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Pornografía hipertélica:
cuerpo y obscenidad en el arte contemporáneo*

Fabián Giménez Gatto

Posturas y operaciones congeladas gracias al mágico click del objetivo fotográfico. El "momento Kodak" captura un gesto, una pose, una escenificación en el mejor sentido de la palabra. La pose convierte al cuerpo en imagen, la pose pornográfica entonces convertirá al cuerpo de la modelo en un significante, un eslabón en la cadena de significantes de lo pornogramático



Pareciera que en la actualidad la
obscenidad no demarca el espacio del arte convirtiéndose en su límite, su marco o su margen, sino que, en cambio, entra en escena y transforma radicalmente el propio espacio de la representación. La pornografía convertida en arte o el arte convertido en pornografía, este fenómeno transestético parece conducirnos a una suerte de pornografía hipertélica, la pornografía se excede a sí misma, transgrede sus propios límites y entra en el espacio artístico revirtiendo las reglas del juego de la representación. En este sentido, la obscenidad es, más que nada, un régimen de visibilidad exacerbada, de promiscuidad de la mirada, la desaparición de la distancia escénica en la inmediatez de unos cuerpos arrojados a la voracidad escópica. Made in Heaven de Jeff Koons/Cicciolina representa un momento clave en este doble movimiento transestético, en este devenir arte de lo pornográfico, en este devenir pornografía del arte, derivas de la simulación: apropiacionismo en los ochenta, porno-apropiacionismo en los noventa.

La noción de
pornografía hipertélica puede convertirse en un concepto bastante sugerente a la hora de problematizar ciertas formas y prácticas cercanas a la pornografía que emergen al interior del discurso artístico contemporáneo. En estas páginas intentaré rastrear algunas de sus manifestaciones más interesantes, presentes en una serie de obras que prefiguran un nuevo entramado, un nuevo texto pornogramático, tejido ya no únicamente en el universo letrado de la literatura erótica, sino en el universo post-letrado de la fotografía erótica y del body art. Es decir, el pornograma, como fusión del cuerpo y la escritura, puede inscribirse tanto en el espacio narrativo como en el espacio imagístico, sin embargo, las formas más extremas de pornografía hipertélica toman al cuerpo como espacio de inscripción y a la imagen fotográfica como forma de representación o, para ser más exactos, de simulación. Mutación pornogramática: de la pornografía a la pornoimagología, del discurso al cuerpo y del cuerpo a la imagen, o bien, del discurso del cuerpo al cuerpo de la imagen, lo porno-gramático como foto-grafía.

2.


Una de las irrupciones más interesantes de lo
obsceno en la escena puede rastrearse en una instalación de Zoe Leonard, realizada en 1992 en Kasel, en el marco de Documenta IX, en la Neue Galerie. Leonard se encargó de descolgar varios cuadros de las salas de la galería, sustituyéndolos por una serie de fotografías de vaginas que ella había tomado previamente, apropiándose, en cierta medida, de El origen del mundo (Gustave Coubert, 1866), sin embargo, el efecto de realismo fotográfico acercaba estas imágenes más al primer plano anónimo del porno que a los nombres propios de la historia de la pintura. Estas fotografías se enfrentaban a retratos femeninos del siglo XVIII, el sexo de las mujeres, invisibilizado en estas pinturas, o convertido en objeto de la mirada masculina, reaparecía, como contrapunto, en las fotografías de Leonard. En el espacio del museo, la presencia de esta serie de fotografías de vaginas (de seis amigas de Leonard que habían aceptado gustosas participar en el proyecto), metaforizaba la entrada de lo obsceno en el espacio por excelencia del arte, el museo y, en este sentido, le daba al sexo femenino la fuerza de la literalidad pornográfica, "inerte y agresiva", como dirá en una entrevista con Laura Cottingham en 1993.

