En una polis condenada etimológicamente al Video, el Monte
del Video según la creencia de los romanos que asociaban
los nómina al destino, César, Cornelio, Víctor...Victorino,
nos señala un predestinamiento a la clonación y
la realidad virtual propia del mutante.
La aldea rodeada por la peste y los
garotos está clonando series de mutantes
retro-escritos (según una idea de mi estimado amigo
Amir Hamed) que después del 2000 acabarán
con los residuos decadentes y reaccionarios de la cultura europea
careta. Como dicen los Redonditos de Ricota: "estás
hundido en tu propia herida...en esta vieja cultura frita".
El sistema educativo, esa vieja institución universal burocrática
que refrita cosas viejas para formar futuros ciudadanos de provecho,
ni siquiera sospecha que Terminator es algo más
que una metáfora mutante.
Los cambios tecnovideomáticos larvaron sus clones al margen
de la cultura libresca del pálido hombre oral, habitante
de la Biblioteca de Babel.
Ese farfullante hombre letrado no entiende lo que pasa fuera del
Monasterio porque no maneja las estrategias de la máquina,
las neuronas, las fibras ópticas. El hombre letrado, mono
alfabético y escolar, es incapaz de alterar su conducta
y el medio que le rodea. Sabe leer, lector
parásito y hurgador
de la memoria de la aldea delirante. Conferencistas y oradores
logorreicos de la oralidad del Logos europeo agitan la emancipación
imposible de los clones del Ciudadano Europeo. No existe tal ciudadano
fantasmático, delirio auto-continentador de los habitantes
de la Casa Usher, a cuyas puertas, carcomidas por la polilla,
truena el héroe Nippur
de Lagash. Sí, mi querido lector in fábula, fabuloso
como un Cadillac, auténtico decadente: los cadáveres
ilustres dormitan en los pórticos de mármol de Carrara,
con túnicas rasgadas por los desastres que causa la neo-barbarie
global.
Es natural que existan nichos de memoria de la antigüedad,
aunque ésta sea falsa, superficial, pastiche belle-époque
de una decadente y pusilánime pequeña, pequeña,
pequeña burguesía o algo así (nunca se sabe con las malas copias,
a las apuradas).
Pero, cuando los nichos de esa memoria catatónica fabulativa
duran demasiado, se produce un reflujo de voces atolondradas,
polifonía melancólica del monaguillo, del clon
(o clown) que avisa perplejo las hordas de neo-bárbaros
video-mutantes. ¿Qué hacer? Seguir las costumbres
que reconstruyen el pasado con documentos, cuya referencia parece
representativa, y que explican fehacientemente el origen del
mal.
Aldea agrícola, gallinero y saladero, sistema experto
y láser, dormitando y agitando el polifón neuronal,
apenas sospecha la explosión mutante. El cuerpo crece,
la máquina se expande y agita, mientras el antiguo pensador
y mentalista del mármol, despierta las polillas del saber.
Los aldeanos siempre fueron historiadores y labraron papiros con
infinitas inscripciones sobre el pacto del chinchulín,
del shaolín, del Jugolín...
Memoriosos funestos que como el cangrejo van siempre para atrás,
los ojos de su panopticón están en la nuca.
Educar a los posmutantes cognitivos, generaciones clonadas por
Tinelli y Níquel, sobrevivientes de una aldea que parece
ciudad. No existen los límites
que nos enseñó la inefable maestra, el garoto es
como el sida.
Me parece oír en la imaginación al poder, una voz
mítica y palindrómica, un profeta nostradámico
que agita a la aldea-nación pomposa desde el magnífico
cerro de Montevideo:
¡Trazad una línea imaginaria desde bella Unión
al Chuy y tendréis las zonas de influencia metafórica
de Carlín Cantón y de Xuxa!
Sí, estimado lector, paciente amigo, se rompieron las tablitas
del Bien y del Mal
en las comarcas periféricas. Los muchachos de antes no
usaban gomina ni gomáfono erótico.
Los mercaderes se arrebatan y trompetean, los escribas (esclavos)
realizan un miope escrutinio de los palimpsestos del Canon aldeano.
Fuimos ciudadanos universales, letrados
y letristas, fuimos compañeros (cachendengue) fuimos correligionarios, fuimos
vecinos, seremos mutantes
y sobrevivientes.
Llegó a su fin como el canto del cisne, el conferencista
de vernissage y el letrista aldeano; pisan fuerte los
caníbales lectores tecleadores de polifémicas máquinas
de escribir con un ratón sudaca. El super mouse prepara
el menú del festín videomático. Suerte.
*Publicado originalmente en La república de Platón,
Nº 3
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