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URUGUAY - MONTEVIDEO - MOVIDA CULTURAL DE LOS OCHENTA EN URUGUAY -

La movida de los 80: la ruptura cultural en Uruguay (I)

Gustavo Verdesio, Gabriel Peveroni, Eduardo Roland
"La restauración democrática tenía una ética obsoleta, la cultura
volvía a ser la del sesenta. Cualquier cosa diferente era considerada foránea, era loca, era adicta, era inmoral. El contenido de las manifestaciones culturales de estos jóvenes, sin embargo, era profundamente nacional"


La movida uruguaya de mediados de los ochenta, que consistió en una
eclosión de manifestaciones culturales inéditas para el medio (que
comprendieron un renovado movimiento rockero,
graffiteros, lumpen,
poetas, performing artists, revistas subterráneas), ha recibido escasa
atención hasta el momento. Aparte de los libros de Zibecchi y
Abril
Trigo
, la cultura uruguaya sigue su camino sin que se recuerde,
siquiera por un momento, el fundamental aporte, la inesperada ruptura
que produjeron aquellos jóvenes que en los ochenta eran
veinteañeros.

Esta es la transcripción de una conversación que mantuvieron Gabriel
Peveroni
, Eduardo Roland y Gustavo Verdesio en el mes de julio de 1997
con algunos de los protagonistas de aquella movida, con la intención
de incorporarla a un dossier para la revista Posdata. Ese dossier
nunca se llego a publicar. Hoy, tres años después, la www hace
posible que los
lectores tengan acceso a ella.

Los contertulios eran Pepi Gonçalvez (autora, en aquel entonces, del
famoso graffiti "el polizonte"), Lalo Barrubia (seudónimo de la poeta
Rosario González),
Ruben Tani (observador de la movida, asiduo invitado a las mesas redondas que la discutían, performer de aquellos eventos) y Rafael Bayce (sociólogo observador de la movida y participante e impulsor de la movida anti-razzias).

H: Empecemos con el significado que ustedes le dan a la movida de los ochenta.

RT: Para un adulto, por aquella época, era difícil darse cuenta qué cosa eran las revistas esas hechas por gente joven, porque no tenían antecedentes. Cuando yo era joven, la gente militaba políticamente, los intereses de la gente eran más ideológicos que estético-culturales. Era raro encontrar revistas específicamente dedicadas a temas culturales sin connotaciones ideológico-políticas.

Me acuerdo de que vinieron una vez a
Facultad de Humanidades a preguntarme qué me parecía la revista Cable a tierra. Incluso me publicaron un poema. Pero no tenía sentido que yo les criticara la revista desde una perspectiva estética, gráfica, etc., porque para alguien de mi generación era difícil no ya criticar la estética, sino ubicar eso en tanto que objeto cultural, como objeto concreto, material.

También me acuerdo de los chicos de GAS subterráneo
(Fernán Cisnero, Gerardo Michelín), que usaban pantalones cortos, iban al liceo. Me acuerdo de que un día Gerardo me preguntó: ¿eso que leíste era un poema concreto, no? [referencia a una famosa lectura de poesia de Tani en Cabaret Voltaire, lugar de reunión para artistas y performers creado por Guillermo Baltar] Yo le dije que no, que era basura [titulo del poema leído en Cabaret Voltaire]. Por aquellos tiempos había un vacío, un espacio tan grande entre la gerontocracia (el cementerio de elefantes), la universidad con sus mastodontes, y los pibes. Había un desfase tan grande que parece que el espacio se daba solo...

RB: Yo viví la situación de forma muy distinta a la de Tani; yo estaba volviendo al país. Allí me encontré con un Uruguay que no tenía nada que ver con el que había dejado. Un Uruguay que por un lado había tratado de refugiarse en una teoría de la orientalidad, por parte del gobierno de facto, que fue sustituida rápidamente por una cantidad de gente que quería volver al pasado, que estaba maquillando el pasado, disfrazándolo de paraíso. Era un país que no existía, formado por autistas, marranos y ajustados. Es decir, la gente que se ajustó a lo propuesto por el gobierno de facto, los marranos, que eran los que se oponían al sistema y protestaban internamente y los autistas, que llevaban una vida timorata. Y de repente, a mediados de los ochenta
aparece un tipo de gente que me hizo pensar: "aquí hay una cosa distinta."

