Acosado por su propio
éxito, exigido hasta lo imposible por sus aduladores,
consumido sedentariamente por sus más fervientes partidarios,
el deporte de elite se encuentra al mismo tiempo en la cima de
su prestigio y al borde de un abismo. Cuando ni siquiera el estímulo
económico de los auspiciantes logra vencer los límites
que impone la naturaleza, el dopaje y otros recursos extradeportivos
-mayoritariamente dañinos para la salud- se convierten
en los animadores de la fiesta.
"El olimpismo es una
filosofía de vida, que exalta la combinación
balanceada de la totalidad de las cualidades del cuerpo,
la voluntad y la mente. Combinando el deporte con la cultura
y la educación, el olimpismo busca
crear un estilo de vida basado en el placer que surge del esfuerzo,
el valor educacional de los buenos ejemplos y el respeto por
principios éticos fundamentales."
"Principios
fundamentales" de la Carta Olímpica
Cada cuatro años
los medios de comunicación de cinco continentes anuncian
el viaje de la Llama Olímpica, símbolo de los valores
de un movimiento más que centenario. En realidad, la llama
pretende simbolizar el espíritu de confraternidad que
teóricamente guía a los juegos que se realizan
cada cuatro años. Durante un par de semanas deportistas
de todos los rincones del mundo se reúnen para comparar
sus habilidades y destrezas y mostrar al mundo de lo qué
son capaces, convirtiéndose en el centro de atención
de miles de millones de humanos.
Es cierto que la importancia simbólica del triunfo sigue
alentando a los deportistas a llegar más alto, más
lejos o más rápido, pero las últimas décadas
han visto crecer el peso del factor económico en todos
los deportes. El idealismo de Pierre de Frédy, barón
de Coubertin y "creador" del movimiento olímpico
moderno, se ha ido desdibujando, dando entrada al mundo de los
negocios al corazón mismo de las competencias. Los vínculos
entre las grandes empresas fabricantes de indumentaria deportiva,
del complejo industrial del entretenimiento -incluyendo a los
medios de comunicación-
y de aquellas empresas trasnacionales que desean asociar su nombre
al prestigio y la atención que concitan los deportes,
eran conocidos en otras áreas de la actividad física.
Pero a partir de la década de los años 70 el olimpismo
aceptó lo que ya era una realidad en casi todos los niveles
de actividad: la presencia de "deportistas profesionales".
Este paso fue el último antes de entrar en una dinámica
que introdujo en su seno el patrocinio de atletas individuales
a través de contratos multimillonarios, la adecuación
del reglas y prácticas de los deportes a los requerimientos
de los avisadores o los medios de comunicación y la entrada
del dopaje como un convidado de piedra dentro de casi todas las
actividades. Todo parece indicar que en el siglo que comienza,
estas prácticas llegarán a un momento crítico,
a un cruce de caminos que puede llevarnos de retorno a las prácticas
deportivas del placer colectivo, o a una hiperselección
de los deportistas de elite que produzcan súper atletas,
"creados" con el apoyo comercial de las grandes trasnacionales
y la ayuda de artificios químicos e incluso genéticos.
El pasado cercano
Los ingleses lograron
imponer en la mayor parte del mundo -casi como parte de la "extensión
cultural" realizada por el imperio- un modelo deportivo
en el que teams o equipos se contraponen a otros equipos en un
juego o serie de juegos.
Quienes al comenzar el juego
son iguales por definición, son diferentes al final, con
un ganador y uno o varios perdedores. El modelo, hoy concebido
como natural, no era el único en la Europa del siglo pasado.
En el siglo XIX los
alemanes tuvieron una época de apogeo de su modelo, el
turnen (gimnasia), que no tenía como
objeto el comparar a los participantes sino que estaba orientado
a mantener el cuerpo
saludable, resaltar las formas corporales y fortalecer el espíritu
y el coraje ante el peligro. Por estas razones, los "deportistas"
alemanes del siglo pasado tenían especial interés
en vincular la actividad física con el crecimiento moral
e intelectual.
Un tercer modelo fue el de la gimnasia sueca. En él se
trata a los movimientos humanos como si formaran parte de una
máquina, disecando
cada componente y repitiéndolo rítmicamente de
forma de ejercitar zonas del cuerpo
y músculos predeterminados.
Los citados modelos
no dan cuenta de los cientos de formas de deporte o actividad
física y social de los pueblos europeos. Los múltiples
juegos vascos -desde el lanzamiento de piedras pesadas hasta
el trinquete de pelota-, la petanca francesa, los deportes irlandeses
-radicalmente defendidos del avance inglés- y otros daban
a Europa una diversidad que la globalización está
eliminando. Miles de otros juegos, algunos ya desaparecidos,
cumplían la doble función de divertir y ejercitar
los cuerpos de cientos
de culturas diferentes.
El inicio de los deportes
olímpicos primero, la "profesionalización"
de los atletas y la completa mercantilización de la mayor
parte de las elites deportivas han alejado a estas actividades
de su origen masivo. El
siglo XX vio separarse dos ramas del mismo tronco: los deportistas
de elite, que baten récords de eficiencia, velocidad,
fortaleza, altitud, longitud y resistencia, y los aficionados.
Estos no son considerados por los medios masivos como dignos
de atención, por lo cual todas las imágenes que
penetran en la sociedad terminan consagrando a superhombres,
capaces de hazañas que ninguno de los humanos comunes
podrán jamás igualar.
