Podríamos empezar esta nota,
que algo extrañamente habla de cosas ligadas al fútbol
-que también es cultura, ¿no?-, diciendo que se
cumplen 25 años de x victoria, 75 de tal hazaña,
o 32 de tal otra derrota estrepitosa. Sería el comienzo
de un típico discurso uruguayo que busca justificar la
nada presente con algún supuesto todo que
ya no está. Esa totalidad, que se arma en la nostalgia,
a menudo se basa en toda clase de orígenes difícilmente
comprobables, pero está, no obstante, muy sólidamente
establecida en el imaginario
social y en el discurso-sobre-el-fútbol de los uruguayos.
El problema no es averiguar si ese antes mitológico
alguna vez estuvo apoyado en hechos reales -aunque reconstruir
el pasado puede ser divertido-, porque la validez de un mito no
parece necesitar de ninguna comprobación histórica
que lo respalde. El problema sería, antes bien, observar
si el fútbol criollo no sigue una ruta estéril,
fundamentada en la repetición de ideas inútiles.
Lamentablemente, bastantes datos parecen asegurar que esa es precisamente
la estrategia equivocada en curso, y basta escuchar a los comentaristas
deportivos uruguayos para estar del todo seguro de que seguiremos
yendo hacia el abismo del aburrimiento futbolístico. Colectivamente,
muchos de ellos -los comentaristas- parecen creer que el fútbol
uruguayo se caracteriza por ganar de atrás y a lo
guapo, a fuerza de garra, y aunque casi nunca
lo dicen, parecen estar seguros de que siempre ha sido así.
Pero, simplemente hay algunos documentos que demuestran que, al
menos durante la época verdaderamente dorada del fútbol
uruguayo, que termina en Maracaná, no ha sido así.
Maracaná inclusive, los uruguayos ganaban porque jugaban
técnicamente mejor, no porque tuvieran ningún atributo
espiritual, racial o biológico diferente al de sus rivales. Es más, estamos
en condiciones de afirmar, a través de este medio, que
los seres humanos nacidos en Uruguay no tienen ningún
atributo en su sistema endócrino o en su aparato muscular
o sistema nervioso que los haga inherentemente superiores -ni
siquiera diferentes- de sus rivales. Simplemente, cuando ganaron
hubo una serie de factores
deportivos, y un poco de azar, que hicieron que ganasen.
Reconocer esas cosas no puede hacerle mal a un país
fútbolístico que ya pasó por varias
crisis y agonías diversas, aunque por alguna razón,
no termina de morirse. Por supuesto que las cuatro notas que se
acumulan en estas páginas, una más claramente de
investigación, y otras tres más turbiamente de opinión,
no pretenden tener ningún efecto en el
fútbol que se juega en el Uruguay. Pero tampoco Insomnia
busca una finalidad utilitaria, puesto que la cultura es divinamente
inútil... inútil como un juego, como el juego del
fútbol.
David Martino
El
mito de la garra charrúa
El 13 de junio se cumplieron 70 años del legendario gol
de Héctor Scarone con pase de Tito Borjas que aseguró
la victoria celeste en Amsterdam. Aquel ¡tuya,
Héctor! permanece grabado a fuego en el imaginario
social uruguayo. Nuestro fútbol asombró al mundo
en las primeras décadas de este siglo que termina. Aquellas
hazañas extraordinarias pertenecen a un pasado remoto
que contrasta fuertemente con la mediocridad del presente.
Pero entonces, ¿porqué nos duele
tanto perder una vez más, o volver a quedar fuera de un
Mundial? Porque el mito sí persiste, tiene una vitalidad
propia, desde hace ya mucho tiempo no depende de la evolución
real de las performances deportivas. La existencia del mito de
la garra charrúa
dificulta una mirada cuidadosa, desapasionada, sobre las circunstancias
histórico-sociales de aquellos desempeños excepcionales.
¿Tendrá una mirada de este tipo, algún efecto
sobre la conciencia colectiva en que se asienta el
mito?
