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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



TABLEAUX MOURANTS - PALABRA - VIOLENCIA -

Proyecto tableaux mourants (IV)

Bruno Mazzoldi
Roñosa pelambre de tinte, licor de luz fermentada y bosta de tinieblas en deriva crepuscular, la micromezcla excita una fascinante repugnancia, análoga a la del cuerpo que sangra.
En efecto, así como el grabado del Finnegans Wake funde muro y tumba, el de Aveline reproducido por Véronique Moulinié conjuga la pantalla y el más allá de la sepultura

22.5 - 9:15 AM -Ruido de nubes [Le bruit des nuages, pero también "Volando fuera de este mundo", Flying out of this world, el título de la instalación de Greenaway -sin querer redondear el apunte que insinúas por teléfono, ahora, recién bajado del avión (¿qué será lo que encontraste en México?), a propósito del apretado ovillo de la intelectualidad europea- justamente en la misma esquina del Louvre donde Kristeva armó sus Visiones capitales, por no hablar de las memorias de un ciego tan poco parisino como Derrida], el chirrido meteórico-carnal viene a ser sinestesia de "celajes", akapana para el quechuahablante, matices cuya degradación descompone en nácar la armazón de cortos intervalos polisémicos, no la Farmacia del Arco Iris con sus bien clasificados filtros de amor y de muerte, sino suavísima disolvencia de aka, "moho", "chicha" y "excremento", en centrífuga de akapa, "pequeño", a un infinito cabello de la coincidencia de náusea y beatitud.

Roñosa pelambre de tinte, licor de luz fermentada y bosta de tinieblas en deriva crepuscular, la micromezcla excita una fascinante repugnancia, análoga a la del cuerpo que sangra.
En efecto, así como el grabado del Finnegans Wake funde muro y tumba, el de Aveline reproducido por Véronique Moulinié conjuga la pantalla y el más allá de la sepultura: al margen de las conclusiones de su estudio, la autora de La cirugía de las edades -Cuerpo, sexualidad y representaciones de la sangre ilustra las afinidades de Santa Verónica y San Fiacro proponiendo una incisión de fines del XVIIº siglo en que la santa de los menstruos
(otras veces desnuda, sumergida hasta la cintura en una cuba, al igual que Melusina, la mujer-culebra, anota Gaignebet, la mano rozando los cabellos sueltos en ademán que evoca otro de sus nombres, Berenice, el mismo de la reina cuya cabellera resplandece en el hemisferio boreal) despliega y exhibe la toalla divinamente higiénica sobre la que se proyecta la cara de viernes del alto vientre, mientras San Fiacro con una mano sostiene el libro abierto y con la otra la pala, como quien encarna la coincidencia de oratorio y laboratorio, intimidad y mundo, siendo patrono de los jardineros, protector de los homosexuales y refugio de quienes sufren de hemorroides (equivalentes a las reglas, según la medicina del siglo pasado y los saberes populares de toda la vida, solidarios en la percepción de la consanguínea analogía extendida entre el hortelero y San Sebastián, cuyas cavidades axilares desdoblan y simplifican la hospitalidad de la matriz con una gracia capaz de aludir a otras vueltas de flujos, amparo de los enfermos de gota y de los amujerados, patrono de las hemorragias varoniles y médico oculista no del todo ajeno al control de las efusiones femeninas, pues más de un testimonio deja creer que la sinonimia de "ver" y "menstruación" señalada por Moulinié desborde la ley del género) manteniendo perpendicularmente erguido el instrumento de labranza que ofrece al espectador el lado convexo, en postura idéntica a la del mismo utensilio en que Cristo parece apoyarse al otro extremo de la composición, aunque el mango resulte levemente inclinado y la mano muestre el dorso [de hecho la del resucitado no debería empuñar el mango de ningún instrumento (si acaso, como en el portal del Duomo de Ildesheim, el cetro de la cruz, para levantarlo): la tradición iconológica de Christus Hortulanus se complace en secundar el no muy aparente error de María Magdalena añadiendo detalles que lo justifican, por mucho que la puesta en escena del grabado de la Biblioteca Nacional de París no alcance la intensidad alucinatoria del tapiz de Pieter Van Aelst conservado en los Museos Vaticanos, digo el imposible disfraz del redivivo que no se contenta con tener la azada al hombro, sino lleva puesto además un sombrero de ala suficientemente ancha para protegerse del sol, no obstante el flash escarlata del manto, humano más pintorescamente que nunca a los ojos de quien, aún después de haber reconocido al Maestro, pretende todavía celebrar la sobrehumanidad demasiado humanamente, la Magdalena mirando al través de la reja de los dedos entreabiertos que le prohibe acercarse, incubada por la oscuridad del sepulcro abierto en audaz perspectiva sobre su cabeza, como si aquel exacto rectángulo de oquedad fuera la remuda de su rostro, el relevo de los labios dispuestos al beso: "Suéltame -noli me tangere" -Juan. XX. 17-, es el imperativo del pánico Narciso en palabras recogidas por el hombre que más se le acercó, hasta recostársele sobre el pecho ("cum recubuisset ille supra pectu Iesu" -XIII. 25)], a la vez que la otra mano impide el contacto situándose al nivel de la cara de la mujer arrodillada, a la misma altura de la mancha devolviendo la fisonomía captada durante el tormento del Calvario, antes del singular equívoco de la que hace un momento creía estar hablando con el "jardinero-hortulanus", como si en nada le hubiese aprovechado, ni a los ojos ni a la memoria, el haber estado tan cerca pocos días antes, al enredarle los pies en pañales capilares, convencida de poderle acariciar con la misma confianza, rozar siquiera el ruedo del manto con la discreción de la Hemorroisa, mientras ahora (cuando el Hijo anuncia el despegue y su próxima unión con el Padre que en él se remira tal como el Hijo se atisba a sí mismo según el grabado de Aveline, absorbido por el monitor de Verónica en el trance del más doloroso compromiso mundano) lo único que se concede es creer ver.

