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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



SUPERPRODUCCIONES CINEMATOGRÁFICAS - RASCACIELOS -

Películas de cien pisos*

Carlos Rehermann
El tamaño es decisivo para interrumpir los paralelismos. El Chrysler Building es un objeto hermoso, independientemente de su tamaño. El tamaño de una película es, en cambio, un fenómeno psicológico, y por lo tanto, capaz de convertirse en materia de arte, tanto como la forma.


Nadie habrá dejado de observar cuán parecidos son un rascacielos y una superproducción de cine. Ambos son inventos norteamericanos; tanto uno como la otra tienen como fin producir una ganancia fulminante; los dos generan efectos similares en el público: asombro, admiración, olvido.

En la crítica especializada, los rascacielos y las superproducciones despiertan un rechazo en el que no falta cierta amargura proveniente de los celos. Con insistencia, los especialistas sostienen que ni sus arquitectos ni sus directores son artistas. Los críticos de cine afirman que los directores de esas películas son "artesanos", los críticos de arquitectura, que conocen mejor el significado de esa palabra, no caen en el error de considerar la artesanía y el arte como grados de una misma escala, pero intentan demostrar que "no hay nuevos elementos de lenguaje" en tal o cual rascacielos.

En ambos casos, la originalidad estructural es el criterio central para el juicio.

Donde hay rascacielos tiende a no haber otra cosa. Estos grandes edificios hacen sombra, producen turbulencias atmosféricas, generan tránsito intenso en su entorno, de tal modo que una casa a su lado comienza a ser inhabitable. La construcción de un rascacielos eleva el precio de los terrenos vecinos
(un economista diría que los precios altos de la tierra estimulan la construcción de rascacielos). Los inversores no construyen casas donde pueden levantar rascacielos, no por la mala calidad del resultado arquitectónico, sino por un asunto de multiplicación de la renta de la tierra.

Así pues, los rascacielos tienen una seria tendencia a cundir, llenar la ciudad, ahogar el resto de la arquitectura.
Para cubrir la inversión de una superproducción como Titanic
(hecho del que se habla más que de sus aspectos fílmicos) es necesario producir un efecto explosivo, una aspiración masiva e instantánea del dinero del público. Para lograrlo, se requiere ocupar todos los lugares, impedir otras opciones.

Pero el tamaño es decisivo para interrumpir los paralelismos. El Chrysler Building es un objeto hermoso, independientemente de su tamaño. El tamaño de una película es, en cambio, un fenómeno psicológico, y por lo tanto, capaz de convertirse en materia de arte, tanto como la forma.

Para juzgar, pues, una superproducción, habría que detenerse menos en las actuaciones esquemáticas, los diálogos pueriles y los manidos recursos de lenguaje, y atreverse a considerar la cuestión poco abordada del tamaño.

Quizá el periodismo más inocente y poco riguroso se acerca a esta cuestión, aunque de una manera torpe e inconsciente, al resaltar las cifras, los metros, los volúmenes o las horas invertidas. No vendría mal, de paso, revisar nuestros juicios acerca de las pirámides egipcias.

* Publicado originalmente en Insomnia Nº16

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