H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



INTERNET - MASS MEDIA -


Domadores de Internet

Carlos Atanes
Documentos como la Declaración de Independencia del Cyberespacio, promulgada en Davos, Suiza, provocan la risita sardónica de quienes detectan tras su talante libertario las zarpas neo-liberales de los chicos de la escuela de Chicago. Y así, de un plumazo, pueden deslegitimar todo su contenido tachándolo de sibilino y panfletario

Que el ensimismamiento en las maravillas virtuales lleve a la definitiva degradación de la especie humana por el empobrecimiento de las relaciones sociales -y al sometimiento de éstas a las consignas de un gran totalitarismo global-, o a una evolución positiva hacia una emancipación nunca vista, es algo un poco difícil de prever. Sobre todo porque aún no se ha decidido cuál de las dos aspiraciones animará a las potencias económicas a regar con una lluvia de terminales de internet lanzados en paracaídas sobre los páramos del Tercer Mundo.

De hecho, y a modo de fugaces atisbos, estamos encontrándonos ya con fenómenos singulares. Las tendencias alienantes y de profundo individualismo promovidas socialmente sufren un paradójico punto de inflexión a raíz de la irrupción de
Internet, que redirigen nuestra vida hacia un -ficticio o no- sentimiento de comunidad inédito hasta la fecha. Sentimiento cuestionable, pero quizás a la postre necesario para reparar de alguna forma los daños ocasionados por la pérdida de valores, la liberalización de horarios y la coerción televisiva.
Repentinamente, la aldea global emerge en forma de inabarcable telar electrónico que interrelaciona gentes y culturas del orbe entero. Por lo menos esto es lo que han venido predicando los apóstoles de la nueva religión. Semejante reestructuración de las relaciones humanas cuestiona conceptos pretendidamente bien asentados de
la economía, el derecho, la ética y la sociología.

Internet vulnera la territorialidad de las leyes y de la jurisdicción que las salvaguarda. Arrecian conflictos relacionados con la libertad de expresión, la propiedad intelectual, la protección de la infancia, e incluso se plantea la proclamación de nuevos derechos fundamentales. Paralelamente a la multiplicación de canales televisivos con una oferta supuestamente plural, crecen los vínculos entre personas lejanas en distancia física pero cercanas en intereses y aficiones gracias a la Red.

Este crecimiento desbordado supone, y supondrá aún en mayor medida, una seria amenaza al
control social de los Estados. En China, millones de personas se suscriben a listas de correo electrónico contrarias al régimen, y en todo el mundo se reproducen como una plaga contenidos subversivos y cuestionadores del sistema político-económico establecido.

Las cúpulas han comenzado a reaccionar desde hace poco tiempo. Se plantea públicamente la dicotomía Estado/Mercado para defender tesis reguladoras, justificando la creación de entidades de control de contenidos en
Internet con la excusa de ser diques de contención a la apropiación desmesurada por los poderes capitalistas en el mejor de los casos, o prevención al uso que de ella hagan grupos facinerosos y subversivos en el peor.

Por otro lado, se confunden los discursos anarco-libertarios y neo-liberales en la defensa, con fines distintos, de la libertad de expresión absoluta y en su rechazo unánime a la intervención estatal. Documentos como la Declaración de Independencia del
Cyberespacio, promulgada en Davos, Suiza, provocan la risita sardónica de quienes detectan tras su talante libertario las zarpas neo-liberales de los chicos de la escuela de Chicago. Y así, de un plumazo, pueden deslegitimar todo su contenido tachándolo de sibilino y panfletario. No ha de extrañarnos, sin embargo, que de vez en cuando los neo-liberales se descuelguen con afirmaciones perfumadas con la naftalina del liberalismo ilustrado, aquel sistema ideológico contrario a los encorsetamientos del Antiguo Régimen, y del cual se reconoció continuador, de alguna forma, el socialismo libertario del S. IXX.

Pero el debate sobre el
Internet desbocado ya no puede sostenerse sobre el concepto tradicional de la dicotomía Estado/Mercado, porque ambos términos pierden parte de su significado habitual dentro de la Red -y además, francamente, porque se trata de una dicotomía que algunos nunca hemos acabado de creer. Ahora las soberanías nacionales se desvanecen en la niebla globalizadora, y el capital, a buen recaudo en manos de escasas pero todopoderosas empresas transnacionales, deja de depender esclusivamente de la protección estatal, salvaguarda hasta ahora de sus intereses.

