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SEXO VIRTUAL - TELECONFERENCIAS
- MÁQUINA -
Machina
amantissima*
Carlos
Rehermann |
En Net Meeting hay una abultada cantidad de mensajes
que propenden al intercambio de palabras, imágenes y sonidos
de temática sexual. Allí puede uno tener un encuentro
fugaz con diversos tipos de personas, de orientaciones sexuales
heterogéneas |
Nadie habrá dejado
de observar la estrecha relación entre Crash,
la novela de John Ballard, y Net Meeting, el programa de Microsoft.
Es cierto que hay otros programas y formas de teleconferencias,
pero basta con un ejemplo. En Crash, los personajes estaban
poseídos de una carrofilia exacerbada. No se trata de ese
amor que muchos varones sienten
por sus autos, que los llevan a pasar la mañana del domingo
acariciándolos y cepillándolos; no: era pura y simplemente
concupiscencia: ánimo de fornicación, literalmente.
Nada simbólico. Si el auto es un símbolo fálico,
como dicen algunos, entonces lustrarlo y dejarlo reluciente, todo
eso a la vista de los vecinos, sería como una mostración
orgullosa del pene, al menos en la mente del propietario, aunque
difícilmente formulado de manera consciente.
Uno puede sospechar cierta certeza en semejante interpretación,
al observar la expresión de los rostros de los ufanos lustradores
dominicales. Lavar el auto es una cosa probablemente freudiana,
pero indudablemente mucho menos interesante que lo que pretendían
hacer los personajes de Crash con sus máquinas.
Ahora bien, en Net Meeting (y
en otros ámbitos de teleconferencias) hay una abultada cantidad de mensajes que
propenden al intercambio de palabras, imágenes
y sonidos de temática sexual.
Allí puede uno tener un encuentro fugaz con diversos tipos
de personas, de orientaciones sexuales heterogéneas. Desde
un texto de diálogo donde se va construyendo un relato erótico
en directo (un auténtico
nuevo género literario),
hasta la visión simultánea, por medio del video, de
los amantes. Aquel que decía que el medio es el mensaje ya
pasó de moda, pero no vendría mal actualizar su eslogan.
Porque los amantes teleconectados olvidan momentáneamente
(¿olvidan realmente?)
que no están
ante otra persona, sino ante una máquina.
Esto es innegable y no puede contradecirse. Pueden venir los defensores
del espíritu a retrucar que lo esencial es invisible a los
ojos, que la imaginación al poder, que esto y que lo otro.
Pero el tipo está sentado frente a una máquina de
plástico. Le hace cosas a una máquina: golpea sus
teclas, o le habla a un micrófono, y cuando quiere mirar
a los ojos a su amante, mira una cámara. Es una nueva clase
de dualismo: cuerpo por
un lado, espíritu (o
mente, o lo que sea)
por el otro.
Como en el caso de Manes, o de los cátaros, la afición
a las máquinas (al cuerpo)
suele venir acompañada por un rechazo a lo material, y a
una reivindicación de lo espiritual. Tal vez no sea casual
el rebrote de entusiasmo por la tragedia
de Occitania, aquella matanza de los dualistas llevada a cabo por
la Iglesia. O la afición a los ángeles y la nueva
espiritualidad envuelta en celofán de la Nueva Era.
Crash era una fantasía, una lectura
simbólica de los anhelos de una sociedad. Pero la sodomización
de las máquinas es un hecho real, está ocurriendo
en este instante en muchos lugares del mundo. Probablemente sea
un recurso de la especie, que se ve amenazada por la superpoblación,
para limitar el número de nacimientos. En todo caso, los
robots han empezado por donde los apocalípticos
anunciaban que terminarían: por seducirnos con sus encantos
eróticos. Porque hay que reconocer que los nuevos modelos
de computadoras están buenísimos.
* Publicado
originalmente en Insomnia |
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