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ISSN 1688-1672

 



FÁBULA - APÓLOGO - ESOPO - FEDRO - LA FONTAINE, JEAN - SAMANIEGO, FELIX MARÍA - IRIARTE, TOMÁS DE - BELLO, ANDRÉS - LIBRO DE CALILA Y DIMNA - BARZUYEH -

Las fábulas y los fabulistas:
crónica de 27 siglos


Matías Castro
En sus 2700 años de existencia, las fábulas han permanecido firmes en sus planteamientos básicos, más allá de variaciones y vueltas de tuerca que sus diferentes autores les han aportado. Quizás han sido sus eternos protagonistas, los animales lo que las ha alejado del público en la segunda mitad del siglo XX


En su evolución de casi treinta siglos, las fábulas han pasado por diversas manos que les han aportado siempre diferentes elementos. Sustentadas principalmente en la agudeza de sus
autores, parece que hoy no tienen el mismo arraigo popular que en otro tiempo tuvieron, quizás porque las plumas con la capacidad de síntesis y la mirada irónica que requiere, ya no se inclinan por este género. Sus orígenes son dignos de una narración fantástica, su evolución está atada a los escritores que la practicaron. Resulta curioso además, que Esopo sea una figura casi omnipresente en toda fábula, tal vez porque su sufrida vida y su ingenio conmueven a todos, o por lo limitado del género, todo fabulista, más tarde o más temprano, se remite a su obra.

Un comienzo

El origen de la historia se remonta al siglo VI a.C. cuando el rey persa Nixhue, envió a Barzuyeh, médico de su corte, a la India en busca de unas hierbas que se decía, tenían la virtud de resucitar a los muertos. Una vez allí, hizo varias experiencias sin obtener resultados satisfactorios. Consultó entonces con los sabios del país, quienes le dijeron que lo que él llamaba hierba era para ellos una serie de libros que ilustraban el entendimiento de los ignorantes. Esos libros, conocidos como Calila y Dimna -que era sólo el nombre de su primer relato- habían sido escritos por los sabios y los sacerdotes, quienes habían encontrado en los animales, protagonistas para sus historias cargadas de enseñanzas religiosas.

El aplicado Barzuyeh trasladó esas escrituras al pahlevi, o lenguaje literario de Persia, y retornó con ellas. A su traducción agregó unos escritos del Panchatantra (colección de apólogos hindúes), y lo reunió todo en un solo volumen cuyo fin sería servir de ejemplo y guía a su rey y a los que le sucediesen. La versión de Barzuyeh y el original en sánscrito están hoy perdidas. Solo hay dos versiones de aquella, una en siríaco del siglo VI a.C., y otra en árabe, aproximadamente de la misma fecha. Del árabe se tradujo al griego, al persa, al hebreo y al castellano, siendo la versión latina y la castellana las que mejor representan al original árabe. En Grecia sería entonces, donde encontraría sus principales cultores.

De este período, en el que lo literario es simplemente un instrumento de expresión de dogmas y principios religiosos, se abren dos grandes caminos: el persa y el griego, ambos más literarios que religiosos.

En Persia se consolida el apólogo, que es la narración de una aventura de animales, en la que se pueden encontrar condimentos tales como malicia, picardía y pequeñas tretas que dan sabor a la intriga. El apólogo pasó en la Edad Media a los países occidentales, y tuvo en Francia su principal expresión en la epopeya animal Roman de Renard
(S. XII al XIV), y en España con el Conde Lucanor, del Infante don Juan Manuel (S. XIV).

Un griego y un romano

Grecia encontró en los animales un recurso de belleza, y transformó la fábula en un género didáctico sin más valor que la belleza lingüística del pequeño poema. El amor por lo sencillo y lo vulgar, elevado a la categoría de arte en virtud de un espíritu selecto y mordaz tuvo su primer y principal exponente en Esopo. Con él nace la verdadera fábula, como narración corta en que de un hecho sucedido a unos animales se saca una lección para la vida humana.

