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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URBANO/POSURBANO - RAMA, ÁNGEL

Ciudad letrada: Ángel Rama y la espacialización del análisis cultural*

Gustavo Remedi
El desplazamiento y parcial conversión de la ciudad letrada en la ciudad corporativizada, en la ciudad enchufada a los circuitos de circulación de información global, o en la ciudad tele-espectadora, poco o nada han significado en términos de un progreso social sustancial



nunca se me había ocurrido pensar que cuando miramos una foto de frente los ojos repiten la posición y la visión del objetivo
Julio Cortázar, Las babas del diablo

I. La re-territorialización del análisis cultural

Con demasiada frecuencia el análisis de la producción estética y cultural de América Latina transcurre desligado y al margen de la dimensión espacial que da cuerpo, que estructura y que legisla todo quehacer cultural. Intelectuales, intereses, textos, teorías, símbolos, metáforas, sensibilidades, programas, no sólo han sido "desterritorializados", sino que parecen haber ingresado a una zona inmaterial, tierra de nadie, aparentemente sin forma ni estructura, suspendida encima de todos, y desvinculada del mundo, aparentemente ajena a la lógica social y material que rige la producción cultural (en la que la dimensión espacial juega un papel clave). No sólo ajenos a la lógica espacial que gobierna el mundo físico y la vida cotidiana , sino incluso ajenos hasta de la matriz espacial que guía la percepción y que orienta el pensamiento.

Como si esto fuera poco, en la medida en que las culturas urbanas, las culturas nacionales y las culturas continentales tienden a mutar, transformándose en culturas post-urbanas, en culturas de bloques regionales y en la cultura global/transnacional, ello hace aún más necesario visualizar la estructura y funcionamiento de lo que Pierre Bourdieu llama "el campo de la producción cultural".

Con esta preocupación en mente este trabajo persigue traer a un primer plano lo que a mi entender es uno de los principales aportes de Rama a la comprensión del proceso cultural latinoamericano, y de su campo de producción cultural. Me refiero a su esfuerzo por captar su estructura y mecánica espacial, la dialéctica espacial que pone en movimiento los procesos culturales, y cuyo análisis es obligatorio a la hora de visualizar, comprender y transformar dicho proceso. A tales efectos me voy a centrar, principalmente, en la base teórica y conceptual sobre la que descansan sus dos últimos libros: Transculturación narrativa en América Latina
(1982) y La ciudad letrada (1984). En el primero, Rama construye un aparato conceptual mediante el cual dar cuenta de la producción literaria, atendiendo a procesos que ocurren a escala inter-regional y transnacional, aun si mediados por la ciudad. En el segundo, Rama se adentra en las ciudades latinoamericanas para ahondar en el papel transculturador de las culturas urbanas, y en particular, para descubrir el mapa y la mecánica de la escena pública, los lugares e instituciones que organizan la vida cultural, y el diverso papel que han jugado sus actores culturales principales, los letrados: desde los primeros escribanos y cronistas de Indias, hasta "los escritores y la crítica que vive en la calle, en los diarios, en el mundo de las comunicaciones" , pasando por la generación de los fundadores de la escuela obligatoria, los déspotas ilustrados, los modernistas, los claustros universitarios, o la generación crítica.

Luego de mostrar el modo en que esto está presente en la obra de Rama, intento una discusión crítica del modo en que Rama "espacializa el análisis cultural", de las categorías, nociones y metáforas espaciales que utiliza, y de la explicación espacial de los procesos culturales que propone, buscando con esta crítica rescatar y actualizar el aporte de Rama
(actualización que él mismo empieza a plantear en "Más allá de la ciudad letrada" ).

Producir una imagen espacial del proceso cultural tiene por objeto recuperar la materialidad de la actividad intelectual, de la producción y circulación cultural, de modo de poner en evidencia los vínculos entre la producción estética y simbólica y su soporte material, los procesos y actores sociales a los que responde, los modelos político-económicos específicos que lo enmarcan. A modo de ejemplo: pese a la comentada virtualidad de los lugares imaginarios que pueblan el "ciberespacio" -mundos que hoy están siendo explorados, cartografiados y colonizados por cientos de millones de visitantes- es necesario, paralelamente, captar su materialidad: el mundo compuesto por una red de monitores terminales, cables, módems, teléfonos, máquinas de fax, impresoras láser, fotocopiadoras, cuentas bancarias, usinas, satélites, centros de computación, universidades, operadores, participantes, técnicos, vigilantes, etc., todo lo cual constituye el soporte de esos espacios representados -soporte, a su vez, resultado de una lógica material, social, económica, política, y hasta militar, que lo gobierna .
Por si ello no fuera ya razón suficiente para apreciar el esfuerzo de Rama por captar la estructura y dinámica espacial del proceso cultural latinoamericano, tal tarea se hace hoy mucho más necesaria debido a los cambios en el campo de la producción estética y cultural. Asistimos a la emergencia de una espacialidad diferente a la que gobernó la producción cultural durante el s. XIX o la primera mitad del s. XX.

El sistema espacial actual es intrincado, sofisticado, complejo, no siempre visible a una observación cartesiana -aunque no necesariamente arbitrario, misterioso o ilógico. Este orden, su lógica social y política, su mecánica, enmarca el acontecer cultural.

Dicho cambio de orden cultural es resultado de múltiples factores: cambios políticos, emigraciones, inmigraciones, distensión de fronteras, reforzamiento de otras, formación de bloques regionales, establecimiento de unos puentes e interrupción de otros, pero, sobre todo, cambios tecnológicos, aparición de nuevos medios de representación y comunicación, y en relación a lo anterior, la importancia alcanzada por todo otro conjunto de usinas y actores dinamizantes de procesos culturales, que desde múltiples posiciones, y formando nuevas constelaciones espaciales, para bien y para mal, reemplazan a los antiguos letrados, a los transculturadores, y hasta a la ciudad, como actores y loci fundamentales del campo de producción cultural.

En cualquiera de sus apariencias -escritura, oralidad, imagen, gesto, música- la expresión y flujo de significados tiene lugar gobernada por un complejo diseño de nodos, dispositivos, circuitos, círculos y exclusas cuya estructura y funcionamiento es necesario revelar, lo mismo que los actores e instituciones que intervienen en su puesta en funcionamiento, y en su administración.

