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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



 

LITERATURA - ESCRITURA - FICCIÓN - ALTERIDAD - SIMULACRO -


Del llamado en literaturas

Fernando Guerrero Flórez

 

 

Entre la página que se escribe y el movimiento de las manos de quien escribe, hay un sigiloso movimiento del tiempo y de la presencia que empiezan a tornarse inestables, se fragmentan, se diseminan, se abren y contraen de modo tal que la página misma empieza a perderse, a extenderse, la página pierde sus márgenes, la página se escribe hacia afuera, excede el negror de la tinta

Todo depende, de hecho, de lo que se entienda por Literatura: o bien la letra (gramma, huella, pisada, marca, inscripción…escritura) o bien únicamente la literatura, en el sentido más convencional, el más denigrante (que es además un sentido tardío), como cuando se dice por ejemplo: y todo lo demás es literatura. En este sentido banal y más o menos peyorativo, pero que no es menos revelador, literatura significa como se ha acordado
desde hace tiempo: ficción.

Philippe Lacoue-Labarthe

Tú no escribes: tú eres escrito.”
Edmond Jabes
 

Digamos que sí, que esta podría ser una especie de llamada, de llamada telefónica, una manera de escuchar y escucharnos en la distancia, en el umbral de lo que se escucha y de lo que no, de lo que se cree escuchar, de eso que bajo, sobre y en la palabra se va diciendo. Digamos, en este caso, es en el nombre de Literatura que vamos a tratar de decir que hay un llamado a escribir de y en ella, un llamado a decir desde lo que ella provoca, que, a la luz de las historias que se tejen en su interior, van llegando, acercándose y creando la complicidad literaria en aquellos que escriben desde los márgenes de la letra y su iterabilidad.

Quizás sea este instante simplemente un simulacro de nuestras escuchas en la antesala de lo literario, una manera de decir “heme aquí” hablando, diciendo, comprometiéndome y exponiéndome en lo  que es o podría ser, o podría dejar de ser: la interpretación de los “bordes de lo literario”. Ya se ha dicho, éste es un simulacro de nuestras escuchas en el interior de la literatura, un llamado entonces a escuchar aquellas voces que a lo largo y profundo de la historia se han desdoblado y pasado de uno a otro, comunicando esas lejanías en las cuales el escritor se adentra; lejanías de soledad y epifanía, de emancipación y caída, lejanías en las cuales la palabra va errando y alejándose del lugar en el cual se la recibe o del sin-lugar singular en el cual puede simularse su acogida. Digamos, por ejemplo, esas historias que entre selva, páramo, ciudad y Monte se pueden hilar y deshilar a la luz de una palabra que excede la realidad misma de lo nombrado, en una traducción de lo imposible que la palabra soporta y lleva, una sonoridad de vocablos en los cuales la palabra resuena y se asoma con ese matiz que la excede, en ese resonar inmemorial del cual viene y del cual ha de salir librada en las regiones donde la palabra transgrede lo que se llama “la literatura”, sea por su estudio sigiloso o sea simplemente por un arte de magia que supere el artificio dado por quien escribe.

Sí, este juego de palabras en nombre del acercamiento a la literatura, ha de ser la (h)ilación de un texto que juega como un llamado telefónico, una lejanía de las voces que se van escuchando mientras se lee y mientras se rememora el hecho mismo de acercarse a la espacialidad de lo literario: voces que atraviesan largos prólogos, citas y exergos, voces que atraviesan tiempos, calles, avenidas, paredes, carteles, rostros e historias de rostros, libros y pasajes de libros en donde la mano del escritor se exilia, se sumerge y emerge a la ves en un tiempo que es otro tiempo de escuchas, mano de escritor diluida en el tiempo inaudito de una historia que quisiera siempre acercarse a lo literario, de eso que siendo lejano e inaudito se deja escuchar, y que puede no ser la posibilidad de interrupción en la soledad de quien lee y escribe. Interrupción de una soledad acompañada por el rumor de voces que vienen desde tiempos inmemoriales, interrupción del habla y aquello que se comunica, más no de la voz ni del tono de la voz, ni de los ritmos y armónicos que sostienen el tono de escritura con el cual, quien escribe, empieza a conocer y reconocer un saber en nombre de lo que aun no se ha contado, un saber que interrumpe el saber mismo de las palabras y las vidas de escritores en los umbrales de lo literario.

