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ISSN 1688-1672

 



FÚTBOL - GARRA CHARRÚA, MITO DE LA -

Fútbol y mitos inútiles: la garra charrúa nunca sirvió para nada

François Graña

El estilo épico que anima ampliamente los relatos de los viejos triunfos futbolísticos, ha contribuido así a fetichizarlos. Se trata sin duda de un camino muy legítimo que transita la comunidad para producir y reproducir una tradición propia

 

Podríamos empezar esta nota, que algo extrañamente habla de cosas ligadas al fútbol -que también es cultura, ¿no?-, diciendo que se cumplen 25 años de x victoria, 75 de tal hazaña, o 32 de tal otra derrota estrepitosa. Sería el comienzo de un típico discurso uruguayo que busca justificar la nada presente con algún supuesto todo que ya no está. Esa totalidad, que se arma en la nostalgia, a menudo se basa en toda clase de orígenes difícilmente comprobables, pero está, no obstante, muy sólidamente establecida en el imaginario social y en el discurso-sobre-el-fútbol de los uruguayos.

El problema no es averiguar si ese antes mitológico alguna vez estuvo apoyado en hechos reales -aunque reconstruir el pasado puede ser divertido-, porque la validez de un mito no parece necesitar de ninguna comprobación histórica que lo respalde. El problema sería, antes bien, observar si el fútbol criollo no sigue una ruta estéril, fundamentada en la repetición de ideas inútiles. Lamentablemente, bastantes datos parecen asegurar que esa es precisamente la estrategia equivocada en curso, y basta escuchar a los comentaristas deportivos uruguayos para estar del todo seguro de que seguiremos yendo hacia el abismo del aburrimiento futbolístico. Colectivamente, muchos de ellos -los comentaristas- parecen creer que el fútbol uruguayo se caracteriza por ganar ‘de atrás y a lo guapo’, a fuerza de ‘garra’, y aunque casi nunca lo dicen, parecen estar seguros de que siempre ha sido así. Pero, simplemente hay algunos documentos que demuestran que, al menos durante la época verdaderamente dorada del fútbol uruguayo, que termina en Maracaná, no ha sido así.

Maracaná inclusive, los uruguayos ganaban porque jugaban técnicamente mejor, no porque tuvieran ningún atributo espiritual, racial o biológico diferente al de sus rivales.
Es más, estamos en condiciones de afirmar, a través de este medio, que los seres humanos nacidos en Uruguay no tienen ningún atributo en su sistema endócrino o en su aparato muscular o sistema nervioso que los haga inherentemente superiores -ni siquiera diferentes- de sus rivales. Simplemente, cuando ganaron hubo una serie de factores deportivos, y un poco de azar, que hicieron que ganasen.

Reconocer esas cosas no puede hacerle mal a un ‘país fútbolístico’ que ya pasó por varias crisis y agonías diversas, aunque por alguna razón, no termina de morirse. Por supuesto que las cuatro notas que se acumulan en estas páginas, una más claramente de investigación, y otras tres más turbiamente de opinión, no pretenden tener ningún efecto en el fútbol que se juega en el Uruguay. Pero tampoco Insomnia busca una finalidad utilitaria, puesto que la cultura es divinamente inútil... inútil como un juego, como el juego del fútbol.

David Martino

El mito de la garra charrúa

El 13 de junio se cumplieron 70 años del legendario gol de Héctor Scarone con pase de Tito Borjas que aseguró la victoria celeste en Amsterdam. Aquel “¡tuya, Héctor!” permanece grabado a fuego en el imaginario social uruguayo. Nuestro fútbol asombró al mundo en las primeras décadas de este siglo que termina. Aquellas hazañas extraordinarias pertenecen a un pasado remoto que contrasta fuertemente con la mediocridad del presente.