 

II. Las bases espaciales de la transculturación narrativa

En la primera parte de Transculturación narrativa en América Latina, de índole teórica y multi-disciplinaria, Rama se dedica a plantear una hipótesis de la lógica dinamizante del proceso cultural latinoamericano. Tal planteo se organiza sobre la base de una historia de tensiones entre movimientos opuestos: colonización e independencia, falta de identidad cultural propia y originalidad, regionalismo y vanguardismo, tradicionalismo y cosmopolitismo, lo local y lo universal, de(s)culturación-aculturación y neoculturación. Esta cadena dialéctica, que dio sus frutos, encontró su punto de agotamiento y esterilidad a mediados del siglo, y habría encontrado su resolución, su trascendencia, en la respuesta o gesto transculturador, el cual va más allá y deja atrás la serie de bipolaridades conflictivas listadas, y traslada el conflicto al terreno de lo político.

En la construcción de tal planteo se destacan un conjunto de categorías y nociones de corte espacial, que inaugura el propio sufijo trans- en la noción de transculturación que Rama toma de Fernando Ortiz
(vía Darcy Ribeiro) y que traslada del análisis antropológico del proceso cultural latinoamericano al análisis de su narrativa -como una parte del proceso cultural general. Para Ortiz, la transculturación es un proceso "de paso" de una cultura a otra, y como resultado de lo cual, se adquieren partes de otras culturas, se pierde parte de la cultura precedente, y se sintetiza una cultura nueva. Partiendo del concepto de Ortiz y restringiéndose al ámbito de la producción de novelas, Rama habla de "transculturadores narrativos" para referirse a un conjunto de escritores que a su juicio no se dedican simplemente a copiar o a difundir la cultura hegemónica, la cultura extranjera, o las vanguardias literarias, ni a reproducir la cultura tradicional regional o local, sino que realizan "un proceso de selección, descarte, rescate, descubrimiento, combinación y síntesis de elementos de la cultura ajena tanto como de la propia". Esto vale tanto para su contenido como para los medios expresivos y las formas de estructuración de los que se vale todo productor de cultura (lenguajes, tecnologías de comunicación, géneros representacionales, cosmovisiones, mitologías, conjunto de metáforas, figuras, etc.). Dice Rama,

Cuando hago una distribución de los escritores del boom, pienso que el acierto que ha hecho la popularidad de Gabriel García Márquez consiste en que ha manejado un repertorio de formas artísticas que no las ha tomado de la vanguardia europea. Él leyó a Joyce, a Woolf, a Kafka, pero eso no es lo que está en Cien años de soledad; lo que está es un repertorio de formas, no solamente de temas, sino de formas, de maneras de expresarse. La construcción del gag, del chiste, el modo fragmentario de la elaboración artística que pertenecen a los modos tradicionales de la lengua y del habla de un costeño colombiano.


Sin embargo, como García Márquez indica, su trabajo no consistió solamente en hacer uso del habla del costeño
(tomada como materia prima), sino que trabaja sobre la base de una producción cultural anterior a él -la cultura del vallenato- realizada en la esfera o campo de la producción cultural popular. Por eso, a pesar del excesivo énfasis que Rama pone en la palabra escrita, en el medio literario y novelesco como mecanismo expresivo privilegiado -y por lo tanto, en la desmaterialización y desterritorialización cultural que esto conlleva-, es claro que la transculturación -si la pensamos desde el análisis antropológico del que proviene- no se reduce a una combinación de diversas construcciones simbólicas, cosmogonías y maneras de pensar aplastados sobre papel, sino también de diversos "modos de producción" estética y simbólica -siendo la literatura (de corte europeo) apenas uno de ellos.

Aquí reside el drama de José Mª Arguedas por novelar "la ópera de los pobres", así como el de tantos otros intelectuales, que al querer transcribir y trasladar sus culturas interiores para darles un lugar en la cultura urbana, nacional, metropolitana o universal, encuentran que estas culturas ofrecen resistencia a su escritura, a su traducción, y a su consecuente desmaterialización, desterritorialización y transmutación en otra cosa
(libro, fotografía, videoclip, curso, biblioteca). O al menos, que tal literaturización es demasiado parcial, injusta, dejando fuera quizás lo esencial de la otra cultura -que posiblemente no sea ni literaria, ni literaturizable. ¿No es acaso éste el límite que también encuentra Alejo Carpentier, cuando se enfrenta a la tarea de narrar literariamente el barroco americano, o la cultura afro-americana? ¿O los límites que encuentra Julio Cortázar en El libro de Manuel al querer captar y narrar lo horrendo, lo auténtico, lo simultáneo, lo Lonstein, al querer dejar testimonio de su mundo, esa otra cara del mundo, a Manuel, a sus lectores europeos, a sus lectores de clase media? La escritura tiene sus límites representacionales; y toda producción cultural tiene un límite más allá del cual no puede ser desmaterializada, trasladada, a riesgo de pulverizarse. La estética desterritorializada, universalizada, sin cuerpo, de lo escrito y lo leido, si bien tiene su punto fuerte en la difusión de información y en el estímulo de la imaginación, encuentra aquí sus límites estéticos, sensuales, y naturalmente, políticos.

Con lo anterior quiero poner de relieve que la noción de la transculturación, a la que con acierto recurre Rama, supone un conjunto de operaciones culturales en y a través del espacio. Primeramente, supone un agente cultural situado en un lugar x
(centro, ciudad, villorrio) ["Borges ve el mundo entero desde ese Aleph que es Buenos Aires, en cuanto que Arguedas desde una comunidad indígena, a ver si la puede salvar" ], pero también habitante de una serie de otras zonas: comunidad, región, nación, continente, cultura europea o metropolitana, cultura universal.

Luego, supone un adentro o un interior, y un afuera, el exterior. En un plano continental, existen a su vez polos culturales: "México,
Brasil, Argentina son los tres polos en que funciona toda nuestra cultura y literatura" . Este proceso de producción cultural, según Rama, está constituido, a su vez, por un sistema de "pulsiones" (que provienen de orbes, centros y polos) y "respuestas a esas pulsiones" . En tal escenario el agente transculturador oficia de "mediador entre dos orbes culturales desconectados" y de orquestador de respuestas ("el principio mediador se introduce en la propia obra; el Riobaldo de Gran Sertão: veredas es yagunzo y letrado, papel que asimismo ocupa Grivo de Carade-Bronze que transporta [...] el nombre de las cosas" ).

