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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 





BERENGUER, AMANDA -


Continuo asesinato de Amanda*

Amir Hamed
De alguna forma, todos los que en Uruguay se dedican a la literatura creen conocerla. Muy pocos dicen -o se atreven a confesar- que la poesía de Berenguer es de las más fuertes que dio la segunda mitad del siglo veinte en castellano


"Soy Amanda -montevideana- /hija de Amanda la de ojos de vaca", esclarece un poema publicado por primera vez en cierta fecha del siglo XX
(1987), que enumera características de la autora y cierra así:

Soy Amanda
y voy hacia Amanda sin destino
apátrida
en medio de la púrpura y de un continuo
asesinato de Amanda

Entre las virtudes de este poema (llamado "Avec les gemissements graves du montevidéen") está la de escenificar homicidios. En primer lugar, el constante autoaniquilamiento de una poética, que deriva hacia otra parte cada vez que Amanda Berenguer conquista alguno de los territorios que ha atacado y que la convierten en nombre casi eremítico, en la poesía femenina. Porque Amanda, como Sor Juana (fundamentalmente en el "Primero Sueño)" ha sido de las escasísimas damas que han hecho poesía con voluntad epistemológica.

Fundamentalmente, la obra de Berenguer es una contemplación del universo y de sus inquietantes dobleces
(así, entre otros, "Las nubes magallánicas", "La cinta de Moebius"), una actitud galileica en un mundo postolemaico.

Si la excusa en Sor Juana es dormir para elevarse el sueño, y finalmente aterrizar en la vigilia ("quedando a luz más cierta/el mundo iluminado y yo despierta"), en Berenguer lo es un estado de perpetua vigilancia. Ya el siglo XX -en el que se declaró asesinada recurrente- había vulgarizado los telescopios, los microscopios, y diluido la noche y las estrellas en el neón; la iluminación proviene en Berenguer del asombro con el que se lanza a descubrir y conquistar pliegues y galaxias, curiosidades frutícolas, recetarios de cocina o su entorno más inmediato que la hace bisagra de genealogías y ciudadana, como Maldoror, de Montevideo. Pero, si aquel pretendía sodomizar los cielos, Berenguer se dedicó a auscultarlos en una obra que cierra y abre ciclos, que acumula devenires. Cada libro terminado no es un indio muerto, como se vanagloriaba Hemingway, sino una amanda extinta que muta -curiosa incesante- en la que comienza a cerrar uno nuevo.

Pero, en último término, hay otra amanda, muerta en reiteración real, que todos los que deambulamos por el barrio de las letras, en Montevideo, olvidamos. Es la que -pasado medio siglo de actividad- todavía se niega a ser jibarizada como parte del paisaje literario, la que está más allá de esa mujer afabilísima, bajita, solidaria, obsesiva, siempre deslumbrada, que comparece en los recitales de poesía o las presentaciones de libro; la que de alguna forma se resiste al perpetuo homicidio de su obra en que han incurrido -por dejadez, por impericia, acaso por crasa envidia- sus colegas uruguayos.

De alguna forma, todos los que en Uruguay se dedican a la literatura creen conocerla. Muy pocos dicen -o se atreven a confesar- que la poesía de Berenguer es de las más fuertes que dio la segunda mitad del siglo veinte en castellano.

Aldeanos irrecuperables de Montevideo, capaces de leer sólo con esa combinación exacta de ignorancia y mala voluntad que nos ha hecho provincia de nosotros mismos -expeditos para promover billetes de la mínima Juana de Ibarbourou pero no la obra de Berenguer- seguimos dejándola de lado. Y eso que, en la historia del castellano, a la altura de Amanda llegaron a escribir muy pocas.

* Publicado originalmente en Insomnia

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