Y porque aquí se ha querido dedicar unas cuantas palabras a esa posibilidad de interrumpirse en el lenguaje, en ese lenguaje de lo literario que nos abisma y causa vértigo, ese lenguaje que va apareciendo en la lejanía de la voz de cada uno, en las palabras que saliendo de uno pareciera que fueran comunicándolo, diciéndolo y nombrándolo todo, pero que sin embargo, van tornándose extrañas, extranjeras a uno, incomunicables, desnudas en las vestiduras que se han tejido para cubrirles con el manto de la inspiración y el deseo de hacerlas hablar en el lienzo de la historia, desnudas en el silencio de la página que las recibe y acoge para que descansen en sus orlas, si, a cada una de ellas, a cada palabra velada por el deseo y la inspiración, tornándose simplemente reflejos o destellos de un universo cuya materialidad inerte quita el encanto de lo nombrado. Sin más cercanía que la lejanía de cuanto nombran, sin más lejanía que todo aquello cuanto van acercando en cada texto que ha sido hilado por las manos de quienes danzan en la escritura.

En el espacio literario cada palabra resuena de una manera diferente en la mirada y la escucha de quien escribe, en el espacio literario las palabras vienen desde el fondo de los tiempos y de la historia, palabras que anteceden el nombrar mismo y que en las “dimensiones de lo literario” borran toda limitación de interpretar, traducir y nombrar las historias de un texto, de una obra, de un relato:

una palabra que se esfuma en el largo sendero de las tradiciones trágicas y cómicas, que se rebela siempre otra y siempre la misma, al mismo tiempo. Una palabra que quiere ser oída y que, a veces, se olvida de escucharnos. Palabra que, a veces, se alarga, se extiende hasta volverse  vida, pura vida, todas las vidas, y que, otras veces, se acorta, nos acorta, se empequeñece, nos empequeñece, hasta transformarse y quedarse presa sola –y quedarnos, nosotros, presos solos- entre cuatro paredes. Una palabra que se vuelve pasaje hacia otra palabra quieta, un ocaso, una sinrazón, un patio olvidado en una foto perdida de la infancia. Pero palabra que, al extenderse, puede hacerse también un vientre, una iniciación, una gestación, una fecundidad, un gesto inédito: una palabra cuya pronunciación inaugura el propio decir de la palabra.
Y palabra que al replegarse, al disminuirse y disminuirnos, hace del tiempo un tiempo únicamente escolar; del espacio, un espacio solamente escolar; de nosotros, un nosotros exclusivamente escolar, y de los otros, unos otros absolutamente escolares.
[1]

Una palabra que viene y llama lo desconocido de nuestra historia, una palabra que se hace en la literatura y que la excede, palabra que al hacerse como tal disimula e instaura un saber al cual habría que leer en sus múltiples variantes, en sus diferentes tonalidades y en las diferancias que evoca. Sea en una novela, en un cuento, entre poesía y relato, o sea en la simple alteridad de la escritura. Nuevamente entonces una palabra como un juego de voces que se escuchan en la distancia, como si fuera un llamado tele-fónico, una interioridad telefónica[2], una ruptura de esos monólogos en los cuales la literatura juega a ser el medio para atreverse a esgrimir y surfear los mundos del otro que acontecen en la página escrita, en la estereofonía de las voces que se diluyen por la página escrita.