Las luces de Colombes, Amsterdam y Montevideo
El lugar destacado que ocupa la epopeya futbolística en
nuestro imaginario, resulta para cualquier uruguayo una constatación
casi banal. Tan familiar como la idea de la superioridad histórica
de un fútbol que asombró al mundo entre la segunda
y tercera décadas del siglo. Trasmitidas de padres a hijos,
dramatizadas una y otra vez en relatos animados de pasión
y nostalgia, las glorias del pasado futbolístico arraigan
hondamente en la memoria colectiva. En la saga popular
así preservada, destacan las victorias fulgurantes de
1924, 1928 y 1930; éstas nos hicieron sentir en el lugar
del pequeño David haciendo triunfar su astucia contra
el gigante Goliath(1).
Un aire de gesta heroica fue envolviendo progresivamente a estos
triunfos. Pero conforme se alejaba en el pasado la década
del 30, tanto más evidente se tornaba la excepcionalidad
de aquellas hazañas, su condición de irrepetibles.
En nuestra hipótesis, a medida del alejamiento en el tiempo
del fútbol heroico, aumentó el contraste entre
pasado y presente, en beneficio del primero y en desmedro del
segundo.
Cuanto más se agigantan las figuras
de Nasazzi, Petrone, Scarone u Obdulio, tanto más humillante
se vuelve la modestia de las actuales performances deportivas.
Muchos han hecho notar el cono de sombra que proyectan sobre
el presente las luces de Colombes, Amsterdam y Montevideo; así
por ejemplo, se ha dicho que nuestro país forjó
sus glorias futbolísticas con garra, técnica y
viveza; pero hoy en Uruguay se le llama garra a la improvisación
organizativa, la impotencia y la nostalgia (2).
O acerca del peso del pasado sobre los hombros
de los actuales jugadores: ...antes de patear, debe
considerar si el ángulo de su tiro está de acuerdo
con la mística celeste, la garra charrúa y los
miles de almas que constituyen la nación y dependen, en
vilo, de lo certero o no de su patada.(3)
El estilo épico que anima ampliamente los relatos de los
viejos triunfos futbolísticos, ha contribuido así
a fetichizarlos. Se trata sin duda de un camino muy legítimo
que transita la comunidad para producir y reproducir una tradición
propia. Las imágenes del gol de Ghigghia en Maracaná
o del festejo del '30 conectan directamente con la sangre y la
tierra, no con el razonamiento.
En concordancia con ello, la literatura
que se ha ocupado de nuestro fútbol muestra muy a menudo
a campeones tallados en mármol y bronce; pero éstos
resultan materiales demasiado rígidos para representar
la filigrana del acontecer histórico real. Y a medida que
se agranda la figura de aquellos campeones, se estrecha la posibilidad
de un análisis desapasionado del movimiento histórico
que los comprendía.
En otras palabras, la fetichización
de las viejas proezas entorpece una consideración socio-histórica
ponderada de aquellos desempeños deportivos, de las condiciones
y circunstancias que se le asocian. El relato apologético
y la distancia creciente entre pasado glorioso y presente frustrante,
han contribuido a borrar los contornos de aquellas hazañas
épicas, a desprenderlas de los contextos que las había
tornado posibles.
Los campeones de bronce
Este progresivo desencuentro entre pasado y presente, ha tenido
por efecto una mitificación creciente de aquellas hazañas
y sus protagonistas. Apenas iniciado, este proceso emplearía
una imagen fuerte para presentarse: la garra charrúa,
esa cualidad que se tenía o no, y que nada podía
hacerse al respecto, garra que poseíamos por el solo hecho
de ser quienes éramos... Franklin Morales propone una
hipótesis sobre esta hibridación de fútbol
y garra charrúa:
"El fútbol ofrecía al criollo el escenario
ideal donde exhibir la fiera entereza que heredara del gaucho,
ya próximo a desaparecer ahuyentado por la maquinaria
gubernamental basada en el cambio de la realidad económica
(...) Este secreto fermento gaucho hallaría en la taba
de la cancha el sitio ideal para pasear sin ataduras el valor
y la destreza, medir su gallardía, exhibir el gesto audaz,
la temeridad y la nobleza (...) El fútbol constituye una
pequeña guerra, una batalla caliente, dura. Las masacres'
frente a los arcos estaban en la cartilla del juego"(4).