Pero entonces, ¿porqué nos duele tanto perder una vez más, o volver a quedar fuera de un Mundial? Porque el mito sí persiste, tiene una vitalidad propia, desde hace ya mucho tiempo no depende de la evolución real de las performances deportivas. La existencia del mito de la “garra charrúa” dificulta una mirada cuidadosa, desapasionada, sobre las circunstancias histórico-sociales de aquellos desempeños excepcionales. ¿Tendrá una mirada de este tipo, algún efecto sobre la “conciencia colectiva” en que se asienta el mito?

Las luces de Colombes, Amsterdam y Montevideo

El lugar destacado que ocupa la epopeya futbolística en nuestro imaginario, resulta para cualquier uruguayo una constatación casi banal. Tan familiar como la idea de la superioridad histórica de un fútbol que asombró al mundo entre la segunda y tercera décadas del siglo. Trasmitidas de padres a hijos, dramatizadas una y otra vez en relatos animados de pasión y nostalgia, las glorias del pasado futbolístico arraigan hondamente en la memoria colectiva. En la saga popular así preservada, destacan las victorias fulgurantes de 1924, 1928 y 1930; éstas nos hicieron sentir en el lugar del pequeño David haciendo triunfar su astucia contra el gigante Goliath
(1).

Un aire de gesta heroica fue envolviendo progresivamente a estos triunfos. Pero conforme se alejaba en el pasado la década del ’30, tanto más evidente se tornaba la excepcionalidad de aquellas hazañas, su condición de irrepetibles. En nuestra hipótesis, a medida del alejamiento en el tiempo del fútbol heroico, aumentó el contraste entre pasado y presente, en beneficio del primero y en desmedro del segundo.

Cuanto más se agigantan las figuras de Nasazzi, Petrone, Scarone u Obdulio, tanto más humillante se vuelve la modestia de las actuales performances deportivas. Muchos han hecho notar el cono de sombra que proyectan sobre el presente las luces de Colombes, Amsterdam y Montevideo; así por ejemplo, se ha dicho que “nuestro país forjó sus glorias futbolísticas con garra, técnica y viveza; pero hoy en Uruguay se le llama garra a la improvisación organizativa, la impotencia y la nostalgia(2).

O acerca del peso del pasado sobre los hombros de los actuales jugadores: “...antes de patear, debe considerar si el ángulo de su tiro está de acuerdo con la mística celeste, la garra charrúa y los miles de almas que constituyen la nación y dependen, en vilo, de lo certero o no de su patada”.(3)

El estilo épico que anima ampliamente los relatos de los viejos triunfos futbolísticos, ha contribuido así a fetichizarlos. Se trata sin duda de un camino muy legítimo que transita la comunidad para producir y reproducir una tradición propia. Las imágenes del gol de Ghigghia en Maracaná o del festejo del '30 conectan directamente con la sangre y la tierra, no con el razonamiento.

En concordancia con ello, la literatura que se ha ocupado de nuestro fútbol muestra muy a menudo a campeones tallados en mármol y bronce; pero éstos resultan materiales demasiado rígidos para representar la filigrana del acontecer histórico real. Y a medida que se agranda la figura de aquellos campeones, se estrecha la posibilidad de un análisis desapasionado del movimiento histórico que los comprendía.

En otras palabras, la fetichización de las viejas proezas entorpece una consideración socio-histórica ponderada de aquellos desempeños deportivos, de las condiciones y circunstancias que se le asocian. El relato apologético y la distancia creciente entre pasado glorioso y presente frustrante, han contribuido a borrar los contornos de aquellas hazañas épicas, a desprenderlas de los contextos que las había tornado posibles.

