Buenas noches tengan
todos en este seminario,
soy una persona de buen gusto literario.
Hoy disertaré sobre un libro en especial
que leí cuando era chico y me hicieron recitar.
Ustedes pensarán que soy un resentido,
pero tenían que verme como un indio malvestido,
con lentes de contacto celestes y con plumas
y gritando abua buahh.
Tabaré sufrió de Edipo y tuvo un problemita,
amó a una española que era igual que su mamita.
Aparte era tarado pues la mina lo trillaba,
se le tiraba arriba y Tabaré se le escapaba.
Fue el precursor del racismo nacional,
con los de su misma raza estaba todo mal.
Tabaré, ye ye yehh,
el indio trolo ataca otra vez.
Tabaré, ye ye yehh,
si vos sos indio, yo soy Gardel.
Tabaré, that's right.
"Tabaré,
that's right", de Roberto Musso, Cuarteto de Nos, Canciones
del corazón (1991)
Obertura
En verdad, este texto debería titularse: "el capítulo
que se le perdió a mi libro sobre el caudillo",
aunque podría admitir muchos títulos más,
tales como "si la patria se hizo a caballo, ¿qué
hace la televisión?", o "dime con qué
caudillo andas y te diré quién eres", u
otros muchos que a ustedes les gusten. En verdad, en un principio
había pensado revisar las hipótesis centrales que
elaboro en Caudillo, estado, nación, un libro ya
clásico sobre la materia aunque de existencia un tanto
borgiana, ya que no se encuentra
ni en librerías ni en bibliotecas, ni en la cartera de
la dama ni en el bolsillo del caballero, a tal punto que alguien
me ha llegado a preguntar si verdaderamente fue escrito alguna
vez.
Bueno, quizás para probar que sí fue escrito, mi
propósito inicial era retomar las hipótesis centrales
de entonces y proyectarlas - continuarlas, desarrollarlas, ampliarlas
- en torno a la figura de Tabaré Vázquez, el líder
del Encuentro Progresista, dado que Tabaré corrobora y
lleva a un punto tal de culminación, en un modo que supera
todas las expectativas que pudiera haber tenido al momento de
escribir el libro, mis principales hipótesis de aquel
momento. Decía entonces:
Primero:
"Desde la fundación del estado moderno y su correspondiente
legitimación ideológica, todos los discursos -
tanto los confirmatorios como los subversivos del statu quo -
han debido apelar, como último arbitrio, a algún
imaginema. No empece su andamiaje racional, cada discurso se
ata a la imagen (presente o ausente, convocada o negada) de algún
caudillo." [255]
Dos: esto se debe a que el estado uruguayo se organiza -manu militari-
sobre la derrota militar de los caudillos y la eliminación
o el exterminio de su base social gaucha y rural (antes
se había procedido a la aniquilación del charrúa): el documento de
barbarie detrás del
documento de civilización, de que hablaba
Benjamin, el crimen fundacional sobre el que se instituye la Ley
del Estado.
Tres: "En la afirmación del Estado
uruguayo
sobre los despojos del caudillo y sus huestes comienza nuestra
búsqueda del mismo. Al principio, como legitimante ideológico
de ese Estado, que requería basar, confirmar su existencia
en el substrato fermental e inaprensible de una nación" [256]. Luego, como un recurrente retorno
de lo reprimido.
Cuatro: Artigas (y por detrás, siempre
empujando, don Frutos, Lavalleja, Oribe); luego Saravia,
y los inventores del caudillo moderno, Herrera y el viejo Batlle;
finalmente, y sin considerar una lista importante de caudillitos
de club y ley de lemas, los nunca bien cuajados imaginemas de
Raúl Sendic y Liber Seregni.