Pero, y volviendo al lugar del llamado en literaturas: ¿Qué sería entonces la palabra del otro que en la página va apareciendo y des-apareciendo en sus infinitos desdobleces? ¿Cómo interpretar esa alteridad del texto en lo que se ha llamado literatura? ¿Qué podría “ser” la literatura? ¿Tiene un “ser”, una posibilidad de definición en el mundo? ¿Qué pasaría con la firma, la autoría, el nombre del autor y de los personajes? ¿Hacia donde nos llevan esos parajes de lectura en los cuales la palabra altera el cuerpo mismo de quien se ha dejado tocar por escritura? ¿Existe algún lugar de recibimiento en el cual la página nos envíe?

Decir qué es literatura, es decir que la literatura va agonizando, porque, el ser de lo que se nombra es también su última aparición en la historia, de ahí en adelante, al definirla, al definir que es esto o lo otro, al quedarse en la imagen de lo dicho, en la totalidad del saber que de ella se instaura, solo se hace que la literatura sea la institución de lo que es a secas y no la posibilidad de acercarse a la alteridad del trazo en el mundo. Si la literatura se comprende como el arte de las letras a secas y de la traducción de los mundos de un escritor en el contexto de una historia inmanente a si misma, entonces la literatura se limita en el movimiento de su autoproducción, se vuelve inmanente a su traductibilidad y por ello se hace y torna una institución del saber, de las bellas letras, un conocimiento que se prolonga de ella y para ella.

¿Cómo comprender que ella excede el negror o el brillo de las letras, que la literatura también es la imposibilidad de traducir un mundo, o los mundos que el otro lleva, por más cercanos o legibles que parezcan?

La literatura llega en la palabra y la excede, juega en los modos y sistemas de escritura con los cuales se acerca quien escribe, ella misma busca salir de ella misma, desestabilizar sus fundamentos, sus enmarañados pasajes por donde ha sido aprehendida, ella busca la apertura de sus limites y caminos, para no asirse a una única manera de internarse en ella. Quizás por eso: literatura es indefinible. Definir es darle finitud a algo [lt. finitus, acabado, finalizado] y la literatura es indefinible, inacabada, su fuerza radica en que cada escritor sabe que su obra es inacabada, es la posibilidad de adentrarse en lo inacabado, de dejar siempre abierta esa brecha y esa posibilidad de continuar algo o de abrir algo para ser continuado y abierto entre los signos y señales que la mano del escriba anuncian, es la posibilidad de hacer algo en lo imposible, y quizás por eso, la literatura interrumpe la soledad del mundo que vive el escritor, lo llama a viajar y volar en las alas de la escritura, permite que entre trazo, signo y pagina, quien escribe pueda adentrarse hacia lo desconocido.

Ahora bien, ¿Cuál podría ser la cercanía o la distancia en los modos de comprensión de la literatura? Cada uno la asume desde una voz que borra sus límites al momento mismo de encontrarse en el otro que habla y dice algo más en nombre de literatura. Cada uno se disemina en la voz del otro que trae historias, relatos y narraciones para contar o ser contadas. Aquí mi voz, su voz, otra voz, lo que simularía ser mi voz, también la voz de ustedes y la voz de quienes aun van llegando entre uno y otro paraje de escrituras. Cada uno como un umbral de voces en la alteridad del texto, como una historia que hace fisuras, incisiones, rupturas y quiebres en la identidad de quien lee o se acerca a la escucha de otra historia. Quizás por eso, la historia de la literatura es la historia de una falta, de algo que siempre falta, de algo que siempre ha de ser buscado o nuevamente encontrado para nombrarse, siempre por primera vez, siempre con la novedad de encontrarse en el límite, entre lo que ya se creía como verdadero y lo que a su vez altera esa verdad y forma de decir las cosas en el tiempo.