Los campeones de bronce

Este progresivo desencuentro entre pasado y presente, ha tenido por efecto una mitificación creciente de aquellas hazañas y sus protagonistas. Apenas iniciado, este proceso emplearía una imagen fuerte para presentarse: la “garra charrúa”, esa cualidad que se tenía o no, y que nada podía hacerse al respecto, garra que poseíamos por el solo hecho de ser quienes éramos... Franklin Morales propone una hipótesis sobre esta hibridación de fútbol y garra charrúa:

"El fútbol ofrecía al criollo el escenario ideal donde exhibir la fiera entereza que heredara del gaucho, ya próximo a desaparecer ahuyentado por la maquinaria gubernamental basada en el cambio de la realidad económica (...) Este secreto fermento gaucho hallaría en la taba de la cancha el sitio ideal para pasear sin ataduras el valor y la destreza, medir su gallardía, exhibir el gesto audaz, la temeridad y la nobleza (...) El fútbol constituye una pequeña guerra, una batalla caliente, dura. Las ‘masacres' frente a los arcos estaban en la cartilla del juego"
(4).

El mito no es un engaño ni una burda falsedad: antes bien, se trata de una entidad socio-cultural muy real. “El mito cuenta una historia sagrada, relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los comienzos...
(5). El relato sagrado que narra el mito, da al mundo real cierto sentido, lo “resignifica”. El carácter extraordinario que adquiere el fenómeno mitificado, lo separa del mundo cotidiano.

Por otra parte, el mito persiste porque es reactualizado periódicamente; y estas reactualizaciones reproducen aquella atmósfera sagrada, primordial y heroica, tornando definitivamente borrosa la frontera entre realidad y fantasía. Así, el relato épico de las glorias futbolísticas pasadas se ha mostrado un camino muy fecundo y transitado para reactualizar el mito. Veamos por ejemplo -entre muchos posibles- la prosa de epopeya con que se ha coloreado la figura del “maestro” Piendibene:

"En la verde gramilla de los estadios [Piendibene] inscribió el canevás de sus hazañas, la filigrana de la cortada en el área penal, la sutil concertación de los pases justos, en la concepción del juego corto y largo, como las dos alas de la línea de forwards, cuyo fútbol de conjunto era expresión armónica, desplazados con la gracia de un movimiento de abanico. Definió y estructuró la técnica y la táctica de los quintetos orientales, el dominio del medio campo, la entrada y remate en el área. ... y la pelota inscribió la sutil gama donde quedó enredada la gloria de nuestro fútbol, y la multitud vibró, en las tardes soleadas de los campos de juego, y fue gloria, pasión y adorno del hincha"
(6).

Supongamos claramente establecida la condición de mito de un pasado deportivo que crece con la distancia. Al tiempo, acordemos que la ecuación que iguala mito con fantasía o engaño reduce o simplifica la perspectiva. Corresponde entonces preguntarse: ¿cuáles son los desempeños futbolísticos que efectivamente tuvieron lugar en el “tiempo primordial”? ¿en qué consistieron esas performances deportivas colocadas más tarde en un pedestal mítico? De esto nos ocuparemos en el apartado siguiente.

Tuya y mía, cortita y al pie

Numerosos autores se han ocupado de la emergencia y consolidación de un estilo propio de jugar al fútbol. Hemos consultado los trabajos de Franklin Morales
(1969-70) así como de José Luis Buzzetti (1969), César Gallardo (1969), Ricardo Lombardo (1993) y un enigmático J.M.S. autor de un opúsculo sin pie de imprenta ni editor, publicado meses antes del Mundial de 1950. Apoyándonos en ellos, hemos construido el cuadro descriptivo que sigue.

Directamente traído por sus creadores británicos, el football se juega desde fines del siglo pasado según el estilo y reglas venidas de ultramar. Su progresiva popularización en nuestro país da lugar a la constitución de un juego original que combina diversos aportes. Ciertas individualidades fuertes ocupan un lugar destacado en este proceso; con el paso del tiempo adquirirían la talla de maestros indiscutidos.

Destacan en los albores de nuestro siglo las figuras de los hermanos Céspedes de Nacional, John Harley (escocés, capitán de Peñarol de 1909 a 1916), la dupla Vicente Módena-Pablo Dacal (en River Plate desde 1908), José M. Piendibene (capitán del team aurinegro hasta entrados los '20s), entre otros. Durante las dos primeras décadas del siglo, emerge cierto fútbol original que se distancia rápidamente de la matriz británica.

