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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



TABLEAUX MOURANTS - PALABRA - MUERTE - ESCRITURA -

Proyecto tableaux mourants (III)

Bruno Mazzoldi
El pastuso postrado, sin cuenta, sin economía, sin casa, sin mirada, encarna la inercia del gozo egoísta. Es la versión demacrada del borrachín que el rey Midas encontró aletargado en su rosaleda, el semidios que prefiere la muerte a la vida convencido de que mientras tanto lo mejor es ir pegando los ojos, el mismo que, según Eurípides y Nemesiano, se la pasaría regalando arrumacos y acunando en sus brazos rechonchos al nene Dionisos para que se duerma

Incubus


10.5 - 9:50 AM - Al fin contesto a tu carta del 20 de abril. Al primer punto, tan cargado de sobres, peso que me confirma el acecho del soporte y de la meta de la mirada, de lo sujeto y del subjetil : -"Sobre una sensación general de estar gravitando
(dolorosamente) sobre un asunto de cuerpos y sacrificios, y sobre la absoluta necesidad de volver sobre esas imágenes para tratar de 'ver'."

13.5 - 10:10 AM - No contesté nada el otro día, cuando parecía tan sencillo responder. Y ahora ando tras pretextos para no abrir el sobre de las fotos. Después del viaje a Popayán y de la tremenda borrachera en Cali, estoy durmiendo a pierna suelta. Definitivamente me resisto a trabajar sobre el Trauerarbeit. A trabajar sobre el sobre. Dolorosa hojaldre. Vamos a ver.

En tanto, que conste, que conteste por sí solo el hecho de que el antiguo arebeit ya es "pena", que responda por mí la extremada desgana de escribir que no hay trabajo sin luto.

Le comento a Olga que, después de la lectura de Cómo en el mundo yermo de un personaje de Thomas Pynchon puede florecer el sadomasoquismo de Guillermo Valencia contemplado por Alvaro Barrios, por primera vez en muchos años no me siento sumiso a la presión de la escritura. Y mientras le hago notar que lo más insólito vendría a ser el hecho de no experimentar el menor remordimiento, justo en ese instante, se me aparece el recuerdo del sueño de esta noche: estaba en frente de un señor que había soñado lo mismo que yo, los muertos de los campos de exterminio nazi mezclados con las víctimas y los mártires de las fotos que me enviaste, como si todo asesinado fuera los asesinados por excelencia, sin número ni cronología. Estaba pendiente de la cara huesuda del soñador que había ido a buscar, para que me contara lo que yo no recordaba, ahí mismo, en frente del rostro sin tiempo que no podía describir.

De manera que, por lo menos en sueños, no andaría tan dormido ni tan libre de presiones.

Demasiadas palabras en otros idiomas, tienes razón
(cambiemos tailleur por "sastre" -algo es algo). Mucha baja costura filosófica, añadiría.

Pero, antes de abrir otra vez el sobre
(¿podré hacer otra cosa que no sea seguir abriéndolo?), déjame rozar otra cita de Totalidad e Infinito, donde la ética se enlaza con el brote de lo representable, más allá de la vista, de la captación, del tema o del asunto, mío o nuestro, entre el infinito y las escasas fuerzas de mi pretensión del retablo del Otro:
"La moral no se añade a las preocupaciones del yo, para ordenarlas o para hacerlas juzgar -pone en cuestión y a distancia de sí, al yo mismo. La representación ha empezado no en la presencia de una cosa ofrecida a mi violencia, sino escapando empíricamente a mis fuerzas, sino en mi posibilidad de poner en cuestión esta violencia, en una posibilidad que se produce mediante el comercio con el infinito o mediante la sociedad."

Si no fuera por la cara de la que ando colgado, esperando que me suelte la palabra, amigo y maestro, tú y él, segunda y tercera persona de los muertos de los que tengo que hablar, ese innumerable que espero me enseñe a decir lo que él me hace indecible, si no fuera por él, si no fuera por ti, no me daría ninguna pena tratar de ver el brazo y la cabellera de la mujer de El día siguiente, boca arriba sobre el sofá, agotada después de quién sabe cuáles horas-extra, desdoblando la cabellera y el brazo de la muerta boca abajo sobre la cama, nalgas al aire, la que "un hombre apuesto abordó en un bus ejecutivo" a periódico batiente, el seductor que "comenzó a asediarla" y que "al sentir el rechazo de la mujer planeó el crimen".

