I.
ESTE
TRAZO BLANCO EN LA PÁGINA BLANCA ES EL TRAZO DEL GRITO
(Jabès, 1990: 210).
Sabemos, que Chambú es una voz indígena caribe
que significa grito, así se lo refiere don Emeterio a
Ernesto (... un grito que dentro del contexto de la novela
une a dos amantes).
- En qué
piensa don Ernesto?
- Me acordaba de la primera visión de los arrieros de
mi tierra que ya creía perdidos. Fue cuando se estaba
trabajando la carretera de Chambú. Yo vi el dolor de esa
gente.
- Allí tuve una calera, don Ernesto. Fue de mi padre.
El viejo quería esos peñascales. Lo entusiasmaba
la leyenda de los Sindaguas que le dieron su nombre a esas rocas.
- Los Sindaguas? Acaso Chambú no es quechua?
-No. Es caribe. Los sindaguas fueron de esa gente que avanzó
por el Orinoco y cruzó el Putumayo. Sin tocar a los Quillacingas
se establecieron en las cabeceras de nuestros grandes ríos.
De esa tribu fue Telembina quien dio su nombre al río
que usted conoce. De esa tribu fue Chambul, un guerrero fabuloso,
hijo de uno de los grandes caciques sindaguas. Eran gentes de
guerra. Valientes. Feroces. Cuenta la historia de esos tiempos
que Chambul atacó con sus hombres la población
de Madrigal que los españoles habían fundado en
las cabeceras del Telembí. La Villa fue arrasada y todos
los españoles murieron. En represalia el cacique fue perseguido
en una lucha sin cuartel. Sobre las rocas de que hablamos cercaron
a Chambul, quien para no caer prisionero se precipitó
por el inmenso abismo. Así dice la leyenda. Chambú
es "grito". Es el significado que le daba mi viejo.
Tal vez no sea así, pero es bello que así sea.
Yo también amaba esas rocas (201).
Chambú es el espacio que desde los abismos pone
en relación a un hombre y a una mujer, que por encima
de todas las voces que habitan sus cuerpos; apuestan a escuchar antes que todo, al cuerpo,
y a lo más profundo de él: la piel.
La
novela de Guillermo Edmundo Chaves se inscribe en una geografía
circundada por una zona anímica y geopsíquica que
podemos denominar Sur. Mary Louise Pratt desarrolla una
reflexión interesante acerca del Sur, que es a su vez
citada por Montserrat Ordóñez en un ensayo sobre
La Vorágine:
"El
norte y el sur se han convertido en la cultura occidental en un
mapa ideológico, como bien ha señalado Mary Louise
Pratt. El norte corresponde a la civilización, el cerebro,
el cielo, la conciencia, la humanidad, y el sur a la barbarie,
los instintos, el infierno, el inconsciente y la animalidad. Esta
polaridad entre norte (Europa y Norteamérica) y sur (Tercer
Mundo)
se ha plasmado en numerosos ejemplos literarios, entre los cuales
Pratt analiza a Gide y Camus"(498)
El Sur,
a partir de este texto es un territorio
en el que prevalece lo visceral, lo pulsional, y podríamos
decir que también lo extrarracional. El Sur, entonces,
se abre como un espacio en el que las potencias del cuerpo surgen despertándonos
memorias
ancestrales y pasiones que antes dormían bajo la vigilancia
de la razón. El Sur cuestiona
a la racionalidad creada desde un logocentrismo concentrado exclusivamente
en el cerebro, y en un cerebro a su vez construido
reprimiendo al cuerpo.