Tenía previsto un conjunto mucho más complicado de imágenes para Documenta, pero unos seis días antes me fui a Alemania a instalarlas, y decidí que todos esos complejos impulsos se contendrían en una sola imagen: el sexo de una mujer. Esa única imagen sería inerte y agresiva, eso representaría el invisible pero implícito sexo en las mujeres de las pinturas, las artistas inexistentes, y la nunca dirigida sexualidad de las mujeres de las pinturas. (...) Decidí quitar todos los retratos de hombres y paisajes, y sustituirlos por las fotografías. Hay algunas pinturas con hombres, pero son periféricas o ligadas muy específicamente a la interacción con las mujeres. (...) Las mujeres y su sexo. Esto es lo que estaba ausente en las pinturas.(1)


Desde esta literalidad del sexo femenino, es decir, desde esta irrupción fotográfica de la genitalidad femenina en el espacio museístico, nos enfrentamos a un procedimiento donde "las mujeres y su sexo" entran al
espacio de la representación no como objetos manipulables, metaforizables en el discurso artístico falogocéntrico, sino como una suerte de cruda realidad comprobable, una notable mutación en el discurso feminista, convertido, en la instalación de Leonard, en un discurso cuasi-ginecológico, las vaginas fotografiadas por la artista se convierten en un pornograma contundente: "sexo". Pareciera que, más allá de las representaciones de lo femenino a lo largo de la historia del arte occidental, lo que prevalece en el gesto de Zoe Leonard es la facticidad, las vaginas retratadas por Leonard poseen la fuerza de los hechos, parecen servir de evidencia, de prueba de existencia.

Por alguna extraña razón, estas fotografías me recuerdan a las de OVNIS, el monstruo del lago Ness o Pie Grande, intentan comprobar, gracias a la fuerza de la
imagen, la existencia no de "las mujeres", eso, para bien o para mal, lo hacen las pinturas del museo, sino de "su sexo", la imagen fotográfica como evidencia indiscutible de la sexualidad femenina, un devenir real de lo femenino a partir de la emulsión fotográfica. Lo anatómico como efecto especial, la verdad de la mujer "sacada a la luz", foto-grafiada literalmente, este fenómeno de visibilidad se convierte en un espectáculo casi médico, el medical shot evoca esta visibilidad fría, aséptica, al mejor estilo de una visita al ginecólogo (no es rara la conjunción de ciertas formas de pornografía hipertélica con lo que se ha dado en llamar medical art).

Todo esto parecería condenar a las
mujeres a la anatomía como destino (Freud dixit), sin embargo, uno no deja de asombrarse de la ironía que encierra todo este proceso de desocultamiento, este imperativo de máxima visibilidad nos lleva a preguntarnos si lo femenino no aparece sobre los muros del museo, se hace visible rodeado de pinturas del siglo XVIII, únicamente para desaparecer mejor, para convertirse en algo "demasiado real para ser cierto". Quizás arribemos así a una nueva manifestación de lo que Jean Baudrillard llamó la violencia de lo neutro, en esta nueva versión del grado cero de la genitalidad, el cuerpo femenino deja de ser el espacio de lo indeterminado, al contrario, en esta sobredeterminación pornogramática, la mujer se transforma en una vagina, entonces, el gesto pornográfico de Leonard podría no hacer más que repetir "la violencia del sexo neutralizado"(2) a la que nos tiene acostumbrados la pornografía más tradicional, en tanto una forma particular, en la esfera de lo sexual, de producción de lo real.
En este sentido, podríamos decir que Leonard produce lo femenino, desde esta literalidad del sexo femenino, desde esta escenificación de lo obsceno, como aquello que había permanecido fuera de escena, podríamos trazar líneas de continuidad con la
distinción baudrillardiana entre seducción y producción,

Del discurso del trabajo al discurso del sexo, del discurso de la fuerza productiva al discurso de la pulsión se propaga el mismo ultimatum de pro-ducción en el sentido literal del término. En efecto, la acepción original no es la de fabricación, sino la de hacer visible, hacer aparecer y comparecer. El sexo es producido como se presenta un documento, o como se dice de un actor que aparece en escena. Producir es materializar por fuerza lo que es de otro orden, del orden del secreto y de la seducción. Por todas partes y siempre la seducción es lo que se opone a la producción. La seducción retira algo del orden de lo visible, la producción lo erige todo en evidencia, ya sea la de un objeto, una cifra o un concepto.(3)

A partir de esta oposición estructural, podemos leer el gesto de Leonard como una apuesta por la producción y no por la seducción. Hagamos un pequeño experimento patafísico, pensemos en otra posible instalación: en lugar de quitar las pinturas donde aparecen hombres y paisajes, hacer exactamente lo contrario, mantener esas pinturas y quitar todas las pinturas en las que aparecen mujeres, quizás esta instalación imaginaria, que llevaría por título El sexo de las mujeres del siglo XVIII, estaría más cerca de la seducción, entendida como una estrategia que, en lugar de enfrentar la visibilidad a la invisibilidad, profundiza en la propia invisibilidad para hacerla, paradójica e hipertélicamente, visible.

3.


