las dictaduras neoliberales,
lo mismo que los llamados procesos de "apertura democrática",
fueron acompasados por una paralela revalorización de
la vida urbana, de la vida social, de la (re)creación
de sus espacios de encuentro, de comunicación, de diálogo,
que habían sido reducidos al mínimo o que habían
tenido que ser mantenidos en el nivel sumergido de la clandestinidad.
La restauración democrática, la desenajenación,
se visualizaba como "un renacimiento ciudadano", como
un "volver a la vida" (urbana), y como un "reapropiarse"
de la ciudad.
Este es el contexto de los planteos de Jürgen Habermas en
torno a la transformación de "la esfera pública";
de José J. Brunner analizando las transformaciones culturales
realizadas por la dictadura, y en particular, "las bases
espaciales" de la cultura autoritaria en Chile; de Angel
Rama discutiendo el significado simbólico y político
de la ciudad en la historia cultural de América Latina,
y en particular, de "la ciudad letrada" como usina productora y administradora
del orden simbólico-discursivo que la funda, la aceita,
y la sostiene; de Fredric Jameson analizando el modo en que la
hegemonía burguesa -el capitalismo tardío- se realiza
y manifiesta en parte también "mediante sus espacios",
habilitando a "la crítica ideológica de la
arquitectura"; o de Alvaro Portillo tratando de establecer
la vinculación entre el modelo político-económico
[capitalista periférico] y la organización espacial
de la vida social en América Latina.
No es por lo tanto fortuito que también por esos años
entren a circular un conjunto de "textos" que se refieren
a la ciudad, y que establecen claramente la relación entre
ciudad y democracia.
En Argentina, en 1980, en plena dictadura militar, la revista
SUMMA dedicó un número especial a la campaña
para la preservación del patrimonio cultural -afectado
por el autoritarismo y por el mercado sin frenos-, y publicó
un Cuadernos de SUMMA con el tema Todos somos arquitectos.
En Uruguay, en 1980, también durante la dictadura, apareció
Una ciudad sin memoria, del Grupo de Estudios Urbanos,
primero en forma de espectáculo audiovisual, luego repuesto
en circulación en 1983, en forma de libro. En Chile, y
bajo la dictadura también, aparece "Notas sobre la
vida cotidiana: habitar, trabajar, consumir" de Norbert
Lechner (1984) auspiciado por FLACSO; "Por una ciudad para
todos" (1983), auspiciado por la Universidad de Chile y
la Universidad Católica; y Por una ciudad democrática
(1983), de Alfredo Rodríguez. Este es el contexto también,
de la realización de un simposio organizado por el Centro
Woodrow Wilson en Washington, dedicado a "Repensar la ciudad
latinoamericana", que formaba parte de una serie de eventos,
de título por demás indicativo: "Hacia la
reconstrucción ideológica de América Latina".
La reflexión social y la crítica ideológica
clásica, en parte por el clima de censura, y en parte
por un proceso de maduración intelectual, fue desplazada
-o expandida- hacia una reflexión del modo de vida al
nivel microcósmico, de lo local y lo concreto, en torno
a la vida cotidiana, y en particular, a la forma espacial, la
organización del modo de vivir. Simétricamente,
la propuesta de "una ciudad abierta", hecha por todos,
para todos, democrática, memoriosa, aparecía como
manifestación simbólica, y a la vez concreta, de
un nuevo proyecto o utopía.
Hoy, a mediados de los años noventa, asistimos al paralelo
entierro y resurrección de las ciudades y de la vida urbana.
Por una parte, continuamos asistiendo al espectáculo de
la fuga de las ciudades, tendencia post-urbana que supone mudarse
a suburbia y a los balnearios -utopía burguesa de mediados
de siglo que entra ahora en su fase tardía. Por otra parte,
también surge el fenómeno de la celebración
de ciertos puntos urbanos con renovado "encanto" y
"misterio" (¿Brooklyn?, ¿Seattle?, ¿Austin?,
¿Las Vegas?) -levemente "descentradas tristes
regions" al decir de Elizabeth Wilson en "The Rethoric
of Urban Space"-, contracara de las ciudades en crisis y
con mala fama, pero también de la crisis del modo de vida
suburbano.