Su vida es misteriosa, al punto de que es casi imposible reconstruir una biografía auténtica, y hasta se ha llegado a dudar de su existencia. Pero ateniéndose a la leyenda, se estima que el fabulista griego, tan ingenioso como supuestamente deforme, vivió hacia el siglo V A.C. Su gran fealdad, y tartamudez le hicieron mirar su mundo desde otra perspectiva, lo que desarrolló su vivaz y agudo ingenio. Se dice que la tartamudez le fue corregida por los dioses en premio por su ayuda a un sacerdote, y que perdió su condición de esclavo en virtud de un sabio consejo al filósofo Xanto. Fue enviado como embajador de la ciudad de Samos ante al rey Creso, para que este condonase los tributos que pensaba imponer a la ciudad, y logró su meta gracias a sus astutas argucias.

Apoyado por Creso, recorrió luego diversas regiones recitando las fábulas que componía, hasta que en Delfos su deformidad encontró la hostilidad de los ciudadanos, a los que calificó de ignorantes. Dolidos por lo humillante de ser despreciados por tan deforme individuo, escondieron entre sus ropas una copa del templo de Apolo para que fuese sorprendido con ella. Cuando esto ocurrió, de nada sirvieron sus súplicas, apólogos y ejemplos, la enfurecida gente de la ciudad acabó por arrojarlo desde lo alto de un monte.

Posteriormente, Sócrates versificó algunas de sus fábulas, y el monje griego Planudes recopiló por primera vez todas sus creaciones en el siglo XIV d.C. Estableció entonces, con su obra y sus personajes prototípicos -el astuto zorro, el malvado lobo, el fuerte león y el engreído pavo- las reglas básicas del género, e inspiró cientos de conceptos populares que se mantienen hasta la actualidad.

Esopo tuvo su primer continuador en Fedro, quien se estima que nació en la Macedonia entre los años 15 y 30 a.C. Esclavo del emperador Augusto, se dirigió a Italia donde prontamente obtuvo la manumisión. Comenzó allí a escribir sus fábulas, muchas de las cuales suscitaron la indignación de los ministros del emperador Tiberio, por lo que fue enviado al exilio, del que no retornó hasta el año 31 d.C.


Fedro insiste en varias ocasiones en que el verdadero autor de sus fábulas es Esopo, al cual transcribe al latín en versos senarios -aquellos que se dividen en seis pies, es decir, en seis partes-. No obstante, toda su producción está impregnada de un carácter agresivo contra lo que llama lacras sociales, no exenta de un tenue pesimismo, punzante unas veces e inofensivo otras, pero siempre portadoras de un deseo de perfección para el género humano. Se supone que Fedro vivió muy pobremente y se desconoce donde murió, aunque se calcula que ocurrió entre los años 44 y 50 d.C. Pasarían más de 1500 años hasta la aparición de otro gran fabulista: Jean de la Fontaine.

Un segundo paso

En el siglo XII, Alfonso X el Sabio lograba con su obra y su mandato que la cultura ibérica se enriqueciese notablemente al incorporar lo más importante de la ciencia oriental, mientras la prosa daba un paso gigante bajo su entusiasta presencia. Tío del Infante don Juan Manuel, fue él quien mandó traducir el Libro de Calila e Dimna del árabe al castellano, manteniendo así la presencia de esta obra y de la fábula que, como género no tendría fortuna hasta el siglo XVII. No obstante, en Alemania la fábula fue muy popular en los siglos XV y XVI.

Pero fueron La Fontaine
(1621-1695), Jean-Pierre Claris de Florian (1755-1794), el inglés John Gay (1685-1732) y los españoles Félix María Samaniego (1745-1801) y Tomás de Iriarte (1750-1791) quienes consagraron definitivamente el género en Europa. La lectura de estas sencillas composiciones fue entonces alimento espiritual de generaciones enteras, aun de centros cuyo grado de cultura era elevado, como en los seminarios. En las escuelas fue aprendizaje obligado como ejercicio de memoria y como enseñanza moral.

El haber leído a Malherbe y Rabelais alejó a Jean de la Fontaine del estudio de Teología, hasta que terminó en la facultad de Derecho. Su gran debut literario tuvo lugar en 1654 con el estreno de la muy aplaudida El Eunuco de Terencio, y posteriormente continuó destacándose con colecciones de cuentos picarescos y agudos en verso, fábulas y novelas. El escritor español Sáinz de Robles en su Diccionario de la literatura afirma que La Fontaine "A todos aventaja en
humor, en gracia, en elegancia, en intención, en fluidez versificadora, en auténtica poesía".

