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URUGUAY - LITERALIDAD - URUGUAYO
MEDIO - TORRE DE ANTEL - TONTOVIDEO - HERRERA Y REISSIG, JULIO
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Derogar
la literalidad (II)*
Aldo
Mazzucchelli |
Se compara, mera y crasamente, el costo económico
de la Torre de Antel con el costo de un plato de comida, o de
una casa modesta |
En la columna pasada se hacía referencia a una de las
marcas más conspicuas de la uruguayez: la literalidad.
Falta de instinto poético, falta de atracción por
la connotación, podriamos llamarle. Falta de vuelo se
le llama también a menudo, indecible falta de grandeza
para sacar la cabeza por encima de los muros y soñar con
una capital y un país en el que haya realmente algo que
ofrecer vivo e inesperado a cualquiera que quiera dejar meramente
de vegetar en las grisuras de la reunión familiar o de
los amiguitos cercanos, para pasar a arriesgarse a un contacto
cultural y humano menos previsible y canónico.
Julio Herrera y Reissig y Roberto
de las Carreras, hace cien años, lustro más o menos,
ya se habían dado cuenta de esta tendencia excesivamente
terrenal del uruguayo medio, y se quejaban, protestaban y se burlaban,
en talentosa jerga finisecular, de la tendencia de los homínidos
vernáculos a elogiar la patética medianía de
la aldea tontovideana. Pasajes de Herrera
de este tenor existen, abundantemente inéditos, en un largo
texto manuscrito del poeta que la Biblioteca Nacional aún
guarda.
Aquel país y aquella sociedad que Herrera
estigmatizaba guardaba, sin embargo, también recursos ocultos,
que le posibilitaron un renacimiento pleno en las décadas
del 10 y del 20, aunque el poeta de Los éxtasis de la
montaña no estaría destinado a ver más
que su comienzo. El nuevo puerto de Montevideo,
como se sabe, se inauguró entrado ya 1909 -Herrera
moriría en marzo de 1910-. Luego vendrían el Palacio
Legislativo, el Salvo, el estadio Centenario, el Hospital de Clínicas
Dr. manuel Quintela....
¿No son esas obras, en su grandeza casi demencial para
las dimensiones de la sociedad de la época -y aún
de la actual-, una señal de la capacidad de soñar
de gente que se hacía nación a fuerza de grandeza?
Aquel imaginario ha muerto, o al menos, está en desgracia
a ojos de la mayoría. Los signos de esa destrucción
aparentemente terminal son fáciles de ver. La frialdad y
el escepticismo, cuando no la hostilidad, con que han sido tolerados
o atacados los grandes emprendimientos visibles de los últimos
años -Plan Fénix,
puente Colonia-Buenos Aires, edificio del Sodre, "Torre
de Antel", aeropuerto de Laguna del Sauce-, lo sugieren.
La mayor parte de los uruguayos ha aceptado un discurso según
el cual se siente ajeno a todos esos emprendimientos. Es más,
los ve casi como una agresión a lo que percibe como enormes
problemas sociales. Cualquiera que señale que los problemas
sociales -realmente existentes-, tienen una dimensión relativamente
menor a la descomunal que se les atribuye, será tachado de
tener odio a la pobreza
y de ser un insensible social.
Es argumentable que el costo de esos emprendimientos -normalmente
a cargo de capitales privados- no pesa sensiblemente sobre la creación
ni sobre la reparación de esos problemas
sociales, pero en cambio sí significa un mejoramiento
de la imagen general del país y de su "inserción
en el concierto de las naciones" -una agradable metáfora de un país que aspiraba
a más, y que para nuestros tiempos de uruguayez es un extravagante
dandysmo-. Pero esa argumentación
se toma como ofensiva, y su fondo se considera una frivolidad.
Este nuevo imaginario hegemónico parece otra variante de
la vieja literalidad y el viejo y chato positivismo uruguayos. Se
compara, mera y crasamente, el costo económico de la Torre
de Antel con el costo de un plato de comida, o de una casa modesta.
Se trata de una resta literal, incapaz de incluir en su rupestre
aritmética el atrevimiento de una obra
que al menos se yergue como sugerencia de posmodernidad ante la
anquilosada bahía de Tontovideo.
* Publicado
originalmente en Posdata |
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