La ciudad-capital, la ciudad-puerto o la ciudad-fronteriza -zona de desembarco, pillaje y extracción, cabeza de playa militar, zona de choque, zona de contacto entre dos o más culturas- se vuelve así un filo, un borde, una frontera, una muralla, una vitrina -no siempre de doble faz-, entre dos culturas: una interior, regional, rural, provinciana, pueblerina, y otra exterior, metropolitana, avasallante, babilónica, global y universal
(o falsamente universal). Habitante de esa ciudad lugar y no-lugar, espacio y borde, morada y lugar de tránsito, el agente transculturador va a transformar la ciudad filo, borde, frontera, muralla, vitrina, en: cable, tubo, puente, llave, válvula, arteria, conexión, transmisión -encuentro en la calle, salón de clase, escenario, plaza, burdel, café.

En resumen, todas y cada una de estas nociones -orbe, frontera, región, nación, ciudad, comunidad, continente, metrópolis, polo, zona, interior, exterior, pulsión y respuesta, choque y mediación- pueblan y se repiten en el aparato conceptual y en el discurso analítico al que echa mano Rama para explicar el proceso de transculturación narrativa. Labor que, en síntesis, persigue (a) dar respuesta a la tragedia del proceso en dos tiempos de la de(s)culturación y la aculturación -característico de la colonización cultural y de la dependencia cultural resultante-, pero también (b) ofrecer una alternativa a la opción cosmopolita que Rama ilustra con la postura y actitud de
Jorge L. Borges, situado en una Buenos Aires mundana pero simultáneamente, y a pesar de estar en América Latina, de espaldas a América Latina en una forma extravagante.

En cualquier caso -volveremos sobre esto más adelante- las categorías espaciales que utiliza Rama para dar cuenta de la lógica que dinamiza el proceso de producción cultural quizás necesiten ser revisadas, actualizadas y pensadas en sus detalles. Atendiendo, primero, la forma espacial y a los modos concretos en que hoy tiene lugar la vinculación y circulación cultural entre "el interior"
(comunidad, provincia, ciudad-interior, nación, región), "la ciudad" ("ciudad-capital, ciudad-borde, o ciudad-puerto"), y "el exterior" (también organizado en zonas, polos y circuitos), y a partir de lo cual irá cobrando nitidez la red de actores e instituciones principales involucrados en la administración de la producción y circulación cultural (los que conectan y desconectan usinas y circuitos, abren y cierran puentes y canales, dan o no dan la energía, la infraestructura, o las autorizaciones necesarias).

Segundo, atendiendo a dónde se localiza y a la foma que adopta dicho campo de producción/circulación cultural una vez que ahondamos en sus detalles al nivel de la escala urbana.

No describo nada, trato más bien de entender.
Julio Cortázar, Las babas del diablo

III. La Ciudad Letrada: lugar del cogollito cultural

En La ciudad letrada, Rama ensaya un mapa de los sucesivos modelos culturales que se escalonan en el proceso histórico-cultural en América Latina, desde la conquista y colonización hasta la segunda mitad del s. XX -largo período post-revolucionario que sigue a la Revolución Mexicana y que culminaría en la ola de dictaduras militares, estados autoritarios y gobiernos neoliberales de este fin de siglo.

Allí Rama intenta englobar y reconstruir el proceso histórico y cultural atendiendo al complejo conjunto de niveles de prácticas y actores que conforman la cultura. Por esta razón, y pese a que luego Rama va ahondar en el "campo de la producción literaria", la base o primer plano de su exposición no la ocupa la literatura, sino la producción simbólica, ideológica, cultural en su conjunto: ensenadas y caminos, mapas y planos, ciudades, catastros y registros, legislaciones, burocracias, nomenclaturas, códigos, relatos históricos, etc. Los escritores y la producción literaria ocupan un lugar principal en su relato, aunque siempre dentro de la labor de un conjunto más amplio de actores - los letrados-, conjunto o clase de actores culturales que circulan, operan y habitan una configuración de focos y circuitos localizados en el centro de las ciudades. Son ellos, como conjunto, los principales constructores, distribuidores, administradores y guardianes de lenguajes, discursos, gramáticas, vocabularios, representaciones, conceptos, símbolos, metáforas, formas, explicaciones, justificaciones, leyes y sentidos.

A su vez, Rama va dibujando y definiendo la labor de los letrados conjuntamente con el seguimiento de otros dos procesos: el proceso político, económico y social, por un lado, y por otro, el proceso urbano, pivot en torno al cual se vertebra la organización espacial de la vida económica, social y política, y que, obviamente, se extiende mucho más allá de la ciudad.

Si en Transculturación narrativa..., para captar y problematizar el trabajo de Arguedas echó mano, fundamentalmente, de la antropología, en La ciudad letrada lo hará del urbanismo. Informado por historiadores, antropólogos, arqueólogos y estudiosos de la ciudades
(Parry, Braudel, Quintero, Ribeiro, Geertz, Hardoy, Mumford, Argan) Rama descubre la necesidad de "excavar" y "exponer" las fundaciones del modelo cultural: la constelación, la mandala, la partitura que lo regula, la forma del laberinto, su figura sistémica, completa, total. Se capta desde allí que lo que dinamiza el proceso histórico-cultural americano -"el proceso civilizatorio", en términos de Ribeiro- y de los grandes giros civilizatorios, reside en parte en cambios tecnológicos que hacen posible la conquista y modificación del espacio: los sistemas de irrigación y cultivo, la máquina de vapor, el dinero, el telégrafo, el tren, los rifles de repetición, los cañones, la electricidad, la radio, el teléfono, el satélite, la imprenta, el avión, el misil, la computadora, etc.

La construcción de los estados-nación modernos, por ejemplo, descansan sobre el telégrafo, el tren, el barco, el puerto, los rifles. Tales innovaciones implican, por sobre todo, un mayor control de la materia y sus dimensiones: el tiempo y el espacio. La ciudad, el sistema espacial regional, el conjunto especializado y jerarquizado de espacios articulados y desplegados sobre el globo, se convirtió así para Rama en un punto de acceso, un aleph desde el cual visualizar y exhibir al desnudo el orden colonial primero, y el modelo cultural neo-colonial después, con todos sus rasgos principales y sus contradicciones. Allí aparece también el sistema de ciudades, plantíos, vías ferroviarias, minas, caminos, mercados, barracones, puertos, cuarteles, teatros, burdeles, oficinas, cantegriles: su textura sensual y material, su textura simbólica, su textura imaginaria, todo lo cual -convertido en contexto americano- regula, da forma y sentido a la vida y a la fantasía en América.


me quedé al acecho, seguro de que atraparía por fin el gesto revelador, la expresión que todo lo resume, la vida que el movimiento acompasa pero que una imagen rígida destruye al seccionar el tiempo si no elegimos la imperceptible fracción esencial
Julio Cortázar, Las babas del diablo

  

IV. Los lenguajes de las ciudades


En la construcción de La ciudad letrada se destaca la importancia adjudicada por Rama a las ciudades. De allí el título de cada capítulo de esa historia, y sobre todo, la naturaleza del primer capítulo -la ciudad ordenada. Para que un modelo cultural funcione y se mantenga en el tiempo precisa apoyarse sobre una organización espacial, y debe ordenarse desde el principio.