En un intento desesperado de controlar la desbandada -por lo menos cara a la galería-, los gobiernos promueven iniciativas de regulación internacional, al lado y por encima de las prerrogativas del llamado mercado libre. Desechado el término reglamentación, que alude a una imposición de la norma desde arriba, se recurre al de regulación -"Una tercera vía entre el intervencionismo estatal directo y la autorregulación del mercado"
[1]-, o al de co-regulación -que viene a significar el consenso de los socios Estado y Capital en el establecimiento de normas para el control de contenidos en la Red, con el fin de proteger toda una serie de derechos fundamentales, no permitir la caída de tan preciado medio en los perversos tejemanejes de la plutocracia -tan ajena a las razones del bien común-, y en definitiva y, realmente, mantener el control al buen recaudo de las mismas manos de siempre. No deja de ser curioso que semejantes planteamientos surjan de los mismos gobiernos que incentivan la liberalización de los monopolios públicos, ayudando indirectamente, por consiguiente, a la consumación de grandes fusiones entre bancos, compañías de telecomunicaciones ahora privatizadas y empresas mediáticas y tecnológicas.

La mayor parte de los contenidos de la Red está suministrada por individuos privados. Sin embargo desde las instancias de regulación se pretende la aplicación de códigos deontológicos y normativas profesionales a un flujo de contenidos propiciado por una población ajena a la ética profesional, como si por arte de birlibirloque y de repente todos fuéramos periodistas y estuviésemos obligados a compartir directa o indirectamente los deberes y obligaciones del oficio periodístico.

Las
grandes corporaciones ya han movido ficha, comprando a precio de oro portales de Internet a discreción, torpe operación a primera vista, pues no se desprende de ella una mínima rentabilidad económica si no es a muy largo plazo, pero es que esos portales son y serán Los Portales, y quien los posea poseerá la llave de Internet, es decir, del canal de la práctica totalidad de medios de comunicación. La Red, pues, ya está bajo control, en igual medida que el resto de los canales en uso, y este control llega engalanado como espléndida ofrenda al bien común y convenciendo a casi todo el mundo de su democrática necesidad.

Casi todo el mundo coincide en que, puestos a crearlos, no tiene sentido crear entes reguladores centrados únicamente en Internet, cuando las transmisiones por radiofrecuencia, por satélite, por fibra óptica y por cable de cobre van a ir a dar con su señal a un mismo receptor. El debate sobre la regulación en Internet está protagonizado por entidades reguladoras de contenidos audiovisuales, que hasta ahora se ocupaban exclusivamente de
radio y televisión. Los reguladores alemanes sugieren concentrar todo el control sobre los contenidos de Internet que sean de carácter audiovisual, es decir, que tengan una capacidad de sugestión equiparable a la de la televisión[2], dejando a un lado los contenidos puramente textuales, relegados cada vez más al cuarto oscuro de lo irrelevante. Así lo reconocía Rafael Sánchez Ferlosio en un programa de Televisión Española (TVE)[3], al lamentar que escribir ya de nada sirve, al perder toda influencia la palabra escrita sobre el mundo. El control social parece no estar ya focalizado en la instrumentalización y vigilancia de la literatura, sino de lo audiovisual, porque se entiende que sólo a través de lo audiovisual se puede influir en la masa, ese monstruo sin cara, verde, gelatinoso y de extensión indefinida que los políticos sienten palpitar bajo sus pies.

Barcelona Enero 2003

Notas:

[1] Jean-Louis Autin, La Régulation Entre Droit et Politique, Ed. L'Harmattan, 1995.
[2] Extraído de la intervención de Gernot Schumann, coordinador de Asuntos Europeos de la DLM (Alemania), en el documental "Cyberespacio Bajo Control", dirigido por Carlos Atanes y producido por FortKnox Videoprod. / La Productora S.A. (2000).
[3] El programa en cuestión era "Negro Sobre Blanco", dirigido y presentado por Fernando Sánchez Dragó y emitido por el segundo canal de TVE la noche de un domingo de mayo o junio de 2000.

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia