Todo depende, de hecho, de lo que se entienda por
Literatura: o
bien la letra (gramma,
huella, pisada, marca, inscripción…escritura)
o bien únicamente la
literatura, en
el sentido más convencional, el más denigrante (que es además un
sentido tardío), como cuando se dice por ejemplo: y todo lo demás es
literatura. En este
sentido banal y más o menos peyorativo, pero que no es menos
revelador,
literatura significa como se ha acordado
desde hace tiempo:
ficción.
Philippe Lacoue-Labarthe
“Tú
no escribes: tú eres escrito.”
Edmond Jabes
Digamos que sí, que esta podría ser una especie de llamada, de
llamada telefónica,
una manera de escuchar y escucharnos en la
distancia, en el umbral de lo que se escucha y de lo que no, de lo
que se cree escuchar, de eso que bajo, sobre y en la
palabra se va
diciendo.
Digamos, en este caso, es en el nombre de
Literatura que vamos a
tratar de decir que hay un llamado a
escribir de y en ella,
un
llamado a decir desde lo que ella provoca, que, a la luz de las
historias que se tejen en su interior, van llegando, acercándose y
creando la complicidad literaria en aquellos que escriben desde los
márgenes de la letra y su iterabilidad.
Quizás sea este instante simplemente un
simulacro de nuestras
escuchas en la antesala de lo literario, una manera de decir “heme
aquí” hablando, diciendo, comprometiéndome y exponiéndome en lo que
es o podría ser, o podría dejar de ser: la interpretación de los
“bordes de lo literario”. Ya
se ha dicho, éste es un
simulacro de nuestras escuchas en el
interior de la literatura, un llamado entonces a escuchar aquellas
voces que a lo largo y profundo de la historia se han desdoblado y
pasado de uno a otro, comunicando esas lejanías en las cuales el
escritor se adentra; lejanías de soledad y epifanía, de emancipación
y caída, lejanías en las cuales la
palabra va errando y alejándose
del lugar en el cual se la recibe o del sin-lugar singular en el
cual puede simularse su acogida. Digamos, por ejemplo, esas
historias que entre selva, páramo, ciudad y Monte se pueden hilar y
deshilar a la luz de una palabra que excede la realidad misma de lo
nombrado, en una traducción de lo imposible que la
palabra soporta y
lleva, una sonoridad de vocablos en los cuales la
palabra resuena y
se asoma con ese matiz que la excede, en ese resonar inmemorial del
cual viene y del cual ha de salir librada en las regiones donde la
palabra transgrede lo que se llama “la
literatura”, sea por su
estudio sigiloso o sea simplemente por un arte de magia que supere
el artificio dado por quien escribe.
Sí,
este juego de palabras en nombre del acercamiento a la
literatura,
ha de ser la (h)ilación de un texto que juega como un llamado
telefónico, una lejanía de las voces que se van escuchando
mientras
se lee y mientras se rememora el hecho mismo de acercarse a la espacialidad de lo literario: voces que atraviesan largos prólogos,
citas y exergos, voces que atraviesan tiempos, calles, avenidas,
paredes, carteles, rostros e historias de rostros, libros y pasajes
de libros en donde la mano del
escritor se exilia, se sumerge y
emerge a la ves en un tiempo que es otro tiempo de escuchas, mano de
escritor diluida en el tiempo inaudito de una historia que quisiera
siempre acercarse a lo literario, de eso que siendo lejano e
inaudito se deja escuchar, y que puede no ser la posibilidad de
interrupción en la soledad de quien lee y escribe.
Interrupción de una soledad acompañada por el rumor de voces que
vienen desde tiempos inmemoriales, interrupción del habla y aquello
que se comunica, más no de la voz ni del tono de la voz, ni de los
ritmos y armónicos que sostienen el tono de
escritura con el cual,
quien escribe, empieza a conocer y reconocer un saber en nombre de
lo que aun no se ha contado, un saber que interrumpe el saber mismo
de las palabras y las vidas de escritores en los umbrales de lo
literario.
Y
porque aquí se ha querido dedicar unas cuantas palabras a esa
posibilidad de interrumpirse en el
lenguaje, en ese
lenguaje de lo
literario que nos abisma y causa vértigo, ese
lenguaje que va
apareciendo en la lejanía de la voz de cada uno, en las palabras que
saliendo de uno pareciera que fueran comunicándolo, diciéndolo
y nombrándolo todo, pero que sin embargo, van tornándose extrañas,
extranjeras a uno, incomunicables, desnudas en las vestiduras que se
han tejido para cubrirles con el manto de la inspiración y el deseo
de hacerlas hablar en el lienzo de la historia,
desnudas en el
silencio de la página que las recibe y acoge para que descansen en
sus orlas, si, a cada una de ellas, a cada palabra velada por el
deseo y la inspiración, tornándose simplemente reflejos o destellos
de un universo cuya materialidad inerte quita el encanto de lo
nombrado. Sin más cercanía que la lejanía de cuanto nombran, sin más
lejanía que todo aquello cuanto van acercando en cada texto que ha
sido hilado por las manos de quienes danzan en la
escritura.