En 1953, algunos años después (no había pasado una década) de los hechos que
se cuentan en Chambú, William
Burroughs,
tiene una experiencia de extrañamiento con la música del Sur, que se
la cuenta en una carta (escrita
en el Hotel Niza(2) de Pasto, y fechada el 30 de enero), a su amigo Allen
Ginsberg:
"Entré
en una cantina y tome aguardiente y puse música de las
sierras en la máquina automática. Hay algo arcaico
en esa música que resulta extrañamente familiar,
muy antiguo y muy triste. Indudablemente no tiene origen español
ni tampoco es oriental. Música de los pastores tocada en
un instrumento de bambú parecido a una flauta de Pan, preclásico,
etrusco, quizá. Una música similar he oído
en las montañas de Albania, donde subsisten elementos raciales
pre-griegos y lirios. Esa música traía una nostalgia
filogenética, ¿de la Atlántica?"(24)
Esa nostalgia de la que nos habla William Burroughs, por supuesto que
la siente Ernesto Santacoloma al regresar a su tierra. Esa nostalgia
o sea, la tristeza por el bien perdido, le hace cuestionar su
relación con la tierra, y se da cuenta que él es
un hombre solo, con un cerebro académico y "esclarecido"
que ha perdido el vínculo afectivo con el suelo, con lo
poético.
A él le gusta la poesía y también
la escribe, pero es Gabriela
la que conlleva en su cuerpo esa poesía de los volcanes
que quema. A su vez Ernesto piensa: "¡Ella es la
voz de la tierra... la que yo debiera buscar, aunque fuera fatal!"(107)
Ernesto
pareciera que escribe su poesía desde su cerebro,
por eso se siente interpelado cuando Gabriela dice que su poesía es aquella que
sale del fondo de la tierra y cuya tinta es el magma de los volcanes.
Hay un
componente flamígero en la actitud de Gabriela: el fuego
que se desprende de ella es un elemento purificador para Ernesto.
Sin embargo, en una primera lectura que Ernesto hace de ella, la reapropia
a una sensibilidad construida desde unos saberes y unos afectos
mediados por un componente euro y logocéntrico. En una
salida que ellos hacen a las sierras cercanas a la ciudad, Gabriela se integra
a la tierra a partir de su danza, su canto. Ante esta actitud
vital, Ernesto le comenta a un amigo bogotano llamado Antonio,
lo siguiente:
- Es como
una potranca sobre un pastizal ...
- ¡No seas bruto! No dañes el hechizo.
- No ves! Ahora el hechizado eres tú. Yo, en cambio, estoy
interpretando a América.
- Pura sensibilidad europea ... ¡América es Gabriela!
(116).
La actitud
de Ernesto al interpretar a América, es como la de
Hegel, que escribe sobre el nuevo continente sin siquiera untarse
de barro los pies. El filósofo narra una América
tan estrecha como la mesa de trabajo en que escribía. Las
categorías con las que interpreta, están cargadas
de contenidos colonizadores. Ernesto intenta realizar una práctica
hermenéutica de América, pero anteponiendo una
distancia fundada en la Modernidad, fundamentada en la metafísica
de Occidente. Es a partir de la oposición: sujeto/objeto, que él
practica una lectura colonizadora, que no se involucra con la
tierra, sino que se hace a partir de un promontorio lo suficientemente
alto como para reapropiar la diferencia hacia lo mismo
(hacia lo
ya conocido).
No
es fortuito que Ernesto se refiera a los indígenas de
estas tierras en los siguientes términos:
"Por
lo general tienen los indios un íntimo respeto por el blanco, sobre
todo por las autoridades y los grandes señores o hacendados.
