Como se ha informado y advertido ampliamente por la mayoría
de los medios nacionales e internacionales, el
mundo terminó el viernes anterior, 5 de mayo de 2000.
Ese día, todos los planetas visibles estuvieron en el signo
de Tauro. Algunas personas consideraron que semejante embotellamiento
cósmico iba a hacer, tal vez, que la Tierra se saliera
de sus rieles, o tal vez quién sabe.
Lamentablemente, al anunciarse públicamente que se trataba
del "fin del mundo",
se cometió un error de profecía. El error de profecía
es un error de tipo de lenguaje. Cuando un profeta predice algo
de modo metafórico es muy probable que lo proferido se
cumpla, de algún modo, para alguien. En cambio, siempre
que un agorero o adivino predice un hecho concreto, en lenguaje
crudo y denotativo, está frito. Lo que dijo no ocurrirá.
Es difícil estar en desacuerdo con una profecía
bien hecha, porque una profecía bien hecha está
hecha de modo que no se pueda saber bien lo que dice, y no por
eso deja de ser significativa. Pero los apocalípticos
de hoy se perdieron una nueva oportunidad para dar una profecía
inteligente y alusiva.
Y ya que estamos con este asunto de la literalidad en los agoreros
internacionales, aprovechemos a pensarlo un poco, porque nos
toca muy de cerca: uno de los problemas más graves de
la idiosincrasia uruguaya es la literalidad.
Éste es un país que se enorgullece de ser 'laico'.
Es inconmensurable, de acuerdo, la grandeza de las políticas
que en los primeros años del siglo xx transformaron socialmente
a este país. Es posible pensar, sin embargo, que con
la pérdida del prestigio representativo de las religiones
-proceso jugado en la misma época- se perdió también
una inconmensurable y clave dimensión.
Es imposible saber cuánto,
pero creo seguro que la 'laicidad'
-por agrupar todo en un término- de Uruguay
corre pareja con la notoria pérdida de capacidad metafórica
del imaginario uruguayo; con la extática fe en el Estado;
con el absurdo y anticuado positivismo, cientificismo y materialismo
de muchos de los hombres más representativos de nuestra
Universidad de la República; con la falta de fe para ser
diferentes e independientes de muchos intelectuales; con el bobático
desprecio del hombre medio por el valor de la apuesta intelectual;
con el maniqueo monopolio del conocimiento prestigioso que se
asigna a las 'ciencias naturales y exactas' en nuestro país
en detrimento de las humanidades;
con la casi exclusiva inclinación universitaria por los
estériles paradigmas cientificistas dentro de esas mismas
humanidades; y con el conservadurismo ideológico visceral
de tantos que debieran haber asimilado la posmodernidad en este
país y aún no salieron ideológicamente de
los años 60.
La literalidad es un modo de ver que empobrece el mundo, y no
es privativa de los laicos. La literalidad impidió, por
ejemplo, a muchos hombres piadosos del siglo XIX aceptar desde
el principio y por las buenas las teorías de Darwin.
Ellos habían leído el Génesis de modo
literal; en lugar del relato mitico
y simbólico, creían haber estado leyendo una
crónica de periódico, directamente desde los Tiempos
Primigenios.
* Publicado
originalmente en Posdata Nº 123
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