Si ver no implicase también alguna operación quirúrgica, algún compromiso con el mundo de las labores, mundo a secas más que a húmedas, estampas de almagre, aureolas de paja, manos a mangos y palas en surcos -la proverbial ginecofobia de San Fiacro encontraría su modelo en cierta esquivez anterior a la Ascensión, inversión del envite al atrevimiento del incrédulo, como dejaría creer el discípulo predilecto al omitir el episodio en que las dos Marías no tienen ninguna dificultad en agarrarse a los pies del resucitado
("et tenuerunt pedes eius" - Mateo. XXVIII. 9).
Más bien, lejos del rechazo alérgico, la acogida del disfraz tradicional deja que la mirada intervenga trabajando la diferencia entre superficie y herida.

29.5 - 6:15 PM -Quisiera ver cada hebra de pelo floreciendo en yema de dedo herido, ocelo de pavo real y filo de cuchilla. Pero la media luz de este sábado no da pie sino para cuadros y bancales de huerta cartesiana, parterres de jardines mariembádicos. A menos que no vayan juntos, peine y cabellera incontenible.

De suerte que esto es lo que trajiste de México. A las diez en punto de la mañana llegó lo que llamas "regalos". Ya suponía otra dádiva invasora.
-"Sé que sabrás gozártelos"- me encimas.

Algo anda mal con tu teléfono, así que te doy las gracias desde aquí. Si agradecer es factible cuando lo entregado quita lo poco que se cree tener: me envías lo que me envía.

"De prisa -y bien hecho" reza el sobre de Avianca, sea del lado en que campea el cuadrante de un cronómetro garantizado "Swiss Made", tamaño semáforo, sea del lado de las Instrucciones para recibir, en las que nunca me había fijado hasta el día de hoy:
"1. Asegúrese de que la bolsa no tenga señales de violación.
2. Córtela por la línea indicada para sacar el contenido".

Me regalas lo que me saca y me despacha: ¿tiene señales de violación mi cabeza ?

No puedo asegurar que no las tenga, no a fondo, si el contenido consiste en esas señales. Y continúo cortando, claro que sí, mientras voy viendo cómo llegar a ver. No menos claro es que semejante manera de abrir sea trabajo de palabras. Por eso te agradezco que sepas cómo vivo de esta "línea indicada", si no pierdo el sentido menos egoísta del gozo laborioso. Ninguna pleitesía, esta gratuidad es tan desobligada cuanto tu saber. Nuestro contrato estriba en reconocer que con estos retratos no hay trato, tratamiento, tratado o tracción posible: nada que traer.

Ni van ni vienen. Pestañeos inamovibles.
Sin forzar sobremanera la carta a Ginsberg del 6 de junio de 1953, el globo del dedo gordo de un coloso gotoso, a punto de estallar, es el toque de diana abocado a la alcoba de un hotel peruano, hincho de sí a más no poder, aterradoramente coqueto... y lo que pregona la protuberancia a oídos de Burroughs son humeantes golosinas ópticas en el corazón de una parálisis que nada tiene que ver con las preocupaciones de un amante del desarrollo industrial:

"Guayaquil: cada mañana un grito sube abultándose -swelling- desde los niños que venden cigarrillos en la calle. "¡A ver Miraditas -a ver Lookies!" - "¡A ver Luckies !" - Miedo pesadillesco de estasis. ¿Seguirán gritando "¡A ver Lookies !" de aquí a 100 años? Horror de quedarse atascado -stuck- en este lugar -place. Me sigue como mi culo este miedo. Un horrible, enfermo sentimiento de desolación final."

Ser perseguido por el propio trasero, apremiando el horror desde un resquicio sin distancia que no nace sino aparece demasiado completo cada mañana, tan de prisa y bien hecho, aborto perfecto de noticia, más allá de la velocidad y del hecho, con la perentoriedad cianótica de una almorrana en el zenit de su corte de propaganda, tajante teorema de Gorgona demostrado al filo de una cortina en la pupila frita de Polifemo: este sitio es violento, ésta es la violencia del sitio y aquí te quedas, en ninguna parte, porque estar siempre en la misma es no estar en ninguna, ebrio perdido por exceso de encuentro en el vehículo de un paraje interminable.

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