Partamos de una constatación: desde hace unos meses, hay
un nuevo malestar instalado en estas comarcas. Un clima recesivo,
una desconformidad profunda. Las conversaciones empiezan a ser
negras de nuevo, la gente no sale, muchos se fueron o empiezan
a hacer planes para irse. Una vez más, como otras veces.
Algunos lo atribuyen a 'la recesión'. Otros, a la pequeña
escala poblacional de Uruguay,
que hace que las cosas nunca maduren con la suficiente amplitud.
Otros, a alguna maldición intrínseca que pesaría
sobre 'el país', formulada siempre de modos distintos,
pero siempre como variantes de un 'pecado original' -'traición
a Artigas', 'falta de conciencia americana', 'estatismo paralizante',
'inmovilismo de la derecha', 'falta de capacidad de propuesta
de la izquierda', etc.- que nos habría condicionado desde
hace más de un siglo y pico.
Semejantes 'explicaciones' -todas más o menos mágicas-
tienen en común algo: ponen la solución de las
cuestiones más allá de las posibilidades individuales
de quien las emplea. ¿Y si ese fuese, ese sí, un
rasgo bien propio del 'ser nacional'? ¡Ay! Seguramente,
si lo fuese, no estaría lejos de ser el peor.
Cabe preguntarse si esa apelación al sujeto 'el país'
en todas estas frases, no es una trampa terrible, pues comienza
por suponer lo que dudosamente existe, para luego darse cuenta
de que ese sujeto no habilita predicación coherente alguna,
esto es, predicación que se refiera a algo. Si se dice
"El país está en crisis", o "El
país tiene un problema estructural", se están
proyectando frases sin mayor referencia sobre un telón
de fondo que las recibe como son: inútiles. Sea la pantalla
de un programa televisivo, o una mesa de café. El individuo
no habla de nada que le ataña directamente, de nada, por
tanto, a lo que pueda referirse con cierta propiedad.
Cabe preguntarse si no será esa manía de 'pensar
en términos de país' lo que hace a vivir en Uruguay algo tan romo, una vez que se
termina la ilusión de solución que sugiere toda
charla. Ni siquiera los países serios se refieren a sí
mismos con tanto empaque...
Cabe preguntarse, también, si no será que la obsesión
por crear un país de la nada no ha hecho a los habitantes
de este rincón poner la carreta delante de los bueyes.
Es decir, la gente vive, y entonces el país se irá
haciendo, como al descuido, como algo inocente. Un país
es algo que lleva mucho tiempo. Se podrá concebir por
voluntad, pero eso no lo deja hecho. Entre esa voluntad y la
solidez que permite a millones de seres humanos usar el calificativo
de compatriotas, median misterios de largo alcance.
Tal vez estemos exigiéndole al Uruguay que sea lo que
sólo fue de modo efímero, entre 1885 y 1950, digamos.
Tal vez creamos que porque fue durante ese tiempo algo, un 'proyecto',
eso automáticamente lo habilita a serlo ahora. Pero tal
vez no sea así. Los países pueden morir, y pueden
tener que renacer. Incluso, pueden no poder hacerlo. Entonces,
desaparecen. No será la primera vez. Hay que contar hasta
con esa hipótesis.
Pero al detener la conciencia en esa utopía
nunca realizada de ser realmente 'un país' -o más
aún, 'una nación'- se apoltrona cada vez más
la gente de este rincón en esa maniática costumbre
de pensar en generalidades, de país hiperracional y laico.
Olvidando que entre otras cosas, 'laico' está emparentado
etimológicamente con lego: ignorante.
Tal vez habría que resistirse a toda frase que intente
proferir algo sobre 'el Uruguay como problema'. Que un político,
para quien el manejo de los resortes de lo público convierte
esas frases en significativas, las use, no habilita al hombre
privado a usarlas. Imitamos la jerga de lo político en
esta cueva hiperracional. Probablemente, casi siempre sea cascarilla
lingüística. Por lo demás, es evidente que
quien quiera 'vivir en un país', tendrá que buscarse
uno hecho. ¿O no es notorio que, una vez más, éste
está casi todo por hacer?
* Publicado
originalmente en Posdata
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