La literatura hace su aparición en la danza de la razón, la sensibilidad, la verdad, la creación, el caos, la belleza, lo grotesco, lo espectral, los juegos de lo visual y lo acústico; aparece y desparece entre el velo que sostiene la iterabilidad de la traza y el revelamiento de esos pasajes sonoros en los cuales, la letra, trafica aquellos mundos en la vida de quien se acerca a la espacialidad literaria. La literatura “es” la salida de sí en el éxtasis de la página, y por ello, la literatura también se aleja del tiempo, el espacio y la historia que le vestirían en sus ficciones, la literatura atraviesa la mano del escritor y hace de éste, el puente entre uno o más universos que se filtran en el negror de la tinta y la epifanía de lo escrito. Quizás y para concluir este primer lance de una voz en la pregunta de ¿qué es la literatura? simplemente podría decir que la literatura es hospitalidad incondicional, es la desmesura de una llamada, de una llamada en la lejanía, es apertura al otro y lo otro, a los mundos que cada uno lleva, a las historias que se portan y soportan, a las voces de autores, firmas y personajes que se escuchan y atraviesan las palabras del texto, voces que también se silencian cuando acontece el olvido de la magia y la hospitalidad de las historias en escritura.

Si hablamos de literatura, entonces, la invitación viene de lejos, la invitación a entrar en la literatura se da en el momento mismo en el cual cada uno supo (sin saberlo) que la escritura lo excedía, lo llamaba a sumergirse en algo que es y será difícil de nombrar, una excriptura[3] del cuerpo, una escritura que amenaza la estabilidad misma del escribir y que permite lanzarse en cada hoja, en cada página, a una historia que siempre estará por contarse. Quizás y por ello termino con una frase con la cual debería haber empezado este texto, una invitación a sumergirse en la espacialidad de la literatura:

…para entrar en el universo de la escritura, es necesario asumir, con el propio nombre, la suerte de cada sonido, de cada signo que lo perpetúan…[4]

 

17 de agosto de 2009.

II:

Anfitriones

Alguien llega y se aleja en la llegada. Alguien pasa y nombra a otro que a su vez se aleja en su nombre. Alguien reconoce a ese otro y le deja ir en la palabra que a su vez le reclama desde otro lado. Desde ese otro lado la voz de alguien resuena de tal modo que en ese instante se siente venir la lejanía de quien ha llegado por primera vez. Siempre por primera vez.

Entre la página que se escribe y el movimiento de las manos de quien escribe, hay un sigiloso movimiento del tiempo y de la presencia que empiezan a tornarse inestables, se fragmentan, se diseminan, se abren y contraen de modo tal que la página misma empieza a perderse, a extenderse, la página pierde sus márgenes, la página se escribe hacia afuera, excede el negror de la tinta, excede la presencia misma de quien en ese instante va llegando a tocar los acordes del texto, quizás para hablar de la escritura de un texto, de lo que se escribe.

¿Pero quien ha dicho que aquí ya hay el inicio de un texto que hablaría del texto y de la escritura sobre un texto? ¿Quién ha dicho que es de textos de lo que se está escribiendo? ¿Cómo escribir de un texto sin dejar de ser otro texto, en el interior de lo que excede en su modo de nombrarse? ¿Cómo dejar de hacer teoría literaria en el meollo mismo de la teoría literaria? El escritor como anfitrión es el que hace de un texto la posibilidad infinita del recibimiento de otro, la posibilidad inabarcable en la cual todo cuanto se nombra y se dice en vías a sumergirse por los pasillos de la escritura, se hace hospitalidad sin mesura. Hospitalidad de la cual se escribe y en la cual se escribe sin tener que decir a voz abierta: bienvenido.

El escritor deja de hacer muecas al ojear las palabras de quien se deja tocar en escritura porque en ese instante él es la mueca que arriba en sus metamorfosis en ese recibimiento sin palabras. El escritor es el gesto y la expresión del rostro en sus movimientos. Por eso, cada página anuncia la nostalgia o el ánimo con el cual se ha traducido un instante de apertura en el rostro del universo, en la desmesura de ese rostro y la acogida de una nueva manera de saludar y recibir más allá de la mirada y el acogedor soplo de los vocablos.

