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ISSN 1688-1672

 



LABERINTO - PALABRERÍA POSMODERNA

Todo muy complicado*

Carlos Rehermann

Eco confunde el trazado con la topología: Su laberinto novelesco tiene vías muertas, sólo que éstas tienen la forma de una habitación, y no las proporciones de un corredor retorcido. Pero las conexiones espaciales son idénticas; es decir, en uno y en otro la gente se pierde por los mismos motivos


Nadie habrá dejado de observar que las cosas tienden a no ser asombrosamente simples. Una de las metáforas preferidas para nombrar la complejidad es la del laberinto.

Laberintos nombró Plinio, y se encuentran también en Apolodoro (un personaje casi mítico, que habría compuesto una recopilación de los mitos griegos, la Biblioteca). Como Teseo es un personaje bastante importante de esa colección de mitos, el laberinto que hizo Dédalo para encerrar al minotauro ha sido el que con mayor frecuencia surgió a lo largo de la historia literaria.

Las catedrales góticas tenían laberintos dibujados en sus pisos, y los jardines de la Edad Media propusieron algunos tímidos ejemplos. Con el barroco, los jardines con setos en forma de laberinto se popularizaron. En la época en que Kubrick ponía un laberinto en El Resplandor, Eco describía un laberinto en El nombre de la rosa. Luego, Eco explicaría en sus Apostillas a El nombre de la rosa su Sistema de Clasificación de Laberintos.

Para él hay tres tipos de laberintos: los clásicos, como el del minotauro, que conducen sin errores al centro, donde está el monstruo; los barrocos, que tienen vías muertas y caminos sin salida, y los modernos, como el suyo, que según dice es distinto a todos, porque todos sus espacios se interconectan.

Eco confunde el trazado con la topología: su laberinto y el laberinto barroco pertenecen a la misma clase; da lo mismo que una vía muerta sea un corredor o una habitación. Su laberinto novelesco tiene vías muertas, sólo que éstas tienen la forma de una habitación, y no las proporciones de un corredor retorcido. Pero las conexiones espaciales son idénticas; es decir, en uno y en otro la gente se pierde por los mismos motivos.

Por otra parte, y ya con sólo dos categorías laberínticas, no cabe considerar al laberinto clásico como de una sola vía. ¿Cómo, entonces, alguien podría perderse dentro de él? Si el único peligro es el minotauro, entonces ¿para qué Teseo necesitó el hilo de Ariadna? Los laberintos de una sola vía son los medievales: allí, el peregrino penetra, recorre el larguísimo camino y llega inevitablemente al centro.

Es una metáfora de la fe: el camino el largo, difícil, pero la fe -la confianza en llegar a destino- tiene como fruto el éxito: se evita la perdición. Topológicamente, el laberinto medieval no es un laberinto, sino un camino único, que, en su formulación gráfica y en su plasmación arquitectónica, tiene una disposición retorcida. Es como un intestino, que por más que parezca un amasijo sin sentido, es nada más que un caño sin bifurcaciones.

Así, pues, existe una sola clase de laberinto: el que impide encontrar el camino cierto (salvo que el azar colabore). Si uno siguiera a Eco, o a otros críticos contemporáneos, creería disponer de nuevas herramientas para el análisis. En realidad, muchas teorías acerca de la complejidad de lo posmoderno no hacen otra cosa que meternos en el laberinto de la palabrería sedicente erudita, aunque de una vía sola: equivocada.

* Publicado orginalmente en Insomnia, Nº 61.

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