Incubus
10.5 - 9:50 AM - Al fin contesto a tu carta del 20 de abril. Al
primer punto, tan cargado de sobres, peso que me confirma el acecho
del soporte y de la meta
de la mirada, de lo sujeto y
del subjetil : -"Sobre una sensación general
de estar gravitando (dolorosamente) sobre un asunto de cuerpos y sacrificios,
y sobre la absoluta necesidad de volver sobre esas imágenes
para tratar de 'ver'."
13.5 - 10:10 AM - No contesté
nada el otro día, cuando parecía tan sencillo responder.
Y ahora ando tras pretextos para no abrir el sobre de las fotos.
Después del viaje
a Popayán y de la tremenda borrachera en Cali, estoy durmiendo
a pierna suelta. Definitivamente me resisto a trabajar sobre el
Trauerarbeit. A trabajar sobre el sobre. Dolorosa hojaldre.
Vamos a ver.
En tanto, que conste, que conteste por sí solo el hecho
de que el antiguo arebeit ya es "pena", que responda
por mí la extremada desgana de escribir
que no hay trabajo sin luto.
Le comento a Olga que, después de la lectura
de Cómo en el mundo yermo de un personaje de Thomas
Pynchon puede florecer el sadomasoquismo
de Guillermo Valencia contemplado por Alvaro Barrios, por
primera vez en muchos años no me siento sumiso a la presión
de la escritura. Y mientras le
hago notar que lo más insólito vendría a
ser el hecho de no experimentar el menor remordimiento, justo
en ese instante, se me aparece el recuerdo del sueño de
esta noche: estaba en frente de un señor que había
soñado lo mismo que yo, los muertos de los campos
de exterminio nazi mezclados con las víctimas y los
mártires de las fotos
que me enviaste, como si todo asesinado fuera los asesinados por
excelencia, sin número ni cronología. Estaba pendiente
de la cara huesuda del soñador que había ido a buscar,
para que me contara lo que yo no recordaba, ahí mismo,
en frente del rostro sin tiempo que no podía describir.
De manera que, por lo menos en sueños, no andaría
tan dormido ni tan libre de presiones.
Demasiadas palabras en
otros idiomas, tienes razón (cambiemos
tailleur por "sastre" -algo es algo). Mucha baja costura filosófica, añadiría.
Pero, antes de abrir otra vez el sobre (¿podré
hacer otra cosa que no sea seguir abriéndolo?), déjame rozar otra cita
de Totalidad e Infinito, donde la ética se enlaza
con el brote de lo representable, más allá de la
vista, de la captación, del tema o del asunto, mío
o nuestro, entre el infinito y las escasas fuerzas de mi pretensión
del retablo del Otro:
"La moral no se añade a las preocupaciones del
yo, para ordenarlas o para
hacerlas juzgar -pone en cuestión y a distancia de sí,
al yo mismo. La representación ha empezado no en la presencia
de una cosa
ofrecida a mi violencia,
sino escapando empíricamente a mis fuerzas, sino en mi
posibilidad de poner en cuestión esta violencia,
en una posibilidad que se produce mediante el comercio con el
infinito o mediante la sociedad."
Si no fuera por la cara de la que ando colgado, esperando que
me suelte la palabra, amigo
y maestro, tú y él, segunda y tercera persona
de los muertos de los que tengo que hablar, ese innumerable que
espero me enseñe a decir lo que él me hace indecible,
si no fuera por él, si no fuera por ti, no me daría
ninguna pena tratar de ver el brazo y la cabellera de la mujer de El día
siguiente, boca arriba sobre el sofá, agotada después
de quién sabe cuáles horas-extra, desdoblando la
cabellera y el brazo de la muerta boca abajo sobre la cama, nalgas
al aire, la que "un hombre apuesto abordó en un
bus ejecutivo" a periódico batiente, el seductor
que "comenzó a asediarla" y que "al
sentir el rechazo de la mujer planeó el crimen".
¿Qué trabajo me costaría ordenar los indicios
de lo transcurrido inmediatamente antes de las inmovilidades paralelas,
del lado de Munch las botellas erguidas, del lado del periódico
la claridad de la desnudez
prendida por el tajo de una liga suficientemente enfática
para desvaír la renglonadura del borde del colchón
y engendrar la bien templada red de escaques del piso, sin dejar
de leer las palabras
y los puntos suspensivos al pie de la copia de la foto
que has enganchado con la del cuadro: "... la mano...
el cabello..."
