"Lo supieron los
arduos alumnos de Pitágoras:
los astros y los hombres vuelven cíclicamente;
los átomos fatales repetirán la urgente
Afrodita de oro, los tébanos, las ágoras"
J. L. Borges
Sabemos que
una de las obsesiones temáticas borgeanas es el problema del tiempo.
La posibilidad de refutar el tiempo, asociado al movimiento, el
desgaste y la muerte, es una temática recurrente en la obra del
escritor argentino. Dentro de esta problemática,
Borges se ocupa de
la eternidad, entendida como perduración infinita, también de la
posibilidad de superar la concepción judeo-cristiana del tiempo, el
tiempo como pasado presente y futuro, como tiempo lineal y
ascendente, a través de la concepción del eterno retorno que
fascinaba al autor y que es retomada por él, a partir de los
griegos. El eterno retorno como “doctrina” aparece sobre todo
divulgada a partir de Nietzsche.
Borges dedica un
artículo especialmente a refutar esta doctrina tal y como éste la interpreta en el
pensamiento del filósofo alemán. El artículo al que hacemos
referencia se titula: “La doctrina de los ciclos”, y aparece en su
libro Historia de la eternidad
(2001, pp.87-104). Allí está citado
Nietzsche, en uno de sus ensayos sobre “el eterno retorno de lo
mismo”, en donde aparece una versión seudo científica de esta
doctrina, que es la que Borges ataca especialmente. “El número de
todos los átomos que componen el universo es, aunque desmesurado,
finito, y solo capaz como tal de un número finito (aunque
desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el
número de las permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el
universo debe repetirse
(2001: 89, las cursivas no son nuestras).
El
escritor argentino encara la refutación de esta improbable, o
fantástica doctrina
(para
Borges la metafísica es parte de la
literatura fantástica, en realidad la filosofía toda ha sido para
Borges, “materia prima” para la imaginación fantástica, esta
doctrina no es más que otro ejemplo de esta posibilidad).
Borges
concibe un “frugal universo” de solo diez átomos, estos darían lugar
a una serie de combinaciones. Dado que el número es limitado, las
combinaciones también serán limitadas. Si esas partículas arrojan
como resultado la cifra de 3.628.800, poca fe le tenemos que
presentar según Borges, a un supuesto retorno del universo. Según
Borges,
Nietzsche le podría contestar que jamás desmintió que las
“vicisitudes de la materia fueran cuantiosas”, lo único que ha
declarado es que no eran infinitas. Para refutar esta idea,
Borges
se apropia de la
teoría de
los conjuntos de Georg Cantor. Según nuestro
autor, Cantor destruye el fundamento de la tesis de
Nietzsche. Este
afirma la infinitud de los puntos del universo, hasta de un metro de
universo o una fracción de metro. El roce de la teoría de Cantor con
la teoría nietzscheana es fatal para
Nietzsche, según
Borges. “Si el
universo consta de un número infinito de términos, es rigurosamente
capaz de un número infinito de combinaciones -y la necesidad de un
Regreso queda vencida. Queda su mera posibilidad, computable a cero”
(2001:94). De esta manera, Borges pretende refutar una doctrina,
que, en realidad, no tiene su fuerte en su punto de vista seudo
científico, sino en su aspecto ético, y en relación a toda la
filosofía de Nietzsche que
Borges no toma en cuenta.
Otro aspecto de la refutación borgeana de la doctrina se refiere a
que esta idea tiene diversos antecedentes en la
historia del
pensamiento: parte de los griegos, atraviesa la refutación de los
cristianos en los evangelios
(menciona Hechos de los Apóstoles, III,
21), pasa por San Agustín, posteriormente por John Stuart Mill en su
Lógica que hace referencia a que si bien es concebible no es
verdadera una repetición periódica de la historia. El
cuestionamiento de Borges pasa por el hecho de que cómo Nietzsche,
siendo un helenista encumbrado, con toda su formación filosófica,
puede desconocer estos antecedentes e imputarse la autoría de dicha
doctrina. Deduce que esto es improbable, que tiene que haber una
razón por la cual Zaratustra se autoproclama dicha teoría. Borges
atribuye el olvido “conciente” de las fuentes del eterno retorno a
un problema de estilo, propiamente gramatical. Dado el estilo
profético de Zaratustra, tiene más fuerza hablar en primera persona,
es decir, que éste se atribuya de alguna manera la doctrina. El
estilo profético, según nuestro autor, no admite el comillado o la
cita erudita. En realidad, el que Nietzsche no se refiera a las
fuentes del eterno retorno no se debe, en nuestro modesto parecer, a
un problema de estilo. Es cierto que el Zaratustra está escrito en
estilo profético, pero existen otras obras en las que también se
hace referencia al eterno retorno sin referirse a las fuentes de
esta idea y que no están escritas en estilo profético, por ejemplo,
La gaya ciencia, o La voluntad de poder. La idea del eterno retorno
si bien está presente en diversas culturas, y no sólo en Grecia
(como hace referencia Mircea Eliade en su libro El mito del eterno
retorno), en Nietzsche adquiere matices propios y originales, sólo
explicables desde la totalidad de su filosofía. Pero según
Borges, de
alguna manera, el pensamiento del eterno retorno es ya de Zaratustra.
