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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - LITERALIDAD - URUGUAYO MEDIO - TORRE DE ANTEL - TONTOVIDEO - HERRERA Y REISSIG, JULIO -

Derogar la literalidad (II)*

Aldo Mazzucchelli
Se compara, mera y crasamente, el costo económico de la Torre de Antel con el costo de un plato de comida, o de una casa modesta

En la columna pasada se hacía referencia a una de las marcas más conspicuas de la uruguayez: la literalidad. Falta de instinto poético, falta de atracción por la connotación, podriamos llamarle. Falta de vuelo se le llama también a menudo, indecible falta de grandeza para sacar la cabeza por encima de los muros y soñar con una capital y un país en el que haya realmente algo que ofrecer vivo e inesperado a cualquiera que quiera dejar meramente de vegetar en las grisuras de la reunión familiar o de los amiguitos cercanos, para pasar a arriesgarse a un contacto cultural y humano menos previsible y canónico.

Julio Herrera y Reissig y Roberto de las Carreras, hace cien años, lustro más o menos, ya se habían dado cuenta de esta tendencia excesivamente terrenal del uruguayo medio, y se quejaban, protestaban y se burlaban, en talentosa jerga finisecular, de la tendencia de los homínidos vernáculos a elogiar la patética medianía de la aldea tontovideana. Pasajes de Herrera de este tenor existen, abundantemente inéditos, en un largo texto manuscrito del poeta que la Biblioteca Nacional aún guarda.

Aquel país y aquella sociedad que Herrera estigmatizaba guardaba, sin embargo, también recursos ocultos, que le posibilitaron un renacimiento pleno en las décadas del 10 y del 20, aunque el poeta de Los éxtasis de la montaña no estaría destinado a ver más que su comienzo. El nuevo puerto de Montevideo, como se sabe, se inauguró entrado ya 1909 -Herrera moriría en marzo de 1910-. Luego vendrían el Palacio Legislativo, el Salvo, el estadio Centenario, el Hospital de Clínicas Dr. manuel Quintela....

¿No son esas obras, en su grandeza casi demencial para las dimensiones de la sociedad de la época -y aún de la actual-, una señal de la capacidad de soñar de gente que se hacía nación a fuerza de grandeza?

Aquel imaginario ha muerto, o al menos, está en desgracia a ojos de la mayoría. Los signos de esa destrucción aparentemente terminal son fáciles de ver. La frialdad y el escepticismo, cuando no la hostilidad, con que han sido tolerados o atacados los grandes emprendimientos visibles de los últimos años -Plan Fénix, puente Colonia-Buenos Aires, edificio del Sodre, "Torre de Antel", aeropuerto de Laguna del Sauce-, lo sugieren.

La mayor parte de los uruguayos ha aceptado un discurso según el cual se siente ajeno a todos esos emprendimientos. Es más, los ve casi como una agresión a lo que percibe como enormes problemas sociales. Cualquiera que señale que los problemas sociales -realmente existentes-, tienen una dimensión relativamente menor a la descomunal que se les atribuye, será tachado de tener odio a la pobreza y de ser un insensible social.

Es argumentable que el costo de esos emprendimientos -normalmente a cargo de capitales privados- no pesa sensiblemente sobre la creación ni sobre la reparación de esos problemas sociales, pero en cambio sí significa un mejoramiento de la imagen general del país y de su "inserción en el concierto de las naciones" -una agradable metáfora de un país que aspiraba a más, y que para nuestros tiempos de uruguayez es un extravagante dandysmo-. Pero esa argumentación se toma como ofensiva, y su fondo se considera una frivolidad.

Este nuevo imaginario hegemónico parece otra variante de la vieja literalidad y el viejo y chato positivismo uruguayos. Se compara, mera y crasamente, el costo económico de la Torre de Antel con el costo de un plato de comida, o de una casa modesta. Se trata de una resta literal, incapaz de incluir en su rupestre aritmética el atrevimiento de una obra que al menos se yergue como sugerencia de posmodernidad ante la anquilosada bahía de Tontovideo.


* Publicado originalmente en Posdata
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