Félix María Samaniego fue el continuador inmediato de La Fontaine en España. Inspirado en este, también tradujo y se remitió constantemente a Esopo y Fedro. Estudió leyes en Valladolid y pasó luego a Francia, en donde el ambiente enciclopedista le hizo experimentar una violenta conmoción en su sensibilidad: la irreverencia por las cosas sagradas y la crítica mordaz y despiadada contra la política que profesaban los enciclopedistas impregnó su espíritu. Se sintió terriblemente herido cuando su amigo, Tomás de Iriarte publicó sus fábulas literarias, atribuyéndose el mérito de ser el primero en tratar esta clase de literatura, cuando él ya había publicado tres años antes. Encolerizado ante esta falta de ética, y siguiendo la pauta normal en el siglo XVIII -al que Azorín calificó como "un siglo de polémica y de discusión apasionada" -, publicó anónimamente unas Observaciones sobre las fábulas literarias de don Tomás de Iriarte, con las que se inició una polémica que ha pasado a la historia de la literatura. No resulta extraño que un tribunal de la Inquisición haya dictado auto de prisión contra él, la que pudo eludir en virtud de sus influyentes amistades. Antes de morir hizo quemar todos sus escritos, de los que se salvaron sus nueve libros de fábulas, las que lo han llevado a la posteridad por su versificación ágil, fluida e imperecedera ironía.

El carácter irascible de Tomás de Iriarte lo mezcló en grandes plémicas. Su vivo ingenio lo destacó prontamente en los estudios, profundizando en la lengua latina, el griego y el francés. Llegó a hacer muchas traducciones, entre las que figuran El Arte Poética, de Horacio y diversas obras del francés. Aparte de estas traducciones y de sus fábulas, escribió obras teatrales, poemas, églogas, y por encargo del Gobierno, aunque finalmente no le fue admitido, escribió un Plan de una Academia de Ciencias y Bellas Letras. Sus fábulas le dieron fama, y en ellas se destacó con una peculiaridad: además de hablar de vicios como la presunción y la necedad, puso especial énfasis en la "erudición vana y pedante" y en todos los que "sin regla ni arte" se lanzan a la aventura de producir cualquier obra artística.

La obra de estos enormes fabulistas fue posteriormente continuada por otros, que si bien son dignos representantes del género, son nombres menores. La intencionalidad en las palabras de Príncipe
(1811-1866), la moraleja concluyente de Campoamor (1817-1901), la concisión y espontaneidad de Hartzenbusch (1806-1880) y los consejos irónicos de Thebussem (1828-1918) son puntos de referencia inevitables a la hora de profundizar en los matices que han sido explorados dentro del género. Por otro lado, existe un pequeño grupo que incluye a Lope de Vega y Calderón de la Barca, que sin ser propiamente fabulistas, han dejado una pequeña producción que los hace merecedores de figurar en antologías.

Un continente

Y si en el viejo mundo la fábula como
género, logró tener grandes continuadores, en América fueron pocos los trabajos que se destacaron. El guatemalteco Rafael García Goyena fue el primero en destacarse, aunque póstumamente. Cuando sus fábulas y poesías se editaron, se habló de él como el Fedro latinoamericano. Su originalidad, color localista y los regionalismos de sus fábulas, las hacen inconfundiblemente guatemaltecas, otorgándoles así, un toque muy propio de su país y del siglo XVIII.

La figura de Andrés Bello sorprende por su actividad intelectual y política, además de su producción literaria. Nacido en Venezuela en 1871 y muerto en Chile en 1865, estudió latín, francés e inglés de joven, luego cursó simultáneamente las carreras de derecho y medicina. Participó junto con Bolívar en el movimiento por la independencia de su país. Y fue debido a esta tarea, que permaneció diecinueve años en Londres, donde se desempeñó como traductor, desarrolló sus estudios literarios, y dio a conocer sus primeros trabajos en verso. Ya en Chile fundó la Universidad de Santiago, de la que fue rector durante veintidós años, redactó el Código Civil, y actuó como mediador en cuestiones internacionales.