En
el espacio literario cada palabra resuena de una manera diferente en
la mirada y la escucha de quien escribe, en el espacio literario las
palabras vienen desde el fondo de los tiempos y de la historia,
palabras que anteceden el nombrar mismo y que en las “dimensiones de
lo literario” borran toda limitación de interpretar, traducir y
nombrar las historias de un texto, de una obra, de un relato:
“una
palabra que se esfuma en el largo sendero de las tradiciones
trágicas y cómicas, que se rebela siempre otra y siempre la misma,
al mismo tiempo. Una palabra que quiere ser oída y que, a veces, se
olvida de escucharnos. Palabra que, a veces, se alarga, se extiende
hasta volverse vida, pura vida, todas las vidas, y que, otras
veces, se acorta, nos acorta, se empequeñece, nos empequeñece, hasta
transformarse y quedarse presa sola –y quedarnos, nosotros, presos
solos- entre cuatro paredes. Una palabra que se vuelve pasaje hacia
otra palabra quieta, un ocaso, una sinrazón, un patio olvidado en
una foto perdida de la infancia. Pero
palabra que, al extenderse,
puede hacerse también un vientre, una iniciación, una gestación, una
fecundidad, un gesto inédito: una
palabra cuya pronunciación
inaugura el propio decir de la palabra.
Y palabra que al
replegarse, al disminuirse y disminuirnos, hace del tiempo un tiempo
únicamente escolar; del espacio, un espacio solamente escolar; de
nosotros, un nosotros exclusivamente escolar, y de los otros, unos
otros absolutamente escolares.”
Una
palabra que viene y llama lo desconocido de nuestra historia, una
palabra que se hace en la literatura y que la excede, palabra que al
hacerse como tal disimula e instaura un saber al cual habría que
leer en sus múltiples variantes, en sus diferentes tonalidades y en
las diferancias que evoca. Sea en una novela, en un cuento,
entre poesía y relato, o sea en la simple alteridad de la escritura.
Nuevamente entonces una palabra como un juego de voces que se
escuchan en la distancia, como si fuera un llamado tele-fónico, una
interioridad telefónica,
una ruptura de esos monólogos en los cuales la
literatura juega a
ser el medio para atreverse a esgrimir y surfear los mundos del otro
que acontecen en la página escrita, en la estereofonía de las voces
que se diluyen por la página escrita.
Pero, y volviendo al lugar del llamado en literaturas: ¿Qué sería
entonces la palabra del otro que en la página va apareciendo y
des-apareciendo en sus infinitos desdobleces? ¿Cómo interpretar esa
alteridad del texto en lo que se ha llamado
literatura? ¿Qué podría
“ser” la literatura? ¿Tiene un “ser”, una posibilidad de definición
en el mundo? ¿Qué pasaría con la firma, la autoría, el nombre del
autor y de los personajes? ¿Hacia donde nos llevan esos parajes de
lectura en los cuales la palabra altera el
cuerpo mismo de quien se
ha dejado tocar por escritura? ¿Existe algún lugar de recibimiento
en el cual la página nos envíe?
Decir qué es literatura, es decir que la
literatura va agonizando,
porque, el ser de lo que se nombra es también su última aparición en
la historia, de ahí en adelante, al definirla, al definir que es
esto o lo otro, al quedarse en la imagen de lo dicho, en la
totalidad del saber que de ella se instaura, solo se hace que la
literatura sea la institución de lo que es a secas y no la
posibilidad de acercarse a la alteridad del trazo en el mundo. Si
la literatura se comprende como el arte de las letras a secas y de
la traducción de los mundos de un escritor en el contexto de una
historia inmanente a si misma, entonces la
literatura se limita en
el movimiento de su autoproducción, se vuelve inmanente a su traductibilidad y por ello se hace y torna una institución del
saber, de las bellas letras, un conocimiento que se prolonga de ella
y para ella.
¿Cómo comprender que ella excede el negror o el brillo de las
letras, que la literatura también es la imposibilidad de traducir un
mundo, o los mundos que el otro lleva, por más cercanos o legibles
que parezcan?
La
literatura llega en la palabra y la excede, juega en los modos y
sistemas de escritura con los cuales se acerca quien escribe, ella
misma busca salir de ella misma, desestabilizar sus fundamentos, sus
enmarañados pasajes por donde ha sido aprehendida, ella busca la
apertura de sus limites y caminos, para no asirse a una única manera
de internarse en ella. Quizás por eso:
literatura es indefinible.
