Esta serie de reflexiones
partía de la necesidad de encontrar un camino para que
los escritores aficionados (amateurs, los que escriben
por necesidad visceral) tuvieran la posibilidad de darse a conocer,
al menos entre sus cofrades. Las editoriales nacionales no están
publicando narrativa inédita, y al parecer tampoco lo
hacen las multinacionales de origen español que han copado
la plaza nacional; sospecho que no se animan a publicar autores
inéditos, porque antes prefieren incluso refritos de autores
con cierta trayectoria.
Lo único que aparecía como posible y deseable para
estos autores inéditos era la autoedición, o la
publicación en Internet -la gran solución de los
poetas, que ahora se extiende a los prosistas.
Paralelamente a estos artículos, hubo un breve intercambio
de mensajes por correo electrónico con mi editor, Pablo
Harari. Me parecía poco ético hablar de los editores
en general sin decir de ellos nada demasiado agradable, y que
Pablo se enterara recién al verlo publicado, de modo que
le envié un adelanto. En un mail que responde
no sin cierto enojo a mis provocativas reflexiones, dice, entre
otras cosas:
Creo que caés
-por pasión- en el maniqueísmo de escritor bueno
vs. editor malo. Yo te aseguro que hay, entre esos dos términos,
todas las combinaciones posibles. Y debe haber -sin dudas- editores
muertos de hambre de la misma manera que debe haber ferreteros
y escultores... aparte de tantos y tantos escritores que fueron
y son editores. Citás a Kafka...
no creo que hubiéramos sabido de su existencia si no hubiera
sido porque -contra sus deseos- un editor se encargó de
publicar su obra".
En breve: no caigo en el maniqueísmo contrario ya que
para mí lo MáS importante es el creador y no el
editor, ya que creación siempre hubo (y habrá!?)
mientras que editores, al menos como los describís vos,
no.
En cuanto a separar literatura de libro creo que es pertinente
ya que, si así no fuera, aquello que no tuviese forma
de libro no sería literatura. El problema es que los escritores
tienen necesidad de ser publicados (libro, revista, web,
etc.) para que su obra se realice. El soporte cambia con las
épocas pero la finalidad no. La relación conflictiva
creador/publicista existe desde el momento en que ambos se precisan;
es un tironeo de poderes. La solución es la existencia
de reglas de juego claras y justas. No está en la autoedición
o en la ausencia de derechos de autor: eso es crear clubes o
guetos.
Más allá de alguna discrepancia, todo lo que dice
Pablo es muy atendible, y lo es especialmente la reflexión
de que el autor necesita del editor, cualquiera sea el soporte
material del texto. En realidad, para el autor es un gran alivio
no tener que usar demasiado esa parte de la mente que se ocupa
de los negocios prácticos.
La cuestión es: cómo hacemos para que el editor
vuelva a cumplir su función en lo que respecta a la narrativa.
En eso estábamos, cuando recibo una gran sorpresa: me
llega un boletín de la Editorial Trilce, dirigida por
Pablo Harari, y allí veo que se comenta la existencia
de esta serie de artículos e incluso se recomienda su
lectura. Entre otras cosas, dice Pablo: ...coincidimos
en lo esencial: hay que dar oportunidades para que sean editados
quienes nunca lo han hecho antes, superando el mercantilismo
de la industria editorial.
De modo que en este panorama no todo es tinieblas, y entre los
editores hay algún caballero... Es cuestión de
seguir pensando y dialogando.
* Publicado
originalmente en Insomnia, Nº 17
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