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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



QUIROGA, HORACIO - PRECURSOR/EPÍGONO - LITERATURA - LITERATURA COMO FRONTERA -

Límites de Horacio Quiroga (II)*

Gustavo Espinosa

Quiroga, escueto y tenso, tal como aparece en cientos de sus textos y como pontificó en sus preceptivas, artículos y cartas, se entrenó como precursor de la literatura de kiosko


Las fronteras de la
escritura: un pionero

Ponderando sus propios cuentos publicados en la década del '30 en la revista Black Mask, Raymond Chandler declaró que la potencia de esos relatos hizo que el resto de la escritura de aquellos tiempos tuviera "el sabor de una taza de consomé tibio en un grupo de solteronas reunidas a tomar el té".(8)

Años antes, en la otra punta de América, Roberto Arlt había escrito que sus libros contenían "la violencia de un cross a la mandíbula".(9) Antes aún, Horacio Quiroga, definió sus cuentos cortos como "una flecha que, cuidadosamente apuntada parte del arco para ir a dar en el blanco"(10).

Los tres narradores caracterizaron y defendieron sus narrativas mediante
metáforas que enfatizan la intensidad y el impacto; los tres tuvieron que diseñar una retórica que les permitiera colocar sus textos en el mercado de revistas y otras publicaciones periódicas. A Quiroga se le atribuye el mérito de haber sido el precursor de este oficio en Hispanoamérica.(11)

Quizás todo escritor que trasciende sus propios contextos y cuya obra sigue siendo legible más allá del mero interés académico o filológico, está condenado a ser visto como un precursor. Esa investidura de adelantado resulta paradójicamente análoga a la del epígono: a éste se le reconoce la virtud de haber desarrollado o culminado con corrección lo que en épocas anteriores había creado el genio de otros; el precursor, a su vez, sugiere rumbos que otros recorrerán, genera embriones. Ambos son relegados a un lugar fronterizo, se los coloca en un límite de imperfección o de potencialidad, ambos son anacrónicos y extraterritoriales.

En cuanto a Quiroga, pese a que él mismo se reconoció como continuador de
Poe (quien también manipuló con ansiedad y eficiencia el marketing de su escritura para revistas), de Maupassant, de Kipling, de Chejov, la crítica insiste en reconocerlo como un precursor de diversas cosas. Es indudable que a él le gustaba mostrarse como un valeroso explorador plantado en una frontera, civilizando a machetazo limpio, incendiando la fronda hermosa e inútil. Al comparase con un maestro sostuvo: "En Kipling la acción fue política y turística. En mí de pionero agrícola"(12). Esa función de colono brutal y desprolijo, de arriesgado fundador de espacios productivos es la que se le suele asiguar y la que efectivamente cumplió con respecto a lo que él llamo 'La profesión de escritor'.

De hecho para poder vivir de la literatura había que redefinir sus fronteras, sacarla de los claustros de cartón piedra asignados a las bellas letras de la bella época, para de ese modo poder venderla, podando sus exuberancias estériles y dándole legibilidad y espacio en las páginas de Fray Mocho, Caras y Caretas o El Hogar (entre otras publicaciones masivas de Buenos Aires). Quiroga hizo esta tarea con la decisión y exactitud propia de uno de sus mensú misioneros manejando el machete: "1256 palabras (...) tal disciplina, impuesta aún a los articulos, inflexible y brutal, fue sin embargo utilísima para los escritores más jóvenes siempre propensos a diluir la frase por inexperiencia y por cobardía (...) no todos pudieron resistir"(13).

Casi en los mismos términos, entre el reconocimiento y la lamentación, se refería años después el aludido Chandler a ese disciplinamiento impuesto por los editores de revistas: "Algunos de nosotros hicimos lo posible por flexibilizar la fórmula, pero por lo general nos atrapaban y nos hacían desistir. Desbordar los límites de una fórmula sin destruirla es el sueño de todos los escritores de revistas que no son resignados caballos de tiro"(14).

Quiroga, escueto y tenso, tal como aparece en cientos de sus textos y como pontificó en sus preceptivas, artículos y cartas, se entrenó como precursor de la literatura de kiosko. Se sabe sin embargo que la narrativa entró al mercado mucho antes que Horacio Quiroga. La literatura definitivamente destituida de los salones aristocráticos, ya hacia mucho tiempo que había fingido refugiarse en los bosques y cementerios románticos para ir a parar en realidad a las páginas de diarios y folletines. En seguida surgieron verdaderos tiburones de la industria como Balzac (especie de Spielberg decimonónico) y mucho antes que Quiroga o que Raymond Chandler, Stendhal había escrito sobre las relaciones entre la novela y sus clientes. Sin embargo, según datos del mismo Quiroga, citado por Pablo Rocca (en un artículo suyo sobre este tema, 'Un escritor en la bolsa de valores')(15) recién en 1893 los periódicos hispanoamericanos empezaron a pagar las contribuciones literarias, por lo que le tocó al salteño emprender la profesionalización de los escribas locales.

Es de suponer que también se retardó la definición de ese espacio problemático y prejuiciado en el cual las Obras de Arte, las solemnes objetivaciones del Espíritu, se transforman en productos más o menos seriados de una industria. La resistencia del ambiente y fundamentalmente de sus colegas contemporáneos (aunque también Javier de Viana destinó gran parte de su obra a las publicaciones populares) ante esta mutación, debe haber sido grande y debe haber exaltado en Quiroga el deseo de proponerse provocativamente como un escribidor competente y práctico que no buscaba una trascendencia en la escritura, que veía en ella la posibilidad de practicar algunos efectos especiales para arrancar al consumidor de su "desgano habitual" y ganarse la vida.

Según cuenta Rocca, Quiroga se indignaba ante el hecho de que el millonario Carlos Reyles no reclamara un solo peso por sus contribuciones a la prensa y despotricaba contra los folletineros amateur y los poetas de fin de semana. Es comprensible entonces que en ese escenario cursi atestado de plumíferos atacados de estro y delicuescencia, Quiroga exagerara su actitud de arte sano que "desde los 29 ó 30 años no escribe sino incitado por la economía".

Además había que desmarcarse de una narrativa residual y baratísima que producía títulos como 'Las timberas', 'La muerte blanca, amor y cocaína' o 'Mártir y Esposa'. Entonces entre la impostada afectación de lo sublime y el descaro sensacionalista, había que abrir un espacio donde se pudiera escribir con efectividad. Esa tarea incluía el aprovechamiento -y en cierta medida la invención- de un público nuevo que, como también señala Rocca había empezado a aparecer como resultado de los malones alfabetizadores de Sarmiento y Varela, así como también, como sedimento de la pacífica estabilización de las clases medias.

El pionero debía conquistar a los niños y a las mujeres. Los chicos tuvieron en Quiroga un fabulador que en sus famosos Cuentos de la selva para los niños, en las Cartas de un cazador o en las crónicas De la vida de nuestros animales, hizo hablar a los tigres y a las tortugas poniendo en práctica sus estrategias de narrador sigiloso y maduro y deslizando los fundamentos de cierta "pedagogía negra" que había ejercido con sus propios hijos, sin suponer que los lectores de Billiken eran sólo adultos un poco más idiotas y sin escamotear las representaciones más literales de la muerte.

Cuando el público fueron mujeres, a quienes Quiroga reconocía como destinatarias preferenciales de las revistas para las que escribía, y a quienes atribuía una capacidad de razonar equivalente a la de un hombre con 40 de fiebre, el precursor recurrió a astucias más sutiles y tuvo que equilibrarse en un corredor estrecho: la linea entre la pulsión y la represión, entre el deseo laboriosamente encorsetado y lo que podía leerse sin escándalo entre la confección de una carpetita de macramé y la elaboración de unas natillas.

Algunos de sus cuentos más famosos como 'El almohadón de plumas', 'Una estación de amor', 'El solitario' y hasta 'La gallina degollada', discurren en esa zona donde lo ominoso se insinúa tras los decorados art nouveau y los hábitos burgueses, como el fámoso bicho peludo que late entre las puntillas del almohadón nupcial.

Misiones posibles

Cuando Quiroga huyó de los Arrecifes de coral, de los "verdes jarrones japonistas" y del cadáver de Federico Ferrando para internarse (también en el sentido clínico del verbo), guiado por su maestro Lugones, en la selva oscura del Chaco primero y luego de Misiones, nos dio el correlato inmejorable para que pudiésemos fijarlo en ese estatus de adelantado.

Esta nota ha incurrido ya en la inevitable analogía entre su situación de conquistador y de un arriesgado espacio literario. La continuidad había sido destacada por él mismo, cuando etiquetó a algunos de sus relatos como "cuentos de monte" o "cuentos a puño limpio". Esa frontera que Quiroga va territorializando en cada uno de sus relatos es la locación perfecta para una obra que siempre tiende a los límites, a los extremos.

Así como sus cuentos nos colocan siempre, según la jerga de Raúl Crisafio, en la transición entre "estados correlativos heterogéneos"(16) (ilusión - realidad, hombre - animal, vida - muerte), el autor exilió su propio cuerpo en aquel confin peligroso y, a su vez, los encargados de mapear la literatura instituyeron a Quiroga en los bordes de sus catálogos.

Por ejemplo, una muy prolija reseña, 'The Spanish American short story: a critical history', publicado en Boston en 1983, plantea sus dos primeros capítulos redactados por Naomi Lindstrom y John Brushwood respectivamente bajo los subtítulos 'From Echeverria to Quiroga' y 'From Quiroga to Borges'. Esta condición de hito fronterizo trasciende el marco de la periodización de la literatura: la generación de Quiroga, conocida en el Uruguay como "del 900", tuvo que atestiguar, promover o resistir -según los casos- lo que algunos historiadores han calibrado como el cambio más hondo que hayan experimentado las sociedades hispanoamericanas desde su formación en el período colonial: la crisis de la sociedad tradicional, los procesos de modernización.

Esas oleadas modernizadoras tienen sus orillas donde las condiciones de producción, la geografia, las contingencias politicas, hacen encallar sus energías, creando zonas de nadie bizarras y fértiles. Misiones en las primeras décadas del S. XX, fue uno de esos márgenes donde el tiempo se arremolina vertiginosamente o se estanca. Ese lugar puso a disposición de Quiroga un referente para narrar, a veces como epopeya, a veces como elegía, el drama de la transición de la superposición mestiza de espacios, temporalidades y lenguajes extraños que le permitieron fabular para las revistas de la ciudad un micromundo delirante.

Esa región de Misiones que el narrador mitifica en sus relatos, cuyos personajes y toponimia, del mismo modo que el narrador, transitan de un cuento a otro, es considerada por el crítico Leonidas Morales(17) como el primero de esos territorios literarios (macrofiguras) que después abundaron en la narrativa latinoamericana y que más de una vez fueron postulados como representaciones metonímicas de toda la "realidad" de América Latina. Desde esa perspectiva Horacio Quiroga, no sólo prefiguró la "novela de la tierra" de Rivera o Gallegos, sino que antes de Faulkner, estableció en Misiones el modelo para Santa María, Comala o Macondo.

Fuera del ámbito temático de Misiones, hay en la escritura de Quiroga otras huellas de esa trabajosa traslación entre lo que, usando las categorías de Barrán, podríamos llamar "cultura bárbara" y "disciplinamiento", marcas de ese ir y venir entre lo "
oriental" lo "uruguayo" (si nos atenemos a la disyunción más afinada y específica de Amir Hamed)(18).

En sus cuentos más sangrientos el
cuerpo, severa pero ineficientemente vigilado por médicos, se desborda de modo perverso, multiplicándose en monstruos babeantes ('La gallina degollada') o trasvasándose en un vampiro viscoso ('El almohadón...') o calentándose a 41 grados para emitir sus obsesiones ('La meningitis y su sombra'). Todas estas historias, contadas en un lenguaje que combina los tecnicismos positivistas con el sistema metafórico modernista (que el autor no se decidía a abandonar) parecen ser instancias de la lucha entre ciencia y ficción, en tanto que tecnologías de comunicación diferentes.

El narrador, situado una vez más como bisagra entre dos espacios distintos, es ambiguo a la hora de arbitrar esa rivalidad. Ese narrador y los acontecimientos de la fábula, suelen ridiculizar y desorientar el discurso de los doctores cuando se meten en terrenos "donde nada tienen que ver las aspirinas". Pero a veces, como en la famosa coda de 'El almohadón...', el hablante quirogiano relee, reescribe, rehace y deshace la ficción, en clave doctoral.

No obstante, sigue siendo en los "cuentos de monte", donde esa
legalidad fronteriza se manifiesta de modo más evidente. Allí el hombre que ha abandonado la ciudad (que ha dejado atrás el futuro, la modernidad) sólo tiene su cuerpo y algunas máquinas rudimentarias (a veces su propio cuerpo es máquina: "el hombre y su machete...") para emprender sus ínfimas incursiones civilizatorias en el umbral de la selva oscura.