Rama cita una instrucción real en la que se expresa, precisamente, que los lugares que de nuevo se hacen dando la orden en el comienzo sin ningún trabajo ni costa quedan ordenados e los otros jamás se ordenan. (Rama 6)
Sobre el orden, y la expresión material de ese orden -la ciudad- descansa tanto el proyecto económico, político y social colonial, así como su historia cultural, la cadena de significados, su orden simbólico, tema del libro. Por otra parte, es dentro de ese orden-ciudad -"colocación de cosas en el lugar que les corresponde"
(Rama 5)- que es posible conceptualizar la ciudad letrada, la configuración espacial dentro de la cual habitan, se mueven y operan los letrados.

La ciudad, en tanto organización espacial de la sociedad y de la actividad cultural, adquiere un valor explicativo -hermenéutico- fundamental del proceso histórico-cultural.
La ciudad, sin embargo, no es para Rama una sola cosa, sino muchas: es signo, es caja, es plan. Vista desde un primer ángulo, la ciudad es un texto: esfinge, relato fabuloso o mítico construido en piedra, proveedor de explicaciones y significados, signo tridimensional que expresa en qué consiste el orden/la orden en ese lugar, cómo se debe vivir, quién es quién, qué se puede o se debe hacer, etc. En segundo lugar, dada la materialidad, escala y forma de ese Gran Signo o emblema, la ciudad también es un artefacto habitable, una maquinaria de producción social y cultural donde tienen lugar las dinámicas sociales, ordenadas y ritualizadas. Dice Rama,

Las ciudades despliegan suntuosamente un lenguaje mediante dos redes diferentes y superpuestas: la física que el visitante común recorre hasta perderse en su multiplicidad y fragmentación, y la simbólica que la ordena y la interpreta, aunque sólo para aquellos espíritus afines capaces de leer como significaciones los que no son nada más que significantes sensibles para los demás, y merced a esa lectura reconstruir su orden. Hay un laberinto de las calles y un laberinto de los signos. (38)


En ambos sentidos la ciudad desarrolla -y reproduce- una gramática: "toda ciudad puede parecernos un discurso que articula plurales signos-bifrontes de acuerdo a leyes que evocan las gramaticales"
(Rama 38). Como todo lenguaje, se corresponde con una estructura de poder y con un modelo cultural: "la forma de la ciudad es la forma de su orden social", advierte Lewis Mumford (Rama 3). Así mismo, para Clifford Geertz, "el plano de la ciudad es el mejor ejemplo del modelo cultural" (Rama 9).

Resulta entonces que una de las cualidades singulares del sistema de espacios es que además de ser un escenario que somete y regula la actividad social, constituye un lenguaje, "un medio de comunicación masivo" , y en tanto tal, uno de los lenguajes en que está escrita la historia, las narrativas fundacionales, los valores de la colectividad, las instrucciones de "cómo vivir", etc. Calles, patios, oficinas, ventanales, terrazas, fachadas, rincones, zaguanes son -en términos modernos- artefactos o máquinas de habitar, pero además también son textos que, como propone Edward T. Hall , expresan en un "lenguaje silencioso e invisible".
Además de significar una cosa/otras cosas mediante carteles, dibujos, palabras, símbolos o íconos, la ciudad también nos habla de otras maneras. Sus signos tienen espesor, masa, altura, brillo, textura, función: son habitaciones, portones, muros, vidrieras, autopistas, paradas de ómnibus, fábricas, escalinatas, esquinas. Este abecedario exótico -hecho de arena, de piedra, de madera, de vidrio, de hierro-, así como los textos que se componen a partir de él, establecen con los cuerpos humanos una relación sensual muy distinta a la letra escrita sobre papel, o a la lectura solitaria y reposada de los libros.

Construyen un relato singular en que los
cuerpos lectores somos los personajes; y el narrador, nos enteramos al final, nosotros mismos.

A un nivel, la ciudad es como Las Vegas de Venturi , "apenas" una instalación de iconos y símbolos. En este nivel, la ciudad nos interpela mediante un lenguaje obvio: los posibles significados de sus símbolos conocidos. Simultáneamente, y como instalación -en el sentido de estrategia de representación vanguardista- la ciudad es una escena que produce sus protagonistas, sus posiciones, sus situaciones; sistema -o laberinto- de cajas, carriles, exclusas, distancias, rugosidades, filtros dentro del cual transcurre la vida, y en el que se cultivan y cosechan cuerpos y vidas. En este otro sentido -menos obvio- la ciudad es un aparato ortopédico, una maquinaria monstruosa que tortura/educa los cuerpos; un lenguaje tiránico, subliminal, una lógica o fuerza que usualmente no vemos, y que más que hablarnos o contarnos historias, nos enjaula, nos encorseta y nos moldea a la fuerza. Winifred Gallagher habla de cómo los lugares ejercen un poder, y de cómo lo que nos rodea "moldea" nuestros pensamientos, emociones y conductas .

Cada ciudad obliga a vivir y a ser de ciertas maneras -pero no de otras-, "a los empujones" y "a los porrazos", por medio de veredas, tabiques, puertas, volúmenes, semáforos, cerraduras, formas, sensaciones, tamaños, paisajes, aromas, texturas, sillas, colchones, vehículos, oscuridades, soledades.
Este doble nivel del lenguaje urbano y edilicio, por un lado como instalación de signos, escasamente sensual, y por otro, "golpes de martillo" -puramente estético-, que moldea los músculos, los huesos, los órganos, la mente, los sentimientos, las actitudes, las relaciones -pero que no es del todo legible y comprensible- es lo que hace a la ciudad, al despliegue y ordenamiento espacial de los procesos sociales y culturales, uno de los pilares sobre el que descansa toda estética, y por consiguiente, de todo análisis estético y cultural.