El mito no es un engaño ni una burda falsedad: antes bien,
se trata de una entidad socio-cultural muy real. El
mito cuenta una historia sagrada, relata un acontecimiento que
ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de
los comienzos... (5). El relato sagrado que narra el mito, da al mundo
real cierto sentido, lo resignifica. El carácter
extraordinario que adquiere el fenómeno mitificado, lo
separa del mundo cotidiano.
Por otra parte, el mito persiste porque es
reactualizado periódicamente; y estas reactualizaciones
reproducen aquella atmósfera sagrada, primordial y heroica,
tornando definitivamente borrosa la frontera entre realidad y
fantasía. Así, el relato épico de las glorias
futbolísticas pasadas se ha mostrado un camino muy fecundo
y transitado para reactualizar el mito. Veamos por ejemplo -entre
muchos posibles- la prosa de epopeya con que se ha coloreado
la figura del maestro Piendibene:
"En la verde gramilla de los estadios [Piendibene]
inscribió el canevás de sus hazañas, la
filigrana de la cortada en el área penal, la sutil concertación
de los pases justos, en la concepción del juego corto
y largo, como las dos alas de la línea de forwards, cuyo
fútbol de conjunto era expresión armónica,
desplazados con la gracia de un movimiento de abanico. Definió
y estructuró la técnica y la táctica de
los quintetos orientales, el dominio del medio campo, la entrada
y remate en el área. ... y la pelota inscribió
la sutil gama donde quedó enredada la gloria de nuestro
fútbol, y la multitud vibró, en las tardes soleadas
de los campos de juego, y fue gloria, pasión y adorno
del hincha"(6).
Supongamos claramente establecida la condición de mito
de un pasado deportivo que crece con la distancia. Al tiempo,
acordemos que la ecuación que iguala mito con fantasía
o engaño reduce o simplifica la perspectiva. Corresponde
entonces preguntarse: ¿cuáles son los desempeños
futbolísticos que efectivamente tuvieron lugar en el tiempo
primordial? ¿en qué consistieron esas performances
deportivas colocadas más tarde en un pedestal mítico?
De esto nos ocuparemos en el apartado siguiente.
Tuya y mía, cortita y al pie
Numerosos autores se han ocupado de la emergencia y consolidación
de un estilo propio de jugar al fútbol. Hemos consultado
los trabajos de Franklin Morales (1969-70)
así como de José Luis Buzzetti (1969), César Gallardo (1969),
Ricardo Lombardo (1993) y un enigmático
J.M.S. autor de un opúsculo sin pie de imprenta ni editor,
publicado meses antes del Mundial de 1950. Apoyándonos
en ellos, hemos construido el cuadro descriptivo que sigue.
Directamente traído por sus creadores británicos,
el football se juega desde fines del siglo pasado según
el estilo y reglas venidas de ultramar. Su progresiva popularización
en nuestro país da lugar a la constitución de un
juego original que combina diversos aportes. Ciertas individualidades
fuertes ocupan un lugar destacado en este proceso; con el paso
del tiempo adquirirían la talla de maestros indiscutidos.
Destacan en los albores de nuestro siglo las
figuras de los hermanos Céspedes de Nacional, John Harley
(escocés, capitán de Peñarol de 1909
a 1916), la dupla Vicente Módena-Pablo
Dacal (en River Plate desde 1908), José
M. Piendibene (capitán del team aurinegro
hasta entrados los '20s), entre otros. Durante
las dos primeras décadas del siglo, emerge cierto fútbol
original que se distancia rápidamente de la matriz británica.
