Eficientes mecanismos de
inteligencia de la Unicef descubrieron que
Julio
Sanguinetti, antiguo funcionario del gobierno de Uruguay
(ocupó dos veces la
presidencia de la república),
es en realidad el más grande pintor uruguayo, por lo que
decidieron que representara a su país, en la edición
2000 de sus tradicionales tarjetas navideñas, con una obra
suya.
En los centros comerciales se encuentran puestos de venta de estas
tarjetas, donde uno puede hojear el catálogo, en cuya primera
página se encuentra, solitaria, rodeada de blanco, la reproducción
de la obra de Sanguinetti.
Si se pregunta a la persona encargada de las ventas qué
otras contribuciones uruguayas hay en el catálogo, un mohín
ambiguo le señala que no, no hay más; pero el alzamiento
de cejas consiguiente explicita que la que hay es nada menos que
de Sanguinetti. ¿Sanguinetti? dice uno, haciéndose
el argentino; sí, el ex presidente, exhala la venerable
dama, poniendo en funcionamiento el músculo bucal orbicularis
oris, que dibuja un óvalo prolijamente revestido
de carmín, unido a un tono contralto que configura una
clásica expresión de rendido respeto hacia el ex
mandatario.
Escribir sobre
tan poca cosa parece superfluo; pero en este caso, lo poco se
agiganta, ya que constituye la esencia de la cultura
de un país. Sanguinetti representa efectivamente la calidad
y autoestima que exhibe el arte nacional: nulas.
Los intelectuales uruguayos
dedicaron tradicionalmente mucho tiempo a discutir la "identidad nacional", pero ahora ya no
es necesario insistir, porque la situación creada por Sanguinetti
constituye un teorema fundamental que liquida cualquier discusión:
Hipótesis: el ex presidente de Uruguay se transforma
en un representante del arte
de ese país.
Tesis: Uruguay no es un país.
Demostración: representante del arte
de un país es aquel que, por la exposición nacional
o internacional de sus trabajo, llega a ser percibido como pars
pro toto, para decirlo en términos clásicos.
La Unicef y otros organismos internacionales actúan como
legitimadores, en función de la buena fe
de las personas que ven en ellos instrumentos para mejorar el
mundo, o simplemente porque lo que está impreso es ley.
Debido a que el pintor seleccionado no es un artista, no puede
representar al arte de un país. Como de todas maneras
la Unicef insiste en definirlo como artista, el caso es que el
país no puede ser un país.
Queda pendiente la afirmación "el pintor seleccionado
no es un artista", de superflua demostración para
cualquiera que vea la obra.
Pero basta remitirse a las afirmaciones del pintor, que en las
ocasiones en que públicamente fue interrogado acerca de
su afición por la pintura, siempre fue tajante al responder
que se trata de un pasatiempo que ocupa sus raros momentos de
ocio.
Un país, si fuera país, produciría una revuelta
de los artistas, con declaraciones de defensa de la cultura nacional
y denuncias de usurpación por parte de un ex gobernante;
como no se produjeron esas manifestaciones, es evidente que no
se trata de un país. Los críticos
de arte de un país habrían escrito una nota en los
siguientes términos:
El presidencialismo,
escuela de pintura fundada por Julio Sanguinetti, surgió
a la luz en el año 2000, con la publicación, en
todo el mundo, de una tarjeta navideña de la Unicef que
reproduce Rincón de Colonia, obra maestra del artista.
Con genio supremo, Sanguinetti deja atrás a las vanguardias
del siglo XX; en efecto, si el cubismo desplazaba el punto de
vista renacentista, y el surrealismo desplazaba la conciencia,
etc., el presidencialismo es agua fresca para este posmodernismo
agonizante, que requiere beber de las fuentes seculares que dieron
bríos al arte de la centuria, y por eso asume una ética
radical: desplaza lo esencial, es decir, a los pintores.
Como no la escribieron,
ni escribieron ningún otro comentario acerca del hecho,
quiere decir que no hay críticos de arte. Donde no hay
críticos de
arte no hay un país, porque es notorio que
en un país puede faltar cualquier cosa, pero críticos
siempre hay. De manera que se demuestra la tesis de que Uruguay
no es un país.
El corolario de este simple teorema es interesante: donde no
hay país, no puede haber habido presidente, por lo tanto
Sanguinetti no existe, que en el fondo, es Lo Que Quería
Demostrar, LQQD.
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