Era una situación que se podía ver de la manera siguiente: como un tapón, como un corcho que de repente saltaba. Son los que yo llamo los neodionisíacos, en el sentido de que liberaron las pulsiones sin ningún control apolíneo. No eran ni nativistas, ni retrospectivistas ni revivalistas. Estaban queriendo emerger sin antecedentes, sin raíces fuertes y sin hacerle caso a las narrativas heroicas y épicas. Me pareció que esran muy injustamente criticados de imitadores.

La
restauración democrática tenia una ética obsoleta, la cultura volvía a ser la del sesenta. Cualquier cosa diferente era considerada foránea, era loca, era adicta, era inmoral. El contenido de las manifestaciones culturales de estos jóvenes, sin embargo, era profundamente nacional. No se miraban en los espejos de otras culturas en los contenidos: nadie estaba imitando a nadie. Me interesó la cosa, me empecé a arrimar a los grupos de rock, a la feria de Villa Biarritz, etc.

Y me pareció que todo eso era una ruptura importante. Se empezaron a ver looks diferentes, se empezaron a ver
punks, empezaron a aparecer los colores rasta por
Montevideo...

H: Empezaron a aparecer los colores, punto.

RB: El negro absoluto, por ejemplo, era una novedad.

H: Esto de los colores es un asunto importante, porque por aquellos tiempos, la gente de las revistas subte y de los grupos de rock llamaba "marrones" a la gente más o menos burocrática y a los militantes de la izquierda.

PG: Yo a la gente de GAS casi no la veía: les entregaba mis dibujos y nada más. Yo creo que el punto es que no éramos militantes y que estábamos sin ningún movimiento político del tipo "afiliate y bailá". Me acuerdo de que una de las cosas que más me indignaban eran las pintadas políticas que me borraban los graffiti. La cosa era diferenciarse de aquello y poner el acento en otro lado. Algunos éramos hijos de militantes, habíamos visto militantes fracasar alrededor y teníamos como un raye no militante.

H: Rafael, vos decís en tu libro que las narrativas disponibles en aquel momento no interpelaban a los jóvenes porque todas habían fracasado.

RB: La lucha armada fue un fracaso, el socialismo real un fracaso, el modelo tradicional un fracaso: no había ningún modelo atractivo. Intuitivamente no había nada que atrajera. Sobre todo porque no había tampoco ninguna estética atractiva y eso era lo que mas pesaba.

PG: Los peinados...

H: Los raros peinados nuevos.

PG: Los peinados eran como puntas así... ¿por ahí como que simbolizaban cosas, no? Tenían que ver también con la diferencia con esos otros que podían ser militantes. No me quiero ensañar mucho con los militantes, pero es que yo estaba obsesionada... porque sabía que no quería ser como ellos.

H: A veces, para un militante de izquierda, un peinado era una agresión más grave que una frase de contenido reaccionario.

RB: Era algo así como: "hemos reconquistado el país, y éstos no entienden que reconquistamos el país para ellos. No entienden nada."

Esa gente estaba entre dos fuegos, entre los militares que decían "la puta, nos salió el tiro por la culata: les intervinimos el sistema educativo, intervinimos todo, metimos a la gente en los cuarteles... ¿y éstos? Está bien que los otros que volvieron nos rompan los esquemas, ¿pero éstos? mirá como nos salieron: con los pelos parados, con una caravanita." Y los restauradores se admiraban de que los jóvenes quisieran un país distinto al que les habían reconquistado. Entonces nadie los defendía.

H: Porque les fallaron a todos los proyectos de país que existían. Eso lo marca también Abril Trigo en su último libro-- ¿Cultura uruguaya o culturas linyeras? (Para una cartografia de la neomodernidad posuruguaya), Montevideo, Vintén Editor, 1997. Y es interesante que esos jóvenes también se sintieran distantes de los académicos (RB y RT
fueron dos de ellos
) que los escrutaban en tanto que objeto de
estudio. Vos, Lalo, decís algo de eso en un viejo texto sin firmar
(La cuadratura de la mesa redonda), pero sabemos que fuiste vos.

LB: Yo creo que se vivía con menos angustia de lo que parecía. Yo creo que, a pesar de nuestras quejas, nuestro mensaje, de alguna manera, llegaba. La sensación, más bien, era como de encierro.

RT: En mi época era peor, porque si no militabas eras un autista. Con ustedes apareció lo que no había antes, porque lo que había antes era un vacío gris. Yo fui el primer docente que llevó walkman a la facultad y una camisa hawaiana y me tuve que aguantar que todo el
mundo me dijera algo, sistemáticamente.

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