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VACA - FORMAS DE VIAJAR LA VACA -

Formas de viajar de la vaca*

Aldo Mazzucchelli
Un fondo grande puede ser una pampa. Un jardín puede ser una pampita. En ese territorio extremo en términos de geografía y en términos de sentido, las vacas uruguaias dieron algunos giros graciosos después de comer

Lejos de ser el rumiante estático que nos dijeron siempre, la vaca, descubrí hace unos años, viaja. También viaja la musulmana oveja, generalmente a Oriente, a Irán, a Arabia, a la Meca o algo así; viva viaja la oveja, por razones higiénicas, económicas o religiosas, en grandes buques de muchos pisos. Ovejas "en pie", como se dice, alimentadas con ración a lo largo de muchos días, asombradas y muriéndose de rareza o aplastadas al golpe del agua en la panza y en los departamentos de pisos superiores de la cóncava nave.

Pero el tema de nuestra redacción de hoy es la vaca, como antes, como siempre. Un amigo recién llegado de Puerto Montt nos informa que un buque que hacía la travesía Montevideo-México tomó la extraña ruta del Cabo de Hornos. Frente a Chiloé el buque tropezó en una de las mínimas islas indocumentadas de ese archipiélago sin fin, y quedó varado a mitad de camino entre el hundimiento y la perplejidad inmóvil.

Las vacas fueron rescatadas de su recinto de metal, llevadas a tierra. Dicen los habitantes de una pampa cerca de Puerto Montt que las vieron llegar, que las vacas no se comportaron de modo urbano. Esos legítimos descendientes de La Vaca de Hernandarias, vacas marítimas, arrasaron con la pequeña pampa donde las depositaron, como si el pasto de esa mínima pradera fuese algas, que es lo que al parecer estaba habituado el bóvido a comer. Digo pampa porque pampa no es pampa en todas partes. En el sur de Chile, una pampa es un terreno, a menudo un terrenito. Una hectárea puede ser una pampa.

Un fondo grande puede ser una pampa. Un jardín puede ser una pampita. En ese territorio extremo en términos de geografía y en términos de sentido, las vacas uruguaias dieron algunos giros graciosos después de comer. Luego, unas 300 fueron repatriadas, uniéndose así tal vez, más en el espíritu que en el pensamiento, a las huestes de orientales que siempre vuelven, después de éxito o naufragio, de tierras extrañas. Pero dice la historia que algunas de ellas pastan hoy, todavía, a pocos kilómetros de Puerto Montt, en alguna parte donde llueve tanto que el pasto es blando y grueso como algas, y los tacuruses anémonas gigantescas.

Pero no todas las vacas viajan por mar. Cuenta la leyenda, apoyada en un suelto noticioso aparecido en un periódico español y que guardo en mi poder como prueba para los descreídos, que hace unos años, cuando Rusia y la URSS eran ya cierto revoltijo social y administrativo, un piloto de carga aterrizó su gigantesco jet Ilyushin en algún ignoto aeropuerto militar de las estepas siberianas. Una vez recargado el combustible y habiendo descargado las mercaderías que llevaba para ese sitio, y justo antes de despegar para Corea del Sur, divisó un rebaño de vacas y ningún pastor.

El comandante pensó que Lenin y Stalin ya no observaban tan fijamente, y que probablemente fuera excelente negocio comerciar los bóvidos en Seúl. Ni corto ni perezoso, cargó la tropa en la panza de su avión, y decoló. En medio del mar de la China, turbulencia severa conmovía el aeroplano, y las vacas, sin adecuada sujeción, comenzaron a moverse despavoridas por la bodega. Entonces el comandante tomó una decisión heroica -para él, si algo cruel para el bovinaje que lo acompañaba-, y ordenó la evacuación inmediata de todo rumiante que hollara su pequeño territorio aéreo. La tripulación procedió, y habrá sido cosa digna de verse la caída libre de tanta hacienda esteparia desde 10.000 metros, que es la altura a que se acostumbra volar en estos casos y en muchos otros.

Nada se hubiese sabido, a no ser porque en esos momentos un pequeño pesquero coreano que navegaba en la zona fue alcanzado por uno de los estrafalarios proyectiles -lo juro, está en El País de Madrid-, de resultas de lo cual se le ocasionó un boquete que llevó, tanto al fin estructural del bovino, cuanto al hundimiento del bajel. Los marineros tuvieron tiempo, mientras el barco se anegaba, de evacuar en un bote salvavidas de color naranja fuerte.

Los viajes de vacas que he contado hoy terminaron raro, mal, y pronto, y no hay moraleja alguna. Sólo hombres mandando y vacas obedeciendo, como desde el inicio del tiempo.


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Publicado originalmente en Insomnia

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