Algo similar ocurre
con las naciones: sólo aquellos países con grandes
excedentes como para invertir cientos de millones de dólares
en infraestructura son capaces de aspirar a dar albergue a encuentros
como los campeonatos mundiales de fútbol,
atletismo o a las mismísimas olimpíadas. El distanciamiento
de los practicantes comunes de todo tipo de actividades físicas
respecto a los modelos que deben ser admirados, ha dejado al
deporte en la paradoja de convertirse en un espectáculo
para espectadores pasivos. Los medios
-junto a sus periodistas- no se han dado cuenta de la importancia
que tendría informar sobre los deportes que sus lectores
realmente practican. Las actividades recreativas de miles y miles
de personas, sus logros y sus hallazgos, pasan desapercibidos
para los grandes medios, pues
ese espacio está destinado a informar cada vez sobre detalles
más nimios sobre las vidas de los deportistas de elite.
El oro del entretenimiento
Las últimas
décadas del siglo pasado vieron cómo la convergencia
de las telecomunicaciones y los medios de difusión fueron
dando las condiciones para el surgimiento de la industria del
entretenimiento. El ojo de
los medios llegó hasta el corazón de los deportes,
enviando legiones de periodistas que supieron describir o captar
la plasticidad de los movimientos de los atletas, sus caras de
esfuerzo, su concentración. El deporte organizado volvió
a ocupar un lugar que le permite generar leyendas y mitos modernos,
historias de mujeres
y hombres remarcables,
y difundirlas a los cuatro vientos. Pero los medios también
atizaron el hambre de leyendas y de héroes
y terminaron imponiéndole a aquél la necesidad
de producir cada vez más hazañas dignas de ser
contadas.
La industria del entretenimiento, socia fundamental en el plano
de la difusión pero también en el área comercial,
alentó un tipo de lógica que, a impulsos aislados
pero nunca debidamente reprimidos, dejó florecer el dopaje de los atletas como un mal necesario
para vencer barreras que de otras formas tardarían decenios
en caer.
Por una parte, se abandonó
la idea de Coubertin de los atletas amateurs, es decir, no profesionales,
ya que el espectáculo exigía la presencia de "los
mejores entre los mejores". Los últimos 30 años
han marcado el ingreso al movimiento olímpico de tenistas
o basquetbolistas multimillonarios, desplazando a los amateurs
y permitiendo que las audiencias se reencontraran con los mismos
rostros del circuito profesional. Este cambio permitió
que el movimiento olímpico, relativamente resguardado
de las presiones que sufría el deporte profesional, cayera
también en la órbita de la comercialización
y sus reglas.
Se podría decir,
siguiendo las expresiones de Jens Sejer Andersen, director de
la revista danesa Ungdom & Idræt (Juventud y deportes), que los medios han convertido
al deporte en una víctima (no
siempre inocente)
de las necesidades de la industria del entretenimiento. Es cierto
que diarios, radios
y emisoras de televisión
tratan el tema del dopaje. Es una realidad tan evidente que rompe
los ojos de al menos una fracción de los miles de periodistas
especializados que siguen los encuentros deportivos.
"Sin ningún
tipo de dudas, afirma
Sejer Andersen, los medios se encuentran frente a un dilema.
Por una parte, deben ceder a las presiones de los accionistas
de esos medios y a los gustos de los espectadores, trasmitiendo
el costado apasionante y fascinador que ofrece el deporte de
alto nivel. Por el otro, se les hace imposible no trasmitir al
menos una cierta forma de verdad. Mientras el dopaje sea una
violación de los reglamentos deportivos, se hace necesario
tomar una posición ante él."
Esta necesidad de informar
al menos de una parte de lo que ocurre trae problemas a toda
la industria del entretenimiento, tanto a su componente deportivo
como mediático. Uno de los casos más dramáticos
fue el del Tour de France de 1998, en el que, a instancias de
la policía francesa, los medios tuvieron que informar
a la sociedad y (por la importancia
del evento) al
mundo, que la caravana era algo así como una "farmacia
móvil".
"El dilema ante el
que se enfrentan los medios, observa
Sejer Andersen, deberá ser resuelto a la brevedad para
bien o para mal, ya que su permanencia amenaza la propia existencia
del deporte como parte de la industria del entretenimiento. Si
los medios se focalizan demasiado sobre los elementos políticos
del deporte, se arriesga dejarlos desprovistos de toda gracia.
Y si se olvidan esos elementos políticos, el deporte se
encontrará vacío
de todo sentido ético, sacándolo de el lugar de
privilegio que tiene en la sociedad. Hasta ahora los medios intentan
salvarse saltando de una roca a la otra mientras la marea sube.
Durante el Tour de France 1998, los medios de masas pusieron
cara de verse sorprendidos por una cosa que nunca habían
querido ver."
El siglo se abre con
este dilema. Uno de los futuros está planteado: continuar
con el deporte como espectáculo integrado a la industria
del entretenimiento, aceptando sus lógicas y adecuándose
a sus necesidades. Otro camino sería el retorno a ciertas
prácticas comunes en el pasado cercano y aún vigentes
en muchos pueblos, tanto occidentales (por
ejemplo, los países nórdicos) como no occidentales, en las que el
deporte tiene un valor ético y social destacado, donde
es bueno esforzarse y es apreciado ganar, pero en las que la
espectacularidad del triunfo no es el objetivo central.
*Publicado
en La Guía del Mundo
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