Nietzsche, nos dice Borges, quería hombres capaces de inmortalidad,
hombres capaces de enamorarse de su destino. Para ello siguió un
método heroico.
Dice Borges: “desenterró la intolerable hipótesis griega de la eterna
repetición y procuró deducir de esa pesadilla mental una ocasión de
júbilo. Buscó la idea más horrible del universo y la propuso a la
delectación de los hombres” (:99). A
Borges le parece la idea más
horrible de todas. Nietzsche mismo nos advirtió que esta podía ser
la peor de las ideas, precisamente desde el marco desde el nihilismo
pasivo, de aquel que simplemente tiene una vida reactiva,
disminuida, que padece la vida. Lo grande y lo pequeño se va a
volver a repetir, sólo aquel que ama su destino
(amor fati)
puede
aceptar la eterna repetición de las cosas. Sólo aquel que tiene una
relación activa, el creador, aquel que tiene voluntad de poder, sólo
aquel que puede decir, es así, pero así lo quise yo, es capaz de
soportar el eterno retorno de las cosas. Esa es la persona que
requiere el eterno retorno, el superhombre. El eterno retorno es por
eso una idea o doctrina que permite seleccionar tipos humanos, que
fortalece la voluntad de poder, que es lo que le interesa a
Nietzsche. Es por eso que la idea más horrible puede ser, desde otro
punto de vista, la idea más transformadora y prometedora.
Pero Borges sigue insistiendo en refutar, de alguna manera, la
hipótesis física del eterno retorno, por ejemplo mostrando que la
segunda ley de la termodinámica dice que hay procesos energéticos
que son irreversibles. Es el caso de una luz que proyectada sobre
una superficie negra se convierte en calor. Sin embargo, este calor
no puede volver a ser luz, es un proceso irreversible, por lo tanto
el eterno retorno no es cierto.
Argumentos por el estilo son los que
aduce Borges para refutar a Nietzsche, poniendo hincapié en el
aspecto científico de la idea del eterno retorno, que para nada es
el fuerte del filósofo
(tampoco el de Borges, claro está), y dejando de lado,
según nuestra opinión, la parte importante de la idea nietzscheana del
eterno retorno.
Lo que muestra Borges en este “rodeo” ipso facto, es justamente, que
lo que cabe destacar de esta idea, es su posibilidad de contribuir a
la imaginación literaria. Es de alguna manera “fantástico” (sobre
todo desde el punto de vista de nuestra
cultura y su concepción del
tiempo)
la idea de que nuestra vida, y todo lo que la rodea, se va a
volver a repetir; esto puede dar lugar a gran cantidad de fábulas, cuentos,
narraciones de todo tipo
(recuerdo ahora La insoportable levedad del
ser, de Milán Kundera, que comienza con la idea del eterno retorno
de lo mismo).
El mismo Borges, precisamente, retoma esta idea, no en tanto
filósofo, que no lo es
(al menos desde un
punto de vista “profesional”),
sino en tanto escritor que sabe encontrar fuentes de inspiración
literarias en la filosofía, ricas en posibilidades imaginativas. Si
bien Borges aparece “refutando” el aspecto científico de la teoría
nietzscheana y su supuesta originalidad, con “argumentos”, en
realidad está explotando el aspecto “disparatado” de la teoría, y
resaltando, por lo mismo, su valor para la
literatura. En
definitiva, un escritor como Borges, a través del ensayo, puede
mostrar el disparate de una teoría filosófica, porque sabe que de
alguna manera alienta con ello su propia fuente de inspiración
literaria. |
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