4.4 - 5:30 AM - Entre
despliegue y comprensión, entre olas y brújula,
en algún momento habrá que regresar sobre el nudo
impecable de la corbata de la estatua decapitada y ennegrecida
del Palacio de Justicia, fotograma 34A, al lado del 6A, correspondiente
a la pantalla de televisión que enmarca una imagen del
Noticiero Caracol (en
el ángulo inferior derecho el emblema saturnino del planeta
anillado) cuya leyenda
reza (una palabra
tras otra, una letra
tras otra, volátiles espetados en noria de asadero, obviamente,
¿de qué otra manera se acostumbra concebir un mensaje,
hablado o escrito, aun en los sistemas de notación distintos
del fonético-lineal, sino como interconexión de
signos separados? ¿De qué otra manera concebir sino
espetando? Y sin embargo aquí -ante lo que me resisto a
localizar, ante lo que no tiene ante- me repugna que palabras
y letras sean concomitantes -acabo de comprenderlo, si de comprender
se trata- conectadas entre sí igual que el tronco y la
cabeza, por tajo de guión, corte de dos puntos y blancos
inmensos entre una palabra
y la otra, una letra y la otra, en cada palabra,
gusanera de pixeles en cada letra de la leyenda que acompaña
la leyenda de la imagen,
puntos de intersección de los anillos de la que antaño
solía definirse sin asomo de escrúpulo "cadena
de significantes": lo monstruoso,
lo que no tiene sentido es que el cuerpo
del Otro negado explique e implique, que haga sentido
ordenando elementos de significación en la oferta del nítido
nombramiento de los miembros de una frase de carne: lo terrorífico
es que la búsqueda de estados
corporales alterados obedezca a una intención limpia
y descaradamente estructural -de aquí que los sobrados
estructuralistas sean pan
comido sobre los manteles de la pulcritud de los estudios de violentología-
la "suavidad académica" a la que me he referido
en otra ocasión como la "ruta más expedita
hacia la rentable canalización del contrasentido"
repule constantemente los términos del contrato que la
compromete con la violencia
supuestamente inculta porque ésta ya presupone un primer
grado de canalización del contrasentido, según el
modelo de la ni tan secreta alianza entre Seth el diseminador
e Isis la recolectora -si prefieres, que la masacre más
obscena resulte por sí
misma modelo de eficacia periodísticamente didascálica,
eso es lo insoportable, el titular radioso, el trasunto de crónica
de muerte mundana incorporada
y descorporal untando nalgas de autoridades civiles, militares
y religiosas apretadas alrededor del cuadro de Obregón,
por ejemplo de ejemplos, inquisidores de la hora del cocktail
imantados por el monte de la mujer despreñada porque Osiris
en pedazos es cuento de culos
políticos, "leyenda" en todas sus acepciones,
fabulación increíblemente creíble, slogan,
y a la vez legenda, gerundio imperativo neutro plural,
"cosas que hay que leer"): "M a s a c r e - E l D i
a m a n t e:
C ó r d o ba".
Habrá que regresar sobre el grado de visibilidad y evidencia
de todos los detalles de los fotogramas encuadrados y enumerados,
inextinguible spelling (del
antiguo espeler, "despellejar"): no sé si me explico
("y poco me importa
saberlo", añadiría quien quisiera dárselas
de destructivo al estilo del famoso camafeo caracteriológico
de Benjamin, como si aquí, en este lugar sin límites
señalado por la obsesión del límite, no
en frente sino en uno cualquiera de los tableaux
mourants, se tratara tan sólo de no saber, mientras
es lo único que cuenta, un tablero que no tiene nada más
que saber que se sabe, Magritte al revés: éste
sí es un tablero).
6.4 - 3:30 PM - Negro, claro,
tableau noir. "Negra claridad de la guerra"
apoda Lévinas esta negrura fosforescente, esta desinfección
apestosa.
Verdad en pintura,
verdad en puntura (el aparente
juego de palabras no es mío, que conste: me preocupo por
trazar líneas de control de recursos conceptuales), en la punta del arma, de la lengua,
del dedo índice, de lo que quise indicar al referirme a
la búsqueda de
quien se preocupa por trazar cursos y recursos conceptuales frente
a la implosión parergonal de la violencia,
la de un ingeniero de represas y canales de riego semánticos
levantados sobre el delirio agresivo, en pleno naufragio, agarrándose,
el pobre, a la redonda moldura de la claridad estadísticamente
pintada, regalado a la soberbia ilusión de estar ordenando
el prontuario de Proteo, presente, pasado
y futuro de la violencia:
ese soy yo, el suscrito, cualquier sirviente de lo concebible
que reconozca en el carnicero al anatomista, en el violento al
violentólogo.
Vuelvo a enumerar fotogramas y hablo de cadáveres mutilados
como sistemas diferenciales.
Dreyer, Ordet (es decir
Palabra, ¿no cierto?):
más allá del ajedrez a la izquierda y el péndulo
a la derecha de la puerta del cuarto en que yace Inger Borgen,
en el centro de la pantalla, las casillas del entramado del lit
de misère componen una corona de cuadraditos alrededor
de la cabeza de la parturienta.
