H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



LITERATURA - POESÍA - EL CARTUCHO - INDIGENTES -


Narrativas de una Bogotá-otra: El Cartucho en la literatura (I)

Andrés Torres Guerrero

Cuánto dolor en la orfandad de un hombre abrazado a su perro… la secta de los ciegos, como bien supo ver Sábato, es la terrible condición espiritual del hombre de estos tiempos. (…) Muchos sienten hastío frente a la indigencia y su respuesta es la insensibilidad


Siguió adelante deprisa y sólo entonces se dio cuenta de que cada vez descendía más por la ciudad. Quiso volverse, pero algo lo atraía como un imán[1].

Estar en la calle, lo sabíamos, era la cosa más horrible del mundo (…). Existe una diferencia entre estar en la calle y salir a la calle. Si sales a la calle, te marchas a otro sitio; si estás en la calle, no tienes adonde ir. La distinción era fundamental. Estar en la calle era el final de algo, un hecho físico irrevocable que definía y completaba nuestra condición metafísica. Siendo una minoría tanto por casta como por clase, nosotros nos movíamos de todos modos en el margen de la vida[2].

La indigencia no se arroja entre los humanos a palos, sino a escobazos, lo que resulta más humillante, porque el indigente es siempre el primero que está dispuesto a envilecerse por sí mismo[3].

El Cartucho. Paraíso de la clase baja del mundo criminal, El Cartucho aloja en sus calles y casas destrozadas toda clase de atracadores de poca monta, drogadictos terminales, prostitutas en decadencia, recolectores de desechos, niños narcotraficantes, policías corruptos, estafadores arruinados y sacerdotes y pastores de una veintena de iglesias[4].

¡¡¡¡¡¡¡¡Y los niños de Colombia, que duermen en la calle cubiertos con papel de periódico e inhalan vapores de gasolina para olvidar su miseria y aturdir su tristeza!!!!!!!![5]

Otra vez debajo del sol de Bogotá
clima caliente como el aguardiente
mercado de diez mil cosas a la vez
se transa el precio en las calles
Deja que el gamín te tumbe un poco
de lo que traes
esa es la única forma que tienen para ganar
Deja que el gamín te tumbe un poco
de lo que traes
es una forma cariñosa que tienen en Bogotá
[6].

 

Exist(ía)e una zona en Bogotá, y aquí el término alud(ía)e a una dimensión geopsíquica y política, era y es radicalmente otra con respecto al resto de la ciudad, y sin embargo, sus límites o fronteras son invisibles, ilegibles, borrosos. En la novela El almuerzo desnudo, de William S. Burroughs, se describe una zona habitada por hombres marginales que recorren los bordes, los abismos, las ruinas de una modernidad que tras la idea de progreso deja a su paso destrucción: La gente de la Zona siempre anda sin control (...). Un rumor de sexo y comercio agita la Zona como si fuera una vasta colmena[7]. Esa zona, descrita por el novelista norteamericano, comparte ciertos atributos con ese territorio de la ciudad llamado El Cartucho. En ambos escenarios se ingresa a territorios laberínticos en los que se sobrevive en una frontera: Sobre el prado, bajo los árboles, con desdén y/ sin vergüenza entre una bolsa arrojas/ lo que te sobra y estorba/ Caminando por los andenes;/ encuentro, rompo,/ escarbo, saco, cojo, recojo y llevo/ lo que requiero y quiero.../ de tu basura: mis enseres/ con tus trapos: mis vestidos/ de tus sobras: mis exquisiteces[8].

En la novela Scorpio City, de Mario Mendoza, poco antes de que su protagonista, el inspector Leonardo Sinisterra, ingrese a este sitio, un hombre de la calle le habla de La Zona:

La Zona es poderosa e intensa. Irresistible e impredecible.

Lo peor es que uno entra sin darse cuenta, al voltear una esquina o al mirarse en el espejo en la mañana.

La Zona está en cualquier parte, ronda la ciudad sin que lo sepamos.

Si ya hemos entrado en ella, estamos perdidos... No somos dueños de nosotros mismos...[9]  
 

Sin pretender asimilar lo que era El Cartucho a La Zona, es indudable que existen correspondencias y reenvíos entre esas dos franjas culturales de la ciudad. La Zona es un estado emocional que puede conducir a un hombre a extraviarse en la noche, en su noche. Así le sucede a Sinisterra, quien una noche cualquiera, buscando un buen lugar donde dormir, se internó sin querer en la calle del Cartucho, donde decenas de basureros y recicladores descansaban al lado de sus carretas de maderas (...). Sintió que llegaba a otro planeta habitado por una raza desconocida (130).

Muy poco sabemos de dicho territorio, cuyos linderos podían observarse desde una de las modernas instalaciones de Transmilenio. Abriendo un paréntesis, una manera de ser en Bogotá es escamotear las múltiples realidades que nos chocan “haciéndonos los de la vista gorda” como una manera de defendernos pero también de atacar desde la negligencia o la indiferencia o, en últimas desde “el todo bien, pero nada que ver”. Esa actitud de liviandad ha contribuido a que se instale como una práctica política aquello que Sábato entrevió lúcidamente en El informe sobre ciegos. Esa terrible condición espiritual de estos tiempos, quizá esté, en parte, determinada por aquello que se condensa en el adagio popular que reza: ojos que no ven, corazón que no siente.

