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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CHAMBÚ - CHAVEZ, GUILLERMO EDMUNDO - GRITO - CUERPO - POESÍA - PASIÓN - BURROUGHS, WILLIAM - DON JUAN - CASTANEDA, CARLOS - NORTE/SUR -


Chambú rasgadura de la esclerosis retínica(1) (I)

Andrés Torres Guerrero

La tristeza por el bien perdido, le hace cuestionar su relación con la tierra, y se da cuenta que él es un hombre solo, con un cerebro académico y "esclarecido" que ha perdido el vínculo afectivo con el suelo, con lo poético. A él le gusta la poesía y también la escribe, pero es Gabriela la que conlleva en su cuerpo esa poesía de los volcanes que quema

 

I. ESTE TRAZO BLANCO EN LA PÁGINA BLANCA ES EL TRAZO DEL GRITO (Jabès, 1990: 210).

Sabemos, que Chambú es una voz indígena caribe que significa
grito, así se lo refiere don Emeterio a Ernesto (... un grito que dentro del contexto de la novela une a dos amantes).

- En qué piensa don Ernesto?
- Me acordaba de la primera visión de los arrieros de mi tierra que ya creía perdidos. Fue cuando se estaba trabajando la carretera de Chambú. Yo vi el dolor de esa gente.
- Allí tuve una calera, don Ernesto. Fue de mi padre. El viejo quería esos peñascales. Lo entusiasmaba la leyenda de los Sindaguas que le dieron su nombre a esas rocas.
- Los Sindaguas? Acaso Chambú no es quechua?
-No. Es caribe. Los sindaguas fueron de esa gente que avanzó por el Orinoco y cruzó el Putumayo. Sin tocar a los Quillacingas se establecieron en las cabeceras de nuestros grandes ríos. De esa tribu fue Telembina quien dio su nombre al río que usted conoce. De esa tribu fue Chambul, un guerrero fabuloso, hijo de uno de los grandes caciques sindaguas. Eran gentes de guerra. Valientes. Feroces. Cuenta la historia de esos tiempos que Chambul atacó con sus hombres la población de Madrigal que los españoles habían fundado en las cabeceras del Telembí. La Villa fue arrasada y todos los españoles murieron. En represalia el cacique fue perseguido en una lucha sin cuartel. Sobre las rocas de que hablamos cercaron a Chambul, quien para no caer prisionero se precipitó por el inmenso abismo. Así dice la leyenda. Chambú es "grito". Es el significado que le daba mi viejo. Tal vez no sea así, pero es bello que así sea. Yo también amaba esas rocas
(201).


Chambú es el espacio que desde los abismos pone en relación a un
hombre y a una mujer, que por encima de todas las voces que habitan sus cuerpos; apuestan a escuchar antes que todo, al cuerpo, y a lo más profundo de él: la piel.

La novela de Guillermo Edmundo Chaves se inscribe en una geografía circundada por una zona anímica y geopsíquica que podemos denominar Sur. Mary Louise Pratt desarrolla una reflexión interesante acerca del Sur, que es a su vez citada por Montserrat Ordóñez en un ensayo sobre La Vorágine:

"
El norte y el sur se han convertido en la cultura occidental en un mapa ideológico, como bien ha señalado Mary Louise Pratt. El norte corresponde a la civilización, el cerebro, el cielo, la conciencia, la humanidad, y el sur a la barbarie, los instintos, el infierno, el inconsciente y la animalidad. Esta polaridad entre norte (Europa y Norteamérica) y sur (Tercer Mundo) se ha plasmado en numerosos ejemplos literarios, entre los cuales Pratt analiza a Gide y Camus"(498)

El Sur, a partir de este texto es un territorio en el que prevalece lo visceral, lo pulsional, y podríamos decir que también lo extrarracional. El Sur, entonces, se abre como un espacio en el que las potencias del cuerpo surgen despertándonos memorias ancestrales y pasiones que antes dormían bajo la vigilancia de la razón. El Sur cuestiona a la racionalidad creada desde un logocentrismo concentrado exclusivamente en el cerebro, y en un cerebro a su vez construido reprimiendo al cuerpo.

