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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



VERSO - MÁQUINA ASMÁTICA -

Aeróbica del verso*

Amir Hamed
Pachorrientos como leones en la tibieza del mediodía o el silbido del viento contra la roca. Tal vez por eso se conjugan en la oda; son celebratorios de sí mismos, estricta soberanía. Se abandonan a la estrofa sin plantearse un porqué

Existen aquellos que, como Darío o Neruda, más que escribir parecen estar exhalando. No importa la complejidad del encabalgamiento, la contundencia melódica o la sorpresa en el verso. Por sobre todo, son bestias solares. Pachorrientos como leones en la tibieza del mediodía o el silbido del viento contra la roca. Tal vez por eso se conjugan en la oda; son celebratorios de sí mismos, estricta soberanía. Se abandonan a la estrofa sin plantearse un porqué. Apenas responden al llamado fisiológico y a la sobra de energía que impulsa a darle un poco de carrera a los músculos. En definitiva, para ellos la inspiración es recibir todo ese aire que les va entrando por alguna parte y expelerlo. Como la oda invita al coro, son los lectores los obligados a seguirlo y asimilar, cada uno en su medida, ese resuello demoledor. Claro que, si no lo liberara, esa inspiración les traería una embolia.

Están otros, como Herrera o Vallejo, acezantes. Aunque la melodía pueda dárseles -como en el caso de Herrera-, casi como a nadie, son arrítmicos. Ahí el fuelle espasmódico de Herrera, el aire sibilante de un andino quebradizo. Están en ellos el síncope y la síncopa. Los bofes son estrechos, la inspiración es abrumadora, expiran en cada hemistiquio. Se escucha el jadeo. Están apunados, semiahogados de antemano. Esa fatiga, sin embargo, es la delicia. Una cansera cómplice, en la que va entrando quien lee, como aquella que sigue a la fiesta, y nos retiramos abrazados, rumiando el gozo, también, del colchón que nos espera para apaciguarnos.

Por supuesto, esa dicha, también, es la del cese, de saber que en algún momento los ritmos vitales van a estar, tan, tan bajos, que ni siquiera serán. En ellos, lo vacilante de la respiración, de por sí, interroga: inhalar no es un acto que se dé por descontado; es una labor
(también una fatalidad). Entre la inspiración y el aliento hay una máquina asmática. El ahogo, entonces, se hace plenitud, reafirmación de funcionamiento, de vida, pero también de lo otro, de la placidez del cese que se anuncia en la quejumbre del fuelle. Están, como funámbulos, sostenidos en su propio aliento. No son coreables; a la inversa, enhebrados en la fatiga, casi queremos prestarles nuestro aire para que no se interrumpan o se vengan al suelo. Neruda o Darío, poetas de pompa, nos dejan como pompas -siempre a punto de reventar. Los otros nos desinflan, con el aire extraviado en cada poro. Un pellejo erizado (así quedamos).

*Publicado originalmente en Insomnia

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