De la misma manera, cada tipología edilicia o urbana, cada solución técnica, cada ciudad en tanto texto colectivo, vehiculiza y almacena una cultura, una memoria, un saber, una narración de su historia. Con conciencia o sin ella, toda organización espacial de cosas, personas y actividades es "un sistema monumental", propagandístico.

En su estudio en torno a la tradición clásica, ocultista y hermética del arte de la memorización, Frances Yates explica que uno de los mecanismos mnemotécnicos más comunes consiste en la organización espacial del conocimiento y de la memoria -en imágenes, diagramas, figuras antropomórficas, sistemas geométricos, series numéricas y cábalas, murales, frisos, e incluso mapas, sistemas de calles y edificios. De este modo se establecen relaciones entre lugares y memorias, y se producen hermenéuticas secretas, que no son otra cosa que estrategias para acceder y descifrar, mediante un desplazamiento espacial, el almacén de la memoria, y dando pie de esta manera a insospechables procesos comunicativos y de documentación.

En tanto "sistema de asociaciones" entre lugares, rutinas e imágenes, por un lado, y conceptos, valores, normas, instrucciones y memorias, por otro, la arquitectura de la ciudad es un mecanismo de almacenamiento, así como un mecanismo cognitivo que nos orienta y nos lleva de la mano, automáticamente, sin tener que tomar conciencia de esa rutina hipnótica que impone. En los términos de Rama, "mediante sus signos bifrontes", su orden primario y profundo, su doble lenguaje "simultáneamente físico y simbólico" -más de una vez en conflicto-, "la ciudad dicta todo lo que uno debe pensar, lo fuerza a uno a repetir su discurso".

En un esquema triangular, (a) cada cosa-mueble-lugar-edificio hace posible el ritual que evoca y reproduce el mito, (b) cada mito hace necesario el ritual que a su vez hace necesario el altar-la cosa-el entramado de pequeños monumentos que empapelan la vida cotidiana-el lugar construido a tales efectos, y (c) hábitos y ritos cotidianos refuerzan el orden de las cosas y reactualizan el mito. Es por esto que el tamaño de la mesada de la cocina, la geometría de la mesa del comedor, las mesitas de luz, el tamaño de la bañera, los muebles y la forma del lugar de trabajo, la altura del marco de la ventana, las proporciones de las calles, a cada paso, en cada perspectiva, en cada lugar, en su estructura, nos recuerda sus posibilidades, nos confiesa su orden, las actividades que allí son posibles/imposibles, deseables/indeseables, permitidas/prohibidas.

No ha de sorprender, por lo tanto -al contrario-, la insistencia de Rama al referirse una y otra vez a Las ciudades invisibles de Italo Calvino, y en particular, al diálogo que tiene lugar entre Marco Polo y su anfitrión, el Kublai Kan. Si para Arguedas, o para Eduardo Galeano
(en Memorias del fuego), los mitos y las leyendas "resumen" una cultura entera (hipótesis asentada en el campo de la antropología), para Calvino, lo mismo que para Rama, las ciudades toman el lugar y función del mito, siendo estas las que resumen y revelan la cultura. Cuando Marco Polo quiere contarle al emperador las culturas que ha encontrado en su camino, o las culturas que forman parte de sus dominios y vecindades, Marco Polo habla de ciudades, y eso parece alcanzar, y sobrar:

El viaje nos lleva a la ciudad de Tamara. Uno le entra por sus calles espesas de carteles y signos que chorrean su paredes. El ojo no ve cosas sino imágenes de cosas que significan otras cosas. [...] El dibujo de una pinza indica la casa del dentista, el dibujo de una balanza el almacén, un barril, la taberna [...] Otras señales avisan lo que está prohibido en determinados lugares, y lo que está permitido, lo recomendable [...] Si un edificio no tiene ningún cartel o figura su forma y la posición que ocupa en el orden de la ciudad es suficiente para indicar su función [...] Las mercancías en Tamara tampoco valen en sí mismas sino por lo que significan. Unos tomos de Averroes, el conocimiento; una pulsera para el tobillo, la voluptuosidad [...] El ojo recorre la ciudad como si fueran páginas escritas, la ciudad dicta todo lo que uno debe pensar, lo fuerza a uno a repetir su discurso [...] (13-l4)

En sus casos más extremos, la ciudad es una espesa cáscara sin textura, sin masa, sin cuerpo, que señala a una realidad, un sentido, que se escapa, a la que nunca se llega: "Lo que hay o se oculta debajo de la espesa capa de signos hace que uno se vaya de Tamara sin poder haberla descubierto"
(l4). Y sin embargo, pese a su invisibilidad o inaccesibilidad, a un nivel de actuación subyacente, la ciudad continua gobernando, dictando, ordenando, empujando a ciertos actividades, a ciertos tipos de relaciones, saboteando, clausurando o prohibiendo otras.

En Isaura, la ciudad cuyo paisaje circular, frondoso y verde repite la silueta de su mundo interior, de su lago subterráneo, "un paisaje invisible condiciona el visible; todo lo que se mueve a la luz del sol es dinamizado por las superposiciones de las olas y los ríos encerrados debajo de un cielo de rocas calcáreas" (Calvino 20). Al volverse visibles por medio del relato, las ciudades -Las Vegas, París, Lima, Tamara, Isaura, ...-revelan la cultura entera de un pueblo, la forma de ser y de pensar de su gente. Unas veces, como Zaira, las ciudades son una palma abierta en la que podemos leer y descubrir su pasado en las formas y en las medidas de sus espacios. Otras veces, como Zora, la ciudad es una colmena cuyas celdas y esquinas almacenan los recuerdos.

Valga apuntar aquí que no es otro el motivo por el cual tanto
Fredric Jameson, David Harvey o Mike Davis se lanzan a la crítica ideológica del espacio. Debido a esta dimensión encapsuladora, narrativa, significante y transmisora de cultura de la ciudad, de sus lugares, de las posiciones y conductas que favorece o que impide, y bastante antes que la historia que nos cuenta Galeano a propósito del Heymarket de Chicago, o el Grupo de Estudios Urbanos en Una ciudad sin memoria, o David Harvey sobre la Basílica del Sagrado Corazón en París, o Guillermo Fernández en torno a la conversión de la cárcel de Punta Carretas en un Shopping borrando así la memoria de todo lo que allí ha ocurrido , y aconsejando "cómo se deben gobernar las ciudades después de ser ocupadas", Maquiavelo recomienda "la destrucción de las ciudades" -so pena, en su defecto, de ser destruido por ellas- puesto que si sus habitantes no son "separados" y "dispersados", y si sus ciudades no son "arruinadas", sus habitantes mantendrán vivos sus recuerdos, y en consecuencia, firme su identidad, su psiquis, sus deseos, y se rebelarán.