Y culminaba: "Por lo mismo que todo discurso cuyo fin
sea el fortalecimiento del Estado debe apelar, en un sentido u
otro, al pathos nacional, todo intento por subvertir el
statu quo ha de montarse sobre sus propios imaginemas,
pues no hay manera de minar la fortaleza del Estado, sino a través
del pathos nacional. En cada encrucijada de la historia el país
se cuestiona, y al hacerlo, florece un nuevo imaginema
Esta
lucha constante entre el pathos nacional y el logos estatal,
entre el ansia de la nación y el ordenamiento del Estado,
es el eje de nuestra historia. Todos los discursos, aun cuando
despliegan una estrategia estatal, son coartadas del deseo amarradas a un
único núcleo imaginario compartido. Ese elemento
de anclaje a la nación es el imaginema caudillo, nuestro
ethos,
nuestro pathos, nuestro logos, lo único que puede
definir nuestra nación, si hay algo que definirla pueda"
[259].
Entrada: Un afiche provocador
Allá por octubre del '98 vi un afiche del POR, Partido
Obrero Revolucionario, trotskista que, sobre una foto de Tabaré
Vázquez en mangas de camisa, enfocado en ángulo
ascendente, fálico micrófono en mano izquierda,
mano derecha levantada hacia adelante ¿dando la palabra
a un interlocutor, señalando el camino, apuntando al futuro?,
lucía unas leyendas que decían:
"A Tabaré lo caracteriza
su olfato social
"
"
en eso se siente interpretado por la gente, y ésta a su
vez en él
"
"
un compañero que siente que puede acceder al gobierno
mas no al poder [¿por qué lucha, entonces?], que
hará un programa de gobierno para construir las bases
de un programa de poder
"
"
¿cuántos
pueblos quisieran haber podido lograr construir un Tabaré
Vázquez
?" Firma: Joel Horacio.
Lo interesante
no es el tratamiento de Tabaré como caudillo, sino que
este afiche, proveniente de un sector minoritario de la izquierda
ilustrada, de un marxismo fuertemente moderno, digamos, asuma
en forma tan explícita y transparente la tradición
del imaginario nacional. Cosa fácil, hasta cierto punto,
puesto que, como ha dicho Fernando Andacht, Tabaré es "un
afiche viviente". ["Signos electorales mudos y no excluídos"]. Este afiche construye una nueva versión
del imaginema del caudillo. Lo nuevo y lo viejo, lo revolucionario
y lo tradicional aparecen confusamente mezclados, como ese miedo casi visceral al
poder, que no obstante se desea. En lo que sigue intentaré
trazar algunas líneas de reflexión posibles.
Postulado 1: Tabaré ha partido las aguas de la política
uruguaya.
Tabaré,
por sí solo, ha definido posiciones, ha definido campos
ideológicos y ha determinado resultados electorales, como
cuando el referendum de reforma constitucional. Como dice Daniel
Esquibel, en un libro por demás superficial, "Tabaré
Vázquez marca la cancha y establece las reglas del juego",
no sólo estableciendo los temas a discutir, sino monopolizando
la atención pública, metastasiando el discurso de
los políticos adversarios y convirtiéndose en un
"caballo
de Troya"
[62], procedimiento
que resulta imperdonable.
En
tal sentido, se podría hablar del "fenómeno
Tabaré", que tanto fascina a los científicos
sociales (politólogos,
sociólogos, semiólogos) como a partidarios y adversarios,
dentro del Frente Amplio y fuera del Frente. Su popularidad entre
sectores sociales populares y entre grupos políticos populistas
explica la animosidad que despierta entre los sectores lúcidos,
ilustrados, racionalistas, modernos y/o modernizadores dentro
y fuera del Frente.
¿Qué
otro político uruguayo cuenta con un sitio especial en
Internet, donde se
traza su "carrera meteórica" y se incluye abundancia
de citas, construido no por sus simpatizantes, sino por sus enemigos?
Este sitio de Comentario Nacional es un claro intento de desconstrucción
del Tabaré-caudillo que, como ocurre muchas veces en estos
casos, puede contribuir aún más a la legitimación
del imaginema. De ahí la insistencia de Comentario Nacional
en el carácter demagógico del discurso y accionar
de Vázquez, en su facilidad para hacer promesas, muchas
veces exorbitantes y muchas veces de subido tono rosa (que lo convierten en
un político tradicional, por otra parte, y superlativo,
como aquel "Vamos a hacer un Montevideo feliz"), en los incidentes
de corrupción durante su administración de la Intendencia.