CIUDAD

A cierta hora de la noche
Cuando todos duermen
La ciudad apaga sus luces
Para no ver la sangre[10].

Este poema de Luis Fernando Afanador lo articulo con una nota periodística, que encontré hace dos años, titulada Por miedo, 20% de bogotanos no sale de noche, publicada en primera página, el viernes 4 de noviembre de 2005, en El Tiempo. Pero, es en la sección Bogotá donde se amplía esta información:

(…) Los datos corresponden a la más reciente Encuesta de Percepción de Seguridad Ciudadana y Victimización, realizada por la Cámara de Comercio de Bogotá (…). Según este estudio, el factor que más está incidiendo en la percepción de inseguridad en la capital del país son las condiciones socioeconómicas. Y muy por encima de la delincuencia común, las pandillas, la guerrilla o los paramilitares. De hecho, el 85% de los 1.200 encuestados relacionó la inseguridad con la falta de empleo[11].

Esta percepción queda confirmada en el siguiente documento:

Según un informe elaborado recientemente por el Instituto Nacional de Medicina Legal en alianza con la Fiscalía General de la Nación, en el 2005 las muertes por causas violentas en el país, se redujeron un 20% respecto al año anterior. Así, los 14.503 homicidios cometidos el año pasado representan una baja sustancial en comparación a los 18.888 del 2004. Y, aunque en grandes ciudades como Medellín y Cali los homicidios disminuyeron, en Bogotá aumentaron, registrándose alrededor de 3.000 muertes por esta causa[12].

Regresemos al Cartucho. En las noches sus habitantes se calentaban alrededor del fuego, “asemejándose” a los hombres de las cavernas. Desde la avenida Caracas los veíamos, estaban muy cerca, pero la distancia que los separaba no sólo estaba hecha de metros, sino de diferentes dimensiones de realidad. Ese límite es fácil cruzarlo; lo difícil es salir de él. En el libro de Marta Ruiz Esta ciudad que no me quiere, se recoge el siguiente testimonio de un habitante de El Cartucho:   

En el día la calle era como cualquier otra, llena de huecos y con niños jugando por todas partes. Pero a las seis de la tarde se volvía una plaza de mercado donde todo el mundo sacaba su entable de marihuana, basuco, y, con más rebusque, hasta changotes y trabucos se conseguían. Hasta allá llegaban desde los más llevados hasta gente bien, universitarios y empleados del centro. Uno se acostumbra a todo, y yo crecí con el olor a vicio, mugre y sangre metido en las paredes[13].  

Este sitio en el que una vasta red de laberintos se tejía gestando diferentes pieles de una compleja condición humana:

La población que flota a lo largo de ciento cincuenta metros de confusión aumenta cuando nace la oscuridad, alimentada por oleadas de los que regresan y reconocen el sitio como su único hogar. Hay quienes aceptan este hecho a regañadientes y quienes ya ni saben dónde estar o a dónde ir. Y llegan los cartoneros, y los recicladores de a pie, quienes recorren la ciudad rompiendo bolsas de basura antes de que lleguen los grandes negociantes del aseo…[14]

En esos escasos metros, una vasta región del alma se abría en una intrincada urdimbre de relaciones que difícilmente se podían percibir desde la ventana de un auto o desde la desdeñosa indiferencia con la que se suele eludir a estos hombres con sus perros, hambres, noches y mundos. Precisamente, en Colombia X, Germán Castro Caycedo, recoge algunos testimonios de gente joven que rechaza a este tipo de personas por su condición social:

¿Y a los desechables? Deberían meterlos a todos en una cámara de gas. Fusil sanitario, dice mi papá. ¿Para qué le sirve a la sociedad un desechable? Dígame: ¿para qué? ¿Para que coma entre las basuras y por la noche atraque y viole? A mí sí me da vergüenza con la gente que viene del exterior y los ve tirados en las calles a mediodía. Sale uno de la U y se los encuentra masturbándose. Por lo menos deberían esconderlos si no quieren darles gas, que es más fácil. Les das gas, ¿y quién reclama a un desechable? Nadie. Nadie lo reclama.

Me daba risa ver al alcalde en un noticiero diciendo que no podía demoler la calle del Cartucho porque los desechables se oponían. Pero después decía que sí, que en la calle del Cartucho guardaban a los niños robados, y que había no sé cuántas toneladas de droga, y que la mayoría eran delincuentes y que allí funcionaba un mercado negro de armas. Ahí sí se acuerdan de los derechos humanos. Pero cuando lo atracan a uno, o lo matan, uno sí no tiene derechos humanos[15]

En la bella película dirigida por Ridley Scott, Blade Runner, hay una imagen en la que Deckard, un hombre que es perseguido por su radical diferencia, se despide del universo pronunciando las siguientes palabras: Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. (...) Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia[16]. Al igual que Deckard, muchos hombres de esta zona se perderán como lágrimas en la lluvia, porque del otro lado, las políticas de la profilaxis y la exclusión ya los han enterrado a ellos que han presenciado mundos en los cuales nosotros, seguramente, no creeríamos.

