Fronteras
urbanas
Le
doy limosna a Martín Fierro y al Quijote
Que están cansados de luchar
Pidiendo en Plaza Once(13)
Según
Claudio Aliscioni, corresponsal de Clarín en Montevideo: "Apenas
veinte minutos separan al barrio Borro del centro [...] La zona
es un desierto de frontera entre dos mundos: hacia
el sur elegante, yacen los lujos importados de la costanera montevideana.
Hacia el norte, la cara del desamparo latinoamericano [...] casas
de chapa y barro, techos de troncos o paja; telas colgantes por
puertas; ropa secándose al sol; basura y animales
en las cunetas; aguas servidas; carteles insólitos" [subrayado del autor](14). La
última crisis que asoló la región
del Plata
no vino sino a coronar décadas de estancamiento y deterioro, y se expresa
en economías,
sociedades, culturas y escenarios desfigurados e irreconocibles.
En
tanto punto de inflexión, la crisis de 2001 incluyó
la quiebra y vaciamiento de varios bancos, tanto privados como
estatales, la retención de las cuentas de ahorro y a plazo
fijo, el colapso de la industria, el consumo, el comercio, y
con ello, del empleo, los ingresos, los beneficios sociales,
en suma, de la calidad de vida. En su conjunto, la crisis desarrollista
del último medio siglo -que muchos supieron aprovechar-
empobreció a vastos sectores de la clase trabajadora y
de la clase media, que pasaron a integrar las filas de la nueva
pobreza. También golpeó a quienes ya eran pobres
e indigentes y que ahora ya no tendrán prácticamente
ninguna posibilidad de "salir de pobres".
La
pobreza, además,
se volvió transgeneracional: ya no afecta a una generación
sino a dos, tres y cuatro generaciones: niños de parejas
jóvenes y madres solteras que viven en la pobreza porque nacieron
en hogares pobres, y esos niños también reproducirán
ese cultura de la pobreza. Se trata ahora de una pobreza
infantilizada
y feminizada -niños, jóvenes, hijos de parejas
jóvenes, madres solteras-, y aunque la CEPAL sostenga
que el 79% de los uruguayos son de clase media, la pobreza se ha duplicado
en Uruguay y el 50% de
los niños y jóvenes son pobres. Finalmente, la
brecha
que separa a ricos y pobres se ha agravado, tanto en lo económico
como en lo sociocultural. El abrumador crecimiento de los cantegriles
-hoy rebautizados más asépticamente con el nombre
de "asentamientos irregulares"(15)- viene acompañado además
por una fractura cultural y un creciente conflicto entre los
habitantes del Montevideo familiar y
un Montevideo desconocido
y siniestro.
Y es allí que, aunque parezca mentira -como dice la canción-
se originan muchas de las cosas que uno ve que pasan por las
calles de Montevideo: escuelas
que en realidad son comedores de niños porque las familias
no los pueden alimentar, familias desalojadas que viven en la
calle al resguardo de su viejos muebles y pertenencias, mendigos
de todas las edades por todas partes, clasificadores
de basura
y cartoneros que recorren al ciudad con sus carros tirados por
caballos, vendedores de escombros, esquinas llenas de limpiadores
de parabrisas, carteristas, malabaristas y tragafuegos, ómnibus
de los que constantemente suben y bajan ciegos, enfermos siquiátricos,
drogadictos en recuperación, padres de familia sin trabajo,
poetas, actores y músicos, vendedores de casi cualquier
cosa, avenidas y plazas llenas de feriantes y comerciantes itinerantes,
largas colas para buscar empleo en un supermercado, o de corredores
de puerta, aeropuertos llenos, de un lado los hijos y los nietos,
del otro los viejos.
Al abrigo de esta violencia y de estos
miedos (el miedo al desempleo, a la pobreza, a perder la casa, a
no poder criar a los hijos) se va gestando otra de las formas y significados
del miedo en América
latina: el miedo a esos otros tan diferentes
a nosotros con los que tenemos que compartir la ciudad y convivir
a diario, que nos vendrán a robar, a invadir y a "tomar
la casa", a matar por casi nada, el miedo a que mañana
o en un tiempo para nada lejano o improbable nosotros mismos
nos transformemos en ellos.
La violencia social, física
y moral de los privilegiados contra los excluidos encuentra su
respuesta y complemento en la violencia de los propios
marginados que se vuelven contra la sociedad que los ha expulsado
y abandonado, y se expresa en el aumento de las actividades ilícitas
de todo tipo y gravedad: arrebatos, secuestros, agresiones contra
otras personas o sus propiedades, viejecitas que aparecen violadas
y descuartizadas, bandas criminales de todas los tamaños,
calibres y edades, tiroteos. Hoy las cárceles no dan abasto,
los procesos judiciales están infinitamente atrasados
-la gente está presa sin condena-, y para muchas familias
y barrios enteros la Colonia Berro y el Comcar -el horror de
la cárcel- ha pasado a ser su extensión y destino
natural, lo mismo que nacer pobre, crecer en un asentamiento,
trabajar entre la basura, andar pidiendo por la calle, perder
un hermano, o ser comido por un perro.
Notas:
(13) León Gieco, "Idolo
de los quemados", en Bandidos rurales (2001).
(14) Clarín, Martes 26 de octubre de 2004.
(15) "Casas de chapa y barro, techos de troncos o paja;
telas colgantes por puertas; ropa secándose al sol; basura
y animales en las cunetas; aguas servidas [
] sitios alejados
de la mano de Dios que corresponden a los 350 asentamientos que
hay en Montevideo. Según el Instituto Nacional de Estadísticas
(INE), su población creció desde las 122.000 personas
en 1998 a las casi 240.000 almas de 2003", Claudio Aliscioni,
Clarín, 26 de octubre de 2004.
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*Publicado originalmente en Javier
Campos and Mabel Moraña, Eds., (Pittsburgh: University
of Pittsburgh/Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana).
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