Pensemos en la musicalidad de la traza que se libera del rostro de quien la ha entonado. Pensemos en la melodía y los acordes de una escritura que resuena en el desdoblamiento de los pliegues del rostro, en ese infranqueable abismo de la mirada y lo que escucha la mirada, en ese inconmensurable espacio de la escritura cuyos límites se borran a cada instante. Pensemos por un instante en la composición musical de una obra escrita, de una obra que escruta y desencripta los resabiados nombres que la animan, digamos en este caso, de una obra que se hace hospitalidad incondicional de un lector anónimo, de un escritor anónimo, de una escritura que antecede al mismo instante en el cual la voz del escritor se lanza a su exilio, y que por ese movimiento, hace posible arriesgarse a danzar entre las imposibles escrituras que resuenan en el cuerpo, en los tonos de escritura que resuenan en la palma de las manos y que se hacen opus musical en el quiebre de los límites del silencioso texto.

Todos anfitriones incondicionales, escritores hospitalarios, acogedores receptáculos de universos infinitos por donde la palabra infinito pierde sus orlas y se hace a su vez incontenible exterioridad.


Bibliografía
 

ASENSI. Manuel. Teoría Literaria y desconstrucción. Arco/libros. 1990

BENJAMIN. Walter. Discursos Interrumpidos I. Taurus.Madrid. 1982.

BLANCHOT. Maurice. El espacio literario. Paidós. Barcelona. 1992.

__________________ La risa de los dioses. Taurus.  Madrid 1976.

DERRIDA. Jacques. La Diseminación.Ed. Fundamentos. Madrid. 1997.

________________Márgenes de la filosofía. Cátedra. Madrid. 1989.

________________La escritura y la diferencia. Anthropos. Barcelona. 1989.

________________Ulises gramófono: El oui-diré de Joyce. En: Teoría Literaria y desconstrucción. Arco/libros. 1990

DETIENNE. Marcel. Los maestros de verdad en la Grecia arcaica. Taurus. Madrid. 1983.

HILLIS MILLER. J. el crítico como anfitrión. En: Teoría Literaria y desconstrucción. Arco/libros. 1990

JABES. Edmond. El libro de las preguntas. Siruela. 2005.

LACOUE-LABARTHE. Philippe. La fábula (Literatura y Filosofía) En: Teoría Literaria y desconstrucción. Arco/libros. 1990

LÉVINAS. Emmanuel.  Totalidad e infinito. Sigueme. Madrid. 1999.

____________________La realidad y su sombra. Trotta. Madrid. 2001.

Salamanca. España. 1987.

NANCY. Jean Luc. La comunidad desobrada. Arena Libros. 2001

_______________ Corpus. Arena Libros. 2001

Notas:

[1] Carlos Skliar. La educación (que es) del otro. Separata, revista de educación y pedagogía. Universidad de Antioquia, facultad de educación. 204. 82 Pág. (el subrayado es mío)

[2] “Interioridad telefónica, pues, ya que antes de todo dispositivo portador de ese nombre en la modernidad, la techné telefónica es empleada en el adentro de la voz, multiplicando la escritura de las voces sin instrumentos, diría Mallarmé, telefonía mental que, inscribiendo la lejanía, la distancia, la différance,  y el espaciamiento en la phoné, a la vez instituye, prohíbe,   desordena el monologo que dice para si.” Jacques Derrida. “Ulises gramófono: el oui-dire de Joyce”. En: Teoría literaria y desconstrucción. Pág 98.  Editorial Arco/libro. 1990.

[3]La excripción de nuestro cuerpo, he ahí por donde primeramente hay que pasar. Su inscripción-afuera, su puesta fuera de texto como el movimiento mas propio de su texto: el texto abandonado, dejado sobre su limite”. NANCY. Jean Luc. Corpus. Arena Libros. 2001

[4] JABES. Edmond. El libro de las preguntas. Siruela. 2005.

 


 
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