Como lo anota en un poema Carlos Fajardo Fajardo:

(…)

También hablamos con nosotros mismos
en siniestras ciudades
y nos dan ganas de llorar sobre algún seno
llorar o insultar temblando en la lluvia
[17].

En Todo me invita a partir, Santiago Mutis escribe:

Bogotá no tiene memoria/Bogotá es un instante/que habrá que olvidarse/(...)/Bogotá renace demasiado rápido/Su recuerdo se convierte en otra ciudad/que ya no existe/Ciudad del sueño que las generaciones/siguientes no encontrarán/porque ellas serán la nueva escritura/que romperá nuestros signos/ocultando para siempre su significado/(...)/Bogotá desdeña porque no quiere envejecer/ella es joven y nueva/entonces destruye oculta e ignora/lo que va volviéndose pasado[18].

Por otra parte, en medio de la avalancha de bazofia mediática con la que se envenena a los televidentes (con reinas de belleza, presentadoras de farándula, matones y mafiosos homenajeados por honorables congresistas, divas que comercian con el mal gusto y la estupidez), las tragedias del país son, por supuesto, condimentadas con el desparpajo típico de los noticieros CARACOL y RCN en donde los chismes de los famosos son el perfecto aderezo para vender banalidad antes que información. Dentro de esa “cultura light” en la que detergentes y desinfectantes hacen parte de las políticas de la asepsia y del control, el habitante de la calle es percibido y señalado (en muchos casos) como una basura a la que hay que desaparecer o, en el mejor de los casos, disimular. Un llamado indigente declara: vivimos en la jugada de ir por la ciudad recogiendo basura, pero por eso no nos tienen que tratar como la basura de la ciudad[19]. Cómo no recordar aquí el tema de Mano Negra El señor matanza, o la canción Pasaporte sello morgue de la agrupación de rap La Etnnia, donde se describe una operación de las llamadas, eufemísticamente, “limpieza social”:

Caminábamos todos de nuestro ambiente
la noche ya remaba
run run la sirena
contra la pared
hijueputas no se muevan, que ya cayeron en la red

(...)

Dijimos somos humanos y tenemos nuestros derechos
ustedes son tan solo unos pobres desechos
y vamos caminando ya para la estación
si siguen mariquiando les vamos a dar una lección
así se le llama a la limpieza social
pasaporte sello morgue.

(...)

La noche se presta y todo está apropiado
yo me encargaré de hacer este gociado
Llegamos zona verde desértica de gente
Tírate perro morirás indigente pa´ pam,
pa´ pam lo llenamos de temor
nunca meditaron que cometían un error
pero sigo rodeando este auto por el río
para la sociedad no sos más que un lío
no somos más que un lío[20].
 

A lo largo del año 2005, cuando era docente de la Universidad Distrital en la sede Tecnológica de Ciudad Bolívar (Candelaria La Nueva), tenía mis clases a las seis de la mañana, lo que implicaba salir del apartamento, por tarde, a las 5:30, para estar en la estación de Transmilenio de Las Aguas y tomar el primer bus rumbo a la estación del Tunal. Si aludo a esto es porque en el trayecto que separaba mi residencia de la estación de Las Aguas, en ese corto espacio (de tres cuadras), veía a varios habitantes de la calle, que aún acostados se arropaban con cartones y periódicos en las puertas de algunos edificios y locales comerciales.

En el bus que baja por el eje ambiental de la Avenida Jiménez, observaba de diez a quince “ñeros” acostados, algunos con sus perros, en las entradas de viejos edificios. Las imágenes de estos hombres inquietaban. Ver a un niño acostado aferrado a su talega de Bóxer, dolía, y duele. Fue así como comencé a hablar en mis clases (tanto de la Universidad Distrital como de la Universidad Cooperativa) sobre la calle de El Cartucho, que por aquel entonces, estaban tumbando para construir el parque Tercer Milenio. La demolición había dispersado a los habitantes de este sitio por diferentes sectores, uno de ellos, el centro de Bogotá. En las breves alusiones que hacía a esta problemática social, los estudiantes se interesaron y fue a partir de ese interés que comencé a buscar bibliografía y a proponer textos para el estudio de esta realidad.

En el primer semestre de aquel año, gracias a los estudiantes, logré recopilar una cantidad considerable de documentos que, sería difícil incluir en un solo ensayo. En este primer semestre de 2007, la situación para estas personas no ha cambiado, muchos de ellos siguen durmiendo a la intemperie, cobijándose con periódicos atiborrados de fotos de políticos autosatisfechos de sus incansables esfuerzos por hacerle creer al país  que aquí todo va muy bien. Sé que desde un escrito no voy a aportarles nada a ninguno de estos hombres, que no creo (repito) que les interese, por lo demás, lo que yo haya leído sobre ellos desde una fotocopia o un artículo en internet, pero, si ahora quiero hacer un recorrido por esta colcha de retazos bibliográficos, es porque considero que estos hombres no tan sólo son un problema social, sino que desde sus diferentes desplazamientos le han aportado a la cultura.