Su producción literaria va desde un Tratado de Derecho Internacional hasta innumerables fábulas, las que por su calidad lírica -y no su originalidad- lo han convertido en uno de los principales fabulistas de sudamérica.

En el Río de la Plata laproducción de fábulas fue escasa, pero esta carencia se vio subsanada por la continua relectura de los clásicos y de los autores españoles. Nombres como el del arqueólogo Adán Quiroga
(siglo XIX), y Godofredo Doireaux fueron los principales de este género en Argentina. Artísticamente hablando, el gran apologador y fabulista en Argentina fue Gabriel A. Real de Azúa. Nacido en 1803, abandonó su patria siendo muy joven, en busca de alivio a sus males físicos y comenzó una larga peregrinación por América y Europa. La característica de su producción fue una estricta moralidad. Se lo ha llegado ha definir como el Samaniego argentino, y si para algunos esto resulta excesivo, su obra lo hace merecedor de formar parte de cualquier antología. En Uruguay es inevitable la referencia a Constancio C. Vigil, cuya popularidad entre los niños no se vio empañada por las características didácticas y moralizantes propias del género, que supo combinar con una moderna estructura narrativa.

En Uruguay, en 1826, el padre Dámaso Antonio Larrañaga concluía un manuscrito titulado: Fábulas Americanas, en consonancia con los usos, costumbres e historia natural del país, y lo guardaba sin dar a nadie noticia de esto. Salvo tres de esas fábulas, que por casualidad fueron editadas en 1891, el resto permaneció oculto hasta el año 1919. El escritor Mariano B. Berro, gracias a su afinidad con el sobrino de Larrañaga que conservaba los muebles dentro de los que estaban los manuscritos, fue quien los dio a conocer dicho año. Estas fábulas, cuyo original fue aparentemente destruido, están impregnadas de un fuerte espíritu nacionalista, y no obstante, son portadoras de criterios morales muy amplios para la época. Con su verso ágil, elegante e igualmente ingenioso, sólo 49 de los 100 apólogos o están editadas. El destino final de las otras permanece aún hoy desconocido.

El género ha continuado de una forma o de otra en ambos continentes, adquiriendo nuevas maneras de manifestarse, como en el caso de Saltoncito de Francisco Espínola o Don Juan el Zorro de Serafín J. García. Y como dijo La Fontaine: "la fábula es un país donde hay muchas tierras desconocidas, en el que pueden los ingenios descubrir rumbos nuevos cada día, según las fuerzas de su inventiva".

Un presente

Los vicios en todas sus formas -envidia, engaño, burla, etc.- han sido los temas más tratados por las fábulas, que desde su origen mismo han estado dirigidas a establecer pautas morales y cánones de conducta a través de una ejemplificación didáctica y accesible. Versificadas, adquieren matices líricos que las emparentan con las canciones populares y con el romance, la sátira, el epigrama moderno y las odas de asunto ligero; en prosa, poco las diferencia de los cuentos. Se las compara a las sátiras, ya que mientras estas ponen de relieve los vicios y defectos de alguien para que sirvan de escarmiento a la colectividad, las fábulas ridiculizan y vapulean los defectos y vicios de la colectividad para que sirvan de escarmiento a los individuos.

En sus 2700 años de existencia, las fábulas han permanecido firmes en sus planteamientos básicos, más allá de variaciones y vueltas de tuerca que sus diferentes autores les han aportado. Tal vez es la poca evolución que han mostrado, lo que las ha vuelto menos populares con el paso del tiempo. Quizás han sido sus eternos protagonistas, los animales lo que las ha alejado del público en la segunda mitad del siglo XX. Kipling y
Borges creían que un autor debe intervenir lo menos posible en la elaboración de su obra, es decir que debía ser un copista de su musa y no de sus opiniones; de este modo, podría ser el hecho de supeditar la narración a antiguas moralejas lo que les ha quitado frescura a las más recientes y las ha anquilosado. No obstante esto, no han dejado de ser fuente de inspiración para innumerables escritores, ni han perdido su valor didáctico cuando lo requieren.

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