Por último, también somos testigos de un renovado
entusiasmo por vivir en la ciudad, por reivindicar y "reconstruir"
la vida urbana -especialmente en las ciudades más golpeadas
por la crisis- lo cual se argumenta en diversos ensayos y libros
de crítica de la vida post-urbana / suburbana, y que podría
resumirse en el eslógan: «Cities Don't Suck!»,
portada del número especial (1994) de la revista estadounidense
Utne Reader dedicado al tema.
En relación a lo anterior, un aspecto que tiene que ver
con la actual preocupación en torno a las ciudades, además
de la cantidad de gente que vive en ellas, o de la composición
racial, étnica o de clase de la población urbana,
o de su papel en la economía, reside en el reciente crecimiento
de las fuerzas de izquierda en las ciudades, y en consecuencia,
la multiplicación de los gobiernos municipales de izquierda.
Paradigmáticos al respecto fueron los casos de Tierno
Galván en Madrid, Luis Barrientos en Lima y Lerner en
Curitiba -este último, hasta el día de hoy. A ellos
le han seguido con bastante éxito -pese al marco adverso
y obstaculizante de las políticas-económicas neoliberales
a nivel nacional e internacional- Leonel Brizola en Rio de Janeiro,
Jaime Ravinet en Santiago de Chile, Erundina en São Paulo,
Tarso Genro en Porto Alegre, Tabaré Vázquez y Mariano
Arana en Montevideo.
De lo anterior se desprenden tres cosas. Primeramente, la centralidad
y valor de la problemática urbana en la sensibilidad e
imaginación popular, y en el discurso político.
Segundo la centralidad de la ciudad, de su vida, como mediación
que permite imaginar una forma de vida alternativa, y al mismo
tiempo menos abstracta y más tangible. Tercero, la posibilidad
de concretar proyectos progresistas al nivel cotidiano, al nivel
de las ciudades, y que permite pensar que llegar al poder haría
posible realizar intervenciones sobre la organización
social y sus recursos, en la calidad de la vida cotidiana y de
las relaciones sociales, y a la larga, a nivel nacional.
Lo anterior ocurre a su vez en el marco de una segunda ola de
escritos sobre la ciudad, de lecturas e interpretaciones del
"texto urbano", de las intervenciones espaciales y
de la dinámica urbana. A modo de ejemplo, tal es el caso
de la ya mencionada Utne Reader, pero también de
un reciente número especial de la revista NACLA,
otro de la revista TIME, vuelto a publicarse en la revista
Foreign Affairs, la publicación en inglés
del libro Rethinking the Latin American City; el libro
de Alan Gilbert The Latin American City, entre otros,
lo cual ha resultado en que el interés en torno al espacio
y la ciudad se haya ido incrementando a nivel de la discusión
popular, fuera de los canales disciplinarios habituales, es decir,
fuera de las áreas especializadas de la sociología
y la antropología urbana, o de los estudios urbanos.
El
tema también ha adquirido un nuevo vigor también
a razón de lo que aporta para un análisis de las
políticas culturales, las relaciones de género,
las relaciones de clase, la crisis medioambiental -articulada
a cuestiones de clase, raza y etnia- y "la producción
del espacio" (estructura y metáfora del orden estético
y político) como resultado de la acción de diversos
actores e instituciones sociales, políticas y económicas
que intervienen en su construcción, disputándose
los papeles protagónicos principales, o directamente,
la hegemonía cultural (Estado, grandes corporaciones,
poder militar, Iglesia, sociedad civil).
