H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ARTE VS TECNOLOGÍA - ARTE - VANGUARDIAS - VANGUARDIA COMO DICTADURA -


Vanguardia y dictadura


Amir Hamed

La dictadura tecnológica asesina, fatalmente, toda pretensión de arte: absorbe lo que se pretende crear y - en vez de llegar al descubrimiento - termina como obscenidad, como flagrante exhibición de sí


Es cierto que la escritura es una tecnología; cierto también que los griegos que nos legaron sus principios de poética no distinguían entre arte y técnica; cierto, sin embargo, que arte y técnica no son necesariamente lo mismo.

El viejo término "oficio" recuerda el aspecto técnico; el arte, de todos modos, suele contravenir las prescripciones del oficio y, como se ha dicho, arremeter hacia la ceguera, es decir, hacia las lagunas de la tecnología, abriendo así nuevos parámetros.

Sería por completo injusto, sin embargo, pretender homologar la vieja querella de jóvenes y viejos, de clásicos y románticos, a la distinción entre arte y tecnología. Más aún, tratar de rescatar la manoseada vanguardia como búsqueda de novedad artística. Por el contrario, en la mayoría de los casos, la vanguardia no ha sido más que un fanatismo tecnocrático.

Sobre la irrupción de las vanguardias en la primera mitad del siglo vigésimo se ha escrito largamente. Se ha dicho entre otras cosas que, a diferencia de la tradición romántica, intentó romper con la institución del arte; se ha dicho también que la rapsodia futurista y tecnológica fue realizada por aquellos que, como Marinetti, provenían de países menos industrializados y que, por el contrario, los que estaban en plena industrialización - un Bretón, por ejemplo - abrazaron el primitivismo. Más allá de estas distinciones, vale agregar que el fracaso de las vanguardias, por sobre todo, se debió a su credulidad en la tecnología.

Las vanguardias, por sobre todo, mercadearon el fetiche cientificista del experimento, que como se ha señalado aquí, no es otra cosa que la consagración de lo fallido. Cada nuevo ismo nació ya perecido, como nace hoy cada nueva versión de software, que vuelve anacrónica la previa e incluye dentro de sí su propia condición de novelería, de efímero utilitario. Así también, los vanguardistas se redujeron a tecnologías como la escritura automática, el sinsentido o la metáfora a ultranza, o cualquiera de estos procedimientos que, por sí solo, podría contener en algo la unción religiosa de cualquier dogma, a condición de que los dioses fueran descartables.

Por eso, pasado el tiempo, se necesita una dosis abundante para apreciar cualquier obra vanguardista - es decir, de aquellas que se pretendieron vanguardia, que incluyeron una tecnología, o dogma, una poética dictada u oculta; pasados los lustros, aquello que fue deslumbrante novedad no es más que cachivache. Quizás podamos tenerles el mismo cariño que a una radio a válvula, a una cachila o incluso a los transitores de una Spika: como curiosidades que atendemos sentimentalmente porque hicieron nuestra niñez o la de nuestros mayores. Fueron el último grito, pero nos sonroja su vejez, su condición de mobiliario en desuso, de cachivache que pide a gritos un desván porque no nos resignamos a tirarlo.

Del emporio de trastos vanguardistas, probablemente sean los literarios los más penosos (probablemente porque, al aspecto tecnológico, agregan la necesidad de una proclama ideológica). Por ejemplo en poesía, retienen vigencia aquellos que, como Vallejo o Neruda, no se abandonaron a un ismo (se le adjudican anos, como vallejiano, nerudeano, después borgeano). Resultaría tentador, incluso, extender el argumento y proponer que, en tanto el ismo vanguardista es tecnológico, es en el ano donde se nos da lo artístico, la imposición no de un software perecible sino una radiante y exigente percepción del mundo.

Más allá de jugueteos hipotéticos, lo relevante es que la dictadura tecnológica asesina, fatalmente, toda pretensión de arte: absorbe lo que se pretende crear y -en vez de llegar al descubrimiento- termina como obscenidad, como flagrante exhibición de sí. Tan obscena, tan sobreexpuesta y operática, como cualquier dictador. Su fecha de caducidad - como el dictado de cualquier moda y de todo dictador que se presente - es siempre ayer.


* Publicado originalmente en Insomnia

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia