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Amir Hamed
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DEPORTES - DEPORTES DE ELITE - OLIMPISMO - DOPAJE - MASS MEDIA - INDUSTRIA DEL ENTRETENIMIENTO - ANDERSEN, JENS SEJER - LLAMA OLÍMPICA - HÉROES - ATLETAS -

Deportes de elite: el peligro del oro*

Guía del Mundo
El deporte organizado volvió a ocupar un lugar que le permite generar leyendas y mitos modernos, historias de mujeres y hombres remarcables, y difundirlas a los cuatro vientos. Pero los medios también atizaron el hambre de leyendas y de héroes y terminaron imponiéndole a aquél la necesidad de producir cada vez más hazañas dignas de ser contadas

Acosado por su propio éxito, exigido hasta lo imposible por sus aduladores, consumido sedentariamente por sus más fervientes partidarios, el deporte de elite se encuentra al mismo tiempo en la cima de su prestigio y al borde de un abismo. Cuando ni siquiera el estímulo económico de los auspiciantes logra vencer los límites que impone la naturaleza, el dopaje y otros recursos extradeportivos -mayoritariamente dañinos para la salud- se convierten en los animadores de la fiesta.

"El olimpismo es una filosofía de vida, que exalta la combinación balanceada de la totalidad de las cualidades del cuerpo, la voluntad y la mente. Combinando el deporte con la cultura y la educación, el olimpismo busca crear un estilo de vida basado en el placer que surge del esfuerzo, el valor educacional de los buenos ejemplos y el respeto por principios éticos fundamentales."

"Principios fundamentales" de la Carta Olímpica

Cada cuatro años los medios de comunicación de cinco continentes anuncian el viaje de la Llama Olímpica, símbolo de los valores de un movimiento más que centenario. En realidad, la llama pretende simbolizar el espíritu de confraternidad que teóricamente guía a los juegos que se realizan cada cuatro años. Durante un par de semanas deportistas de todos los rincones del mundo se reúnen para comparar sus habilidades y destrezas y mostrar al mundo de lo qué son capaces, convirtiéndose en el centro de atención de miles de millones de humanos.

Es cierto que la importancia simbólica del triunfo sigue alentando a los deportistas a llegar más alto, más lejos o más rápido, pero las últimas décadas han visto crecer el peso del factor económico en todos los deportes. El idealismo de Pierre de Frédy, barón de Coubertin y "creador" del movimiento olímpico moderno, se ha ido desdibujando, dando entrada al mundo de los negocios al corazón mismo de las competencias. Los vínculos entre las grandes empresas fabricantes de indumentaria deportiva, del complejo industrial del entretenimiento -incluyendo a los medios de comunicación- y de aquellas empresas trasnacionales que desean asociar su nombre al prestigio y la atención que concitan los deportes, eran conocidos en otras áreas de la actividad física.

Pero a partir de la década de los años 70 el olimpismo aceptó lo que ya era una realidad en casi todos los niveles de actividad: la presencia de "deportistas profesionales". Este paso fue el último antes de entrar en una dinámica que introdujo en su seno el patrocinio de atletas individuales a través de contratos multimillonarios, la adecuación del reglas y prácticas de los deportes a los requerimientos de los avisadores o los medios de comunicación y la entrada del dopaje como un convidado de piedra dentro de casi todas las actividades. Todo parece indicar que en el siglo que comienza, estas prácticas llegarán a un momento crítico, a un cruce de caminos que puede llevarnos de retorno a las prácticas deportivas del placer colectivo, o a una hiperselección de los deportistas de elite que produzcan súper atletas, "creados" con el apoyo comercial de las grandes trasnacionales y la ayuda de artificios químicos e incluso genéticos.

El pasado cercano

Los ingleses lograron imponer en la mayor parte del mundo -casi como parte de la "extensión cultural" realizada por el imperio- un modelo deportivo en el que teams o equipos se contraponen a otros equipos en un juego o serie de juegos. Quienes al comenzar el juego son iguales por definición, son diferentes al final, con un ganador y uno o varios perdedores. El modelo, hoy concebido como natural, no era el único en la Europa del siglo pasado.

En el siglo XIX los alemanes tuvieron una época de apogeo de su modelo, el turnen (gimnasia), que no tenía como objeto el comparar a los participantes sino que estaba orientado a mantener el cuerpo saludable, resaltar las formas corporales y fortalecer el espíritu y el coraje ante el peligro. Por estas razones, los "deportistas" alemanes del siglo pasado tenían especial interés en vincular la actividad física con el crecimiento moral e intelectual.
Un tercer modelo fue el de la gimnasia sueca. En él se trata a los movimientos humanos como si formaran parte de una máquina, disecando cada componente y repitiéndolo rítmicamente de forma de ejercitar zonas del cuerpo y músculos predeterminados.

Los citados modelos no dan cuenta de los cientos de formas de deporte o actividad física y social de los pueblos europeos. Los múltiples juegos vascos -desde el lanzamiento de piedras pesadas hasta el trinquete de pelota-, la petanca francesa, los deportes irlandeses -radicalmente defendidos del avance inglés- y otros daban a Europa una diversidad que la globalización está eliminando. Miles de otros juegos, algunos ya desaparecidos, cumplían la doble función de divertir y ejercitar los cuerpos de cientos de culturas diferentes.