¿Qué trabajo me costaría ordenar los indicios de lo transcurrido inmediatamente antes de las inmovilidades paralelas, del lado de Munch las botellas erguidas, del lado del periódico la claridad de la desnudez prendida por el tajo de una liga suficientemente enfática para desvaír la renglonadura del borde del colchón y engendrar la bien templada red de escaques del piso, sin dejar de leer las palabras y los puntos suspensivos al pie de la copia de la foto que has enganchado con la del cuadro: "... la mano... el cabello..."

14.5 - 9:15 AM - Casi enfrente de la Gobernación, sobre la pared de fondo del café Cancún, a la derecha saliendo del retrete, se exhibe un óleo firmado Jaime Rodríguez Rey.

La dueña, que en lugar de vender tintos y aromáticas prefiere pasar el día cosiendo y descosiendo uno de los dos sudarios en figura de cerdos asirios acostados a la entrada principal del mercado de Bomboná, doña Blanca, me prohibió fotografiar el lienzo y amenazó con llamar a la policía cuando se me ocurrió irle a pedir el permiso, porque el hombrecito amanecido en la calle de la pintura, a la vista del cliente que acaba de aliviarse la uretra, no es cualquier beodo, sino el legendario campeón de todas las borracheras, el Cachirí. Y "usted no sabe".

¿Sobre, alrededor, debajo o a través del andén blanqueado por el talco del carnaval del seis de enero?
Lamida por el oleaje de la ruana blanca de líneas negras y amarillas entrecruzadas en cuadrícula
(pintadas con esmero digno de las uñas de un libro de contabilidad, en mareado pero meticuloso contraste con la negrura del fofo vórtice de pliegues de los pantalones), la mano del Cachirí (que está muy lejos de haberse roto la crisma, no obstante el testimonio del borsalino corrido y abollado y a pesar de la sentencia firmada por la cáscara de sandía al pie del zapato) no se limita a no soltar la botella de aguardiente. No se limita.

De la misma manera la que parece de nadie, la del pasajero haciéndose el distraído, dormido a ratos, no se queda ahí mismo, entre las piernas de la mujer sentada a su lado, donde ha llegado milímetro tras milímetro, cubierta por el extremo de la bufanda o del borde de la gabardina que él se ha quitado al subir, sino acaricia a todo el mundo, mujeres y hombres, niños y ancianos, el piso de láminas untuosas, los asientos, los graffiti de los espaldares, las barras, el plexiglas de la empuñadura del freno con el escarabajo esmeralda adentro, el techo, el bus entero y más allá del bus los peatones, los postes y los globos de los semáforos, las curvas de las carrocerías, el asfalto y la greda bajo el asfalto, la ciudad acosada por la extremidad sin dedos que no tiene en cuenta ni uno ni dos, ni nunca ha tenido ni tendrá nada, mano sepultada y alada, quiróptero ni hecho ni derecho, membrana y ventosa sin medida ni lugar ni distancia, como las de la inhumanidad primordial, cuando Yoí e Ipi todavía no se habían rasgado al bajar por el bejuco de orina y "nuestras manos se parecían a las del pato", porque así se canta durante la ceremonia tikuna en que es preciso cortar el pelo de la que menstrua por primera vez, cuando Ipi todavía no ha podido insinuar los dedos en la vulva de la hermana para buscar el buche del gavilán, antes de que la requisición indiscreta solicite la primera hemorragia, incontenible, antes de la primera muerte.

El pastuso postrado, sin cuenta, sin economía, sin casa, sin mirada, encarna la inercia del gozo egoísta. Es la versión demacrada del borrachín que el rey Midas encontró aletargado en su rosaleda, el semidios que prefiere la muerte a la vida convencido de que mientras tanto lo mejor es ir pegando los ojos, el mismo que, según Eurípides y Nemesiano, se la pasaría regalando arrumacos y acunando en sus brazos rechonchos al nene Dionisos para que se duerma, virtuoso de la katabaukálesis o "arrullo", a no dudarlo, tan poco "al retorno constreñido" y tan sediento cuanto el "catabaucalesista desvelado de don Insomnio de Claro en Claro Perencejo", aquel Beremundo cuya prolija tarjeta de visita reza: -"Devorador de ensueños (Lenormand), -canibal de mí propio, / de mí mismo antropófago- trasegador de ilusos / filtros".

Yermo de jovialidad sin asomo de lágrima, seco a morir, es una extensión sin arrugas la que Creuzer vislumbraba al comparar el profundo sosiego de Sileno sea con la órfica "mar en calma, no perturbada por ninguna tempestad", sea con la eirene que, según El Banquete, sería efecto de Eros, "paz entre los hombres y bonanza en el piélago, descanso de los vientos acostados, sueño en medio de la pena".