Por todo lo anterior Elizabeth Wilson piensa que "es casi
como que el discurso contemporáneo acerca del urbanismo
ha tomado el lugar y ha pasado a simbolizar la crítica
de la sociedad en su conjunto. Los feroces ataques y lamentos
en torno a la ciudad contemporánea parecerían ser
un ejemplo de una sospecha general sobre nuestra cultura en su
conjunto". En el mismo pasaje, sin embargo, Wilson relaciona
este interés actual por pensar y problematizar la ciudad
y la vida urbana como un desplazamiento producto de "la
alienación de intelectuales que ya no tienen una utopía
en la que apoyarse, el lamento permanente del disidente que habita
las ciudades capitalistas, nostálgicos por el viejo París
o el Londres perdido"[...].
IV
Sin aceptar tal planteo como única explicación,
es verdad que una familia de ensayos en torno a la ciudad adopta
un carácter "nostálgico", lamentándose
por haber dejado perder formas de vida urbana valiosas -o simplemente,
del pasado-, y otra, variante de la anterior, adopta una postura
de "celebración romantizada de las distopías"
-usando los términos de Wilson-, es decir, de celebración
[del fracaso y de la destrucción de aquel pasado mejor]
en torno a sus ruinas convertidas en fetiches.
Tal
tipo de sentimiento y sensibilidad se expresaría en la
celebración de la erosión, el desgaste, la ruina;
en el valor estético positivo -y por lo mismo, placentero,
buscado- que adquiere el óxido, lo abandonado, lo disfuncional,
lo obsoleto; lo venido a menos, sin brillo, descascarado; lo
que ya no puede mantenerse, ni duplicarse más, ni regenerarse,
ni reproducirse en el tiempo (punto en el que coincide el reciente
estudio de la Regional Plan Association sobre la ciudad
de Nueva York, tal cual se dio difusión en la primera
plana del periódico New York Times, aun si en vez
de celebrarlo intenta evitarlo).
Gesto
romántico esteticista, situado desde un mundo moribundo,
que ha llegado al "fin de la historia". Estética
vanguardista, contracultural, celebratoria de artefactos sin
sentido: los fetiches/fantoches ya sin valor que la sociedad
de consumo rechaza -aunque simultáneamente contribuyendo
a acelerar los procesos de obsolescencia- como consecuencia de
un estado general de conformidad en el reciclaje ad infinitum,
felicidad en la ruina y agotamiento cultural.
Muy distinto es el caso de los ensayos de Eugene Linden publicados
en las revistas estadounidenses Time y Foreign Affairs,
donde el discurso urbano se apoya sobre datos e imágenes
de una realidad urbana espantosa con ánimo de combatirla.
Encuadrado con imágenes distópicas de Ciudad de
México, Kinshasa, Bronx, Brooklyn, São Paulo, Tokio,
etc., la ciudad y la vida urbana son representadas como símbolo
y condensación de un actual estado del mundo. Los títulos
y subtítulos iniciales hablan de "ciudades en explosión",
"esparciéndose de manera extraña y desigual"
(sprawling akwardly), "llenas de problemas y promesas"
a donde "continúan llegando por millones" atraídos
por quién sabe qué (perverso) "magnetismo",
causando que, según el New York Times, Nueva York,
por ejemplo, se haya convertido en Nueva Calcuta!
Se
trataría por tanto de un estado catastrófico, apocalíptico:
la nueva plaga y la nueva amenaza que azota a la humanidad entera
en este fin de siglo, y de lo cual se desprende que debería
ser temido, puesto en cuarentena, eliminado, del mismo modo que
fueron o son amenazas el comunismo, la inmigración de
"hispanos", el terrorismo islámico, o las drogas
sudamericanas.
Las
ciudades se (re)presentan como "las pruebas" de la
pesadilla malthusiana: el crecimiento demográfico, la
"inmigración fuera de control", el espectro
de "la sobrepoblación", la imagen del "apilamiento
humano"-que hoy estructura las fantasías y temores
del Primer Mundo. En forma complementaria, son presentadas como
un foco infeccioso: un foco que irradia pobres, desempleados,
vagos, hijos, falta de valores, criminales, enfermedades, basura,
contaminación -todo lo cual aumentaría la escasez
y agravaría, en un esquema socialdarwinista, "la
lucha por la sobrevivencia".