En 1953, algunos años después
(no había pasado una década) de los hechos que se cuentan en Chambú, William Burroughs, tiene una experiencia de extrañamiento con la música del Sur, que se la cuenta en una carta (escrita en el Hotel Niza(2) de Pasto, y fechada el 30 de enero), a su amigo Allen Ginsberg:

"
Entré en una cantina y tome aguardiente y puse música de las sierras en la máquina automática. Hay algo arcaico en esa música que resulta extrañamente familiar, muy antiguo y muy triste. Indudablemente no tiene origen español ni tampoco es oriental. Música de los pastores tocada en un instrumento de bambú parecido a una flauta de Pan, preclásico, etrusco, quizá. Una música similar he oído en las montañas de Albania, donde subsisten elementos raciales pre-griegos y lirios. Esa música traía una nostalgia filogenética, ¿de la Atlántica?"(24)

Esa nostalgia de la que nos habla
William Burroughs, por supuesto que la siente Ernesto Santacoloma al regresar a su tierra. Esa nostalgia o sea, la tristeza por el bien perdido, le hace cuestionar su relación con la tierra, y se da cuenta que él es un hombre solo, con un cerebro académico y "esclarecido" que ha perdido el vínculo afectivo con el suelo, con lo poético. A él le gusta la poesía y también la escribe, pero es Gabriela la que conlleva en su cuerpo esa poesía de los volcanes que quema. A su vez Ernesto piensa: "¡Ella es la voz de la tierra... la que yo debiera buscar, aunque fuera fatal!"(107)

Ernesto pareciera que escribe su poesía desde su cerebro, por eso se siente interpelado cuando Gabriela dice que su poesía es aquella que sale del fondo de la tierra y cuya tinta es el magma de los volcanes.

Hay un componente flamígero en la actitud de Gabriela: el fuego que se desprende de ella es un elemento purificador para Ernesto. Sin embargo, en una primera lectura que Ernesto hace de ella, la reapropia a una sensibilidad construida desde unos saberes y unos afectos mediados por un componente euro y logocéntrico. En una salida que ellos hacen a las sierras cercanas a la ciudad, Gabriela se integra a la tierra a partir de su danza, su canto. Ante esta actitud vital, Ernesto le comenta a un amigo bogotano llamado Antonio, lo siguiente:

- Es como una potranca sobre un pastizal ...
- ¡No seas bruto! No dañes el hechizo.
- No ves! Ahora el hechizado eres tú. Yo, en cambio, estoy interpretando a América.
- Pura sensibilidad europea ... ¡América es Gabriela!
(116).

La actitud de Ernesto al interpretar a América, es como la de Hegel, que escribe sobre el nuevo continente sin siquiera untarse de barro los pies. El filósofo narra una América tan estrecha como la mesa de trabajo en que escribía. Las categorías con las que interpreta, están cargadas de contenidos colonizadores. Ernesto intenta realizar una práctica hermenéutica de América, pero anteponiendo una distancia fundada en la Modernidad, fundamentada en la metafísica de Occidente. Es a partir de la oposición: sujeto/objeto, que él practica una lectura colonizadora, que no se involucra con la tierra, sino que se hace a partir de un promontorio lo suficientemente alto como para reapropiar la diferencia hacia lo mismo (hacia lo ya conocido).

No es fortuito que Ernesto se refiera a los indígenas de estas tierras en los siguientes términos:
"
Por lo general tienen los indios un íntimo respeto por el blanco, sobre todo por las autoridades y los grandes señores o hacendados. Fincaban su orgullo en mantener relaciones en la ciudad con personas de alguna distinción, a las cuales nombraban como padrinos para el bautizo de sus hijos (...). Eran así, humildes, obsequiosos. Se contentaban con cualquier cosa. Les gustaba dar, más que recibir; ofrecer más que pedir. Tenían cierta inteligencia y comprensión, aunque sólo en un círculo limitado de ideas, y un sentido rudimentario del arte (...). Había que reconocer que en los últimos tiempos se había ido gestando algún progreso en la mentalidad del indio. Treinta años de enseñanza en las escuelas rurales principiaban a dar su efecto. Había alguna cultura mayor, pero también más engaño"(126-127)