Sus rasgos más salientes:
i) Un juego de pases rápidos,
cortos y a ras de suelo que contrasta con la modalidad británica
de pases largos; este juego aseguraba por una parte un mayor
control de la ball, y por otra, una mayor cooperación
entre jugadores de distintas aptitudes que rompía con
la dependencia de individualidades prominentes.
ii) Un eje de juego basado en dos figuras dominantes: el center
forward (director del quinteto delantero) y el center
half (director del trío de la defensa).
iii) Una concepción del match fundada en el dominio
del medio campo, el avance en abanico, la entrada y remate dentro
del área.
iv) Por último, recursos como el del pase hacia atrás
ante el camino bloqueado junto a improvisaciones sin libreto,
rompían la marcial modalidad europea de avance unilateral
y por la fuerza.
Este estilo de juego se muestra ya maduro en 1910-12, y brindará
sólida base técnica a los desempeños exitosos
de los veinte años siguientes. Detengámonos brevemente
en dos momentos de este proceso, separados por algo más
de una década(7).
El 15 de agosto de 1910 ha sido cargado de un fuerte simbolismo;
los uruguayos -que vestían por primera vez la camiseta
celeste- derrotaban por 3 a 1 a su tradicional rival rioplatense
en la cancha de Belvedere, sede de Wanderers. El quinteto delantero
formado con V.Módena, P.Dacal, J.Piendibene, C.Scarone
y P.Zibechi, exhibía el alto rendimiento del nuevo estilo
de juego en proceso de consolidación.
Un año más tarde, la selección
celeste volvía a derrotar a los argentinos por dos a cero
en la final de la Copa Lipton jugada en el Parque Central, y
en 1912 resultaba invicta de cuatro enfrentamientos con Argentina.
El diario porteño La Nación comentaba en
su edición del 23.9.12: Ni aun en los mejores
tiempos de nuestro fútbol se presentó un conjunto
que se entendiese mejor (...) Frente a semejante cuadro que demuestra
en forma elocuente los progresos del fútbol uruguayo,
la tarea del nuestro fue realmente ardua. Contener a cinco forwards
bien apoyados por una línea de halves, y sobre todo, cinco
forwards que sólo piensan en combinar, prescindiendo en
todo lo posible de la habilidad individual, es trabajo difícil
para cualquier defensa
En noviembre de 1923 estallaba una grave crisis en el fútbol
uruguayo que desencadenó la sanción de la Asociación
Uruguaya de Fútbol a Peñarol y Central por dos
años. Ello explica la ausencia de los jugadores de estos
clubes en el Sudamericano de ese año y en el Torneo Olímpico
del siguiente.
El conflicto estuvo a punto de hacer naufragar
la participación de Uruguay en estas contiendas deportivas:
¿cómo llenar ausencias de la talla de Piendibene...?
La Asociación Uruguaya de Fútbol
responde al desafío organizando giras y torneos destinados
a estimar las cualidades de numerosos jóvenes que se desempeñaban
en el estrecho radio de clubes de barrio. La operación
posibilitó el descubrimiento -entre otros-
de Petrone, golero de Solferino hasta julio de ese año
1923, y desde escasos meses atrás center forward
en Charley.
Este enérgico y desconocido adolescente
de 18 años sería una figura central en Colombes
al año entrante. La resolución exitosa de esta
grave crisis delata la existencia de una modalidad de juego ya
generalizada, segura de sí, probadamente eficaz.
Para finalizar este breve repaso de los orígenes, hemos
seleccionado un eco de prensa -entre muchos posibles- del desempeño
de la selección uruguaya en Europa, en ocasión
de los Juegos Olímpicos de 1924. Véase la notable
coincidencia entre las observaciones del periodista español
y las características arriba señaladas. Se trata
del cotidiano madrileño El Eco, en comentario a
los partidos jugados en la península ibérica semanas
antes de Colombes:
La característica más esencial de los
uruguayos es la compenetración de sus líneas, que
más bien que correspondientes a una selección nacional
parece que pertenecen a las de un club. Pero esto tiene su explicación
normal en la preparación de conjunto que realizan cuidadosamente
y que les permite un ajuste extraordinario de las más
diversas facultades; realmente, el acoplamiento es portentoso.