El Cartucho se constituyó en una pequeña república de las letras. Karl Marx escribió un ensayo titulado La productividad del crimen, en el que reflexionó sobre la rentabilidad que generan aquellos que se han apartado de la ley:

El criminal produce no solamente crímenes sino también la legislación criminal que a su vez engendra al profesor que dicta conferencias sobre esa legislación criminal y, además de esto, el inevitable compendio en el cual este mismo profesor lanza sus conferencias hacia el mercado general como “mercancías”. Esto trae consigo el aumento de la riqueza nacional además de la satisfacción personal que –como nos lo dice un testigo competente, Herr Profesor Roscher- experimenta el autor con la redacción del manuscrito.

Por otra parte, el criminal genera la totalidad de la policía y de la justicia criminal, los alguaciles, jueces, verdugos, jurados, etc.[21].  
 

Pienso en trabajos como Territorios del miedo en Santafé de Bogotá, en el que se anota:

La frecuente recurrencia de “El Cartucho” como lugar de producción de miedo en el imaginario de la gente, nos sirve de ejemplo para verificar algunos aspectos referentes a la producción de la imagen[22].
 

Y a propósito de producción de imagen, habría que mencionar trabajos artísticos como La Calle y El Parche (1992-1993), obras de teatro realizadas por el grupo Sin Visaje del Programa Nueva Vida-SOS, presentadas entre otros escenarios, en el teatro Jorge Eliécer Gaitán[23]; el vídeo arte de Andrés Burbano Aroma de Cartucho (2001)[24] o en Re-corridos, una instalación interactiva, o Prometeo, barrio Santa Inés, El Cartucho (2002-2003), realizado por el proyecto C´undua, bajo la dirección de Rolf Abderhalden y Heidi Abderhalden[25]. Carlos Carrillo un antiguo residente de esta zona, realizó una inscripción del mito, de la siguiente manera:

En este lugar, un hombre
con cara de buitre devoraba todos
los días el dinero de mis bolsillos
que tenía que llenarlos sin parar.

El hombre, que me miraba
como algo insignificante que
podía devorar cuando quisiera,
carramaniao y con un suspiro
agonizante, sobre todo cuando
consumía, también descargaba
sus porquerías sobre mí.

Yo me alimentaba de esta
porquería y lo devolvía en mi
propia degradación sobre el suelo
de este lugar[26].
 

Por su parte, Bruno Mazzoldi en TRAC medita sobre aquellos hombres marginales que para sobrevivir le echan “cuentos” a la gente para sacarles alguna moneda:

Voy al grano, supongo.

He hablado del caballero del viernes porque creo que el caso ilustra eficazmente la definición de una categoría sociológica que ha proporcionado motivo de polémica por dentro y por fuera de la Comisión de Estructuración del Consejo Departamental de Cultura: los llamados Trabajadores Anónimos de la Cultura -TRAC, para ser más expedito.

No por ceñirse el perfil en cuestión al de una orden clandestina de pedigüeños recatados, sino al de quienes, sin haber frecuentado talleres de escritores, academias o galerías de arte, sin pertenecer a ninguna asociación de artesanos o cuerpo de baile folklórico, sin haber nunca hincado la mínima banderilla onomástica sobre el lomo de un "bien cultural", mueble o inmueble, intangible o tangible, a no ser firmando un fresco de brocha gorda en una cancha de sapo, una carta al novio, una viñeta de bus, un dibujo de computador borrado por gracia de apagón, o ninguna de estas cosas, sin saber firmar y sin tener nada que firmar, son habilitados para influenciar al prójimo que toda efectiva acción de cultura convierte en lejano, es decir capaces de compartir la responsabilidad de algún antídoto contra el sonambulismo de la proximidad, un chance de quemar los hábitos del buen vecino de sí mismo que anuncian el decaimiento de los signos vitales, y que no es pertenencia computable, pieza patrimonial, saber archivable, pues, estrictamente hablando, a secas, ni siquiera es, sino apenas pasa zafando la polea "esencia/accidente", y eso a duras y blandas penas, sin paso que no sea también un impasse irreductible a la lógica de la comunicación, del envío y del mensaje, sin que sea dado averiguar el límite entre lo intencional y lo involuntario, lo verificable y lo ficticio de su tránsito[27].
 

Pensemos en los desarrapados que piden una moneda “para un pan” cuando lo más probable es que sea para basuco; en todo caso, esos outsiders son Trabajadores Anónimos de la Cultura, porque han ayudado a crear una narrativa compleja y, al mismo tiempo, una cuidad laberíntica. Así lo refiere Alape en una crónica titulada El Cartucho: de la memoria a la destrucción:  

Entonces aquellas grandes y señoriales casas republicanas con sus patios y un sinnúmero de habitaciones, comenzaron a ser desmanteladas: desaparecieron puertas y ventanas y en los nuevos espacios sombríos surgieron escondrijos para quienes estaban huyendo y necesitaban desaparecer con el objeto robado.

Aparecieron otras puertas simuladas como bocas de estrechos subterráneos que se comunicaban entre las casas que apenas se sostenían con el tiempo. Y en aquellas madrigueras comienza a crecer otro tipo de vida urbana, en medio de la maleza y la descomposición social[28].
 