Pero otros
aspectos irritan sobremanera a sus opositores, como su "permanente
intención de trazar un paralelismo entre su persona y Artigas", no ya mediante
referencias históricas y literarias, sino mediante la intencional
y medida incorporación a su propio discurso de constantes
alusiones a la memoria artiguista. Ejemplos: "Comienzan
los tiempos en que los más necesitados serán los
más privilegiados", declaró al ganar la
Intendencia de Montevideo (26-11-89).
Otro:
"Si el precio que tenemos que pagar (por no reprimir
el ambulantismo) es que se nos acuse de no cumplir con la Constitución
estamos dispuestos a pagarlo. Y si alguna vez Artigas se fue
con su pueblo en un éxodo, y el tener que adoptar una
actitud de este tipo nos obliga a irnos, nos vamos"
(3-1-91).
Pero sobre todo les molesta su popularidad, que lo emparienta
a ambiguas estrellas de la televisión porteña,
como Tinelli, Gasalla y Susana Giménez, ya que hasta las
dirigentas de la Asociación de Meretrices del Uruguay,
a la salida de una reunión con él, declararon que
"se mostró amoroso" (14-5-92).
¿Dónde reside la popularidad de Tabaré?
¿Cómo explicarla? Quizás el intento más
interesante lo constituya el pésimo Esquibel, Tabaré
Vázquez: seductor de multitudes, quien elabora un
sinuoso ataque político amparado en su supuesto enfoque
científico. El autor nos ofrece un perfil psicológico
de un Tabaré impredecible, errático y misterioso.
Su variabilidad e impredecibilidad, que en lenguaje político
se traduciría como demagogia y oportunismo, para Esquibel
constituye uno de sus mayores ganchos de psicología de
masas: el misterio, que Vázquez mismo explota hábilmente,
en la construcción de la persona Tabaré, que desde
el nombre mismos (significa
"el que vive solo, lejos o retirado del pueblo", aludiendo
a soledad e individualismo, como las del gaucho) evoca la literatura nacional, la oratoria
escolar, los deber de la escuela, el café con leche al
lado de las hojas "Tabaré", la resistencia charrúa,
el exterminio charrúa, la garra charrúa, la memoria de
un pueblo indivualista, altivo, resistente, "deslumbrado
por su pasado y con una gran resistencia al cambio" [74].
Tabaré, según Esquibel, es un constructo mediático,
sobre todo televisivo, debido a su talentoso uso del cuerpo, de la gestualidad,
de su fotogenia, de su inteligente
uso de la mirada y de un lenguaje coloquial, cotidiano, doméstico
para crear un espacio íntimo de comunicación
entre un yo y un tú, entre vecinos, a diferencia del político
uruguayo tradicional, que se sigue amparando (aunque ahora no tanto) en un nosotros impersonal, envolvente,
falaz.
En esta capacidad de establecer una comunicación personalizada,
de crear una brecha íntima a través de un medio
frío como la televisión, de maximizar el empleo
del tiempo televisivo, estaría el éxito de Vázquez,
éxito que desvela a todos sus adversarios y fascina a
sus seguidores. Ambos, adversarios y fans, responderían
a un mismo común denominador: la seducción, pues
como dice Esquibel, "Esto es lo que hace Vázquez
con multitudes. Ilusiona, atrae, cautiva, sujeta con su atractivo,
ejerce una influencia irresistible y persuade potentemente" [27]. Habría que agregar
que también seduce, con más fuerza quizás,
porque atormenta, a sus rivales. Cito de Comentario Nacional:
Acosado por la investigación
administrativa en el MSP [Ministerio de Salud Pública] por supuesto tráfico
de influencias, y por la revelación de sus negocios con
la dictadura, TV organizó el 26-02-96 un acto en Plaza
Lafone para defender su "conducta" ante el "tribunal
del pueblo". En un discurso de apenas 24 minutos, utilizó
26 veces las palabras "pueblo" y "popular".
