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ISSN 1688-1672

 



OLOR -

Mente inodora*

Carlos Rehermann
El olfato es un sentido relegado al territorio de la higiene. El arte existe para ser visto y para ser oído, pero el gusto, el olfato y el tacto, sentidos más apegados al cuerpo, se mantienen en la lista de los placeres y los pecados

Nadie habrá dejado de observar que los uruguayos se bañan más a menudo que los franceses. Al menos, es frecuente escuchar tal afirmación en reuniones donde alguno quiere demostrar que es viajado. Así, se produce el fenómeno curioso por el cual la admiración más absoluta por lo europeo, asociada a una pobre percepción de sí mismo, encuentra la compensación de saberse mejor, por lo menos en cuanto a la costumbre de ducharse.

El comentario viene sazonado con historias acerca del olor a sudor que se percibe en el metro
(viste, yo viajé en le metro de París) o incluso en la Opera (sí, claro, ví a Pavarotti en la Opera de París, la de Ott, por supuesto, uruguayo, sí, no). Luego se dice que en invierno el olor es menos acuciante que en verano (qué pensás, que fui una sola vez, a París). Después, los que saben explican que Francia es famosa por sus perfumes debido a la necesidad imperiosa de enmascarar el horrible olor que cunde en todo el territorio.

Uno no puede ponerse de pie y decir no, no estoy de acuerdo: ni hay tanto olor, ni es tan desagradable, porque ipso facto cae en la categoría de mugriento insensible, trasmisor de hanta virus y otros horrores. Cabe especular acerca de esta manía criolla por la inodorez. Lo interesante es que no hay una palabra para este concepto. Así como la insipidez es la calidad de insípido, la inodorez, o algo parecido, debería ser la cualidad de inodoro, salvo porque ningún diccionario propone esta ni otra palabra. Hay que hacer notar, también, que la palabra olor tiene una cierta connotación negativa. Hay incluso personas que evitan su uso, aún cuando se refieren a malos olores: "Che, qué aroma tan desagradable", dicen, y se sienten finos y aristocráticos.

Algunos son capaces, empero, de aceptar los olores corporales como rasgos de las personas, y se ha dado el caso de quien encuentra atractivo y hasta irresistible el olor que otros creen repugnante. Sin ir más lejos, millones de europeos así lo experimentan, y no es el caso aducir que han perdido la capacidad olfativa. Seguramente el creador de perfumes, ese viejito sentado delante de su mesa atiborrada de miles de frasquitos, tiene un olor a sobaco que dejaría pálidos a los sensibles uruguayos carne de excursión, setenta y cuatro ciudades en doce días inolvidables.

El olfato es un sentido relegado al territorio de la higiene. El arte existe para ser visto y para ser oído, pero el gusto, el olfato y el tacto, sentidos más apegados al cuerpo, se mantienen en la lista de los placeres y los pecados. El manejo del olor se restringe casi exclusivamente a los perfumes para el cuerpo y a la creación de ambientes religiosos, mediante sahumerios e inciensos. Con el arte contemporáneo, las instalaciones y los happenings han incorporado el olor a su materia prima, e incluso el teatro en el que el espectador y el actor se mezclan, a partir de ciertas experiencias de disolución del espacio escénico, permite la percepción de los olores de una manera consciente. Sin embargo, todavía no tenemos un arte odoral, así como no hay un arte háptico, y el arte culinario está lejos de ser equivalente a otras disciplinas, visuales o auditivas.

En esta época en la que el pobre tipo que no ha visto ni un ángel y no percibe el aura es un paria desordenado y sin esperanzas, es típico que no se haga caso de un campo con tantas posibilidades afectivas como el del olor. Al parecer, preferimos una máscara en forma de barra super active sport fresh que perdura durante toda la jornada de éxito laboral.


* Publicado originalmente en Insomnia
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