Lejos de ser el rumiante
estático que nos dijeron siempre, la vaca,
descubrí hace unos años, viaja. También viaja
la musulmana oveja, generalmente a Oriente, a Irán, a Arabia,
a la Meca o algo así; viva viaja la oveja, por razones
higiénicas, económicas o religiosas, en grandes
buques de muchos pisos. Ovejas "en pie", como se dice,
alimentadas con ración a lo largo de muchos días,
asombradas y muriéndose de rareza o aplastadas al golpe
del agua en la panza y en los departamentos de pisos superiores
de la cóncava nave.
Pero el tema de nuestra redacción de hoy es la vaca, como
antes, como siempre. Un amigo recién llegado de Puerto
Montt nos informa que un buque que hacía la travesía
Montevideo-México tomó la extraña ruta del
Cabo de Hornos. Frente a Chiloé el buque tropezó
en una de las mínimas islas indocumentadas de ese archipiélago
sin fin, y quedó varado a mitad de camino entre el hundimiento
y la perplejidad inmóvil.
Las vacas fueron rescatadas de su recinto de metal, llevadas
a tierra. Dicen los habitantes de una pampa cerca de Puerto Montt
que las vieron llegar, que las vacas no se comportaron de modo
urbano. Esos legítimos descendientes de La Vaca de Hernandarias,
vacas marítimas, arrasaron con la pequeña pampa
donde las depositaron, como si el pasto de esa mínima
pradera fuese algas, que es lo que al parecer estaba habituado
el bóvido a comer. Digo pampa porque pampa no es pampa
en todas partes. En el sur de Chile, una pampa es un terreno,
a menudo un terrenito. Una hectárea puede ser una pampa.
Un fondo grande puede ser una pampa. Un jardín puede ser
una pampita. En ese territorio extremo en términos de
geografía y en términos de sentido, las vacas uruguaias
dieron algunos giros graciosos después de comer. Luego,
unas 300 fueron repatriadas, uniéndose así tal
vez, más en el espíritu que en el pensamiento,
a las huestes de orientales que siempre vuelven, después
de éxito o naufragio, de tierras extrañas. Pero
dice la historia que algunas de ellas pastan hoy, todavía,
a pocos kilómetros de Puerto Montt, en alguna parte donde
llueve tanto que el pasto es blando y grueso como algas, y los
tacuruses anémonas gigantescas.
Pero no todas las vacas
viajan por mar. Cuenta la leyenda, apoyada en un suelto noticioso
aparecido en un periódico español y que guardo
en mi poder como prueba para los descreídos, que hace
unos años, cuando Rusia y la URSS eran ya cierto revoltijo
social y administrativo, un piloto de carga aterrizó su
gigantesco jet Ilyushin en algún ignoto aeropuerto militar
de las estepas siberianas. Una vez recargado el combustible y
habiendo descargado las mercaderías que llevaba para ese
sitio, y justo antes de despegar para Corea del Sur, divisó
un rebaño de vacas y ningún pastor.
El comandante pensó
que Lenin y Stalin ya no observaban tan fijamente, y que probablemente
fuera excelente negocio comerciar los bóvidos en Seúl.
Ni corto ni perezoso, cargó la tropa en la panza de su
avión, y decoló. En medio del mar de la China,
turbulencia severa conmovía el aeroplano, y las vacas,
sin adecuada sujeción, comenzaron a moverse despavoridas
por la bodega. Entonces el comandante tomó una decisión
heroica -para él, si algo cruel para el bovinaje que lo
acompañaba-, y ordenó la evacuación inmediata
de todo rumiante que hollara su pequeño territorio aéreo.
La tripulación procedió, y habrá sido cosa
digna de verse la caída libre de tanta hacienda esteparia
desde 10.000 metros, que es la altura a que se acostumbra volar
en estos casos y en muchos otros.
Nada se hubiese sabido,
a no ser porque en esos momentos un pequeño pesquero coreano
que navegaba en la zona fue alcanzado por uno de los estrafalarios
proyectiles -lo juro, está en El País de Madrid-,
de resultas de lo cual se le ocasionó un boquete que llevó,
tanto al fin estructural del bovino, cuanto al hundimiento del
bajel. Los marineros tuvieron tiempo, mientras el barco se anegaba,
de evacuar en un bote salvavidas de color naranja fuerte.
Los viajes de vacas que he contado hoy terminaron raro, mal,
y pronto, y no hay moraleja alguna. Sólo hombres mandando
y vacas obedeciendo, como desde el inicio del tiempo.
*Publicado
originalmente en Insomnia
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