Fincaban su orgullo en mantener relaciones en la ciudad con personas
de alguna distinción, a las cuales nombraban como padrinos
para el bautizo de sus hijos (...). Eran así, humildes,
obsequiosos. Se contentaban con cualquier cosa. Les gustaba dar,
más que recibir; ofrecer más que pedir. Tenían
cierta inteligencia y comprensión, aunque sólo en
un círculo limitado de ideas, y un sentido rudimentario
del arte (...). Había que reconocer que en los últimos
tiempos se había ido gestando algún progreso en
la mentalidad del indio. Treinta años de enseñanza
en las escuelas rurales principiaban a dar su efecto. Había
alguna cultura mayor, pero también más engaño"(126-127)
A su
vez Hegel anota:
"América se ha revelado siempre y
sigue revelándose impotente en lo físico como en
lo espiritual. Los indígenas, desde el desembarco de los
europeos, han ido desapareciendo al soplo de la actividad europea
(...). Mucho tiempo ha de transcurrir todavía antes de
que los europeos enciendan en el alma de los indígenas
un sentimiento de propia estimación. Los hemos visto en
Europa, andar sin espíritu y casi sin capacidad de educación. La inferioridad de estos
individuos se manifiesta en todo, incluso en la estatura (...).
Así pues, los americanos viven como niños, que se limitan a existir
de todo lo que signifique pensamientos y fines elevados. Las debilidades
del carácter americano han sido la causa de que se hayan
llevado a América negros, para los trabajos rudos"(55-56-7)
Es
Antonio quien le regala una clave para interpretar a América
desde adentro, cuando le dice que América es Gabriela.
Consciente e inconscientemente la relación que establece
Ernesto con la tierra, con América, pasa necesariamente
por Gabriela. Justamente esta relación afectiva, lo purifica,
le quema aquellas lexias decrépitas con las que intenta
entender y observar una tierra que rebasa aquellos análisis
realizados desde un escritorio hegeliano. Es otro amigo venido
de la capital quien le subraya algo que desde la miopía
Ernesto no podía ver:
- Advierte, palpa
el gran milagro de tu tierra! - Le decía Francisco -. Tú
eres un hombre irremediablemente ciudadano; y mira: en tu ciudad lo que más vale es
el espíritu del campo que le da a tu
gente esa alegría. Es el alma de lo tuyo.(115)
Inmediatamente
el narrador implícito toma una distancia crítica
con su personaje, y escribe: Ernesto se había perdido
antes en tantas ficciones interpretativas, sin lograr expresar
aquello tan sencillo, tan seguro y tan fiel. La alegría
de la tierra, el alma de lo suyo... (116).
Gabriela no necesita entender a América porque ella lo
es. A diferencia de Ernesto, su relación con la tierra
no está mediada por la oposición dialéctica,
sino por una relación filial y hospitalaria, es decir,
ella se abre con todo el cuerpo para dejarse acariciar por el
universo. Ella deviene con el universo entero en su andar, en
su ritmo, en su danza. Gabriela es una de esas pocas personas
que danzan con la tierra, se celebra y se canta así misma.
La actitud de Gabriela es muy próxima a la de un guerrero,
entendiendo al guerrero como se lo dice don Juan a Carlos Castaneda:
"Un
guerrero reconoce su dolor pero no se entrega a él (...)
Por eso el sentimiento de un guerrero que entra en lo desconocido
no es de tristeza; al contrario, está alegre porque se
siente humilde ante su gran fortuna, confiado en la impecabilidad
de su espíritu (...). La alegría del guerrero le
viene de haber aceptado su destino, y de haber calculado de verdad
lo que le esperaba (...). La vida de un guerrero no puede en
modo alguno ser fría y solitaria y sin sentimientos (...)
porque se basa en su afecto, su devoción, su dedicación
a su ser amado, ¿y quién podrían ustedes
preguntar, es ese ser amado? (...). Solamente si uno ama esta
tierra con pasión inflexible puede uno liberarse de la
tristeza (...). Un guerrero siempre está alegre porque
su amor es inalterable y su ser amado, la tierra, lo abraza y
le regala cosas inconcebibles. La tristeza pertenece sólo
a esos que odian al mismo ser que les da asilo."
Gabriela
le regala a todos aquellos que la acompañan esa noche una
danza mientras los hombres cantaban el "Himno del fuego.