14.5 - 9:15 AM - Casi enfrente
de la Gobernación, sobre la pared de fondo
del café Cancún, a la derecha saliendo del retrete,
se exhibe un óleo firmado Jaime Rodríguez Rey.
La dueña, que en lugar de vender tintos y aromáticas
prefiere pasar el día cosiendo y descosiendo uno de los
dos sudarios en figura
de cerdos asirios acostados a la entrada principal del mercado
de Bomboná, doña Blanca, me prohibió fotografiar el lienzo y amenazó
con llamar a la policía cuando se me ocurrió irle
a pedir el permiso, porque el hombrecito amanecido en la calle
de la pintura, a la
vista del cliente que acaba de aliviarse la uretra, no es cualquier
beodo, sino el legendario campeón de todas las borracheras,
el Cachirí. Y "usted no sabe".
¿Sobre, alrededor, debajo o a través del
andén blanqueado por el talco del carnaval
del seis de enero?
Lamida por el oleaje de la ruana blanca de líneas negras
y amarillas entrecruzadas en cuadrícula (pintadas
con esmero digno de las uñas de un libro de contabilidad,
en mareado pero meticuloso contraste con la negrura del fofo
vórtice de pliegues de los pantalones), la mano del Cachirí (que está muy lejos de haberse
roto la crisma, no obstante el testimonio del borsalino corrido
y abollado y a pesar de la sentencia firmada por la cáscara
de sandía al pie del zapato)
no se limita a no soltar la botella de aguardiente. No se limita.
De la misma manera la que parece de nadie, la del pasajero haciéndose
el distraído, dormido a ratos, no se queda ahí mismo,
entre las piernas
de la mujer sentada a su lado, donde ha llegado milímetro
tras milímetro, cubierta por el extremo de la bufanda o
del borde de la gabardina que él se ha quitado al subir,
sino acaricia a todo el mundo, mujeres
y hombres, niños y ancianos, el piso de láminas
untuosas, los asientos, los graffiti
de los espaldares, las barras, el plexiglas de la empuñadura
del freno con el escarabajo esmeralda adentro, el techo, el bus
entero y más allá del bus los peatones, los postes
y los globos de los semáforos, las curvas de las carrocerías,
el asfalto y la greda bajo el asfalto, la ciudad acosada por la
extremidad sin dedos que no tiene en cuenta ni uno ni dos, ni
nunca ha tenido ni tendrá nada, mano sepultada y alada,
quiróptero ni hecho ni derecho, membrana y ventosa sin
medida ni lugar ni distancia, como las de la inhumanidad primordial,
cuando Yoí e Ipi todavía no se habían rasgado
al bajar por el bejuco de orina y "nuestras manos se parecían
a las del pato", porque así se canta durante la
ceremonia tikuna en que es preciso cortar el pelo de la que menstrua
por primera vez, cuando Ipi todavía no ha podido insinuar
los dedos en la vulva de la hermana para buscar el buche del gavilán,
antes de que la requisición indiscreta solicite la primera
hemorragia, incontenible, antes de la primera muerte.
El pastuso postrado, sin cuenta, sin economía, sin casa,
sin mirada, encarna la inercia del gozo egoísta. Es la
versión demacrada del borrachín que el rey Midas
encontró aletargado en su rosaleda, el semidios
que prefiere la muerte
a la vida convencido de que mientras tanto lo mejor es ir pegando
los ojos, el mismo que, según Eurípides y Nemesiano,
se la pasaría regalando arrumacos y acunando en sus brazos
rechonchos al nene Dionisos para que se duerma, virtuoso de la
katabaukálesis o "arrullo", a no dudarlo,
tan poco "al retorno constreñido" y tan sediento
cuanto el "catabaucalesista desvelado de don Insomnio
de Claro en Claro Perencejo", aquel Beremundo cuya prolija
tarjeta de visita reza: -"Devorador de ensueños
(Lenormand), -canibal de mí propio, / de mí mismo
antropófago- trasegador
de ilusos / filtros".
Yermo de jovialidad sin asomo de lágrima, seco a morir,
es una extensión sin arrugas la que Creuzer vislumbraba
al comparar el profundo sosiego de Sileno sea con la órfica
"mar en calma, no perturbada por ninguna tempestad",
sea con la eirene que, según El Banquete,
sería efecto de Eros, "paz entre los hombres y
bonanza en el piélago, descanso de los vientos acostados,
sueño en medio de la pena".
La diferencia que Diotima y Lévinas señalarían
al margen de los argumentos de Agatón distingue paz y
estancamiento:
"El existir puro es ataraxia, la felicidad es cumplimiento.
