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OLOR -
Mente
inodora*
Carlos
Rehermann |
El olfato es un sentido relegado al territorio
de la higiene. El arte existe para ser visto y para ser oído,
pero el gusto, el olfato y el tacto, sentidos más apegados
al cuerpo, se mantienen en la lista de los placeres y los pecados |
Nadie habrá dejado de observar que los uruguayos se bañan
más a menudo que los franceses. Al menos, es frecuente
escuchar tal afirmación en reuniones donde alguno quiere
demostrar que es viajado. Así, se produce el fenómeno
curioso por el cual la admiración más absoluta
por lo europeo, asociada a una pobre percepción de sí
mismo, encuentra la compensación de saberse mejor, por
lo menos en cuanto a la costumbre de ducharse.
El comentario viene sazonado con historias acerca del olor a
sudor que se percibe en el metro (viste,
yo viajé en le metro de París) o incluso en la Opera (sí,
claro, ví a Pavarotti en la Opera de París, la
de Ott, por supuesto, uruguayo, sí, no). Luego se dice que en invierno el olor
es menos acuciante que en verano (qué
pensás, que fui una sola vez, a París). Después, los que saben
explican que Francia es famosa por sus perfumes debido a la necesidad
imperiosa de enmascarar el horrible olor que cunde en todo el
territorio.
Uno no puede ponerse de pie y decir no, no estoy de acuerdo:
ni hay tanto olor, ni es tan desagradable, porque ipso facto
cae en la categoría de mugriento insensible, trasmisor
de hanta virus y otros horrores. Cabe especular acerca de esta
manía criolla por la inodorez. Lo interesante es
que no hay una palabra para este concepto. Así como la
insipidez es la calidad de insípido, la inodorez, o algo
parecido, debería ser la cualidad de inodoro, salvo porque
ningún diccionario propone esta ni otra palabra. Hay que
hacer notar, también, que la palabra olor tiene una cierta
connotación negativa. Hay incluso personas que evitan
su uso, aún cuando se refieren a malos olores: "Che,
qué aroma tan desagradable", dicen, y se sienten
finos y aristocráticos.
Algunos son capaces, empero, de aceptar los olores corporales
como rasgos de las personas, y se ha dado el caso de quien encuentra
atractivo y hasta irresistible el olor que otros creen repugnante.
Sin ir más lejos, millones de europeos así lo experimentan,
y no es el caso aducir que han perdido la capacidad olfativa.
Seguramente el creador de perfumes, ese viejito sentado delante
de su mesa atiborrada de miles de frasquitos, tiene un olor a
sobaco que dejaría pálidos a los sensibles uruguayos
carne de excursión, setenta y cuatro ciudades en doce
días inolvidables.
El olfato es un sentido relegado al territorio de la higiene. El
arte existe para ser visto y para
ser oído, pero el gusto, el olfato y el tacto, sentidos más
apegados al cuerpo, se
mantienen en la lista de los placeres y los pecados. El manejo del
olor se restringe casi exclusivamente a los perfumes para el cuerpo
y a la creación de ambientes religiosos, mediante sahumerios
e inciensos. Con el arte contemporáneo, las instalaciones
y los happenings han incorporado el olor a su materia prima, e incluso
el teatro en el que el espectador
y el actor se mezclan, a partir de ciertas experiencias de disolución
del espacio escénico, permite la percepción de los
olores de una manera consciente. Sin embargo, todavía no
tenemos un arte odoral, así como no hay un arte háptico,
y el arte culinario está lejos de ser equivalente a otras
disciplinas, visuales o auditivas.
En esta época en la que el pobre tipo que no ha visto
ni un ángel y no percibe el aura es un paria desordenado
y sin esperanzas, es típico que no se haga caso de un
campo con tantas posibilidades afectivas como el del olor. Al
parecer, preferimos una máscara en forma de barra super
active sport fresh que perdura durante toda la jornada de
éxito laboral.
* Publicado
originalmente en Insomnia |
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