Como plantean Carina Perelli y Juan Rial, en relación al contexto uruguayo reciente, quien administra el olvido y la memoria colectiva es capaz de controlar los procesos de formación y destrucción de identidades colectivas, y por lo tanto, de asegurarse el poder. No sólo en estos últimos años, sino a lo largo de toda la historia, la tarea de formulación de ideas, valores, símbolos, metáforas y retóricas, la tarea de apropiar la realidad -tanto al nivel
imaginario y simbólico como al nivel práctico y sensual- está ligada a otra tarea más violenta, traumática y duradera, muchas veces invisible e irrepresentable como advierten los sicólogos sociales que es la del disciplinamiento a que se refiere Barrán en su Historia de la sensibilidad, la producción del equipamiento sensual/sexual, la producción de los cuerpos-espacios necesarios, de las amnesias, los miedos , las mutilaciones y las callosidades necesarias, en fin, la producción histórica de los cuerpos humanos. Esto nos habilita a hablar de la producción de sensibilidades y estéticas , y que Rama ha traducido e intentado captar mediante una sucesión de ciudades: la ciudad ordenada, la ciudad letrada, la ciudad modernizada, la polis politizada, la ciudad revolucionada, ... ¿la ciudad post-moderna? ¿la ciudad neoliberal?

Existe por último un tercer nivel de la ciudad como proyecto o plan de un "sueño de (un) orden"
(Rama 11) inexistente, deseado, óptimo, ideal, el cual debe construirse y hacerse realidad, y que a poco de alzados algunos muros, la ciudad se convierte ella misma en promesa: promesa de lo por venir. Esta es la ciudad en el plan, la ciudad prometida, realidad inacabada, siempre a medio construir -...y a poco de comenzar, ¡ya en ruinas! En América Latina siempre resulta tan difícil distinguir entre las ciudades que emergen y las que se van degradando: siempre a medio construir, a medio terminar o a medio desmoronarse -metáfora que organiza la película Rodrigo D: No Future, de Víctor Gaviria, filmada en los "barrios nuevos" de las laderas de Medellín.

Esta tercera dimensión, la ciudad como plan de un "sueño de (un) orden", inaugura una historia que habrá de repetirse hasta nuestros días: la del "sueño [y construcción] de otro orden"(11), negación y superación del anterior, y que al no lograrlo del todo, se agrega -sin renunciar a su deseo hegemónico- a la ciudad latinoamericana: sumatoria de trozos de un sinúmero de proyectos soñados y promesas realizadas a medias, y pronto abandonadas.

Las tres dimensiones de la ciudad -signo/clave, cosa/cauce, deseo/plan- dinamizan y dan forma a la vida cultural, estructuran la sensibilidad, la mentalidad y la labor de los letrados, y en consecuencia, el perfil de las culturas nacionales y regionales.

V. Relación entre la ciudad y la Ciudad Letrada


Cada período del proceso histórico-cultural se corresponde con un tipo de ciudad. A modo de contrapunto, los cambios en la organización espacial de la vida productiva, social y cultural se corresponden a alteraciones y reconfiguraciones de la ciudad letrada, la cual adquiere o pierde papeles y valores en función de cómo se posiciona dentro de cada ciudad: "la ciudad bastión, la ciudad puerto, la ciudad pionera de la frontera, la ciudad sede política y administrativa"
(Rama 24), ... la ciudad-enclave industrial informal, la ciudad-cuartel, la ciudad-gran feria. Puesto que cada ciudad dicta la forma de vida, las formas de relación social y sensual, toda una serie de emociones, sensibilidades, valores, actitudes y modos de comportamiento, da lugar a la formación de una conciencia y una estética urbana particular.

La ciudad letrada está, pues, íntimamente ligada a la vida particular de cada ciudad, estando parcialmente involucrada en su construcción, pero al mismo tiempo, siendo la ciudad letrada misma transformada en tal proceso. Es decir, por un lado, todo modelo cultural se basa en la zonificación y ordenamiento espacial de la actividad sociales. Ello conduce a tener que imaginar, diseñar y producir sus espacios , sus formas, funciones y significados específicos, así como a tener que legislarlos, asignarles propiedad y encargados responsables de su gobierno, funcionamiento e integridad. Esto deriva en la construcción de esferas, circuitos y locales generadores de cultura.

Por otro lado, si bien los letrados participan de esta empresa fundadora, administrativa y modernizadora de la ciudad -y el sistema espacial que esta conecta/vertebra a modo de pivot-, sus efectos están fuera de su control, llegando incluso a alterar y modificar el modelo cultural en su conjunto, y en consecuencia, la propia configuración, composición y papel de la ciudad letrada.

A modo de ejemplo, Rama destaca que parte del proyecto de modernización en el s. XIX consistió en la construcción de "puentes" y locales -caso de la Universidad- cuya función era formar los equipos de poder (81). Más tarde, ante la subversión cultural y política que resultaba de la inmigración, la influencia francesa o los nacionalismos, una respuesta de los intelectuales fue su reagrupamiento y el fortalecimiento de sus lazos con España mediante la construcción de locales, burocracias, circuitos y usinas culturales -tales como las Academias de Lengua-, que los letrados usarían para nuclearse y ejercer su dominio cultural (83).

Como resultado de las transformaciones espaciales ocurridas por el proceso de modernización dirigido desde el Estado, los letrados también debían domesticar, inscribir y significar tales transformaciones en el nivel simbólico. El modo en que se trabajó conceptual y simbólicamente el tema de la naturaleza y de la vida urbana
(Rama 83) -transformadas por las sucesivas olas inmigratorias, las campañas del desierto, los vaciamientos de indios, las guerras civiles, el cultivo moderno- se convirtió en eje y sustento de las propuestas estéticas, literarias e ideológicas del s. XIX. El cambio de la planta física de las ciudades a comienzos del s. XX significó la redistribución de los espacios de trabajo y de residencia, creó un nuevo marco de encuentros y desencuentros, e hizo posible el modelo cultural del s. XX.