Otra alternativa, desde la
teoría de la simulación, podríamos intentar concebir a la obscenidad como desafío y, por tanto, como seducción. Ciertas configuraciones pornogramáticas, entonces, jugarían el juego de la reversibilidad. El desafío, la provocación, la sexualidad tomada como juego, casi como forma ritual, vacía (carente de sentido, más allá del lema de la máxima visibilidad), podrían convertirse en una nueva modalidad de erotismo, devolviéndole a la pornografía, como espacio de representación de lo sexual, algo de la ilusión que ha ido perdiendo en nuestra "cultura de la eyaculación precoz".

Hablando de desafíos, quizás sea bueno recordar el lanzado por
Georges Bataille a Breton y al surrealismo, en su célebre texto "El espíritu moderno y el juego de las transposiciones" leemos lo siguiente: "Lo que amamos en verdad, lo amamos sobre todo con vergüenza y desafío a cualquier aficionado a la pintura a amar una tela tanto como cualquier fetichista ama un zapato."(4) Quizás la pornografía hipertélica responda a este desafío, conjugando el arte y lo sexual en un mismo espacio de representación post-escénica. "La fruición estética convertida en placer culpable (y viceversa)", podría ser un buen título para un estudio fenomenológico del amante de la pornografía hipertélica, un nuevo personaje, vinculado a la fauna académica, que podría definirse como aquel intelectual que experimenta "desde lo más sublime hasta lo más grotesco" (Les Luthiers dixit) sin demasiados remordimientos ni complejos, gracias a una sensibilidad cercana a lo que podríamos llamar una erótica de la banalidad.

Tony Ward incursionará en el terreno de esta nueva sensibilidad, en esta problematización de lo pornográfico a través de la escenificación pornogramática. Ward revierte el procedimiento pornográfico, sus fotografías son algo así como una espectacularización de lo pornogramático, a pesar de utilizar los tradicionales motivos y planos del porno sus fotografías recuperan la distancia de la escena. Lo pornográfico se mediatiza en tanto representación, es decir, las fotografías de Ward son el resultado de un ejercicio metapornográfico, tomar al pornograma y ponerlo entre comillas, jugar con las citas porno, ponerlas en escena. Preciosismo porno donde se escenifican las figuras y las formas de la retórica pornográfica, en una suerte de teatralidad, de afectación histérica. Un recuento de las
prácticas sexuales más diversas, reflexividad porno, la pose convertida en postura, en posición sexual, una lógica de las conexiones, una cartografía de las zonas erógenas.

En varias de las fotografías de Ward nos enfrentamos a un zoom que, en lugar de clausurar la distancia escénica en la líquida inmediatez del cum shot, opera de manera exactamente opuesta, nos ofrece la posibilidad ya no de ver lo pornográfico sino de leer lo pornogramático,
lectura que necesariamente implica un distanciamiento de la mirada. El cuerpo convertido en imagen, el look pornográfico llevado a su paroxismo, la pose pornográfica representada una y otra vez, en un acting out perfectamente calculado, desplegado en el espacio de la imagen con la belleza de un diagrama, modelización del pornograma en las granuladas imágenes fotográficas recogidas en Orgasm y Orgasm XL.

Posturas y operaciones congeladas gracias al mágico click del objetivo fotográfico. El "momento Kodak" captura un gesto, una pose, una escenificación en el mejor sentido de la palabra. La pose convierte al cuerpo en imagen, la pose pornográfica entonces convertirá al cuerpo de la modelo en un significante, un eslabón en la cadena de significantes de lo pornogramático. La mirada porno-fotográfica de Ward está atravesada por la pasión por el código, sus modelos
(en su mayoría actores y actrices provenientes de la industria del entretenimiento para adultos) conocen perfectamente las coreografías sexuales más extremas, sus porno-performances son la materia prima de Ward, estos cuerpos codificados nos remiten, en un ejercicio metapornográfico, a la retórica del hard core.

Todas estas imágenes nos ofrecen escenificaciones del universo pornogramático, lo interesante aquí es la imposibilidad de enfrentarse a ellas sin dejarse arrastrar por la deriva clasificatoria, en una suerte de studium pornográfico se suceden vertiginosamente las poses más distintivas de algunos de los subgéneros más famosos del porno: girl/girl, bondage & domination, anal, black kiss, catfighting, cunnilingus, dildos, masturbation, blow job, money shot, fist fucking, foot fetish, strap on, pissing, spanking, etc., etc., etc.