El inicio de los deportes olímpicos primero, la "profesionalización" de los atletas y la completa mercantilización de la mayor parte de las elites deportivas han alejado a estas actividades de su origen masivo. El siglo XX vio separarse dos ramas del mismo tronco: los deportistas de elite, que baten récords de eficiencia, velocidad, fortaleza, altitud, longitud y resistencia, y los aficionados. Estos no son considerados por los medios masivos como dignos de atención, por lo cual todas las imágenes que penetran en la sociedad terminan consagrando a superhombres, capaces de hazañas que ninguno de los humanos comunes podrán jamás igualar.

Algo similar ocurre con las naciones: sólo aquellos países con grandes excedentes como para invertir cientos de millones de dólares en infraestructura son capaces de aspirar a dar albergue a encuentros como los campeonatos mundiales de fútbol, atletismo o a las mismísimas olimpíadas. El distanciamiento de los practicantes comunes de todo tipo de actividades físicas respecto a los modelos que deben ser admirados, ha dejado al deporte en la paradoja de convertirse en un espectáculo para espectadores pasivos. Los medios -junto a sus periodistas- no se han dado cuenta de la importancia que tendría informar sobre los deportes que sus lectores realmente practican. Las actividades recreativas de miles y miles de personas, sus logros y sus hallazgos, pasan desapercibidos para los grandes medios, pues ese espacio está destinado a informar cada vez sobre detalles más nimios sobre las vidas de los deportistas de elite.

El oro del entretenimiento

Las últimas décadas del siglo pasado vieron cómo la convergencia de las telecomunicaciones y los medios de difusión fueron dando las condiciones para el surgimiento de la industria del entretenimiento. El ojo de los medios llegó hasta el corazón de los deportes, enviando legiones de periodistas que supieron describir o captar la plasticidad de los movimientos de los atletas, sus caras de esfuerzo, su concentración. El deporte organizado volvió a ocupar un lugar que le permite generar leyendas y mitos modernos, historias de mujeres y hombres remarcables, y difundirlas a los cuatro vientos. Pero los medios también atizaron el hambre de leyendas y de héroes y terminaron imponiéndole a aquél la necesidad de producir cada vez más hazañas dignas de ser contadas.
La industria del entretenimiento, socia fundamental en el plano de la difusión pero también en el área comercial, alentó un tipo de lógica que, a impulsos aislados pero nunca debidamente reprimidos, dejó florecer el dopaje de los atletas como un mal necesario para vencer barreras que de otras formas tardarían decenios en caer.

Por una parte, se abandonó la idea de Coubertin de los atletas amateurs, es decir, no profesionales, ya que el espectáculo exigía la presencia de "los mejores entre los mejores". Los últimos 30 años han marcado el ingreso al movimiento olímpico de tenistas o basquetbolistas multimillonarios, desplazando a los amateurs y permitiendo que las audiencias se reencontraran con los mismos rostros del circuito profesional. Este cambio permitió que el movimiento olímpico, relativamente resguardado de las presiones que sufría el deporte profesional, cayera también en la órbita de la comercialización y sus reglas.

Se podría decir, siguiendo las expresiones de Jens Sejer Andersen, director de la revista danesa Ungdom & Idræt (Juventud y deportes), que los medios han convertido al deporte en una víctima (no siempre inocente) de las necesidades de la industria del entretenimiento. Es cierto que diarios, radios y emisoras de televisión tratan el tema del dopaje. Es una realidad tan evidente que rompe los ojos de al menos una fracción de los miles de periodistas especializados que siguen los encuentros deportivos.

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Sin ningún tipo de dudas, afirma Sejer Andersen, los medios se encuentran frente a un dilema. Por una parte, deben ceder a las presiones de los accionistas de esos medios y a los gustos de los espectadores, trasmitiendo el costado apasionante y fascinador que ofrece el deporte de alto nivel. Por el otro, se les hace imposible no trasmitir al menos una cierta forma de verdad. Mientras el dopaje sea una violación de los reglamentos deportivos, se hace necesario tomar una posición ante él."

Esta necesidad de informar al menos de una parte de lo que ocurre trae problemas a toda la industria del entretenimiento, tanto a su componente deportivo como mediático. Uno de los casos más dramáticos fue el del Tour de France de 1998, en el que, a instancias de la policía francesa, los medios tuvieron que informar a la sociedad y (por la importancia del evento) al mundo, que la caravana era algo así como una "farmacia móvil".

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El dilema ante el que se enfrentan los medios, observa Sejer Andersen, deberá ser resuelto a la brevedad para bien o para mal, ya que su permanencia amenaza la propia existencia del deporte como parte de la industria del entretenimiento. Si los medios se focalizan demasiado sobre los elementos políticos del deporte, se arriesga dejarlos desprovistos de toda gracia. Y si se olvidan esos elementos políticos, el deporte se encontrará vacío de todo sentido ético, sacándolo de el lugar de privilegio que tiene en la sociedad. Hasta ahora los medios intentan salvarse saltando de una roca a la otra mientras la marea sube. Durante el Tour de France 1998, los medios de masas pusieron cara de verse sorprendidos por una cosa que nunca habían querido ver."

El siglo se abre con este dilema. Uno de los futuros está planteado: continuar con el deporte como espectáculo integrado a la industria del entretenimiento, aceptando sus lógicas y adecuándose a sus necesidades. Otro camino sería el retorno a ciertas prácticas comunes en el pasado cercano y aún vigentes en muchos pueblos, tanto occidentales (por ejemplo, los países nórdicos) como no occidentales, en las que el deporte tiene un valor ético y social destacado, donde es bueno esforzarse y es apreciado ganar, pero en las que la espectacularidad del triunfo no es el objetivo central.

*Publicado en La Guía del Mundo

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