Por un lado, hizo posible la industrialización, y la división social a que da lugar. También favoreció el acercamiento y comunicación entre periodistas, escritores, clase política y cuadros obreros (aunque ya de por sí no era raro el arquetipo del intelectual simultáneamente involucrado en la academia, la prensa, el arte y la política), en tanto que "la gente decente" se trasladó [se refugió] en urbanizaciones y colonias alejadas -playas, balnearios, suburbios y prados. Tercero, urbanizó la pobreza rural, introdujo la miseria obrera y la marginación social, e hizo posible el traslado de la explotación de la fábrica a la casa, y el traslado de la represión en la calle a los centros de interrogación y tortura.

En el centro urbano -en la city
(156)- era sin embargo donde se acumulaban las instituciones principales de este modelo cultural: las piezas donde vivían los escritores, las redacciones de los periódicos, las oficinas de gobierno, los estudios jurídicos, los prostíbulos, los escenarios para el paseo, la presentación en público y el encuentro, los Ateneos y cafés, las mueblerías donde se exponían las obras de arte, los locales del Correo, el telégrafo, la Biblioteca, los Archivos, la Universidad, las sedes y asambleas de los partidos, gremios y sindicatos, los teatros y las librerías que canalizaban los productos culturales ["las novedades"] de Europa (155-157) o de América del Norte.

"Ir al centro" se convirtió en una necesidad para quienes vivían en barrios residenciales sin centros propios -molestia para unos, ocasión de entrar en contacto con la sociedad, con la vida política y cultural, con el mundo, para otros. Sin embargo, y si bien esta centralización puede también leerse como resultado de una distribución cultural desigual, en tanto lugar de la acumulación cultural y núcleo del modelo cultural, relativamente visible, cercano, tangible y abierto, la existencia de aquel centro, tal como era y funcionaba, permitía acceder a la vida social, cultural y política de una forma inédita hasta ese momento.

No es casual que aquel modelo cultural coincida con la emergencia y protagonismo social, cultural y político de las clases medias y de las clases trabajadoras -así como de su alianza-, o que favorezca tendencias democratizantes. "En el Río de la Plata, un reducido perímetro entrecruzaba todas las actividades sociales" (155) "favoreciendo las comunicaciones mutuas entre los intelectuales" (154) así como entre ellos y la sociedad civil en general:

Cuando se revisan esos estratégicos puntos sobre el plano, lo que se encuentra es el viejo casco, ese cuadrilátero de [apenas] diez manzanas por lado donde transcurría la vida activa de la ciudad y que era el salón público de la sociabilidad, ese espacio en que, según la mecánica de las novelas de la época, los personajes siempre se encontraban, ¡casualmente! (Rama 157)

Es claro aquí el papel que Rama asigna a la función del ordenamiento espacial en la actividad social, en las relaciones humanas, en la administración de la producción de sentidos y sensibilidades -materia prima conceptual y estética de las representaciones artísticas en sus diversas formas-, y en la implementación y mantención de un modelo cultural en su conjunto.

 

VI. Reconfiguración del campo de producción cultural global


Si bien las proposiciones generales del planteo de Rama en Transculturación... y en La ciudad letrada siguen siendo apropiadas en cuanto a su apoyatura y dirección, necesita ser continuado y actualizado para dar debida cuenta del modelo cultural actual.

Primeramente, porque el trabajo de Rama se detiene en la década de los años setenta. En este sentido, todavía no hemos emprendido una cartografía de la ciudad letrada durante las dictaduras, durante las transiciones; ni tampoco el modo en que el exilio reconfiguró aspectos de la ciudad letrada y del propio proceso de la transculturación, ni el modo en que la cultura se produce y se administra dentro del modelo cultural neoliberal global.

Segundo, porque en esta era de grandes reestructuras geográficas, de poderosísimas corporaciones que dominan la industria cultural global, de la instalación de nuevas redes de comunicación, de simulacros y manipulaciones de la imagen -todo lo cual pretende disimular su forma y materialidad, escapar al relevamiento espacial-, necesitamos visualizar las implicaciones culturales, estéticas y simbólicas de tales transformaciones, especialmente, el nuevo campo de producción cultural resultante -sus polos, instituciones, actores principales, canales, círculos, puentes de contacto.

Como suele ocurrir con casi todas las transformaciones culturales, estéticas, emocionales y sentimentales de las culturas periféricas, estos cambios son resultado de la acción combinada de actores que operan a nivel local, así como por lo que Rama denominó "las pulsiones externas" o "el marco internacional", y que implica un grado de pérdida de participación, comprensión y control del proceso cultural
(eslabones muchos de los cuales se localizan en centros lejanos).

Por eso, dichas transformaciones se perciben como violentas, apresuradas, desparejas, equívocas, sumamente desorientadoras y traumáticas, generando la sensación y la idea de su falta de lógica, de su naturaleza caótica y desarticulada, espontánea, aleatoria, auto-generada, indescifrable, siempre dando la impresión de colapso, de inevitabilidad, o de renovación constantes. Y el panorama cultural de este fin de siglo -su apariencia, sus coordenadas, sus lógicas motoras y articulantes- se presenta pues, también en un primer momento, esquivo -sublime-que cuesta reconocer, y en el que estamos un poco perdidos. No podemos ya discernir su figura, ni comprender sus partes, su orden, su mecánica.

A la hora de explicar la actual producción cultural, de hecho, muchas explicaciones tradicionales no funcionan. Muchos de los mapas e instrumentos que usábamos para situarnos y actuar en aquella realidad social, política o cultural, ya no coinciden con dicha realidad. Muchos signos ya carecen de referentes; hay cosas para las cuales todavía ni siquiera hemos encontrado nombres. No sólo carecemos de una imagen de la realidad sino que tampoco sabemos bien cómo representarla. Esto desorienta y produce ansiedades; nos convertimos en extranjeros de nuestro propio mundo, mirando el mapa de una ciudad que ya no es la que el dibujo pronostica. La situación se agrava en cuanto además sabemos que estos cambios son los que siguen a una derrota, a una imposición. Sobreviene entonces un sentimiento de angustia y de post-modernidad.