Definir es darle finitud a algo [lt. finitus, acabado, finalizado] y
la literatura es indefinible, inacabada, su fuerza radica en que
cada escritor sabe que su obra es inacabada, es la posibilidad de
adentrarse en lo inacabado, de dejar siempre abierta esa brecha y
esa posibilidad de continuar algo o de abrir algo para ser
continuado y abierto entre los signos y señales que la mano del
escriba anuncian, es la posibilidad de hacer algo en lo imposible, y
quizás por eso, la literatura interrumpe la soledad del mundo que
vive el escritor, lo llama a viajar y volar en las alas de la
escritura, permite que entre trazo, signo y pagina, quien escribe
pueda adentrarse hacia lo desconocido.
Ahora bien, ¿Cuál podría ser la cercanía o la distancia en los modos
de comprensión de la literatura? Cada uno la asume desde una voz que
borra sus límites al momento mismo de encontrarse en el otro que
habla y dice algo más en nombre de literatura. Cada uno se disemina
en la voz del otro que trae historias, relatos y narraciones para
contar o ser contadas. Aquí mi voz, su voz, otra voz, lo que
simularía ser mi voz, también la voz de ustedes y la voz de quienes
aun van llegando entre uno y otro paraje de escrituras. Cada uno
como un umbral de voces en la alteridad del texto, como una historia
que hace fisuras, incisiones, rupturas y quiebres en la identidad de
quien lee o se acerca a la escucha de otra historia. Quizás por eso,
la historia de la literatura es la historia de una falta, de algo
que siempre falta, de algo que siempre ha de ser buscado o
nuevamente encontrado para nombrarse, siempre por primera vez,
siempre con la novedad de encontrarse en el límite, entre lo que ya
se creía como verdadero y lo que a su vez altera esa verdad y forma
de decir las cosas en el tiempo.
La
literatura hace su aparición en la danza de la razón, la
sensibilidad, la verdad, la creación, el caos, la belleza, lo
grotesco, lo espectral, los juegos de lo visual y lo acústico;
aparece y desparece entre el velo que sostiene la iterabilidad de la
traza y el revelamiento de esos pasajes sonoros en los cuales, la
letra, trafica aquellos mundos en la vida de quien se acerca a la
espacialidad literaria. La
literatura “es” la salida de sí en el éxtasis de la página, y por
ello, la literatura también se aleja del tiempo, el espacio y la
historia que le vestirían en sus ficciones, la literatura atraviesa
la mano del escritor y hace de éste, el puente entre uno o más
universos que se filtran en el negror de la tinta y la epifanía
de lo escrito.
Quizás y para concluir este primer lance de una voz en la pregunta
de ¿qué es la literatura? simplemente podría decir que la
literatura es hospitalidad incondicional, es la desmesura de una
llamada, de una llamada en la lejanía, es apertura al otro y lo
otro, a los mundos que cada uno lleva, a las historias que se portan
y soportan, a las voces de autores, firmas y personajes que se
escuchan y atraviesan las palabras del texto, voces que también se
silencian cuando acontece el olvido de la magia y la hospitalidad de
las historias en escritura.
Si
hablamos de literatura, entonces, la invitación viene de lejos, la
invitación a entrar en la literatura se da en el momento mismo en el
cual cada uno supo (sin saberlo) que la escritura lo excedía, lo
llamaba a sumergirse en algo que es y será difícil de nombrar, una
excriptura
del cuerpo, una escritura que amenaza la estabilidad misma del
escribir y que permite lanzarse en cada hoja, en cada página, a una
historia que siempre estará por contarse. Quizás y por ello termino
con una frase con la cual debería haber empezado este texto, una
invitación a sumergirse en la espacialidad de la literatura:
…para entrar en el
universo de la escritura, es necesario asumir, con el propio nombre,
la suerte de cada sonido, de cada signo que lo perpetúan…
17
de agosto de 2009.
II:
Anfitriones
Alguien llega y se aleja en la llegada. Alguien pasa y nombra a otro
que a su vez se aleja en su nombre. Alguien reconoce a ese otro y le
deja ir en la palabra que a su vez le reclama desde otro lado. Desde
ese otro lado la voz de alguien resuena de tal modo que en ese
instante se siente venir la lejanía de quien ha llegado por primera
vez. Siempre por primera vez.