Sus rasgos más salientes:

i) Un juego de pases rápidos, cortos y a ras de suelo que contrasta con la modalidad británica de pases largos; este juego aseguraba por una parte un mayor control de la ball, y por otra, una mayor cooperación entre jugadores de distintas aptitudes que rompía con la dependencia de individualidades prominentes.
ii) Un eje de juego basado en dos figuras dominantes: el center forward (director del quinteto delantero) y el center half (director del trío de la defensa).
iii) Una concepción del match fundada en el dominio del medio campo, el avance en abanico, la entrada y remate dentro del área.
iv) Por último, recursos como el del pase hacia atrás ante el camino bloqueado junto a improvisaciones sin libreto, rompían la marcial modalidad europea de avance unilateral y por la fuerza.


Este estilo de juego se muestra ya maduro en 1910-12, y brindará sólida base técnica a los desempeños exitosos de los veinte años siguientes. Detengámonos brevemente en dos momentos de este proceso, separados por algo más de una década
(7).

El 15 de agosto de 1910 ha sido cargado de un fuerte simbolismo; los uruguayos -que vestían por primera vez la camiseta celeste- derrotaban por 3 a 1 a su tradicional rival rioplatense en la cancha de Belvedere, sede de Wanderers. El quinteto delantero formado con V.Módena, P.Dacal, J.Piendibene, C.Scarone y P.Zibechi, exhibía el alto rendimiento del nuevo estilo de juego en proceso de consolidación.

Un año más tarde, la selección celeste volvía a derrotar a los argentinos por dos a cero en la final de la Copa Lipton jugada en el Parque Central, y en 1912 resultaba invicta de cuatro enfrentamientos con Argentina. El diario porteño La Nación comentaba en su edición del 23.9.12: “Ni aun en los mejores tiempos de nuestro fútbol se presentó un conjunto que se entendiese mejor (...) Frente a semejante cuadro que demuestra en forma elocuente los progresos del fútbol uruguayo, la tarea del nuestro fue realmente ardua. Contener a cinco forwards bien apoyados por una línea de halves, y sobre todo, cinco forwards que sólo piensan en combinar, prescindiendo en todo lo posible de la habilidad individual, es trabajo difícil para cualquier defensa

En noviembre de 1923 estallaba una grave crisis en el fútbol uruguayo que desencadenó la sanción de la Asociación Uruguaya de Fútbol a Peñarol y Central por dos años. Ello explica la ausencia de los jugadores de estos clubes en el Sudamericano de ese año y en el Torneo Olímpico del siguiente.

El conflicto estuvo a punto de hacer naufragar la participación de Uruguay en estas contiendas deportivas: ¿cómo llenar ausencias de la talla de Piendibene...?

La Asociación Uruguaya de Fútbol responde al desafío organizando giras y torneos destinados a estimar las cualidades de numerosos jóvenes que se desempeñaban en el estrecho radio de clubes de barrio. La operación posibilitó el “descubrimiento” -entre otros- de Petrone, golero de Solferino hasta julio de ese año 1923, y desde escasos meses atrás center forward en Charley.

Este enérgico y desconocido adolescente de 18 años sería una figura central en Colombes al año entrante. La resolución exitosa de esta grave crisis delata la existencia de una modalidad de juego ya generalizada, segura de sí, probadamente eficaz.