El evento contó con murgas, parodistas y TV subió
al escenario con los sones de la "Oda a la Alegría"
de Beethoven, recibiendo ramos de flores y una cantidad de papeletas
con firmas de apoyo, entregados por una niña, una joven y una mujer paciente
suya con quien se abrazó prolongadamente.
El acto fue organizado por miembros de la Sociedad de Caza y
Pesca "El Gacelo Renovado" y por dirigentes del Club
Social y Deportivo "El Arbolito". Durante su discurso,
TV recurrió también a expresiones de tono espiritual
y religioso, comentando que es atacado con "odio" pero
su "respuesta" es el "amor por el prójimo".
Parafraseó al Papa Juan XXIII y, al cerrar el acto, a
María Elena Walsh: "Cuántas veces me mataron,
cuántas. Cuántas veces me morí, cuántas
veces. ¡Sin embargo estoy aquí, resucitando!",
expresó.
Postulado
2: Tabaré ha catalizado las fuerzas y las energías
de cambio y conservación, no tanto en torno a un programa,
cuanto en torno a una imagen, la de caudillo.
Resulta
claro que Tabaré, caudillo, es un fenómeno popular
y populista. ¿Qué lo hace caudillo? ¿Qué
tipo de caudillo? ¿Qué similitudes y diferencias
guarda con la larga tradición de caudillos que registra
la historia uruguaya? Las respuestas
no están, a mi entender, en establecer qué es un
caudillo, como si se tratara de una categoría discreta,
universal, atemporal; tampoco en recurrir a interpretaciones psico-sociales
y teorías del carisma. Una anécdota quizá
nos permita aprehender el fenómeno un su doble dimensión,
como la irrupción de un dato duro de lo real, y como constructo
simbólico de la realidad.
Un acto en la ciudad de Treinta y Tres el 7 de octubre de 1999.
Bajo una lluvia pertinaz, Vázquez saluda a sus partidarios,
que lo abrazan, lo acosan, lo tocan. De pronto, se escucha una
voz vieja, cascada: "quisiera decir cuatro palabras".
Escuchamos a Vázquez decir "que diga cuatro, que
diga más", "y aparece una cara inolvidable
como el tiempo, que parece ir queriendo volver al origen, se
adentra en el cuerpo [
] todo el hombre parece una señal
inequívoca de alguna batalla perdida contra el tiempo
inexorable". Le quedan los ojos y la férrea determinación
Se diría que Benito Villanueva, que así se llama,
vivió sus 94 años para subir a ese estrado y confundirse
en un abrazo increíble con Tabaré. "Respeto
a los partidos tradicionales", dice con la mano en alto,
como arengando, "pero no a los corruptos del momento.
En el 68, acompañando a aquel glorioso Luis Alberto de
Herrera, en una tarde como esta, estaba lloviendo y sus compatriotas
le arrimaban los paraguas y Herrera les contestó: 'No,
compatriotas, no llueve, estas son las lágrimas del batllismo'.
En este momento
en esta tarde en que parece llover no llueve,
sino que son las lágrimas de los corruptos blancos y colorados"
[Andacht,
"Cuerpos del delito y cuerpos conmovidos: la campaña
más indicial del siglo"].
Lo que estoy narrando es un acontecimiento real, captado en cámara
de video y luego utilizado como anuncio televisivo del Frente
Amplio-Encuentro Progresista. ¿Para un estudio del género
testimonial, verdad? El anuncio publicitario tiene poco que agregar,
recortar, o editar a este trozo de lo real que emerge y se apodera
de la construcción simbólica de la realidad. ¿O
es a la inversa? ¿De dónde sale este don Benito
Villanueva y sus 94 años, agolpando un siglo de memorias
en treinta segundos televisivos? ¿Cómo empalma
la memoria viva de don Benito con la memoria de aquel malogrado
caudillo, Luis Alberto de Herrera, blanco domesticador de blancos
y abuelo de Luis Alberto Lacalle?
