Es a necesidades de época que suelen responder los géneros
literarios. Así, por ejemplo, el cuento moderno -una mutación
decimonónica que adaptó la narrativa
a las necesidades de los periódicos- hace unos años
parece haber perdido eficacia. Últimamente, han sido cuentistas
obsesivos como Raymond Carver o Charles Bukowsky los que lograron
cierto impacto con el género, pero debido precisamente
a que, mediante sus relatos breves, generan una atmósfera
envolvente. Es decir, su éxito ha obedecido menos al impacto
efectista (ése que
tradicionalmente se requiere de los cuentos) que a su condición de bosquejos sucesivos
de una visión, de un tornasol del mundo.
Pareciera que en la actualidad se necesita otra respiración,
como de largometraje, para la narrativa. Si se quiere, un crecimiento
residual que, por sus propias normas, el cuento no puede dar
(también se puede
ver esta limitación en lo frustrante que resultan cortometrajes
fantasiosos como los de Tales from the crypt o Amazing
stories, anécdotas inteligentes que carecen del tempo
requerido para producir horror o maravilla).
Sin embargo, es todavía placentero el repaso de las páginas
de Misteriosa Buenos Aires, la colección de historias
que Manuel Mujica Láinez propuso, hace ya medio siglo,
para recuperar la historia de la Reina del Plata. Tal vez, el
placer de la lectura
resida por sobre todo en que, a pesar de que las historias de
este libro cumplen con los requisitos del cuento moderno, su temple
es el de estampas: son relatos breves, pero manejados en un presente
sin fatigas, con ese sedimento de lo anacrónico, del polvillo
sobre el papel quebradizo que documenta genealogías o historias
que por lustros o siglos se guarecieron en el secreto, a veces
en lo indecible.
Este mismo polvillo, en tensión con el presente, hace que
los amaneramientos de la narrativa de de Mujica Láinez
no resulten gravosos. Por el contrario, dan la nostalgia de una
sensibilidad perdida ya, de tiempos menos urgidos y oxidables
que los nuestros, narrados con maestría. El libro resulta,
así, un álbum vivificante, conjugando lo sombrío
con el deslumbramiento, la desolación de una vieja paralítica
y despótica que amanece en la cosmópolis de principios
de siglo contrapesada con el arrebato de una sirena renacentista
que se enamora de un mascarón
de proa.
El pulso es afectuoso, pero también implacable, dotado
como pocos para advertir la ironía
trágica, sea cuando la fundación antropófaga
del fortín de Nuestra Señora del Buen Ayre, cercado
por indígenas, sea el destino de un ciego traficante de
esclavos, sea el despecho de una adolescente a la que un libro,
el Quijote de la Mancha, le arrebata su amante.
Son más de cuarenta historias, alcanzadas por un narrador
en extremo fino, pero verdadero al punto de no hacer concesiones.
Dan un mundo bizarro, como el de un clown despreciado acompañado
por un tapir. Remueven, hasta apuntarlo, los pilares de una historia
familiar: la sueñera y el barro -para decirlo con palabras
de otro argentino ilustre- con la que
hicieron el Río de la Plata.
* Publicado
originalmente en Insomnia
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