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ISSN 1688-1672

 



COLECCIONISTAS

Coleccionistas*

Gabriel Peveroni

Cuando el saxofonista no estaba corrían apuestas entre los miembros de la orquesta sobre si en realidad tocaba o hacía mímica. Para comprobarlo, en uno de los ensayos se pusieron todos de acuerdo para dejar de tocar al mismo tiempo


Hay coleccionistas que ordenan y clasifican puntillosamente las cosas más inverosímiles. El coleccionista se distingue del resto de los hombres por su capacidad de convertirse en un maniático; lo que en un principio pudo ser el placer de coleccionar corbatas, por ejemplo, suele culminar en aburridas horas enteras filosofando sobre diseños, texturas, precios, modas y rarezas, que pueden incluir una corbata inflable estilo preservativo o cierta colección numerada de algún diseñador australiano con canguros deformes de color naranja.

Hay también coleccionistas de historias. Estos suelen ser personas introvertidas, que saben escuchar y generalmente son confesores de hombres, mujeres y hasta niños. Este tipo de coleccionista se diferencia de los demás porque su manía no es acumular objetos materiales sino manejar una memoria prodigiosa que ordena y clasifica las aventuras y desventuras que le han confiado o que ha robado.

Este tipo de coleccionista, llamémosle abstracto, además de ser un ávido lector, guarda consigo una biblioteca entera de rarezas que podrían ser la envidia de cualquier escritor.
En mi caso, sin llegar a extremos, o tal vez por carecer de buena memoria, las historias se me escapan y debo registrarlas rápido antes que se me escurran y se disuelvan en el olvido. Para eso están la computadora y estos papeles ansiosos.

Entre las últimas historias que me han contado está la de un presunto saxofonista del que desconfiaban los restantes músicos de una orquesta. Cuando él no estaba corrían apuestas sobre si en realidad tocaba o hacía mímica. Para comprobarlo, en uno de los ensayos se pusieron todos de acuerdo para dejar de tocar al mismo tiempo. El saxofonista, supuestamente enfrascado en hacer sonar su instrumento, curiosamente no hacía salir ningún sonido cuando sus colegas se detuvieron imprevistamente.

Todos los músicos se rieron del saxofonista y lo dejaron eternamente solitario en su interpretación silenciosa. Después la historia se desparramó entre otros músicos, creo que a esta altura todos los músicos de Montevideo la conocen, pero es probable que ni siquiera sea cierta.

La historia del saxofonista se me cruzó una noche mientras "bajaba" de la red un archivo wav del jazzero James Carter. Su inspirado solo llenó de improviso el espacio silencioso, sin su presencia majestuosa y sin que mediara un disco, un casete o por lo menos la radio. Lo virtual de la red engendra tales paradojas; un sonido sin músico. El contrario era más raro aún, pero existía en esa historia de un músico sin sonido.

Lo cierto es que ahora el wav de Carter es uno más en mi colección de objetos sonoros, que ocupan ya bastante espacio en el disco duro de la computadora. Los guardo en un directorio especialmente subdividido por sus singularidades. Algunos son robados a la red, otros me los han pasado amigos por e-mail, y los restantes son de creación propia, realizados con un primitivo programa de sonido.

Lo peor de todo es que los coleccionistas son una cofradía insoportable; la historia del saxofonista me la contó el coleccionista de corbatas, que también trafica con archivos wav y predica que la computadora es una fascinante extensión del inconsciente (y la memoria) que ayudará a los maniáticos a coleccionar estupideces hasta el fin de sus días.

Las últimas dos horas que hablé con él se puso insoportable hablándome sobre antivirus y sus teorías personales acerca de que la muerte de un disco duro no respaldado era la metáfora virtual de una hemiplejía.
Por cierto, odio las corbatas

* Publicado en Posdata

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