A su vez Hegel anota:
"
América se ha revelado siempre y sigue revelándose impotente en lo físico como en lo espiritual. Los indígenas, desde el desembarco de los europeos, han ido desapareciendo al soplo de la actividad europea (...). Mucho tiempo ha de transcurrir todavía antes de que los europeos enciendan en el alma de los indígenas un sentimiento de propia estimación. Los hemos visto en Europa, andar sin espíritu y casi sin capacidad de educación. La inferioridad de estos individuos se manifiesta en todo, incluso en la estatura (...). Así pues, los americanos viven como niños, que se limitan a existir de todo lo que signifique pensamientos y fines elevados. Las debilidades del carácter americano han sido la causa de que se hayan llevado a América negros, para los trabajos rudos"(55-56-7)

Es Antonio quien le regala una clave para interpretar a América desde adentro, cuando le dice que América es Gabriela. Consciente e inconscientemente la relación que establece Ernesto con la tierra, con América, pasa necesariamente por Gabriela. Justamente esta relación afectiva, lo purifica, le quema aquellas lexias decrépitas con las que intenta entender y observar una tierra que rebasa aquellos análisis realizados desde un escritorio hegeliano. Es otro amigo venido de la capital quien le subraya algo que desde la miopía Ernesto no podía ver:

- Advierte, palpa el gran milagro de tu tierra! - Le decía Francisco -. Tú eres un hombre irremediablemente ciudadano; y mira: en tu ciudad lo que más vale es el espíritu del campo que le da a tu gente esa alegría. Es el alma de lo tuyo.(115)

Inmediatamente el narrador implícito toma una distancia crítica con su personaje, y escribe: Ernesto se había perdido antes en tantas ficciones interpretativas, sin lograr expresar aquello tan sencillo, tan seguro y tan fiel. La alegría de la tierra, el alma de lo suyo... (116).

Gabriela no necesita entender a América porque ella lo es. A diferencia de Ernesto, su relación con la tierra no está mediada por la oposición dialéctica, sino por una relación filial y hospitalaria, es decir, ella se abre con todo el cuerpo para dejarse acariciar por el universo. Ella deviene con el universo entero en su andar, en su ritmo, en su danza. Gabriela es una de esas pocas personas que danzan con la tierra, se celebra y se canta así misma. La actitud de Gabriela es muy próxima a la de un guerrero, entendiendo al guerrero como se lo dice don Juan a Carlos Castaneda:

"
Un guerrero reconoce su dolor pero no se entrega a él (...) Por eso el sentimiento de un guerrero que entra en lo desconocido no es de tristeza; al contrario, está alegre porque se siente humilde ante su gran fortuna, confiado en la impecabilidad de su espíritu (...). La alegría del guerrero le viene de haber aceptado su destino, y de haber calculado de verdad lo que le esperaba (...). La vida de un guerrero no puede en modo alguno ser fría y solitaria y sin sentimientos (...) porque se basa en su afecto, su devoción, su dedicación a su ser amado, ¿y quién podrían ustedes preguntar, es ese ser amado? (...). Solamente si uno ama esta tierra con pasión inflexible puede uno liberarse de la tristeza (...). Un guerrero siempre está alegre porque su amor es inalterable y su ser amado, la tierra, lo abraza y le regala cosas inconcebibles. La tristeza pertenece sólo a esos que odian al mismo ser que les da asilo."

Gabriela le regala a todos aquellos que la acompañan esa noche una danza mientras los hombres cantaban el "Himno del fuego. Gabriela se había transfigurado, como si quisiera en un instante solo expresar el universo"(116). Gabriela está chumada de Sur. Por eso su relación tan íntima con lo telúrico. Ella en sí misma es (una puerta de acceso hacia) el sur. Ernesto al buscar a Gabriela está realizando un itinerario hacia el sur de la poesía. Hacia esos países que cantó Aurelio Arturo.

