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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



FÚTBOL URUGUAYO - GARRA CHARRÚA, MITO DE LA -


De las gallinas y el juego desgarrador*

Amir Hamed
Todo terminaría medio siglo después de la primera gran victoria, cuando Holanda vapuleó a un paralítico equipo uruguayo en 1974. Eso, si se quiere, fue un golpe epistemológico del que no hemos logrado salir. Se confundió, definitivamente,dinámica y potencia con patadones y poca cintura, se confundió defensa con "ir al bulto" y ataque con pelotazos


Dice la leyenda que, en 1924, luego de cruzar el Atlántico en barco, los footballers de la selección uruguaya practicaban en Colombes antes del partido clasificatorio con Yugoslavia. Esa misma leyenda dice que, como se sabían observados, los uruguayos se fingieron chambones, y que incluso algunos jugaron descalzos.

Al día siguiente, el partido terminó con goleada a favor de los de camiseta celeste, y yugoslavos y observadores se asombraron por los dribblings de los sudamericanos, algo que nunca habían podido observar. ¿Cómo habían desarrollado ese juego, la impronta que por décadas habría de marcar al fútbol de este país? La razón que entonces dieron los celestes, según la misma leyenda, era la costumbre que en su país tenían de "corretear gallinas".

Como se advierte, desde el mismo comienzo del fútbol uruguayo ha habido una explicación falsa. Aquellos que navegaron rumbo a lo desconocido y se descubrieron campeones olímpicos no supieron cómo explicarlo, y algo similar sucedió cuando inventaron el ritual de la victoria. Según los registros, el desconcierto y la aclamación del público frente su juego suntuoso llevó a los de celeste -que no sabían cómo responder ante esa nueva exigencia- a ir saludando tribuna por tribuna, dando origen a la vuelta olímpica.

Y en general, a lo largo de las décadas, el fútbol uruguayo fue una rareza. Los argentinos se ungían favoritos, lo mismo hacían los brasileños, pero se repetía -siempre que había paridad de fuerzas- la victoria celeste.

La explicación decididamente mitológica que fue encontrando el fenómeno remitió, según dice también la leyenda, a un periodista de un país entonces poco desarrollado futbolísticamente, que habló de "garra charrúa" para explicar el resultado de una final sudamericana: Uruguay 3 contra 0 del favorito de siempre, Argentina.

El maracanazo vino a asentar esta fórmula desquiciante, porque, una vez más, los otros creyeron que Uruguay iba a ser goleado. Pero el temple deportivo es algo connatural a los campeones de cualquier deporte
(a nadie se le ocurre hablar de la garra charrúa del antigravitacional Michael Jordan) y se suele olvidar que, cuando se enfrentaron Brasil y Uruguay en 1950, entre otras cosas, los celestes tenían una prosapia deportiva mucho más importante que sus rivales.

Aunque lo ignoraran, cuando vencían, los uruguayos eran técnica y estratégicamente superiores, porque, como sucediera en 1924 o con el Peñarol de los sesenta, desarrollaban un juego al que los demás no encontraban respuesta. Al juego de los argentinos, cuyo desempeño estaba basado exclusivamente en el dribbling y el pase corto, los uruguayos añadían el pase largo.

Todo terminaría medio siglo después de la primera gran victoria, cuando Holanda vapuleó a un paralítico equipo uruguayo en 1974. Eso, si se quiere, fue un golpe epistemológico del que no hemos logrado salir.
Se confundió, definitivamente, dinámica y potencia con patadones y poca cintura, se confundió defensa con "ir al bulto" y ataque con pelotazos.

En 1974, Argentina había recibido de los holandeses una idéntica paliza, pero por suerte para ellos no pesaba sobre su selección, por entonces inocente de triunfos mundialistas, el peso de "garra" alguna. Los argentinos apelaron a sus recursos de siempre, pero desarrollados a la velocidad que exigía el fútbol contemporáneo.

De ahí en más, los argentinos salieron campeones dos veces, y luego vicecampeones del mundo. Los uruguayos (que recién con la selección juvenil de Púa han vuelto a encontrar un juego para los rivales exótico y no controlable) hemos venido padeciendo un fútbol desgarrado y desgarrador. En cada enfrentamiento internacional los otros no son gallinas -son halcones- y los de acá terminan, con las manos vacías, revolcados en el barro.
 

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 36

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