El sexo es el mensaje, Ward libera a la sexualidad de cualquier pretensión de sentido, la arroja a la mecánica de una práctica fuertemente codificada, el sexo como significante y ya no como significado, de la profundidad del sentido a la superficie del código, obscenidad blanca, transparencia. Estos cuerpos, en su desnudez, no nos remiten al desnudo como representación sino como interlocución, estos cuerpos nos hablan desde la significancia
(es decir, la literalidad) de una práctica erótica. Replanteamiento de la desnudez más allá de su posición de figuración, Tony Ward logra hacer pasar al desnudo, como quería Roland Barthes, "del Cuadro de los cuerpos al orden de las prácticas eróticas"(5).

4.


Nuevos registros, frente a la inmediatez a la que nos tiene acostumbrados la
pornografía, las pornográficas imágenes electrónicas de Arturo Díaz Belmont o de Thomas Ruff, apropiadas de Internet y modificadas digitalmente, nos obligan a tomar distancia, partiendo de la inmediatez porno, estas imágenes recuperan cierta distancia, da la impresión de que es necesario alejarse para ver, efecto opuesto al medical shot (quizás la imagen del sexo recupere la distancia del desnudo). La distinción es sutil pero crucial, hemos recorrido un largo camino en términos de representación del cuerpo como espacio de deseo, placer y mirada, esta historia, hasta la fecha, puede resumirse, salvajemente (clarkianamente, podríamos decir), en dos momentos sucesivos: del desnudo (nude) al encueramiento (naked).

Tal vez, prácticas artísticas como las que nos proponen Arturo Díaz Belmont y Thomas Ruff prefiguren nuevos espacios de representación del deseo, quizás estos procedimientos reviertan por un momento este proceso de encueramiento
(entendido como aquel momento donde la propia desnudez pierde su sentido, donde ya no hay espacio ni para la transgresión ni para el goce), recuperando cierto erotismo que se inscriba sobre la superficie de lo pornográfico, una nueva orgía para "después de la orgía" donde los cuerpos recuperen ese "espacio ciego" (Barthes dixit), ese espacio de deseo. Ya no recuperar la "profundidad" del desnudo clásico sino operar en los pliegues y repliegues de lo visible, una estética de las superficies que trace sobre la piel desnuda un espacio que permita desplegar otros juegos del deseo, una pornografía "de otro modo" (Foucault dixit).

En este sentido, lo pornográfico se recupera como cita, en una serie de apropiaciones que se alejan de su finalidad inicial
(la visión, más o menos descarnada, de escenas de sexo explícito) para entrar en lo hipertélico, en este exceso de finalidad, que hace que las imágenes pierdan definición y se vuelvan icónicamente incorrectas frente al imperativo de la alta definición, que aquí es sinónimo del carácter explícitamente sexual de lo porno, estas imágenes entran en el espacio del arte, la entrañable dimensión desconocida de lo metonímico y de lo metafórico, el triángulo de las Bermudas de la literalidad sin más.

En una época de desocultamientos, el procedimiento utilizado por ambos
artistas se convierte en una suerte de contrapornografía, en lugar de desvestir los cuerpos, quizás intuyendo la imposibilidad de la desnudez absoluta en el mundo de los signos, Ruff y Díaz Belmont se preocupan por vestirlos en una estética del ocultamiento. De la hipervisibilidad a la infravisibilidad, la mirada recorre y recompone unos cuerpos que se muestran sin demostrarse, sin la pretensión de verdad de lo pornográfico. Pornografía hipertélica, transpornografía, son algunos conceptos que intentan dar cuenta de estos fenómenos de obscenidad y transparencia que prefiguran la desaparición de la escena estética, nos preguntamos si sobre este telón de fondo de la desaparición de la ilusión no se está configurando el escenario de una nueva forma de ilusión transestética. En fin, cuando la obscenidad entra en escena la pornografía ya no es lo que era.

Notas:

(1) Zoe Leonard, entrevista con Laura Cottingham, texto electrónico, disponible en: http://www.enfocarte.com/2.13/entrevista.html

(2) Baudrillard, Jean, De la seducción, Barcelona, Planeta, 1993, p. 32.

(3) Baudrillard, Jean, De la seducción, op. cit., p. 38.

(4) Bataille, Georges, Documentos, Venezuela, Monte Avila, 1969, p. 162.

(5) Barthes, Roland, El susurro del lenguaje, p. 293.

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* Publicado originalmente en Revista Íncipit en marzo de 2004.

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