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ISSN 1688-1672

 



SONRISAS - ARTE COMO EXPRESIÓN DEL CLIENTE -

A los ricos no se les mira los dientes*

Carlos Rehermann

¿No será que cierta seudocrítica ha legitimado tanto la obra de muchos pintores que hemos terminado por creer que se trata de arte, cuando no estamos más que frente a señales de poder, signos de clase?

 

Nadie habrá dejado de observar que la pintura occidental de los últimos cinco siglos no registra sonrisas en los rostros de los ricos. Póngase uno a buscar entre los millones de retratos que legiones de comerciantes, obispos, generales y príncipes han encargado de sí mismos a miles de pintores desde que los hermanos Van Eyck impusieron la pintura al óleo, y se encontrará con una sorprendente unanimidad de expresiones serias.

Dos excepciones notables confirman la regla: un autorretrato temprano de Rembrandt, que lo muestra bebiendo junto a su esposa, exhibiendo una risa que llama la atención por su falta de convicción, y la semisonrisa de la mujer de Giocondo, que le ha valido a la obra de Leonardo una fama que no tiene paralelo con ningún otro bien cultural de la humanidad.

Algunos retratos de personas poderosas muestran expresiones de satisfacción, e incluso, con un esfuerzo
de la voluntad, se podría admitir que hay un a sospecha
de sonrisa; pero nunca, jamás, un personaje importante muestra los dientes.

En cambio, las casas de los ricos estaban llenas de cuadros con gente sonriente: pobres pescadores ofreciendo su mercadería, mendigos harapientos queriendo congraciarse con el observador, jorobados arrinconados en su tugurio, borrachos abrazando alguna mujer en un tabernucho. Todos ellos sonríen o ríen francamente, exhibiendo maltratadas dentaduras marrones o gingivitis enmarcadas por una piel basta y maltratada por la intemperie.

Uno diría que los ricos tenían más motivos para mostrar alegría que los desamparados, los hambrientos y los tullidos, pero al parecer, cuando se mostraban a sí mismos preferían señalar que mantenían sus emociones bajo control, y que cuidaban con celo los objetos de su propiedad, generalmente mostrados en los mismos cuadros que los retrataban.
Los pobres, en cambio, poseedores de nada, dejaban al descubierto sus emociones desencadenadas: intemperancia, lujuria, irresponsabilidad. Todo ello a través de sonrisas sumisas, tímidas, resignadas; o mediante la mostración de carcajadas congeladas por el pincel de los artistas.

Así mirado, el arte del pasado se parece más a un instrumento de los clientes que a una expresión de los artistas. ¿No será que cierta seudocrítica ha legitimado tanto la obra de muchos pintores que hemos terminado por creer que se trata de arte, cuando no estamos más que frente a señales de poder, signos de clase?

Si examinamos la pintura del siglo XX, que se trata a sí misma como alejada de los compromisos con el poder,
y se postula como democratizadora del arte, nos encontramos con la misma seriedad inquietante.
Los retratos de Derain, Picasso, Warhol, Hockney o Mapplethorpe muestran a clientes tan severos como los príncipes de antaño. El tema ha sido despreciado por
algunos a partir de la mala comprensión de los manifiestos
y postulados de los ismos de las vanguardias de este siglo. Pero el microtema "persona rica seria" es tan repetido, abundante y característico de toda la historia de la pintura occidental, que se merece la sospecha de que algo raro se está tramando.

* Publicado originalmente en Insomnia

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