Don Benito Villanueva y su irrupción desde el fondo de
lo real en la textura simbólica de la realidad tiene que
ver con la persistencia del imaginema caudillo en la memoria
cultural, que Tabaré, constructo imaginario de Vázquez,
no podría convocar con la contundencia que lo hace don
Benito y su momento de epifanía. ¿Pero esa persistencia
del imaginema en la memoria cultural no nos habla también
de una cristalización de las estructuras imaginarias partidistas?
¿No nos habla de una cristalización, inmadurez
quizás, de la sociedad civil? ¿Qué significado
tiene que el primer dirigente de la izquierda uruguaya con capacidad
de convocatoria a nivel nacional sea un dirigente con conciencia
y talento de caudillo? ¿Qué significado tiene que
la izquierda uruguaya sea capaz de convertirse en la primer fuerza
política nacional únicamente al disponer de un
caudillo?
Postulado 3: Tabaré realiza y culmina la uruguayización
de la izquierda uruguaya.
La
nacionalización de la izquierda uruguaya se produce en
varias etapas. Sin remontarnos a tiempos más distantes,
la fundación del Frente Amplio significó un paso
importante, no tanto en el plano organizativo, sino en el ideológico:
hacia 1971 se concreta un contraimaginario de izquierda en base
a la aceptación y la asimilación del imaginema
de Artigas. El Frente Amplio reinscribe a Artigas y lo proyecta
en términos de un contraimaginario nacional, democrático
y socialista.
La creación de este contraimaginario coincidió
con la crisis de la hegemonía política blanqui-colorada,
y la conjunción de ambos factores -crisis de hegemonía
política y disputa del imaginario nacional- provocó
la intervención neofascista que, entre otras cosas, buscó
restablecer, mediante una brutal dominación, la hegemonía
perdida. Seregni, que quería arroparse con el aura de
Artigas, y que contaba con todos los atributos para hacerlo,
no cuajó como caudillo, vaya a saber por qué.
A partir del 85 comienza una nueva etapa en la cual el Frente
Amplio no es capaz de hegemonizar, pero se convierte en el árbitro
de la situación. Pronto, Tabaré se pintará
solo: el ascenso de Tabaré coincide con la inversión
de la vieja hegemonía política, hasta la final
ruptura del bipartidismo tradicional. Hoy presenciamos un nuevo
tipo de bipartidismo, en el cual el FA-Encuentro Progresista
es uno de los polos.
La construcción del caudillo Tabaré coincide con
la final desaparición de los últimos caudillos
blanqui-colorados (Ferreira
Aldunate, y antes Michelini). Coincide también con la fractura
de los modos modernos de hacer política y la influencia
incontestada de lo mediático. Tabaré es, en tal
sentido, un caudillo mediático, y materializa, hasta cierto
punto, los atributos de la posmodernidad más cuestionados
desde la izquierda misma.
Lo curioso, además, es que este caudillo mediático
de izquierda es posible únicamente cuando la izquierda
es abatida por esos mismos atributos de la posmodernidad: la
crisis de los macrorrelatos, la debacle del socialismo real,
la hegemonía negativa del pragmatismo y el cinismo neoliberal,
la primacía de las imágenes sobre el contenidismo
discursivo, etc. Tabaré representa, en tal sentido, un
paso adelante y dos pasos atrás de la izquierda uruguaya:
un paso adelante, al adoptar las estrategias discursivas posmodernas
y aggiornar su programa político-social; dos pasos atrás,
al buscar entroncar con la memoria cultural uruguaya, caudillo
mediante.
En épocas de globalización, de profundas crisis
de lo nacional, cuando no abiertamente posnacional, Tabaré
realiza la más profunda nacionalización de la izquierda
uruguaya, no a través del programa del FA-EP, sino en tanto
reactualización del imaginema del caudillo. Y esto es posible
porque los partidos tradicionales dejaron de serlo (ahora
son simplemente partidos conservadores, o de derecha ilustrada
en el mejor de los casos), y carecen de caudillos, pero también
porque lo nuevo, el cambio, es homologado con el neoliberalismo,
abrazado indistintamente, aunque con variados matices, por blancos
y colorados.