Entre la página que se escribe y el movimiento de las manos de quien
escribe, hay un sigiloso movimiento del tiempo y de la presencia que
empiezan a tornarse inestables, se fragmentan, se diseminan, se
abren y contraen de modo tal que la página misma empieza a perderse,
a extenderse, la página pierde sus márgenes, la página se escribe
hacia afuera, excede el negror de la tinta, excede la presencia
misma de quien en ese instante va llegando a tocar los acordes del
texto, quizás para hablar de la escritura de un texto, de lo que se
escribe.
¿Pero quien ha dicho que aquí ya hay el inicio de un texto que
hablaría del texto y de la escritura sobre un texto? ¿Quién ha dicho
que es de textos de lo que se está escribiendo? ¿Cómo escribir de un
texto sin dejar de ser otro texto, en el interior de lo que excede
en su modo de nombrarse? ¿Cómo dejar de hacer teoría literaria en el
meollo mismo de la teoría literaria? El
escritor como anfitrión es el que hace de un texto la posibilidad
infinita del recibimiento de otro, la posibilidad inabarcable en la
cual todo cuanto se nombra y se dice en vías a sumergirse por los
pasillos de la escritura, se hace hospitalidad sin mesura.
Hospitalidad de la cual se escribe y en la cual se escribe sin tener
que decir a voz abierta: bienvenido.
El
escritor deja de hacer muecas al ojear las palabras de quien se deja
tocar en escritura porque en ese instante él es la mueca que arriba
en sus metamorfosis en ese recibimiento sin palabras. El escritor es
el gesto y la expresión del rostro en sus movimientos. Por eso, cada
página anuncia la nostalgia o el ánimo con el cual se ha traducido
un instante de apertura en el rostro del universo, en la desmesura
de ese rostro y la acogida de una nueva manera de saludar y recibir
más allá de la mirada y el acogedor soplo de los vocablos.
Pensemos en la musicalidad de la traza que se libera del rostro de
quien la ha entonado.
Pensemos en la melodía y los acordes de una escritura que resuena en
el desdoblamiento de los pliegues del rostro, en ese infranqueable
abismo de la mirada y lo que escucha la mirada, en ese
inconmensurable espacio de la escritura cuyos límites se borran a
cada instante. Pensemos por un instante en la composición musical de
una obra escrita, de una obra que escruta y desencripta los
resabiados nombres que la animan, digamos en este caso, de una
obra
que se hace hospitalidad incondicional de un lector anónimo, de un
escritor anónimo, de una escritura que antecede al mismo instante en
el cual la voz del escritor se lanza a su exilio, y que por ese
movimiento, hace posible arriesgarse a danzar entre las imposibles
escrituras que resuenan en el
cuerpo, en los tonos de escritura que
resuenan en la palma de las manos y que se hacen opus musical en el
quiebre de los límites del silencioso texto.
Todos anfitriones incondicionales, escritores hospitalarios,
acogedores receptáculos de universos infinitos por donde la palabra
infinito pierde sus orlas y se hace a su vez incontenible
exterioridad.
Bibliografía
ASENSI.
Manuel. Teoría Literaria y desconstrucción. Arco/libros. 1990
BENJAMIN.
Walter. Discursos Interrumpidos I. Taurus.Madrid. 1982.
BLANCHOT.
Maurice. El espacio literario. Paidós. Barcelona. 1992.
__________________ La risa de los dioses. Taurus. Madrid 1976.
DERRIDA.
Jacques. La Diseminación.Ed. Fundamentos. Madrid. 1997.
________________Márgenes de la filosofía. Cátedra. Madrid. 1989.
________________La escritura y la diferencia. Anthropos. Barcelona.
1989.
________________Ulises gramófono: El oui-diré de Joyce. En: Teoría
Literaria y desconstrucción. Arco/libros. 1990
DETIENNE.
Marcel. Los maestros de verdad en la Grecia arcaica. Taurus. Madrid.
1983.
HILLIS
MILLER. J. el crítico como anfitrión. En: Teoría Literaria y
desconstrucción. Arco/libros. 1990
JABES.
Edmond. El libro de las preguntas. Siruela. 2005.
LACOUE-LABARTHE.
Philippe. La fábula (Literatura y Filosofía) En: Teoría Literaria y
desconstrucción. Arco/libros. 1990
LÉVINAS.
Emmanuel. Totalidad e infinito. Sigueme. Madrid. 1999.
____________________La realidad y su sombra. Trotta. Madrid. 2001.
Salamanca.
España. 1987.
NANCY. Jean Luc. La comunidad desobrada. Arena Libros. 2001
_______________ Corpus. Arena Libros. 2001
La excripción
de nuestro cuerpo, he ahí por donde primeramente hay que
pasar. Su inscripción-afuera, su puesta fuera de texto como
el movimiento mas propio de su texto: el texto abandonado,
dejado sobre su limite”. NANCY.
Jean Luc. Corpus. Arena Libros. 2001
|
|