Creo reconocer que el viaje de Ernesto es de angustia y soledad en tanto él está atravesando el desierto de su existencia. Él, al igual que San Antonio, en la novela de Flaubert, enfrenta la multiplicidad de egos que lo habitan y en medio de la noche y la soledad tiene que discernir y decidir. Ya sabemos por Borges que el mejor laberinto, el más complejo es aquel que no tiene ninguna puerta y las tiene todas, por supuesto que se trata del desierto. Es el desierto (Borges, 1989: 607). Pero, ese camino ya está signado por el sur. El está siendo vivificado por el fuego de Gabriela que lo acompaña en su oscuridad, y a su vez está naciendo de la noche hacia un nuevo día, hacia un nuevo hombre. Ernesto en su camino está construyendo una política hospitalaria consigo mismo en relación con la tierra, con Gabriela, y esta gestación la realiza a partir de su angustia y de su soledad, transformando como un alquimista estos elementos en otros más vitales, más puros en tanto intensidad de vida.

(sigue)

Notas:

(1) El sitio era frío. Pero ahora hacía sed. Cuando se pierde la confianza es mala la soledad; cuando se tiene fiebre es grave acercarse a un abismo. En el espíritu de Ernesto surgían en negra turbulencia todos los detritus de sus horas fatales. Su dolor se cambiaba en protesta; su actitud vital cobraba un turbio vaivén de interrogante. Insensiblemente iba llegando a ese límite fatal en que el hombre principia a dudar de todo, a no creer en nada.
No era sólo dolor ante el fracaso de su esfuerzo, y ante la necesidad de abandonar lo que amaba. Su gesta interior era más honda. Tener o no tener una posición no importa. Tener o no tener un amor tampoco importa. Lo que importa es la fe con que se vive; el ideal sobrenatural para aceptar la vida, para beneficiarla; el ideal humano para confiar en el futuro. Era el conflicto intelectual, no la queja romántica. Era la gran angustia humana que se debate entre el ser y el no ser. El cansancio que da el peso torturante del espíritu; el alma que principia a rodar en la noche del caos. Ya en ese estado, el hombre suma a su propio reclamo el eco universal de toda angustia. Todos los gritos de destrucción. Todo el derrumbe de las filosofías. Odios, guerras, agonías, miseria. Y las manos sin pan; y los corazones sin piedad; y todo el pavor humano en un mundo enloquecido (Chaves, 1985: 243-244).

(2) Ubicado en la calle 19 Nº 23-11.

Bibliografía:

Barth, John (1958). El fin del camino. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
Borges, Jorge Luis (1989). Obras Completas 1923-1972. Buenos Aires: Emecé Editores.
Burroughs, William (1971). Cartas del yagé. Buenos Aires: Ediciones Signos.
Castaneda, Carlos (1980). Relatos de poder. México: F.C.E.
Cortázar, Julio. Rayuela. Bogotá: La oveja negra.
Rosa, Luis Felipe de la (1972). Poemas. Bogotá: Tercer Mundo.
Ende, Michel (1986). La historia Interminable de la A a la Z. Madrid: Ediciones Alfaguara.
Hawthorne, Nathaniel (1989). Cuentos Norteamericanos. La Habana: Editorial Arte y Literatura.
___________________ (1990). El Holocausto del mundo. Bogotá: Editorial Norma.
Hegel, Georg Wilhelm Friederich . "El Nuevo Mundo", IDEAS Nº 1 (junio de 1951): 53 / 62.
Icaza, Jorge. El Chulla Romero y Flores. Bogotá: La Oveja Negra.
Jabés, Edmond (1990). El libro de las preguntas. Madrid: Ediciones Siruela.
Lispector, Clarice (1973). Agua viva. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
Martínez de Pison, Javier. "William S. Burroughs. El corrosivo virus de la escritura, a los 80 años", Magazín Dominical. Nº 614 (19 de febrero de 1995): 7 / 10.
Ordóñez, Montserrat (1987). "La Vorágine: La voz de Arturo Cova" en, Manual de Literatura Colombiana. Tomo 1. Bogotá: Procultura/ Planeta Colombiana Editorial, 431/ 518.pp.
Pabón, Consuelo. "Estética de la crueldad - América cruel", Texto y Contexto. Nº 22, (octubre/diciembre 1993): 74 / 97.

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