Cuando el cambio modernizador es simplistamente identificado
con el neoliberalismo, conservar se vuelve progresista. Y a diferencia
del neoliberalismo, que propugna cambios para que todo siga como
está, el FA-EP, Tabaré mediante, ofrece la posibilidad
de cambiar permaneciendo. Este es el sentido último de
la consigna de la campaña electoral: "Cambiemos a
la uruguaya. Tabaré presidente".
Postulado 4: Tabaré representa el deseo de cambios y la
resistencia al cambio, o la índole batllista de la memoria
cultural.
¿Hay
algo más uruguayo que esta ambivalencia? ¿Qué
significa un cambio a la uruguaya?¿Cómo cambian
los uruguayos? Tabaré mismo lo dice: "con nuestros
propios ritmos, con nuestra sensibilidad y con nuestra historia?"
[en Andacht,
"El bipartidismo ha muerto; ¡viva el bipartidismo!"]. (Dice un
liberal como Carlos Pareja: "¿qué otra
cosa es el famoso 'cambio a la uruguaya' a no ser la renuncia
suicida a cotejarse y medirse en circuitos exigentes, sin cautiverios,
complacencias ni complicidades?" [30]. La pregunta no va a nada ontológico,
por cierto, sino a las trazas históricas de la sociedad
y la cultura uruguayas, que aun cuando en el plano de las ideologías
flirtée con los cambios, en un plano profundo, a nivel
de la memoria cultural, es fundamentalmente renuente a los cambios.
Durante décadas, desde fines del siglo pasado, en rigor,
o desde los 1920, cuando la izquierda uruguaya se va formalizando
en partidos y corrientes (socialistas,
comunistas, anarquistas), la izquierda ha estado proponiendo
el cambio siempre, siempre infructuosamente. Quienes más
radicalmente promovieron cambios fueron los Tupamaros, y quizá
porque representaron la más oriental, más que uruguaya,
de todas las opciones de izquierda. Los Tupamaros arrancaron
por el lado de Aparicio y terminaron con Batlle. Hoy, son batllistas
radicales. Algo similar ocurrió con el resto de la izquierda,
según distintos derroteros.
La misma campaña de Tabaré comenzó con aquella
declaración de "Queremos cambios profundos, cambios
radicales, que hagan temblar hasta las raíces de los árboles",
cuando el 25 aniversario del FA, el 23-3-96, que dio tanto que
hablar, para terminar este anuncio durante la campaña
de balotage:
El Uruguay es un país lleno de
posibilidades, con la mayor proporción de tierra fértil
por habitante del mundo, una sólida vocación industrial
basada sobre todo en nuestra gente, con cientos de kilómetros
de hermosas costas, una naturaleza exuberante e incontaminada
y muy bellas ciudades. Y además los uruguayos defendemos
nuestra identidad cultural y artística y tenemos una hermosa
tradición de educación democrática. Aquí
se han integrado con tolerancia razas, pueblos y culturas. La
libertad ha sido siempre nuestra unión y nuestra bandera.
Por ello tenemos un profundo amor por nuestra historia y una gran
esperanza en nuestro futuro. Somos un pequeño gran país.
¿Qué les parece si lo gobernamos bien? [en
Andacht, "Los signos reales dan la cara"]
Una égloga,
con pastores, pastoras, flautas de pan y en el fondo, la epifanía
de un buen asado con cuero
Todo el imaginario nacional en
clave de rosa: la bandera, las
playas,
las túnicas escolares y la sombra del sobretodo de Batlle:
somos un pequeño gran país (recuerda al Batlle que inventó el
Uruguay moderno diciendo que "Seremos una pequeña
republiquita, pero tendremos leyecitas adelantaditas").