Para finalizar este breve repaso de los orígenes, hemos seleccionado un eco de prensa -entre muchos posibles- del desempeño de la selección uruguaya en Europa, en ocasión de los Juegos Olímpicos de 1924. Véase la notable coincidencia entre las observaciones del periodista español y las características arriba señaladas. Se trata del cotidiano madrileño El Eco, en comentario a los partidos jugados en la península ibérica semanas antes de Colombes:

La característica más esencial de los uruguayos es la compenetración de sus líneas, que más bien que correspondientes a una selección nacional parece que pertenecen a las de un club. Pero esto tiene su explicación normal en la preparación de conjunto que realizan cuidadosamente y que les permite un ajuste extraordinario de las más diversas facultades; realmente, el acoplamiento es portentoso. Esa homogeneidad tiene su traducción en el juego combinado que ejecutan, lleno de método, exento de notas personalistas, verdaderamente colectivo y poseedor además de la táctica de levantar poco la ball del suelo. Rápidos, dan al juego, muy abierto, gran movilidad. Pero lo realmente subyugante en estos campeones sudamericanos es la calidad del pase. De cualquier manera, aun colocados en posición arbitraria, pasan fácil y precisamente a sus camaradas. El ataque tiene siempre tras de sí a los medios, cubriendo y reparando las faltas de la vanguardia"
(8).

Puede decirse, en suma, que estos ruidosos triunfos se apoyaban realmente en cierta eficacia comparativa del fútbol desplegado en nuestro medio. Y al hacerlo, parecían justificar la existencia de la “garra charrúa”, que se mostraba a quien quisiera verla: la superioridad del fútbol propio no tenía explicación ni la necesitaba, se llevaba en la sangre, nada especial debía hacerse para legitimarla.

Pronto, esta percepción cobraría existencia propia, autónoma respecto de la declinación real de las virtudes comparativas del fútbol local; la “garra charrúa” consolidaba su condición de mito resistente, dotado de vida propia, capaz de sobrevivir a largas décadas de estancamiento, al desplazamiento duradero del sitial de campeones mundiales.

En pocas palabras

No hemos querido más que señalar tres cosas:
i) la emergencia de un mito que nos muestra la “garra charrúa” posibilitando los triunfos de 1924-30; ii) una “deformación de la perspectiva” operada por el mito, que entorpece el análisis de las condiciones particulares que ambientaron aquellas performances; iii) una breve reconstrucción del estilo de juego original exhibido en todo su apogeo entre 1910 y 1930, en concordancia con los sonados triunfos internacionales.

Una vez abierto, el camino del examen crítico del mito de nuestra superioridad futbolística estalla en múltiples pistas a seguir. Así, entre tantas otras: ¿cómo se jugó realmente en cada uno de aquellos tres encuentros internacionales tan próximos entre sí? ¿cómo se ganó en el '30, cómo eran los rivales, qué selecciones importantes faltaron a la cita?

Por otra parte, ¿qué pasó realmente en Maracaná, a veinte años del Mundial de Montevideo? Se trata de viejas preguntas. Pero tal vez la perspectiva del mito, hasta ahora muy poco frecuentada, permita respuestas novedosas, eventualmente útiles para conocernos mejor.

Notas:

1 Tomo prestada esta imagen a Hebert Gatto: “El fútbol uruguayo y el complejo de David”. Cuadernos de Marcha, octubre de 1993
2 José Luis González, en ¿Nunca más campeón mundial?, Fesur/Trilce, Montevideo 1990 pág.50
3 David Martino: “El dilema del goleador vernáculo”, en Posdata del 10.3.95, p.13
4 Franklin Morales:100 Años de fútbol uruguayo, fascículos semanales, Montevideo 1969-70, fascículo nº 1 del 27.11.69
5 Mircea Eliade: Mito y realidad. Guadarrama S.A., Madrid 1968, pp.23 y ss.
6 Buzzetti, J.L.: “Crónica y comentario del Club Atlético Peñarol, 1891-1961”, en El fútbol. Antología de aa.vv., Centro Editor América Latina, Montevideo 1969.
7 La información ha sido tomada de: R. Lombardo: Donde se cuentan proezas. Fútbol uruguayo (1929-1930), EBO, Montevideo 1993; C. Gallardo: “El fútbol del 12”, fascículo nº 3 del 11.12.69 en la colección 100 años de fútbol uruguayo, Montevideo 1969-70.
8 Reproducido por El País del 7.6.24

* Publicado originalmente en Insomnia Nº 36

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