El Cartucho no ha desaparecido, se diseminó por toda la ciudad. Por ahora sólo propongo un tenue y breve recorrido por ciertos textos que se han dedicado a estudiar este territorio, con el propósito de hacer evidente cómo estos hombres han penetrado en la literatura y se han constituido, a sí mismos, en una literatura ambulante. Considero que la literatura es un territorio que permite explorar la sociedad. Pero, podría preguntarse qué entiendo por literatura, o mejor, desde dónde entiendo la literatura, y en este punto, cito en extenso a Jacques Derrida:    

Insisto en general en la posibilidad de “decirlo todo” como derecho reconocido en principio a la literatura, para marcar no la irresponsabilidad del escritor, de cualquiera que firma literatura, sino su hiper-responsabilidad, es decir, el hecho de que su responsabilidad no responde ante las instancias ya constituidas. Poder decirlo todo en nombre de la ficción, incluso de la fantasía, es señalar que la institución literaria (considero la literatura una institución, por eso distingo con frecuencia la literatura en sentido estricto, que es algo moderno, relativamente reciente, de las “Bellas Letras”, de la poesía, del teatro o de la épica en general), la literatura en sentido estricto es una institución indisociable del principio democrático, es decir, de la libertad de hablar, de decir o de no decir lo que se quiere decir. Por supuesto, sé que la literatura no ha vivido siempre en un régimen democrático y que la suspensión de la censura, masiva o sutil, es una historia muy complicada. Sin embargo, el concepto de literatura está construido sobre el principio de “decirlo todo”[29].
 

La literatura es un viaje de la piel, es el desplazamiento del logos hacia la aventura del hombre que se entrega a la vida, y en este caso, a la tragedia. En este sentido, algunos de los poemas compilados por ediciones El Embalaje, son, para mí, gritos, expresiones viscerales de un cuerpo que escapa desde las trazas a tantas cárceles de hambre y desolación. En un bello ensayo, Consuelo Pabón escribe:

El grito es un soplo extremo que exterioriza la crueldad que vive un cuerpo. El grito es la manifestación inmediata del esfuerzo que realiza un cuerpo por escapar de sí mismo. El grito es un soplo, el grito es un espasmo. Los cuerpos intentan, por la vía del grito, escapar de sí mismos[30].

Tal vez para muchos, estos poemas, no sean literatura y mucho menos poesía, pero considero que eso que entendemos por “literatura” no tan sólo depende de quién escribe, sino también de quién lee. Registro de pasada, entonces, un argumento de Terry Eagleton:

Se deja la definición de literatura a la forma en que alguien decide leer, no a la naturaleza de lo escrito (19). […] Con estas reservas, resulta iluminadora la sugerencia de que “literatura” es una forma de escribir altamente estimada, pero encierra una consecuencia un tanto devastadora: significa que podemos abandonar de una vez por todas la ilusión de que la categoría “literatura” es “objetiva”, en el sentido de ser inmutable, dado para la eternidad. Cualquier cosa puede ser literatura, y cualquier cosa que inalterable e incuestionablemente se considera literatura –Shakespeare, pongamos por caso- puede dejar de ser literatura. Puede abandonarse por quimérica cualquier opinión acerca de que el estudio de la literatura es el estudio de una entidad estable y bien definida, como ocurre con la entomología[31].
 

En este sentido, César Aira anota: la literatura como yo la entiendo es eso: una extensión-interpolación de sentidos a lo real[32]. Jaime García Maffla, afirma a este respecto:

No me asiste autoridad alguna para hacer a los poetas colombianos esta pregunta, pero una expresión en uso en la mitad del siglo XX ha caído en la oscuridad del alba del XXI más que en desuso: “Poesía para los poetas”. No. Con Antonio Machado ya en el horizonte del exilio diremos: “Poeta es aquel que habla por nosotros”[33].  

En ocasiones, me encuentro, por ejemplo, con textos que se les nota el oficio profesional del escritor, pero son arquitecturas anodinas, cuya erudición vacua no lleva consigo sangre, sino el monumental ego de un funcionario de la letra impresa arrobado y encerrado en una identidad arrogante y solipsística. Cuando leo, espero encontrarme con un espíritu y no con una vedette. Por eso, estos textos escritos por algunos habitantes de la calle, que tanto tienen de escupitajo, son una literatura que no busca deslumbrar al lector, sino que apela a su dolor, a sus miserias, a sus derrotas. Pero volviendo sobre qué entiendo por literatura, consigno unas líneas de Geoffrey Bennington:

La literatura aspira a lo idiomático. El texto literario, que ciertamente está más que determinado por todo tipo de cosas, no posee definición no institucional (aunque lo literario va a suspender toda institución, incluida la de la literatura) más que como idioma[34]
 

La posición que asumen estos errabundos es la de no convertir la literatura en un mecanismo de producción editorial, sino en un trabajo de afirmación poética. Estamos frente a una poesía que cuestiona, que no permanece indiferente al desplome del hombre. A veces quisiéramos que la literatura nos regalara finales felices donde el avión pueda aterrizar sin novedad, el médico salga sonriente del quirófano, se abran los ojos del niño ciego, se salve el muchacho al que mandan fusilar, vuelvan las criaturas a encontrarse las unas con las otras, y se den fiestas, se celebren bodas[35]. Pero la literatura no está para crear paraísos artificiales cargados de buenas intenciones, la literatura, y en especial la poesía, está para interpelar, confrontar y trastocar la dura realidad.

