Nadie habrá dejado de observar que las sutilezas son fundamentales.
Por ejemplo, no es lo mismo con que en, aunque
es frecuente el uso indistinto de ambas preposiciones. Hace poco
un profesor uruguayo hablaba, en cierto seminario, de la relación
del hombre contemporáneo con el espacio. A lo largo de
su peroración, con el espacio alternó alegremente
con en el espacio. Esta indiscriminación
tiene importantes consecuencias. Si una persona es capaz de relacionarse
con el espacio, entonces será posible que el espacio interactúe
con la persona. De lo contrario no se utilizaría el término
relación para definir el fenómeno, sino
uso del espacio.
Se parte del supuesto que el espacio es una entidad activa, capaz
de cierta clase de iniciativa. Si se observa la publicidad masiva
de los apartamentos que se ofrecen en venta, podrá notarse
que los vendedores comparten este punto de vista. Se hace hincapié
sobre todo en la "inteligencia" de los edificios, en
la "seguridad activa", en las instalaciones mecánicas
(puertas telecomandadas de
garajes, saunas programables, bañeras con sistemas de
hidromasaje, gimnasio con aparatos mecánicos, solarium
artificial, etc.).
Todo un discurso tendiente a reafirmar una concepción
de un espacio capaz de interactuar con el individuo. Este tipo
de productos arquitectónicos, destinados a una franja
de mercado con las necesidades básicas ampliamente satisfechas,
se convierte en el ideal del sujeto "exitoso", el paradigma
de nuestra civilización.
En cambio si se habla de relacionarse en el espacio, éste
deja de ser un actor de la relación, para convertirse
en el fondo donde son posibles otras relaciones. El espacio adquiere
una significación que, lejos de pasar a ser secundaria,
reviste la mayor importancia. Pues resulta ser el medio que posibilita,
favorece, dificulta o impide las relaciones entre los seres humanos.
En la historia de los edificios religiosos occidentales, la evolución
de la iglesia católica es sumamente aleccionadora. A partir
del programa arquitectónico basílica heredado de
Roma, los primeros cristianos se reunían en un ámbito
que permitía las discusiones y facilitaba el relacionamiento
mutuo. Este proceso tuvo su culminación hacia fines de
la Edad Media, con la construcción de las grandes catedrales
góticas del norte de Europa.
Con el advenimiento
de las monarquías absolutistas, se produjo un cambio sustancial
en el uso del espacio de la iglesia: se colocaron sillas. Ya
no existió la posibilidad de circular libremente por el
interior del edificio. Fue imposible continuar con el proceso
dinámico de las múltiples posibilidades de relacionamiento
entre los fieles. Ahora todos tenían un lugar, cada uno
era igual al vecino, focalizando la atención sobre el
sacerdote, que, de espaldas, honraba el altar, incorporado al
edificio.
El proceso de relación en el espacio derivó a una
relación con el espacio. Seguramente este es un factor
más que hace que, desde hace por lo menos tres siglos,
no haya una verdadera arquitectura religiosa en occidente. Parece
que estamos muy interesados en construir un mundo donde la incertidumbre
de las relaciones humanas haya desaparecido, donde todo esté
asegurado a través de unos mecanismos automáticos
que nos hagan sentir que controlamos el entorno. Como si el hecho
de controlar el entorno no fuera el producto de las relaciones
entre los seres humanos.
* Publicado
orginalmente en Insomnia
|
|