Esa homogeneidad tiene su traducción en el juego combinado
que ejecutan, lleno de método, exento de notas personalistas,
verdaderamente colectivo y poseedor además de la táctica
de levantar poco la ball del suelo. Rápidos, dan al juego,
muy abierto, gran movilidad. Pero lo realmente subyugante en
estos campeones sudamericanos es la calidad del pase. De cualquier
manera, aun colocados en posición arbitraria, pasan fácil
y precisamente a sus camaradas. El ataque tiene siempre tras
de sí a los medios, cubriendo y reparando las faltas de
la vanguardia"(8).
Puede decirse, en suma, que estos ruidosos triunfos se apoyaban
realmente en cierta eficacia comparativa del fútbol desplegado
en nuestro medio. Y al hacerlo, parecían justificar la
existencia de la garra charrúa, que se mostraba
a quien quisiera verla: la superioridad del fútbol propio
no tenía explicación ni la necesitaba, se llevaba
en la sangre, nada especial debía hacerse para legitimarla.
Pronto, esta percepción cobraría
existencia propia, autónoma respecto de la declinación
real de las virtudes comparativas del fútbol local; la
garra charrúa consolidaba su condición
de mito resistente, dotado de vida propia, capaz de sobrevivir
a largas décadas de estancamiento, al desplazamiento duradero
del sitial de campeones mundiales.
En pocas palabras
No hemos querido más que señalar tres cosas: i) la emergencia de un mito que nos muestra
la garra charrúa posibilitando los triunfos
de 1924-30; ii) una deformación de la perspectiva
operada por el mito, que entorpece el análisis de las
condiciones particulares que ambientaron aquellas performances;
iii) una breve reconstrucción del estilo de juego original
exhibido en todo su apogeo entre 1910 y 1930, en concordancia
con los sonados triunfos internacionales.
Una vez abierto, el camino del examen crítico
del mito de nuestra superioridad futbolística estalla
en múltiples pistas a seguir. Así, entre tantas
otras: ¿cómo se jugó realmente en cada uno
de aquellos tres encuentros internacionales tan próximos
entre sí? ¿cómo se ganó en el '30,
cómo eran los rivales, qué selecciones importantes
faltaron a la cita?
Por otra parte, ¿qué pasó
realmente en Maracaná, a veinte años del Mundial
de Montevideo? Se trata de viejas preguntas. Pero tal vez la
perspectiva del mito, hasta ahora muy poco frecuentada, permita
respuestas novedosas, eventualmente útiles para conocernos
mejor.
Notas:
1 Tomo prestada esta imagen a Hebert Gatto: El
fútbol uruguayo y el complejo de David. Cuadernos
de Marcha, octubre de 1993
2 José Luis González, en ¿Nunca
más campeón mundial?, Fesur/Trilce, Montevideo
1990 pág.50
3 David Martino: El dilema del goleador vernáculo,
en Posdata del 10.3.95, p.13
4 Franklin Morales:100 Años de fútbol
uruguayo, fascículos semanales, Montevideo 1969-70,
fascículo nº 1 del 27.11.69
5 Mircea Eliade: Mito y realidad. Guadarrama S.A.,
Madrid 1968, pp.23 y ss.
6 Buzzetti, J.L.: Crónica y comentario del
Club Atlético Peñarol, 1891-1961, en El
fútbol. Antología de aa.vv., Centro Editor
América Latina, Montevideo 1969.
7 La información ha sido tomada de: R. Lombardo:
Donde se cuentan proezas. Fútbol uruguayo (1929-1930),
EBO, Montevideo 1993; C. Gallardo: El fútbol del
12, fascículo nº 3 del 11.12.69 en la colección
100 años de fútbol uruguayo, Montevideo
1969-70.
8 Reproducido por El País del 7.6.24
* Publicado
originalmente en Insomnia Nº 36
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