Gabriela se había transfigurado, como si quisiera en un
instante solo expresar el universo"(116). Gabriela está
chumada de Sur. Por eso su relación tan íntima con
lo telúrico. Ella en sí misma es (una puerta de acceso hacia)
el sur. Ernesto al buscar a Gabriela está realizando un
itinerario hacia el sur de la poesía. Hacia esos países que cantó
Aurelio Arturo.
Creo reconocer
que el viaje de Ernesto es de angustia y soledad en tanto él
está atravesando el desierto de su existencia. Él,
al igual que San Antonio, en la novela de Flaubert, enfrenta la
multiplicidad de egos que lo habitan y en medio
de la noche y la soledad tiene que discernir y decidir. Ya sabemos
por Borges que el mejor laberinto, el más complejo es
aquel que no tiene ninguna puerta y las tiene todas, por supuesto
que se trata del desierto. Es el desierto (Borges, 1989: 607). Pero, ese camino ya está
signado por el sur. El está siendo vivificado por el fuego
de Gabriela que lo acompaña en su oscuridad, y a su vez
está naciendo de la noche hacia un nuevo día, hacia
un nuevo hombre. Ernesto en su camino está construyendo
una política hospitalaria consigo mismo en relación
con la tierra, con Gabriela, y esta gestación la realiza
a partir de su angustia y de su soledad, transformando como un
alquimista estos elementos en otros más vitales, más
puros en tanto intensidad de vida.
Notas:
(1) El sitio
era frío. Pero ahora hacía sed. Cuando se pierde
la confianza es mala la soledad; cuando se tiene fiebre es grave
acercarse a un abismo. En el espíritu de Ernesto surgían
en negra turbulencia todos los detritus de sus horas fatales.
Su dolor se cambiaba en protesta; su actitud vital cobraba un
turbio vaivén de interrogante. Insensiblemente iba llegando
a ese límite fatal en que el hombre principia a dudar
de todo, a no creer en nada.
No era sólo dolor ante el fracaso de su esfuerzo, y ante
la necesidad de abandonar lo que amaba. Su gesta interior era
más honda. Tener o no tener una posición no importa.
Tener o no tener un amor tampoco importa. Lo que importa es la
fe con que se vive; el ideal sobrenatural para aceptar la vida,
para beneficiarla; el ideal humano para confiar en el futuro.
Era el conflicto intelectual, no la queja romántica. Era
la gran angustia humana que se debate entre el ser y el no ser.
El cansancio que da el peso torturante del espíritu; el
alma que principia a rodar en la noche del caos. Ya en ese estado,
el hombre suma a su propio reclamo el eco universal de toda angustia.
Todos los gritos de destrucción. Todo el derrumbe de las
filosofías. Odios, guerras, agonías, miseria. Y
las manos sin pan; y los corazones sin piedad; y todo el pavor
humano en un mundo enloquecido (Chaves, 1985: 243-244).
(2) Ubicado en la calle 19 Nº 23-11.
Bibliografía:
Barth, John (1958).
El fin del camino. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
Borges, Jorge Luis (1989). Obras Completas 1923-1972. Buenos
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Cortázar, Julio. Rayuela. Bogotá: La oveja negra.
Rosa, Luis Felipe de la (1972). Poemas. Bogotá: Tercer
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Hawthorne, Nathaniel (1989). Cuentos Norteamericanos. La Habana:
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___________________ (1990). El Holocausto del mundo. Bogotá:
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Hegel, Georg Wilhelm Friederich . "El Nuevo Mundo",
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Icaza, Jorge. El Chulla Romero y Flores. Bogotá: La Oveja
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Jabés, Edmond (1990). El libro de las preguntas. Madrid:
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Tomo 1. Bogotá: Procultura/ Planeta Colombiana Editorial,
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Pabón, Consuelo. "Estética de la crueldad
- América cruel", Texto y Contexto. Nº 22, (octubre/diciembre
1993): 74 / 97.
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