Palladio
estaba convencido de que las escalas musicales - variantes de
series aritméticas - podían utilizarse como cánones
de diseño arquitectónico. Según su idea,
una habitación cuyas dimensiones se relacionaran entre
sí dentro de una serie musical, estaría armónicamente
(obsérvese la contaminación semántica del
adverbio) construída, y por lo tanto daría placer
estético a quien la contemplase o la habitase. No es mejor
la obra de Palladio que la de, por ejemplo, un arquitecto chino
de la dinastía Song, que ni siquiera conoció las
escalas occidentales.
En Uruguay se considera casi unánimemente que Joaquín
Torres García ha sido el máximo artista de todos
los tiempos. Cualquier visitante del museo montevideano que lleva
su nombre puede comprar copias de su "compás áureo",
especie de fetiche que
simboliza el canon que rigió, si no su obra, al menos sus
ideas. El nombre que escogió para su corpus tiene la aspiración
de trascender culturas: universalismo constructivo. A medias entre
la mística y la ergonomía, numerosos sistemas modulares
se difundieron a partir de las vanguardias de principios del siglo
XX.
La herencia de Torres,
y la influencia de otros maestros de discurso filoso y gesto
decidido, ha convencido a muchas personas de que la sección
áurea es una especie de valor natural, universal, dador
automático de armonía.
La intención de Torres era revolucionaria en un sentido
tan artístico como político. Partiendo de la imposibilidad
de escapar de la historia, Torres planteaba ejercitar los principios
heredados. Su gesto gráfico de invertir el mapa colocando
el sur arriba se unió con su intención de promover
un ismo desde el sur con vocación conquistadora (universalista):
una contraofensiva que empleaba las mismas armas que antes nos
habían vencido, como el guerrillero que se apodera de
los fusiles de los soldados.
Pero esa conciencia de una militancia que intenta conquistar el
mundo se ha desvirtuado por causa de una pobre lectura que se
insiste en continuar difundiendo. Se invierten los términos:
Torres vale, según esas tristes opiniones, porque usaba
la sección áurea
(en cambio, lo cierto es que la sección áurea sirve
porque la usaba Torres).
No hace mucho, un entusiasta docente a cargo de un taller de
artes visuales organizado por la Intendencia Municipal de Montevideo
decía que la validez natural y universal de la sección
áurea explica la importancia de Torres. Ponía ejemplos
de arquitectura griega, donde ciertas proporciones siguen esa
razón matemática, y hablaba de que en la naturaleza
se encuentra frecuentemente esa proporción.
Llegó incluso a decir que los jardines secos japoneses
inspirados por el budismo zen, que representan un mar con gravilla
y las islas japonesas con masas de piedras, están organizados
según la sección áurea. Una impecable ignorancia
al servicio de una tesis nefasta. Ni los griegos, ni los japoneses,
ni la naturaleza sintieron nunca el menor interés por
la sección áurea, salvo excepciones que se pueden
contar con los dedos de una mano.
Errores semejantes tienen un sentido (aunque escape a la percepción
del que los comete): intentan legitimar una acción artística
mediante secretos universalmente verdaderos. Desaparecen las
diferencias culturales: el arte no es una cuestión del
aquí y el ahora, sino una adecuación a unas matemáticas
superiores, inmanentes. Hegel no lo diría mejor: "el
arte es la representación del ideal".
¿No podríamos aceptar un poco de inseguridad? El
arte es esto que hago: tómalo
o no, pero no me pidas que te lo explique mediante las matemáticas
u otras exosofías. Según esa concepción,
el arte no construye su propia historia, sino que es una especie
de afección, un plegarse a determinados ideales o valores
eternos. Es una visión que parte de la aceptación
de una jerarquía basada en un saber y no en un hacer. Y
nuestro lugar, país periférico
y pequeño, débil y simpático, no nos puede
permitir el acceso a ese saber. Se trata de una visión
conservadora, que insiste en dejarnos a la cola de lo que otros
comienzan y promueven.
* Publicado
originalmente en Insomnia, Nº 107
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