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CANIBALISMO -


Los caníbales*

Carlos Rehermann
Encarta asevera que el canibalismo no existe en los pueblos occidentales; en ellos sólo se ha dado antropofagia en casos extremos de hambre


La palabra canibalismo es resultado de una sinécdoque, es decir, de nombrar el todo por una parte o una parte por el todo. La palabra es de origen caribe, y fue utilizada por Cristóforo Colombo para nombrar un pueblo desconocido
(por él). Con el correr de los siglos, los europeos se empecinaron en creer que la antropofagia era una conducta común en América, que atribuyeron a pueblos desconocidos (caníbales).

En la enciclopedia Encarta se asevera que el canibalismo no existe en los pueblos occidentales; en ellos sólo se ha dado antropofagia en casos extremos de hambre. En cambio los pueblos orientales
(por ejemplo los tupianambá de Brasil) comían a sus congéneres por motivos religiosos o mágicos.

Comerse a otra persona cuando no se padece hambre tiene la ventaja moral de un propósito superior. La antropofagia puede estar motivada por el deseo de incorporar cualidades del bocado a la personalidad del gourmand, lo cual la convierte en un acto de amor y admiración. Muchas veces, se comía a la persona luego de muerte por causas naturales. Algunas culturas isleñas
(como se sabe, los antropólogos estudian sobre todo a gente que vive en islas paradisíacas) colocaban los cadáveres de sus parientes en cestas o entarimados elevados, y debajo ponían comida. Cuando el cadáver se descomponía, producía líquidos que goteaban sobre la comida. Entonces los deudos ingerían esos alimentos impregnados del producto de la descomposición.

Algunos mitos se refieren a la ingestión de una porción de un cadáver por parte de una mujer, que quedaba de ese modo embarazada y daba luego a luz una recreación del muerto. Ciertas religiones practican la antropofagia simbólica, mediante una transmutación del muerto en sustancia divina que comen los devotos. La religión católica tiene un ritual de esta clase, en el que los fieles comen un bocado que ha incorporado la sustancia de Dios, que previamente pasó por un estado terrenal que lo llevó a la muerte.

Si los caníbales no comen personas por hambre, sino por motivos espirituales, como se vio, es porque el acto antropofágico tiene significados que trascienden la mera mecánica alimenticia. De modo que lo más importante en este asunto es el conjunto de signos que rodean, sustentan y hacen posible la devoración de un semejante.
Podemos, pues, comenzar a hablar de actos antropofágicos sin que se trate de una metáfora, sino solamente del complejo de signos -excluído el acto de comer- que los definen.

La devoración
(Jonás y la ballena, Caperucita Roja y el lobo, etcétera) es un motivo mítico que se refiere a la trascendencia de la vida; el devorado sigue viviendo dentro del devorador, de manera que el tema de esos cuentos es la vida después de la muerte. La antrofagia modifica el tema de la devoración, puesto que quien devora no es un monstruo o una fuerza de la naturaleza (símbolo del enterramiento luego de la muerte) sino un congénere.

De todas formas, la antropofagia mágica o religiosa produce una transformación de quien es comido y de quien come. Pero en la antropofagia occidental (el caso histórico de La balsa del Medusa, o ficciones como Las aventuras de Arthur Gordon Pym, por ejemplo) se reduce al otro a mera sustancia carnal, y se excluye expresamente todo aspecto espiritual. Cuando los sobrevivientes de los Andes declararon que la ingestión de carne humana había sido considerada por ellos como una especie de comunión, algunas voces de la iglesia se alzaron en contra de esa interpretación, para alejar la imagen del acto antropofágico de la liturgia católica de la comunión. Pero es interesante que un grupo de adolescentes con una fuerte educación religiosa hiciera intervenir un factor espiritual en la justificación de la antropofagia.

El primer nombre que recibió un pueblo americano por parte de Europa derivó en el término caníbal; a partir de ese miedo manifestado en la creación de la primera palabra usada para nombrar al otro, el brasileño Oswald de Andrade redactó su Manifiesto antropofágico, en el que defendía la ingestión mutua como la única forma de convivencia posible. La mundialización de la cultura invita, hoy, a mirar la forma de caos que llamamos realidad como un festín antropofágico occidental.


* Publicado originalmente en Insomnia

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