El gozo está hecho del recuerdo de su sed, es estancamiento
-étanchement. Es acto que se acuerda de su 'potencia'."
El día siguiente no sería tan siguiente si en el
estanque de la orgía se hundiesen a la vez las añoranzas
de su incumplimiento y de su cumplimiento, en la inacabable corola
de un yo todavía incapaz de residir en lo suyo por obstinarse
en abarcar todo el resto, a un pelo -a una cabellera- de tener
un lugar separado y marcar el límite del antes y el después,
cualquier límite, ahí mismo, en lo más fijo,
en lo más difuso, donde la mano constriñe y abandona
simultáneamente, más llena que nunca, jamás
tan vacía, por desanimación digital exacta y errática,
kheirourgia o "manipulación" de chuma.
Del quechua chumana, "emborrachar" y a la vez
"escoger", dedúzcase la pesadilla crapulosa,
la fosa de erecciones comunes y selectas cuyo escenario sería
un recinto de soledad iniciática sobre ruedas de Judío
Errante, un vehículo no sólo "ejecutivo"
sin dejar de ser proletario, sino tolemáico, celta y andino,
y a la vez medio de transborde visual, atestada pared tanatográfica,
"el rendido tumbagrabamurodo donde se solía supulborrar
a los Ptollmens del Incabus -the outworn gravemure where used
to be blurried the Ptollmens of the Incabus", a dos páginas
de "una gargantuosa tregua para nidalegrísimo ubicuo
pueriahasverus -a gorgeups truce for happinest childher everwere",
entre el rostro absolutamente liso de Chidher el Verde, el que
no tiene casa, y el tórculo de Childer H. C. E., el memoratísimo
parlamentario inglés apodado Aquí Llega Todelmundo,
discernimiento cruel en la confluencia de crue, "crecida",
"desmadre", y cruor, "sangre derramada",
confesada, circunfesada más bien por Derrida
al borde del recuerdo del "glorioso apaciguamiento"
de una hemorragia sin orillas, sin márgenes que no exciten
la ebriedad de su propia consumación, gracias al pulcro
concierto de un signo tipográfico tras otro, signos dirigidos
al agotamiento de la dirección en la hoja de la serie Alegorías
de Próspero intitulada "Sileno", de 1991,
cómo no, el cuadrilátero dactilografiado cuyas palabras,
las que restan, remiten a la simpatía del mago bibliotecólogo
por los hombres gordos, a
la alianza de obesidad y sabiduría y a las ganas de tragar
inducidas por Sileno, la página en que los renglones son
invadidos por el perfil de los brazos, las manos y las piernas
abiertas de una tosca silueta (digamos
un "cuartazos. m. fig. y fam. Hombre excesivamente
grueso y corpulento, flojo y desaliñado"), pellejo aplastado y medusa sin
agua, carente del menor rasgo, a no ser la materia de la borradura
difuminada en talco, polen o ceniza de tinta, gris rubor de letras
proscritas por la nebulosidad devorante, rasgos de rasgos tachados.
Trasgo más bien, factor fantasmal, el duende que antaño
significó "dueño de una casa", a mediados
del siglo XVº duen de casa -de casilla aunque sea,
si puede marcarse así el espacio reservado al vello púbico
de seis renglones de palabras escritas a mano y rodeado por una
moldura perfectamente cuadrada en el entrepiernas de "Sileno",
o la zona inscrita en el pecho de la sombra gelatinosa, sartén
cardíaca, plato, disco rotatorio, quizás reproducción
fotográfica de círculos concéntricos anchándose
a partir de la caída de una gota sobre la superficie de
un líquido suficientemente denso. Hipnótica taza
de leche o de sangre,
higiénica herida anular por la que atisba y chupa el que
quiere ver sin ser visto, la mascota de la interioridad.
Lo que ansía más o menos desesperadamente el orificio
mirándose la cola, es domesticarse. Mejor dicho, Giges
(otro nombre
del joyceano Elanio Vitale, burócrata serial que nunca
habría salido de su elíptica de ultrarreposo) se obstina en confundir la tranquilidad
de la morada, la naturaleza muerta de lo propio, con el estancamiento
del gozo, extremada vibración equivalente al detenimiento
de la malakia, una "morbidez" que puede ser charco
de sangre fría, languidez de vicioso y quietud cadavérica.
Se despereza el vapor antropomorfo.
Es el colmo de la blandura difunta. Se estira esta carne
con crujir de nieve pisada.
|
|