Los saberes y las técnicas se han retirado, degradado o pervertido: el hombre 'A la deriva' debe iniciar un viaje sin destino en busca de un antídoto para el veneno; hay un mecánico manco, los ingenieros y químicos como Rivet o Juan Brown padecen de delírium tremens; el mismo Quiroga se esforzó en vano para que le subvencionaran el ensamblaje de un laboratorio donde elaborar suero antiofídico allá en Misiones. En ese ámbito los animales se humanizan y los hombres se bestializan, la realidad se transmuta en su propia ilusión ('El hijo'), el tiempo transcurre hacia el pasado ('Los desterrados') y el cuerpo queda fuera de control: un pie se transforma en una gigantesca morcilla, los genitales fuera del pantalón cubiertos de manchas violáceas.

Una mirada freudiana como la que ensaya Edmundo Gómez(19) sobre los nítidos desvaríos de esa geografía, cree descubrir que el escritor se relaciona con Misiones de un modo alucinatorio paranoico, haciendo venir desde afuera aquello que ha abolido o reprimido en sí mismo.

Finalmente, dentro o fuera del bosque subtropical, Quiroga ha sido repetidamente como el gran iniciador. Se ha dicho, por ejemplo, que sus textos inauguran la crítica "verde" o ecologista del hombre mal integrado a la naturaleza, que algunos de sus cuentos contienen las bases de una teoría zoosemiótica actual. En su relato 'Las moscas', se ha entrevisto el germen de 'La noche boca arriba' y 'Axolotl' de
Cortázar; se ha destacado que los cuentos 'Miss Dorothy Phillips, mi esposa' (1919), 'El espectro' (1921), 'El puritano' (1926) y 'El vampiro' (1927), no sólo tematizaron por primera vez la relación cine - literatura, sino que en uno de ellos el autor inventó La rosa púrpura del Cairo.

Podría agregarse una minucia curricular, desde hace unas cuantas generaciones, este "solitario y valeroso anarquista" (como se autodefinió), es el encargado del debut institucional de los adolescentes rioplantenses en la literatura. Por prescripción oficial, casi siempre es un cuento de Quiroga el que estrena a los muchachos en el placer del texto (que luego podrá ser asesinado por el tedio aúlico del comentario, o por la elección de otros autores menos palpitantes). En esa instancia, cuando su generación clausura el primer siglo de existencia, cuando sometemos su escritura a la indiferencia posletrada de los teen agers, las narraciones de Quiroga se ponen a flincionar nuevamevamente, con la fascinante eficiencia de esos aparatos algo anticuados (piénsese por ejemplo en un revólver) pero diseñados con simplicidad contundente y sin fecha de vencimiento.

NOTAS:

8) Chandler, Raymond: 'Acerca del Cuento policial' en El rey amarillo. Buenos Aires. Emecé. 1989.

9) Arlt, Roberto: Citado por Alan Pauls. 'Arlt, la máquina literaria' en Irigoyen entre Borges y Arlt. Buenos Aires. Contrapunto. 1989.

10) Alonso, Carlos 3. 'Muerte y resurrecciones de Horacio Quiroga'. La torre: Revista de la Universidad de Puerto Rico. San Juan, 1993. Jul. - Dic., 7: 27-28.

11) Quiroga, Horacio: Obras inéditas y desconocidas, Angel Rama Ed., Montevideo, Arca, 1969.

12) Quiroga, Horacio: Carta J. E. P., del 4/IV/36, citado por Visca, Arturo. Op. cit.

13) Quiroga, Horacio: Citado por Alonso, Carlos J., Op. cit.

14) Chandler, Raymond: Op. cit.

15) Rocca, Pablo: 'Un escritor en la bolsa de Valores(Periodísmo y literatura, público y mercado)'. Revista de Estudios hispánicos. Rio Piedras, Puerto Rico, 1994, 21.

16) Crisafio, Raúl: 'Horacio Quiroga o el destierro de la memoria', Studi di Letteratura Hispanoamericana. Roma, Italia, 1983, 13-14.

17) Morales, T. Leonidas: 'Misiones y las macrofiguras narrativas hispanoamericanas.' Hispamérica: Revista de Literatura, Gaithersburg, MD, 1992, Dic., 21:63.

18) Hamed, Amir: Orientales, Uruguay a través de su poesía. Montevideo. Graffiti. 1996.

19) Gómez, Edmundo: 'Horacio Quiroga y las misiones de su escritura.' Rio de la Plata: Culturas. France 1987,4-6.

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 115

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