Dicha problemática no se agota en la cuestión urbana.
Lo mismo que para casi todos también para Linden "el
destino del mundo y de la humanidad depende de las ciudades".
Sin embargo, Linden no convence en su intento de evitar poner
a las ciudades sólo bajo una luz negativa y catastrófica
cuando propone el problema como una coyuntura con dos caminos
posibles, dos modelos de ciudades y de vida urbana: el modelo
distópico que ilustra Ciudad de México -y casi
toda la serie de ciudades a que se refiere- y el ejemplo correctivo
de Curitiba.
El
problema con su planteo, sólo aparentemente indeterminado,
es que los esfuerzos que se realizan en Curitiba son demasiado
pequeños e insuficientes para neutralizar, contener o
revertir el paisaje de horrores que emerge del modo en que retrata
al resto de las ciudades del mundo -una verdadera bomba de tiempo
o foco cancerígeno fuera de control.
Por último, aunque lo que Linden ve en las ciudades no
es un dato por completo inventado, es curioso el modo en que
se las ingenia para retratar ese mundo amenazante como algo ajeno
y extraño a la lógica intrínseca del modo
global de producción, especialmente agravado a raíz
de la actual fase de reestructura productiva y administrativa
capitalista -cuya viabilidad, como lo atestigua la realidad que
señala Linden, está por probarse.
Esas
ciudades son los motores, los riñones, las entrañas
del actual orden global, no algo ajeno o externo a él.
Cuando aparece publicada en la revista Foreign Affairs
la cruzada anti-urbana se eleva a cuestión de estado,
a política exterior y de seguridad nacional, haciendo
eco del Estado policial, la "ecología del miedo"
y las nuevas "técnicas de control urbano" de
las que habla Mike Davis al narrar la vida en Los Angeles, voluntariamente
optando por una retórica de ficción "realista"
a la Gibson, en vez de la forma en que lo hace Riddley
Scott en Blade Runner.
V
En el número de NACLA dedicado a "la América
Latina urbana" y "la vida en las megaciudades"
(1995), tanto el retrato de la crisis y de la catástrofe
urbana, como el ánalisis de sus causas, así como
el seguimiento de las acciones y las agencias sociales que intentan
revertir esa situación -en El Salvador, en Los Angeles-
no apunta a reafirmar o celebrar el actual orden de las cosas,
ni a tampoco a poner en circulación un discurso de índole
naturalista/social-darwinista, sino a identificar la crisis urbana
como resultado de una forma de hacer las cosas, y a rechazarlo
y cuestionarlo desde su raíz.
Aun si exhiben señales claras del desastre, de la tragedia,
las ciudades no aparecen aquí como amenaza o foco infeccioso
a ser contenido, sino por el contrario, como un resultado -y
símbolo- del actual orden cultural global, siendo este
último la peste negra que, a manera de Moloch-devorando-a-sus-hijos,
se despliega por el mundo. Los ensayos de Eduardo Galeano -sobre
la dictadura de los automóviles-, o de Graciela Silvestri
y Adrián Gorelik -sobre una ciudad de Buenos Aires "que
no puede reconocerse"-, dan cuenta de una realidad enajenada,
distópica y enfermiza, cuya solución dista de poder
visualizarse.
La discusión de la vida urbana viene a aportar el dato
concreto de un conflicto grave y profundo, que se origina mucho
más allá de las ciudades, y que no es estrictamente
un problema técnico-arquitectónico o de diseño
urbano, pero que se hace tangible y concreto en la vida cotidiana,
y que se puede visualizar y comprender mejor al hablar de las
ciudades, o en general, del orden espacial -real y simbólico-
que organiza la experiencia social y sensual. En estas ocasiones,
el problema de fondo se expresa representando la vida urbana
como "una locura", como un conjunto de rutinas cotidianas
absurdas y auto-destructivas, y a la ciudad como una divinidad
autónoma y supra-humana -hija de la locura colectiva-,
monstruosa, enajenada y voraz.
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