La diferencia que Diotima y Lévinas señalarían al margen de los argumentos de Agatón distingue paz y estancamiento:
"El existir puro es ataraxia, la felicidad es cumplimiento. El gozo está hecho del recuerdo de su sed, es estancamiento -étanchement. Es acto que se acuerda de su 'potencia'."

El día siguiente no sería tan siguiente si en el estanque de la orgía se hundiesen a la vez las añoranzas de su incumplimiento y de su cumplimiento, en la inacabable corola de un yo todavía incapaz de residir en lo suyo por obstinarse en abarcar todo el resto, a un pelo -a una cabellera- de tener un lugar separado y marcar el límite del antes y el después, cualquier límite, ahí mismo, en lo más fijo, en lo más difuso, donde la mano constriñe y abandona simultáneamente, más llena que nunca, jamás tan vacía, por desanimación digital exacta y errática, kheirourgia o "manipulación" de chuma.

Del quechua chumana, "emborrachar" y a la vez "escoger", dedúzcase la pesadilla crapulosa, la fosa de erecciones comunes y selectas cuyo escenario sería un recinto de soledad iniciática sobre ruedas de Judío Errante, un vehículo no sólo "ejecutivo" sin dejar de ser proletario, sino tolemáico, celta y andino, y a la vez medio de transborde visual, atestada pared tanatográfica, "el rendido tumbagrabamurodo donde se solía supulborrar a los Ptollmens del Incabus -the outworn gravemure where used to be blurried the Ptollmens of the Incabus", a dos páginas de "una gargantuosa tregua para nidalegrísimo ubicuo pueriahasverus -a gorgeups truce for happinest childher everwere", entre el rostro absolutamente liso de Chidher el Verde, el que no tiene casa, y el tórculo de Childer H. C. E., el memoratísimo parlamentario inglés apodado Aquí Llega Todelmundo, discernimiento cruel en la confluencia de crue, "crecida", "desmadre", y cruor, "sangre derramada", confesada, circunfesada más bien por Derrida al borde del recuerdo del "glorioso apaciguamiento" de una hemorragia sin orillas, sin márgenes que no exciten la ebriedad de su propia consumación, gracias al pulcro concierto de un signo tipográfico tras otro, signos dirigidos al agotamiento de la dirección en la hoja de la serie Alegorías de Próspero intitulada "Sileno", de 1991, cómo no, el cuadrilátero dactilografiado cuyas palabras, las que restan, remiten a la simpatía del mago bibliotecólogo por los hombres gordos, a la alianza de obesidad y sabiduría y a las ganas de tragar inducidas por Sileno, la página en que los renglones son invadidos por el perfil de los brazos, las manos y las piernas abiertas de una tosca silueta
(digamos un "cuartazos. m. fig. y fam. Hombre excesivamente grueso y corpulento, flojo y desaliñado"), pellejo aplastado y medusa sin agua, carente del menor rasgo, a no ser la materia de la borradura difuminada en talco, polen o ceniza de tinta, gris rubor de letras proscritas por la nebulosidad devorante, rasgos de rasgos tachados.

Trasgo más bien, factor fantasmal, el duende que antaño significó "dueño de una casa", a mediados del siglo XVº duen de casa -de casilla aunque sea, si puede marcarse así el espacio reservado al vello púbico de seis renglones de palabras escritas a mano y rodeado por una moldura perfectamente cuadrada en el entrepiernas de "Sileno", o la zona inscrita en el pecho de la sombra gelatinosa, sartén cardíaca, plato, disco rotatorio, quizás reproducción fotográfica de círculos concéntricos anchándose a partir de la caída de una gota sobre la superficie de un líquido suficientemente denso. Hipnótica taza de leche o de sangre, higiénica herida anular por la que atisba y chupa el que quiere ver sin ser visto, la mascota de la interioridad.

Lo que ansía más o menos desesperadamente el orificio mirándose la cola, es domesticarse. Mejor dicho, Giges
(otro nombre del joyceano Elanio Vitale, burócrata serial que nunca habría salido de su elíptica de ultrarreposo) se obstina en confundir la tranquilidad de la morada, la naturaleza muerta de lo propio, con el estancamiento del gozo, extremada vibración equivalente al detenimiento de la malakia, una "morbidez" que puede ser charco de sangre fría, languidez de vicioso y quietud cadavérica.

Se despereza el vapor antropomorfo. Es el colmo de la blandura difunta. Se estira esta carne con crujir de nieve pisada.

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