Al ensamblar este texto, deseo, quizá, cubrir con algunos jirones de textos el cuerpo de un posible lector, al igual que los indigentes que se envuelven con palabras de periódicos para escapar de la intemperie, la soledad y el frío. En adelante sólo me atreveré a zurcir una cita con otra y éstas con algunos fragmentos de una entrevista a Iván D´anello, un ex habitante de El Cartucho[36], para intentar evidenciar que estos nómades no tan solo portan consigo mugre, sino también palabras:

PAPELITOS

¡No podemos entender
lo que algunos aseguran!
Que venimos a vender
papeles que son basura
si así como pueden ver
son literatura.

No son un simple papel,
son mensajes
nacidos en la calle
bajo la luz de la luna,
que nosotros a la intemperie
les escribimos en un papel
sacado de la basura[37].
 

Iván: Estos son poemas escritos en la calle del Cartucho, los recopilamos para dejar un recuerdo. Esa era la idea de nosotros. Este libro se llama Poesía a la intemperie porque está hecho en la calle. Dice que "cambiamos el costal, las armas y la droga por la poesía", porque también esta es una forma de trabajo, aunque, en este país, la poesía esté muy desvalorizada. Nosotros somos ediciones El Volante, los poetas del Cartucho. Partimos de vivencias y enseñanzas de la calle. Hay poemas muy dicientes, por ejemplo, “Modelando”, muestra cómo vivía uno allá en una habitación y qué se sentía al estar dentro de ella.

Techo sucio, piso frío,
pared húmeda, puerta helada,
tranca, candado,
aguapanela, pan,
mañana, tarde, noche,
ayer, hoy y mañana…

Yo aquí en este rincón
la mitad de todo lo que
poseo, que no es nada.

Guardado y contenido
dentro de este rectángulo enano
hogar de mi castigo
lugar donde muere mi tiempo
hora tras hora
la vida misma
único tesoro de mi ser.

Encerrado conmigo
ausente de mí mismo
jugando al juego que calma
el dolor diario de vivir[38].
 

Iván: Ese poema fue escrito en la residencia Millonarios, en una habitación de $2.000. Es de autoría de El Científico. Nosotros vivíamos en una residencia en el famoso barrio Santa Inés, en lo que era El Cartucho, este barrio en el pasado (años veinte y treinta), era un sitio de opulencia, donde vivía la burguesía de Bogotá; a raíz del Bogotazo la gente se metió a invadir todas esas casas y ahí fue donde nació El Cartucho (tal como ahora se lo conoce). En la residencia se veía solamente a personas que trabajaban con poemas, la residencia se llamaba Millonarios, eran unas casas grandes de dos patios, en las cuales entraba uno y encontraba un patio, seguía y encontraba otro y alrededor de los patios había habitaciones. Entonces, uno, en esos sitios, convive con el ladrón, con la prostituta, con el ñero, con todos, la convivencia es esa, todo el mundo tiene su cuento, pero es una convivencia.

En ese momento yo trabajaba con artesanías en ladrillitos, para un hogar cristiano, tratando de recuperarme y recaí y volví allá pero con las artesanías, entonces, evolucionaba con eso, pero siempre teníamos el mismo vínculo de amigos, de ahí fue que nació ediciones El Volante, en esa residencia; allí, se trabajaba con eso y con poemas, unos poemas todos arrugados; las personas a quienes se los entregábamos no los cogían porque no estábamos limpios; en esos momentos, la gente los recibía más por miedo que por otra cosa.

El Científico era una gran persona, él era un arquitecto de la Universidad Piloto. Al hombre lo cogió la droga y se murió de bronconeumonía.

Estos poemas son de varios autores, más que todo son poemas de El Científico, hay otros del Go Go, de La Mona. El Científico murió hace cinco años. El Costeño está vivo, tiene como cuarenta años; él vivió en España, el hombre es muy inteligente, y es de la misma época de nosotros. Él escribió Desechables: "el tiempo nos hace desechables/ nos baja la mirada". Un día le entregué ese poema a un señor que me dijo: "para qué habla mierda, si el tiempo no los hace desechables, lo que los hace desechables es la droga"... uno con esto sufre, a mí, por ejemplo, me han botado al piso el poema que entrego, lo tratan a uno como ladrón, y eso que uno está trabajando, pero, a pesar de esto, hay que seguir.

Estos poetas son viajeros que caminan por entre los abismos. La escritura es su senda. Ellos pliegan el asfalto desde sus infiernos. A cada palabra que escriben, ellos se inscriben y reinventan la ciudad. Quien se lanza a la calle se está enfrentando con lo desconocido, al igual que el escritor que se lanza hacia la página en blanco. Así lo percibió en un poema El Costeño:

DESECHABLES

El tiempo nos hace desechables
Nos baja la mirada
Nos arrastra por el piso las angustias
Rondamos la basura del ayer
Mendigamos días blandos de cartón
Descartamos el enigma del futuro
Las palabras tiemblan y se caen
Cuando el tiempo nos hace desechables
Tejemos con retazos nuestros años
Con miedo nuestras noches[39].
 

