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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



OVIDIO - METAMORFOSIS - MUTACIÓN - BODY BUILDING -


Ovidio o de cómo deja de ser el mundo*

Amir Hamed
Quien se detenga nada más en los versos que cantan el amor de Febo por la casta Dafne y trate de retener ese tris -inmejorablemente captado por Ovidio- en que el enamorado dios siente 'todavía' latir el pecho de la ex-ninfa bajo la inflexible corteza de laurel en que ella está ya casi perfectamente convertida, habrá casi retenido el verdadero sentido de la literatura

Devenir, volverse algo distinto de aquello que se está siendo parece el orden natural de las cosas. En un mundo como el actual, que ya no parece regido por la vieja pregunta del por qué sino por otra, ¿por qué no?, la aventura de mutar está a la orden del día. El body building es la versión más inocente y tal vez tediosa de este nuevo orden de transformaciones; son los travestis, los transformistas o los transexuales los que han tomado sobre sí este riesgo, llevándolo a extremos -aunque alarmantes para algunos- más conmovedores.

De una película a priori tan poco inquietante como Junior, donde ese monumento al varón que por un tiempo fue Schwarzenegger se muestra capaz de embarazarse y concebir
(sueño de diversas y antiquísimas mitologías, como Adán y su costilla o Zeus pariendo a Atenea de su frente) se puede extraer la pequeña máxima de que pronto ya nada será como fuera. Y esto no es la perogrullada tanguera del cambalache sino una verdad antigua como el mundo. Una verdad que aparece, con rabiosa felicidad, en una obra que ya tiene dos milenios bien cumplidos: las Metamorfosis de Ovidio.

Allí el poeta latino se arrogó el nada frugal proyecto de contar la historia del mundo, desde sus orígenes hasta aquella su ya tan clásica actualidad, el siglo I de Augusto, Virgilio y Horacio. Y al hacerlo cantó a dioses, hombres, ninfas y náyades de tal modo que casi todo lo que sabemos de mitología grecolatina se lo debemos a él.

Por su sólo valor informativo -sabroso documental de edades idas- las Metamorfosis ya habrían ganado el lugar de privilegio que tienen en la mayoría de las bibliotecas, pero acaso no su estricto valor y necesidad. Porque Ovidio fue y es uno de los más sutiles narradores que haya existido. Como nadie, logró conjugar la verdadera esencia de la narrativa, ese arte que, precisamente, enseña que las cosas no son lo que parecen, y que si algo está siendo pronto pasará a ser otra cosa. Quien se detenga nada más en los versos que cantan el amor de Febo por la casta Dafne y trate de retener ese tris -inmejorablemente captado por Ovidio- en que el enamorado dios siente 'todavía' latir el pecho de la ex-ninfa bajo la inflexible corteza de laurel en que ella está ya casi perfectamente convertida, habrá casi retenido el verdadero sentido de la literatura.

Mostrar la verdadera condición trágica de la vida -y también del amor-, que no necesariamente implica un sufridero sin fin (eso es propio del melodrama, no de la tragedia), sino que testimonia cómo, para ganar algo, es preciso sacrificar otra cosa. Después de que el dios pierde a la amada en un árbol, ese árbol será la heráldica de las grandes glorias. Y no hay gloria sin mutilaciones, no hay amor sin grandes pérdidas, no giraría el mundo si no se lo alimentara con sacrificios y grandes combustiones. Está ahí la verdadera belleza de los clásicos, que todavía insisten en enseñar que no es que el planeta haya llegado a su fin sino que, como siempre ha sido y probablemente siga siendo, se está transformando (sólo que tal vez con mayor velocidad). Y hoy día, las Metamorfosis de Ovidio devienen más y más clásicas: están en plena mutación.

Quien se detenga nada más en los versos que cantan el amor de Febo por la casta Dafne y trate de retener ese tris -inmejorablemente captado por Ovidio- en que el enamorado dios siente 'todavía' latir el pecho de la ex-ninfa bajo la inflexible corteza de laurel en que ella está ya casi perfectamente convertida, habrá casi retenido el verdadero sentido de la literatura. Mostrar la verdadera condición trágica de la vida -y también del amor-, que no necesariamente implica un sufridero sin fin (eso es propio del melodrama, no de la tragedia), sino que testimonia cómo, para ganar algo, es preciso sacrificar otra cosa.
 

* Publicado originalmente en Insomnia.

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