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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



TRAVESTI - SUPERMUJER - HIPERTELIA

Grotesco (hetero, homotravesti)

Sandino Núñez

no hay una tachadura de la mujer detrás del cuerpo macizo, rellenado (con sus agujeros tapados) y musculado del varón, sino la exhibición paradojal de una femineidad que no es solamente fálica sino sádica y carnívora


Hipertelia, palabra extravagante, tiene su origen contemporáneo y convencional, si esta distraída filología no falla, en la obra del cubano José Lezama Lima. Refiere a todo exceso, a todo aquel organismo que rebasa sus propios límites, a todo aquel artefacto que desborda su propia función, a aquel movimiento que va más allá de su propio objetivo, al proyecto que supera su propia finalidad -dejando así de ser un proyecto y transformándose en un empuje, en una inercia, un empecinamiento. Es, a fin de cuentas, otra palabra para el monstruo.

Hipertelia es uno de los rasgos del barroco. Cuando el travesti (la adolescente) se emperifolla, en un principio para enganchar y gustar, es frecuentemente incapaz de detener esa folie douce de pintarse, de dibujarse, de corregirse, de construirse minuciosamente, de inventarse otro cuerpo. El movimiento ha rebasado su objetivo, pero el resultado (si es que hay uno) también ha rebasado los límites de la tolerabilidad.

Este exceso de precauciones, este empuje, menos perfeccionista que correctivo, como una fascinación suicida, va a resultar fatal. Pues el travesti, finalmente, aunque ése fuera su objetivo, no va a clonar o a replicar a una mujer para suplantarla: su femineidad va a superar, fatalmente, a lo femenino.

Este más-femenino-que-lo-femenino (o, eventualmente, lo más-masculino-que-lo-masculino) es la hipertelia. Eso es lo que delata al travesti. Es lo que hace que aquello que había empezado (presumiblemente) como una tachadura de su sexo, se convierta en su más inquietante exhibición.

Ocultar al varón, borronearlo, dibujar encima de su cuerpo un cuerpo de mujer, hipertrofiar la femineidad hasta volverla perfectamente inverosímil, grotesca, o incluso agresiva, no deja de ser, paradójicamente, una manera de enfatizarlo, un modo de mostrar a ese macho que se somete y se deja.

Pero corregir y perfeccionar el cuerpo también es sacar, del archivo imaginario más crudo, el cuerpo fragmentado, la dispersión original de piezas y partes que luego se unen no sin ostensibles (y siempre frágiles) artificios. Tengo un ojo más chico que el otro, mi nariz se tuerce ligeramente hacia la izquierda, mi cuello es muy corto, mis piernas son demasido largas: me entiendo como una sumatoria conflictiva, frágil y fea, de ojos, pelos, boca, piernas, orejas. Esto es, siguiendo una de las definiciones, un monstruo.

Extraña derivación de la sexualidad. Los monumentos hormonales de la cultura de masas, como la Cicciolina, o Madonna o Marta Sánchez, o Marilyn, o Susana Giménez, o Anita Ekberg, o Ursula Andress, son, en el sentido de una sexualidad hipertélica, travestis.

Todos estos son organismos complejos, mutantes genéticos, imágenes sexuales nomádicas. Pero no necesariamente debe verificarse la deriva de un sexo a otro (heterotravestismo) para que aparezca el barroco sexual. Los casos más simples y más generales son, digamos, los de Raquel Welch, Liz Taylor, Joan Collins, Alejandra Pradón, Farrah Fawcett, Nacha Guevara (y la lista podría hacerse interminable).

Abonitarse y/o rejuvenecerse. Agregarse o quitarse senos, afinarse la nariz, quitarse una costilla para enfatizar la cintura, endurecer las nalgas, almendrarse los ojos. No es posible no tomar al make up (en el sentido de maquillaje pero también de prótesis y de proceso de construcción o fabricación) como medida, sin importar que sea éste quirúrgico, o químico, o gimnástico, o vestimentario, ya que la diferencia entre estos procedimientos es sólo de grados y no de naturaleza: la fabricación de un cuerpo puede eventualmente ser el mantenimiento del cuerpazo infernal que Dios nos dio (conservarlo póstumamente, homenajearlo y cuidarlo más allá de su ciclo biológico: rituales de limpieza y aseo del muerto).

La clave del maquillaje precisamente es solidarizar dos acciones contradictorias: exhibir y esconder. Oscar Wilde observaba que el maquillaje había cambiado dramáticamente de signo en poco tiempo: había dejado de ser aquel recurso que enfatizaba y subrayaba el esprit o la belleza, para convertirse en aquello que oculta, disimula o disminuye la imperfección, la fealdad, la vejez (la misma idea moderna de perfección es esencialmente negativa: tiene menos que ver con ornatos, agregados y suplementos, que con mutilaciones, recortes, pulimientos).

Esto es importante pero no es decisivo. No solamente en el sentido un poco trivial de que exhibir algo es siempre una modalidad oblicua de ocultar otro algo, sino porque los afeites, el maquillaje y los recursos del mimetismo sexual parecen estar destinados a cobrar vida propia

A fin de cuentas, en Liz Taylor o en Alejandra Pradón siempre va a haber un cuerpo de mujer dibujado sobre un cuerpo de mujer, o una cara de mujer (joven) dibujada sobre una cara de mujer (vieja) -son casos de lo que podría llamarse homotravestismo, una metamorfosis sexual donde no se verifica la transexualidad pero que es tan enfática como ésta: ¿importa acaso el sexo original desde el cual parte el travesti? ¿o importan más bien el énfasis, el dibujo, el make up, el proceso de hacerse?

Marta Sánchez, Marilyn. El cuerpo de una supermujer ha sido fabricado debajo de la cara beata y bonita de una niña boba -o al revés, la cara ha sido fabricada sobre un cuerpo. En cualquier caso, un ser asexuado y uno sexuado se unen y se mezclan para componer un monstruo deslumbrante, un barroco hipersexuado, teatral ("Soy una mujer normal").

Madonna. Un cuerpo de hombre se va dibujando lentamente sobre un cuerpo de mujer.

La obtención de la hipersexualidad pasa por una progresiva desfeminización del cuerpo, o mejor, por su progresiva masculinización (desde la italianita rea hasta el tecno-sado de sus últimos tiempos). Es el mismo movimiento hipertélico del travesti clásico (heterotravestismo), la misma inercia, pero con una inversión de su sentido: no hay una tachadura de la mujer detrás del cuerpo macizo, rellenado (con sus agujeros tapados) y musculado del varón, sino la exhibición paradojal de una femineidad que no es solamente fálica sino sádica y carnívora: la mujer que pega, que somete y humilla y penetra, la imposible erección femenina, la imposible erección perpetua (los recursos enfáticos, siempre obvios, característica del barroco: recuerdo los picos, duros y filosos, del corpiño metálico).

La cultura televisiva está llena de organismos interesantes, en ese sentido. Azúcar Moreno: textos eróticos y provocativos cantados, a una sola voz, con una sola enorme boca, por Antonia y Encarnación, las siamesas del placer, la bizarra gitana doble. Sueño realizado no sólo de una súpermujer, sino de una estéreomujer, una sirena especularizada, un doble de cuerpo por gracia de una magia genética, una especie de partenogénesis coreográfica.

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