La palabra canibalismo es resultado de una sinécdoque,
es decir, de nombrar el todo por una parte o una parte por el
todo. La palabra es de origen caribe, y fue utilizada por Cristóforo
Colombo para nombrar un pueblo desconocido (por
él). Con
el correr de los siglos, los europeos se empecinaron en creer
que la antropofagia era una conducta común en América,
que atribuyeron a pueblos desconocidos (caníbales).
En la enciclopedia Encarta se asevera que el canibalismo no existe
en los pueblos occidentales; en ellos sólo se ha dado
antropofagia en casos extremos de hambre. En cambio los pueblos
orientales (por ejemplo los
tupianambá de Brasil) comían
a sus congéneres por motivos religiosos o mágicos.
Comerse a otra persona cuando no se padece hambre tiene la ventaja
moral de un propósito superior. La antropofagia puede estar
motivada por el deseo de incorporar cualidades del bocado a la
personalidad del gourmand, lo cual la convierte en un acto
de amor y admiración.
Muchas veces, se comía a la persona luego de muerte por
causas naturales. Algunas culturas isleñas (como se sabe, los antropólogos estudian
sobre todo a gente que vive en islas paradisíacas) colocaban
los cadáveres de sus parientes en cestas o entarimados
elevados, y debajo ponían comida. Cuando el cadáver
se descomponía, producía líquidos que goteaban
sobre la comida. Entonces los deudos ingerían esos alimentos
impregnados del producto de la descomposición.
Algunos mitos se refieren a la ingestión de una porción
de un cadáver por parte de una mujer,
que quedaba de ese modo embarazada y daba luego a luz una recreación
del muerto. Ciertas religiones practican la antropofagia simbólica,
mediante una transmutación del muerto en sustancia divina
que comen los devotos. La religión católica tiene
un ritual de esta clase, en el que los fieles comen un bocado
que ha incorporado la sustancia de Dios, que previamente pasó
por un estado terrenal que lo llevó a la muerte.
Si los caníbales no comen personas por hambre, sino por
motivos espirituales, como se vio, es porque el acto antropofágico
tiene significados que trascienden la mera mecánica alimenticia.
De modo que lo más importante en este asunto es el conjunto
de signos que rodean, sustentan y hacen posible la devoración
de un semejante.
Podemos, pues, comenzar a hablar de actos antropofágicos
sin que se trate de una metáfora,
sino solamente del complejo de signos -excluído el acto
de comer- que los definen.
La devoración (Jonás
y la ballena, Caperucita Roja y el lobo, etcétera) es un motivo mítico que
se refiere a la trascendencia de la vida; el devorado sigue viviendo
dentro del devorador, de manera que el tema de esos cuentos es
la vida después de la muerte. La antrofagia modifica el
tema de la devoración, puesto que quien devora no es un
monstruo o una fuerza de
la naturaleza (símbolo
del enterramiento luego de la muerte) sino un congénere.
De todas formas, la antropofagia
mágica o religiosa produce una transformación de
quien es comido y de quien come. Pero en la antropofagia occidental
(el caso histórico
de La balsa del Medusa, o ficciones como Las aventuras
de Arthur Gordon Pym, por ejemplo) se reduce al otro a mera sustancia
carnal, y se excluye expresamente todo aspecto espiritual.
Cuando los sobrevivientes de los Andes declararon que la ingestión
de carne humana había sido considerada por ellos como una
especie de comunión, algunas voces de la iglesia se alzaron
en contra de esa interpretación, para alejar la imagen
del acto antropofágico de la liturgia católica de
la comunión. Pero es interesante que un grupo de adolescentes con una fuerte educación
religiosa hiciera intervenir un factor espiritual en la justificación
de la antropofagia.
El primer nombre que recibió un pueblo americano por parte
de Europa derivó en el término caníbal; a
partir de ese miedo manifestado
en la creación de la primera palabra usada para nombrar
al otro, el brasileño Oswald de Andrade redactó su
Manifiesto antropofágico, en el que defendía
la ingestión mutua como la única forma de convivencia
posible. La mundialización de la cultura
invita, hoy, a mirar la forma de caos
que llamamos realidad como un festín antropofágico
occidental.
* Publicado
originalmente en Insomnia
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