Cuánto dolor en la orfandad de un hombre abrazado a su perro… la secta de los ciegos, como bien supo ver Sábato, es la terrible condición espiritual del hombre de estos tiempos. Para Lezama Lima: Los antiguos teólogos afirmaban que podríamos precisar la influencia del Maligno en nosotros por la presencia del hastío y la indiferencia[40]. Muchos sienten hastío frente a la indigencia y su respuesta es la insensibilidad. 

PLOMO

Me pesa como el plomo
el conocimiento matutino
de ser también hoy incapaz
de saltar o romper el muro
que conforma y define
este espacio así:

Cerrado y figurado en círculo
ceñido por una línea
que además de ser una línea
es un trazo sin sentido.

Mi propósito de ser pero no poder
que de quien está a mi lado
veo en su cara, y en su rostro leo
el querer con ansias ser querido
con hechos concretos
que se definen con caricias de metal.

Y al mismo tiempo agradecer
el no estar aquí sino en el muladar huyendo de mí y de él;
pero esperando que llegue yo
y le dé un poquito del veneno
con el cual él se mata
atrayéndolo a mi lado
para que venga a matarse conmigo en este mi calabozo de muros
inexistentes donde pago la pena
de no tener vergüenzas[41].
 

Este es un poema de resistencia frente a la abyección y la muerte. La errancia deviene caída hacia los abismos de la oscuridad. La poesía es un acto de sanación porque talla con el espolón de la escritura el sufrimiento. La poesía es una convergencia de todos los elementos, es una danza vital. Quizá, por esto, los poetas son los alquimistas de estas épocas, porque transmutan los "metales" innobles en "oro", o lo que es más o menos lo mismo, metamorfosean los sentimientos reactivos en levadura y levedad:
 

En un tiempo pensaba que ser humano era el objetivo más alto que podía tener un hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento orgulloso al decir que soy inhumano, que no pertenezco a los hombres ni a los gobiernos, que no tengo nada que ver con credos ni principios. No tengo nada que ver con la máquina crujiente de la humanidad: ¡pertenezco a la tierra! Digo esto con la cabeza reclinada en la almohada y siento los cuernos que me brotan en las sienes (...) incorporo mi lodo, mi excremento, mi locura, mi éxtasis al gran circuito que circula a través de los subterráneos de la carne (...).Codo a codo con la raza humana corre otra raza de seres, los inhumanos, la raza de los artistas que, estimulados por impulsos desconocidos, toman la masa inerte de la humanidad y, mediante la fiebre  y el fermento de que la imbuyen, convierten esa pasta húmeda en pan y el pan en vino y el vino en canción[42]
 

El poeta transforma esa sustancia llamada realidad y regala su trabajo a todos los hombres o, al menos, a aquellos que se acercan de corazón a la poesía. Nada más cierto que aquello que expresa Alejandro Jodorowsky: cada libro profundo es un regalo del autor a la humanidad. El escritor invierte todo su tiempo, toda su energía en su creación, a sabiendas de que no ganará prácticamente nada... ¡Qué regalo magnífico! Sí, los escritores son benefactores del género humano[43]. Así, El Científico, El Costeño y tantos otros poetas anónimos de El Cartucho, son geógrafos de los padecimientos del hombre, y, al mismo tiempo, son nómades que caminaron, no tan sólo por calles, sino por las alcantarillas de Occidente.

 

(sigue)

Notas:

[1] ENDE, Michel. La ciudad de los antiguos emperadores. En: La historia interminable de la A a la Z. Traducción de Miguel Sáenz. Madrid, Alfaguara, 1992. p. 358.

[2] MORRISON, Toni. Ojos azules. Traducción de Jordi Gubern. Barcelona, ediciones B., 1998. pp. 28-29.

[3] DOSTOIEVSKI, Fiodor. Crimen y castigo. Traducción de “Los hermanos Karamazov”. Madrid, EDIMAT, 2000. p. 27.

[4] ÁLVAREZ GUARÍN, Sergio. La lectora. Barcelona, RBA, 2001. p. 68.  

[5] KINSKI, Klaus. Yo necesito amor. Traducción de Joan Para Contreras. Barcelona, Tusquets, 1992. p. 407.
 

[6] GIECO, León. Bajo El Sol De Bogotá. En: El vivo de León. EMI, 2003.  

[7] BURROUGHS, William. El almuerzo desnudo. Traducción de Martín Lendínez. Barcelona, Anagrama, 1989. pp. 197-198.

[8] El Científico. Hechos y desechos. En: Poesía a la intemperie. Bogotá, Ediciones El Volante, s.f. 

[9] MENDOZA, Mario. Scorpio City. Bogotá, Seix Barral, 1998. p. 122. 

[10] AFANADOR, Luis Fernando. Extraño fue vivir. Bogotá, Planeta, 2003. p. 69. 

[11] Más bogotanos víctimas del delito. En: El Tiempo. Bogotá, Viernes, 4 de noviembre de 2005. p. 1-12.

[12] CASTELLANOS, Álvaro. Cuando las muertes violentas se “hospedan” en Bogotá. En, La Calle. Año 2. Número 5. Bogotá, mayo de 2006. pp. 4-5.

[13] RUIZ, Marta. La vida es una hoya. En: Esta ciudad que no me quiere. Bogotá, Fescol, Cerec, 2002. pp. 141-142. 