Greenaway: tentáculos de anémona, serpentinas
carnavalescas y fajas ondulantes de avisos policiales (Police Line - Do not cross), la "serie" y lo "serio",
de seira, "cuerda", y de serere, "entretejer",
"encadenar", las cintas de todo género retorciéndose
en el aire, sobre la playa, sobre el asfalto o en el agua, se
desenvuelven a la par con el conteo de las llagas del cielo y
la medición de la podre terrestre, no precisamente hasta
cuando se ramifican tiempos y lugares de la cadavérica
constancia de peluche, arriba en el estallido de los fuegos artificiales,
abajo en la morosidad de los caracoles estropeando los contornos
de las cuadrículas de los manteles del restaurante sabihondo.
Desde siempre imprecisamente, porque la menor o mayor
tergiversación del dato, inseparable de la repetición
de la traza, lo no dado del dato, inscripción mortal de
lo que muda como error de copiado, no sobreviene, no puede precipitarse
desde afuera sobre la dócil superficie de una imagen-mascota
que, si acaso, ya es lozana a morir.
Deseo de precipitación
y regusto estético de Kristeva al relacionar con el rorschach
menstrual aquella peculiar manera de encarar lo que resta del
deseo de dominio del rostro del Otro que por excelencia sería
la imagen de la cabeza destroncada, particularmente la Verónica,
vera eikon, "verdadera imagen", cuando el aplauso
a la "hermosísima intuición" de Lévi-Strauss
y su concepto epigenético del lenguaje,
intuición del origen del lenguaje
como intuición, golpe de golpe en la sesera del sabio,
empata con el gozo necroicónico responsable de una "deliciosa
mitología":
"Gracias a una hermosísima
intuición, Lévi-Strauss ha escrito que el lenguaje
ha nacido de un solo golpe -d'un
seul coup. Entiendo que aparecen simultáneamente, en
la historia del homínido, el pensamiento como espanto de
nuestra condición mortal y como jubilosa aptitud a representar,
así como el lenguaje que concretiza y comunica esta aptitud.
Somos mortales, eso nos aterra, y gozamos representándonos
esta condición. (...) Se comprende que, objetivando la alucinación
y el lenguaje, la representación visual juega un papel
esencial: la imagen presentifica lo sagrado (...) Una
deliciosa mitología alrededor de mujeres
como Hemorroisa (es decir la 'hemorrágica') y Verónica
(juego de palabras alrededor de 'vera-eikon') rodea
al Santo Rostro impreso sobre un paño de mujer.
Lo que justifica la participación de la mujer en la fundación
del cristianismo, pero
fundamenta también la relación entre representación
y encarnación."
6.4 - 4:30 AM - Le brota del hueso al lado del ojo izquierdo,
entre el parietal y el cigomático (¿correcto?), hecho y derecho, igual que
Minerva del cráneo de Jupiter, adulta y bien armada. O
le entra. En todo caso de golpe.
No el concepto sino el cuchillo, un cuchillo de carnicería
[que para el esteta a ultranza
-perdonarás: esto también habrá que cortarlo:
no hay esteticismo que no sea a ultranza, cuando la supuesta unidad
de un nosotros irrumpe "del otro lado", ultra, y se
topa fanáticamente con la bella evidencia de lo verdadero
-que para el esteta coincide con el "cultivo mondo, meramente
musúrgico" de las Musas, la misma tropa de las Erinias
todavía no cabalmente civilizadas o, como diría
algún violentólogo, entregadas a una "secularización
catastrófica", entre nosotros al punto de exigir a
León de Greiff la aclaración pertinente a "las
Nueve de la Fama (que tampoco es una carnicería ni almacén
de fiambres y embutidos, como es de deducirse dada su de ellas
deshumanización)", glosa justificada por el término
que el Lexicon de colombianismos
de Mario Alario Di Filippo remite a la célebre carnicería
bogotana llamada La Fama, perteneciente a "un señor
Ricardo Umaña", presumiblemente de renombre posterior
a 1872 (pues la expresión no figura en las Apuntaciones
críticas sobre el lenguaje bogotano) aunque no tan
moderno cuanto el de La Revolución, expendio de
carnes que en la isla de San Andrés, todavía durante
los primeros 80, no se
distinguía sobremanera, en la misma cuadra de La Bombonnière
si no recuerdo mal, la panadería del vienés que
me tomó la foto
(por ahí debería estar: al lado de un cuarto de
buey, el letrero a la vista, sosteniendo un ejemplar de La
sagrada familia y un pan francés)] hundido en la cabeza: la mitad superior de
la imagen ocupada por la
erección del cuchillo gigantesco sobre el fondo de una
camilla del Hospital San Juan Dios. Es lo que se deduce de las
letras impresas a la altura de los crespos del joven boquiabierto
en la otra mitad, mientras la sangre
dilucida su jeroglífico sombrío y la sábana
finge la blancura marmórea
de un libro abierto.
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