La conciencia de sí
está relacionada con el espacio
que rodea a las personas. Los semiólogos llamaron proxémica
a un proyecto de disciplina que serviría para estudiar
las distancias interpersonales y la gestualidad característica
en cada circunstancia (y que
viene resultando difícil de sistematizar). Los arquitectos,
por su parte, saben que el tamaño de las habitaciones y
la altura de los techos tiene un efecto decisivo sobre el ánimo
de las personas. Un espacio pequeño favorece la concentración
para un trabajo; tal vez el estilo
impersonal característico del periodismo anglosajón
provenga de la costumbre de establecer las redacciones de los
periódicos en grandes espacios de techos altos, cuyos límites
son difícilmente discernibles.
Algunas producciones sociales
probablemente tengan una influencia decisiva. Por ejemplo, el
desarrollo de las ciudades
griegas, cuyos habitantes eran muy conscientes de la importancia
del organismo urbano, tiene seguramente una relación directa
con su gran producción filosófica. El exilio de
los noruegos que colonizaron Islandia, una comunidad autoconsciente
de su aislamiento, produjo una voluminosa y sofisticada literatura
tan extraña para su tiempo que desafía la capacidad
clasificadora de los eruditos.
Una persona en medio de
una llanura sin accidentes está rodeada por una esfera
virtual que le permite percibir su yo
como una entidad espacial más allá de la frontera
de su piel. El arte de lucha
japonés aikido se basa en una idea de sí mismo que
toma en cuenta esta esfera. En el aikido no hay ninguna acción
de agresión; se trata simplemente de hacer perder al oponente
el centro de su esfera. Cuando un aikidoka es atacado, sólo
hace pequeños movimientos para absorber en su propia esfera
la de su atacante. De esta manera, la conciencia de sí
del otro es dominada
por la del atacado, que toma el mando de la conciencia de ambos.
Este dominio se evidencia, en el plano físico, por una
pérdida radical del equilibrio
del atacante.
Esta experiencia del cuerpo
tiene paralelos con otros niveles del ser: toda pérdida
de equilibrio es una forma de pérdida de conciencia.
Pero la esfera en la llanura provoca una sensación de aislamiento
en el ambiente. Se perciben con agudeza los límites del
yo, lo cual puede tener consecuencias diversas.
La agorafobia es una forma extrema del temor que suscita esta
clase de situaciones. Una respuesta más sana es la que
incita a una acción: apropiarse del ambiente -recorriéndolo,
fotografiándolo,
describiéndolo, convirtiéndolo en un signo (esta puesta de sol -que me sume en una profunda
angustia que no llego a explicar- parece una pintura, etcétera)-;
otra, en principio negativa, se traduce en un acto de defensa
del yo: la introspección. La naturaleza incita, como reacción
ante el desamparo, a la meditación. Casi todas las culturas
tienen variantes de prácticas religiosas, místicas
o filosóficas de aislamiento en la naturaleza.
Raras veces nos sentimos
cómodos cuando la esfera del yo de otra persona invade
la nuestra. El abrazo de los amantes
rompe radicalmente la dualidad de estas esferas. Los centros de
cada yo buscan confundirse en uno. La conciencia de sí
tiende a desdibujarse. Es tal vez el cambio más drástico
que experimentan los amantes con respecto a su discurrir cotidiano,
un indescriptible estado de conciencia que el cuerpo
traduce en un éxtasis sensorial.
En pocas ocasiones es posible percibir desde fuera la existencia
de esta esfera del yo. Cuando un extraño la invade, cuando
la persona querida se acerca, cuando estamos expuestos a una naturaleza
abierta. Hay dos formas de arte cuya materia prima es precisamente
esta esfera virtual: la arquitectura y el teatro, incluyendo en éste la danza de
escenario.
Ambos artes toman posiciones
opuestas. La arquitectura busca una relación entre el objeto
habitado y el habitante: invita a la contemplación de sí
mismo. El teatro es un dispositivo espacial para poner de manifiesto
las esferas de otros. Y las esferas son tan delicadas, tan íntimas,
que los actores deben asumir personalidades ajenas. No es posible
exponer abiertamente la propia y verdadera esfera ante los ojos
de otro. Ese otro sólo puede ser un amante cuya esfera
va a ser fundida con la propia o un enemigo cuya esfera va a ser
avasallada. En cualquier caso, cuestión de vida
o muerte.
* Publicado
originalmente en Insomnia Nº 142
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