Particularmente dramáticos han sido los cambios al nivel de las comunicaciones en la medida que, los letrados, históricamente poseedores del saber y del control de la tecnologías de la comunicación e intermediación
(entre clases, entre naciones, entre mundos), de la representación del mundo, de la asignación de sentidos, de la movilización social, se han visto seriamente desplazados. La televisión por cable, las casas de video, la globalización de las networks de TV, el crecimiento de los imperios de las comunicaciones que comandan el terreno de la televisión, los periódicos, las radioemisoras, el cine, el video (Disney, General Electric, Westinghouse, TCI, News Corporation, Viacom, Time-Warner-Turner, DreamWorks, etc.); el surgimiento de las cadenas de mega-librerías y mega-distribuidoras de video, la tendencia a la monopolización y a la repartición de los mercados entre tales corporaciones, las redes de Internet y la computarización, el tendido de redes de satélites y teléfonos, el uso masivo del avión por parte de los grupos técnicos, administradores y de encargados de las decisiones, hablan de un mundo inédito, de una espacialidad inédita, muy lejana ya a la esfera pública burguesa en sus comienzos, o a la escena urbana dentro de la que operaba la ciudad letrada hasta hace poco.

Este desplazamiento y parcial conversión de la ciudad letrada en la ciudad corporativizada, en la ciudad enchufada a los circuitos de circulación de información global, o en la ciudad tele-espectadora, poco o nada han significado en términos de un progreso social sustancial. El nuevo modelo cultural no ha alterado -sino que ha agudizado- la tendencia a la fragmentación del espacio social y cultural en varias esferas y circuitos aislados entre sí y jerárquicamente ordenados, ni tampoco ha desmantelado los muros que impiden el acceso y manejo de los distintos espacios y tecnologías
(resultado de la lógica de integración y exclusión sobre la que descansa el modo de producción), los cuales siguen cumpliendo tareas de mantención y perfeccionamiento en la administración de la producción, la división social del trabajo, y la asignación desigual de beneficios y excedentes.

Aunque más no haya sido para permitir la modernización del modo de producción, la organización espacial del quehacer cultural cambió. Han cambiado los lugares, locales y nodos de producción e intercambio cultural; han cambiado las zonas, redes y terminales de circulación cultural; han cambiado los agentes culturales, sus papeles, sus circuitos y esferas de actuación. Por último, la experiencia estética de este fin de siglo ha sido transformada.

Estas "transformaciones culturales" fueron resultado de procesos y motivaciones diversas. Algunas, como ya lo ha explicado José J. Brunner en La cultura autoritaria en Chile, fueron el resultado de la fundación del modelo cultural modernizador neoliberal llevado a cabo por las dictaduras militares, y administrado hoy por gobiernos de corte burocrático, tecnocrático o autoritario. Otras son el resultado de la lógica político-económica neoliberal subsiguiente, que realiza una agresiva campaña de privatización de las instituciones culturales públicas, transformándolas en empresas con fines de lucro, accesibles a un círculo más reducido que el público, y que actúa en contra de la ciudad y de la calle en favor de quedarse en casa, y de cambiar la esfera pública por mega-espacios controlados por corporaciones.

O son consecuencia de pulsiones del mercado local o internacional que obligan a los empresarios y comerciantes de cultura a realizar una operación de adaptación para sobrevivir y derrotar a sus competidores, y que actúa en contra del cine y en favor de los videos, en contra del teatro o la poesía en favor del baile, de la radio y de los discos, o en contra del libro y los periódicos en favor de la televisión y los juegos electrónicos. Aun otras transformaciones culturales resultaron de los cambios abruptos en la calidad y forma de vida de la población, de la transformación del perfil económico y cultural de los distintos sectores sociales, de la consolidación de la cultura de masas global y el consumo masivo de nuevas tecnologías, y no menos importante, de violentos procesos de integración, emigración e inmigración, a raíz de lo cual se reactualizan, una vez más -aún si con variantes y en otros lugares- las situaciones de de(s)culturación, aculturación, neoculturación y transculturación.

Cercanas a los planteos de Rama, tanto Beatriz Sarlo en "The Aesthetics of Domination" como Jean Franco en "What is left of the Latin American Intelligentsia?" también reconocen "los dramáticos cambios en la forma de la ciudad" y cómo esto está repercutiendo y transformando "el paisaje ciudadano familiar"-la educación pública, los periódicos, las librerías, los cafés, los cines y teatros del centro, los espacios públicos, las instituciones sociales y políticas tradicionales- en circuitos anacrónicos, rincones marginales, tugurios, "lugares de pesadilla urbana".

Tales cambios espaciales están íntimamente conectados, en el caso de Sarlo, a la dominación por medio de la implantación de una estética televisiva (una manera de situarse y relacionarse con el mundo) funcional a tales fines, y en el caso de Franco, a la desaparición o desplazamiento de la "intelligentsia" tradicional a un segundo o tercer plano (y la consecuente asunción de un nuevo equipo ligado a los nuevos modos de producción y circulación cultural).

VII. Direcciones


El proyecto de actualización de Rama no puede ser en este trabajo más que un planteo, una dirección para la investigación, y una propuesta de enfoque del análisis cultural. Tal proyecto busca rescatar un aspecto clave de la obra de Rama ignorado o dejado de lado -la base espacial de su planteo, "la problemática espacial" que organiza el proceso cultural en sus dos libros aquí tratados.

Persigue así mismo contrapesar la tendencia a reducir el análisis estético/cultural a una reflexión histórica -a lo largo del eje del tiempo-, o a una reflexión en torno a la estructura de poder institucional -vertical- pero que, a causa de lo que Edward Soja llama "la ilusión de la opacidad" y "la ilusión de la transparencia" , no presta atención a la estructura y a la dinámica "horizontal" que articula el proceso histórico, el modelo cultural, el campo de producción cultural, quedando de este modo muchos fenómenos culturales sin poder ser visualizados, o sin poder ser explicados.

A la hora de contrapesar las tendencias mencionadas, cuatro cuestiones necesitarán ser tomadas en cuenta. Primero, la nueva lógica productiva del capitalismo tardío a nivel global, y en el contexto específico de América Latina, la fundación del modelo capitalista neoliberal periférico. Segundo, el reordenamiento espacial a que obliga la puesta en marcha de tal modelo socio-cultural, y dentro de dicho orden espacial, el campo de producción cultural. Tercero, los cambios en la constitución y papel de los equipos letrados principales en el marco de dicho modelo
(es decir, de aquellos productores culturales que hoy ocupan y controlan las zonas claves, los locales centrales, los circuitos principales, las válvulas vitales). Cuarto, sus consecuencias conceptuales, simbólicas, emocionales y sensuales, en otras palabras, la lógica estética del neoliberalismo periférico.

* Publicado originalmente en Angel Rama. Estudios críticos, Mabel Moraña, Editor. (pp. 97-122) (Pittsburgh: Univ. of Pittsburgh-Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana (IILI), Serie «Biblioteca de América» )

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