En tiempos de desasosiego posnacional, sigue más vigente
que nunca el imaginario de la República Modelo, república
modelo a la que sólo le faltaría un buen gobierno.
Es sintomática, en tal sentido, la expectativa generada
por los gestos populistas de Jorge Batlle, interpretados como
sedimento de una tradición política liberal que
podría, a lo mejor, superseder su ideología económica
neoliberal, y que estaría aflorando en la emocionada invocación
con que cierra su discurso de asunción de mando:
Para finalizar,
señores, permítaseme una referencia personal: al
igual que todos los uruguayos llegamos a estas tierras en búsqueda
de libertad, trabajo, familia y destino. Vinimos desde las costas
catalanas, del pequeño puerto de Sitges, este año
hace 200 años. Durante todo este tiempo, hemos tratado
de servir a la Patria. En los campos de batalla, en la revolución
del Quebracho, en el gobierno de la República, en el destierro,
en la vida política, en el periodismo, siempre hemos luchado
por la libertad y por la justicia social. Ese ha sido, por generaciones,
nuestro estilo de vida. Hoy lo comprometo ante ustedes.
Cuando el
Partido Colorado, el batllismo y el último Batlle dejan
de ser batllistas (abrazando
el neoliberalismo y flirteando con el espiritualismo), la izquierda uruguaya
-primero con Seregni, finalmente, con Tabaré y Danilo Astori-
se nacionaliza asumiendo su batllismo visceral. "Se trataría
ya no de la vieja revolución de la izquierda, fase aparentemente
superada, sino de una renovación, de una transformación
de la sociedad por otra vía que la de las armas, por la
de los signos" [Andacht, "Signos electorales
mudos y no excluídos"]. La izquierda uruguaya finalmente
es opción de gobierno: seria y responsable, moderada y
gradualista, reformista y conservadora. Como dice Tabaré:
"En el cambio a la uruguaya hay espacio para todos",
así como el Pepe Batlle sostenía que todos los que
llegaran a estas costas serían uruguayos.
Coda
En
tanto la emergencia de Tabaré hace posible, o agudiza,
o dramatiza la ruptura de la hegemonía política
blanqui-colorada, paralelamente al canto del cisne del último
Batlle (don
Pepe inauguró el siglo para inventar un país; Jorgito
cierra ese ciclo en una despedida que es la suya propia), la irresistible
ascensión de Tabaré representa la confirmación,
la legitimación y la profundización de la hegemonía
cultural del imaginema del caudillo. Si el FA-EP desbarata la
hegemonía política blanqui-colorada y el viejo
modelo bipartidista, es gracias a su adscripción y reforzamiento
de la hegemonía de la memoria cultural y al reemplazo
del viejo modelo bipartidista por uno nuevo, entre un partido
conservador y un partido de centro-izquierda. Tabaré y
la remozada izquierda uruguaya rescatan, uruguayizándose,
el imaginario en crisis.
Bibliografía
Andacht, Fernando.
"Signos electorales mudos y no excluídos" (10.09.99,
www.espectador.com/text/sem09171.htm)
---. "Cuerpos del delito y cuerpos conmovidos: la campaña
más indicial del siglo". (15.10.99, www.espectador.com/text/sem09171.htm)
---. "Los signos reales dan la cara". (22.10.99, www.espectador.com/text/sem09171.htm)
---. "El bipartidismo ha muerto; ¡viva el bipartidismo!"
(5.11.99, www.espectador.com/text/sem09171.htm)
Jorge Batlle. Discurso ante la Asamblea General Legislativa,
1.3.00. Ultimas Noticias, 2/3/00, 6]
Comentario Nacional. www.comentarionacional.org/tabare_vazquez/cro.htm
Pareja, Carlos. "Los desenlaces de las instancias electorales.
Todos perdemos" Cuadernos de Marcha 157 (Diciembre 1999):
27-36.
Esquibel, Daniel. Tabaré Vázquez. Seductor de multitudes.
Montevideo: Editorial Fin de Siglo, 1997.
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