En el texto de
Gustavo
Espinosa aquí
publicado
se dice: "Apoyándose en Paul de Man, el autor nos
sugiere que cuando asumimos que la vida produce la biografía,
también podemos sugerir que un proyecto biográfico
puede determinar la vida. Cuando el sujeto de esa biografia (escritura
de la vida) es un escritor, no es extraño entonces que
éste organice su proyecto según los estatutos de
la literatura. Hay demasiadas brusquedades y vueltas de tuerca
en el itinerario de Quiroga, como para no ver detrás la
mano del narrador, 'los trucos del perfecto cuentista'."
Repasando en busca de iconografía los archivos de Horacio Quiroga
en el Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional,
encontramos este texto -ya publicado, por cierto-, fechado por
Quiroga en setiembre de 1896, tres meses antes de cumplir sus
18 años.
Si es cierto que la biografía puede responder a la escritura
-una especie de plan vital literario que se pone implícitamente
en obra-, este texto, en el que poco se ha reparado, se vuelve
muy importante: muestra que la biografía fatal de Quiroga
comenzaba a ser literariamente escrita ya desde el principio.
La última frase es un presagio exacto y literal de la
última decisión vital del salteño, que se
representaría sobre tablas recién cuarenta años
más adelante.
Aldo Mazzuchelli
El valor
dice voluntad. Un acto de heroísmo pone en vibración
todas las fibras del cerebro, y la voluntad surge con toda plenitud.
El suicida, contrarrestando el "instinto" de conservación,
tan poderoso; abarcando en el momento supremo, los goces, los
encantos y las alegrías que, de cuando en cuando, dan
empuje a la vida; el suicida, que abandona un mundo, joven aún,
en su estructura ya gastada, realiza y encarna el último
heroísmo.
Por otro lado, no hay razón ninguna para sostener una
vida que cansa. Nada nos dice que debemos andarnos aquí;
y, cuando el recuerdo de dolores pasados y la presente tierra
que nos sofoca han rasgado los nervios, atrofiando el natural
deseo de ver, oír, oler, sentir y gustar, seguir viviendo
es una terquedad impropia de una cabeza pensante que rechaza
la idea de un deber que no existe, impuesto a la humanidad.
El suicidio no está,
en manera alguna reñido con el materialismo, como dice
ese señor. Lo único que tal vez nos imponga es reproducirse.
El ser que ha perpetuado su especie legando uno o más individuos
al medio de [sensación], tiene consentimiento del materialismo
para acabar, no con una vida, sino con diez, por cuanto el descansar
o el cambiar de medio es la cosa más justa que se le haya
ocurrido al hombre, y, sobre todo, al materialista.
Vuelvo a repetir que hay valor, e inmenso. ¿A quién
no espanta la idea del no ser?
El suicida que lleva una bala a su cerebro, abandona, ya no digo
placeres, pues pueden haber desaparecido para él, pero
sí la vida: este solo pensamiento basta a detener el gatillo.
¡Es una cobardía moral!, gritan enseguida.
Justo; pero, pregunto yo: ¿Qué necesita más
esfuerzo de voluntad: continuar viviendo, aparente ley natural,
o quitarse la vida? Donde la voluntad es más grande se
siente al valor.
Y no digamos que en el mundo predomina el valor (se entiende
el llamado material), no sé por qué, a punto fijo.
Donde hay contrariedad, hay lucha. Sea cual sea el resultado,
es preciso un esfuerzo de voluntad, de valor, para llegar a él.
Pasar de la vida a la muerte es la gran lucha.
E. Wilde piensa curiosamente. Un soldado se bate terriblememente,
de un modo heroico. Al volver a su casa su hija ha muerto, y
llora y se desespera y quiere matarse. Al ver la poca imaginación
de ese hombre, la falta de valor moral, nadie dice: "es
un cobarde".
El mismo soldado ha huído del campo de batalla, que guarda
su fusil. En el pueblo, tres de sus hijos han muerto. El hombre
bendice a Dios que se los ha llevado y contiene sus lamentos,
soporta con firmeza el terrible golpe, en tanto que la muchedumbre
murmura en los [rincones]: "Ese soldado no tiene valor".
El cambio favorable, el razonamiento, el bienestar entrevisto,
cuándo ha sido apellidado cobardía?
El creyente que salta por encima de sus preocupaciones y arriesga,
por un instante de placer, una eternidad de penurias y sufrimiento
tiene valor en ese momento.
"El comerciante arruinado, el enfermo incurable, el amante
apasionado y loco que no puede conseguir la realización
de sus amorosos propósitos; el inocente calumniado que
abandona la defensa y desiste de la lucha para rehabilitarse;
el ambicioso que ve derrumbarse en un minuto la escala pacientemente
construida a fuerza de humillaciones y bajezas para escalar el
pináculo de sus desmedidas e insaciables ambiciones; el
hastiado o cansado de vivir, que ha perdido todas las esperanzas,
todas las ilusiones, y que tiene atrofiado el corazón
y el alma", todos esos mártires del mundo y de
sus sentidos, también tienen valor.
El señor dice que los anteriores: el comerciante y el enfermo;
al ambicioso y al frustrado; etc., etc. hanse muerto muy luego
de llegar al colmo de su desgracia; que no lo han hecho en el
instante mismo de darse cuenta de la profundidad de su mal; que,
cual pajarita de desgracias, el suicidio ha extendido poco
a poco su ala funeraria, ha revoloteado, ha chillado, ha mirado
y ha picado por último en el cerebro y, pasado mucho tiempo
(pues se supone que la pajarita es perezosa), y la idea que antes
nos horrorizara, hoy nos parece natural y lógica y, acto
contínuo, nos damos muerte, gracias a la benéfica
pajarita.
Así piensa ese querido señor; pero yo tengo la
desgracia de no pensar igual. Para mí, el suicidio sigue
inmediatamente a la desgracia. El arruinado se mata cuando su
casa quiebra. El enfermo se mata cuando llanamente comprende
que su mal no tiene cura y que entre sufrir y no sufrir es fácil
la elección.
Setiembre
de 1896 -
*Publicado
originalmente en Insomnia, Nº 115, suplemento
cultural de la revista Posdata. |
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