[14] BUSTAMANTE, Guillermo. El último Cartucho. Bogotá, Editorial Cartas a Théo, 2002. p. 40.

[15] CASTRO CAYCEDO, Germán. Noches de cebras. Daniel Mondragón. Paola Vélez. En: Colombia X. Bogotá, Planeta, 1999. pp. 54-55.

[16] ÚRCULO, Eduardo. La luz perversa. En: Blade Runner. Barcelona, Tusquets, 1988. p. 92.

[17] FAJARDO FAJARDO, Carlos. Serenidad sitiada. Cali, Programa Editorial de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle, en coedición con la Secretaría de Cultura y Turismo del Municipio de Cali, 2004. p. 63. 

[18] MUTIS, Santiago. Todo me invita a partir. En: Afuera pasa el siglo. Bogotá, Seix Barral, 1998. pp. 101-104. 

[19] La encrucijada de los indigentes del Cartucho. En: El Tiempo. Bogotá, abril 26 de 2005. p. 1-3.

[20] La Etnnia. Pasaporte sello morgue. En: El ataque del metano. Bogotá, Etnnia records. 1995.  

[21] MARX, Karl. La productividad del crimen. Tomado de Monthly Review. Versión de N.O.R. s.f. y s.p. 

[22]  NIÑO MURCIA, Soledad. LUGO, N. ROZO, C. y VEGA, L. Territorios del miedo en Santafé de Bogotá. Bogotá, Tercer Mundo Editores, Observatorio de la Cultura Urbana e Instituto Colombiano de Antropología, 1998. p. 98.

[23] RUIZ, Javier Omar. La calle, el otro modo de ser ciudad. En: Consenso. Bogotá, Plan Nacional de Rehabilitación Programa Presidencial, 1994. pp. 45 y 70.

[24] Ver: VIII bienal de arte de Bogotá. Bogotá, MAMBO, diciembre 2002 – enero 2003. p. 65.

http://portal.unesco.org/culture/es/ev.php- URL_ID=14610&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

[25] Ver: Cambio para construir la paz. Bogotá, Red de Solidaridad Social. Empresa Colombia. Lo social en acción. Presidencia de la República. Mayo de 2001.

[26] CARRILLO, Carlos. Prometeo. En: Proyecto C´undua. Un pacto por la vida. Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogota, 2003. p. 63. 

[27] MAZZOLDI, Bruno. TRAC. En: Revista de investigaciones. Año 8. Volumen VII. Nº 1. Pasto, Universidad de Nariño, 1994–1995, p. 16.

[28] ALAPE, Arturo. El Cartucho: de la memoria a la demolición. En: El Espectador. Bogotá, abril 11 de 1999. p. 2D.

[29] DERRIDA, Jacques. A corazón abierto. En, ¡Palabra! Instantáneas filosóficas. Traducción de Cristina de Peretti y Paco Vidarte. Madrid, Trotta, 2001. p. 23.   

[30] PABÓN, Consuelo. Estética de la crueldad - América cruel. En: Texto y Contexto. Nº 22, "Arte y tejido", Bogotá, Universidad de Los Andes, octubre/diciembre de 1993. pp. 79-80.

[31] EAGLETON, Terry. Una introducción a la teoría literaria. Traducción de José Esteban Calderón. México, F.C.E., 1994. pp.19 y 22.  

[32] AIRA, César. Cumpleaños. Barcelona, Mondadori, 2001. p. 86.

[33] MAFFLA, Jaime García. ¿Qué canta la poesía colombiana? En: Lecturas. Fin de semana. El Tiempo. Bogotá, sábado 2 de septiembre de 2006. p. 9. 

[34] BENNINGTON, Geoffrey. DERRIDA, Jacques. La literatura. En: Jacques Derrida. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. Madrid, Cátedra, 1994. p. 192.

[35] HIKMET, Nazin, citado por Paco Ignacio Taibo II. No habrá final feliz. México, Planeta, 1989. p.7.

[36] Quien fue contactado por la estudiante Helena Mogollón, que lo llevó a mi clase de Metodología de la Investigación, para ser entrevistado por los estudiantes de quinto semestre del Programa de Comunicación Social de la Universidad Cooperativa de Colombia, en marzo de 2005.

[37] El Go Go. Papelitos. En: Poesía a la intemperie. Bogotá, Ediciones El Volante, s.f.

[38] El Científico. Modelando. En: Poesía a la intemperie. Bogotá, Ediciones El Volante, s.f. y s.p.

[39] SANABRIA, Jaime (El Costeño). Desechables. En: Poesía a la intemperie. Bogotá, Ediciones El Volante, s.f. y s.p.

[40] LEZAMA LIMA, José. Interrogando a Lezama Lima. Barcelona, Anagrama, 1971. p. 44.

[41] El Científico. Plomo. En: Poesía a la intemperie. Bogotá, Ediciones El Volante, s.f.

[42] MILLER, Henry. Trópico de cáncer. Traducción de Carlos Manzano. Bogotá, La Oveja Negra, 1984, pp. 210-211.

[43] JODOROWSKY, Alejandro. La trampa sagrada. Conversaciones con Gilles Farcet. Traducción de Luis Enrique Jara. Santiago de Chile, HACHETE. 1991. p. 76.

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia