Convertida por las
revoluciones científicas y tecnológicas en un medio
para adaptar los individuos al mercado en una sociedad planetaria
indiferenciada, la educación ha entrado en crisis
con respecto a sus presupuestos originales: ser formadora de
nuevos ciudadanos integrales de la comunidad en que viven.
A partir
de la Revolución Francesa y a lo largo de todo el siglo
XIX, los países industrializados del Norte creyeron en
el poder de la educación como medio para cambiar a la
sociedad. La idea consistía, en buena medida, en que los
centros de enseñanza formaban a los futuros ciudadanos.
Los fundamentos para esta creencia subyacían en los presupuestos
de la revolución científica del siglo XVIII, cuando
la ciencia, amparada por la razón, se puso al servicio
del "progreso", que según la ideología
de la modernidad, habría de traer felicidad a los seres
humanos.
La revolución industrial del siglo XIX, y los cambios
políticos que llevaron a la conformación de los
estados-nación, a su turno, generaron la necesidad de
"fabricar" individuos "productivos", que
pudieran "funcionar" dentro de los engranajes de la
máquina de producción capitalista.
La alfabetización se volvió una prioridad en los
países más industrializados de Europa y Norteamérica,
pero en el siglo XX esta idea se exportó a todo el planeta.
La alfabetización fue también una meta nacional
en el Tercer Mundo, en los países recién liberados
del colonialismo.
Se consideraba a la alfabetización un requisito para alcanzar
el "desarrollo" y también la equidad: se entendía
que la educación era el medio ideal para que aquellos
que, por razones de género, raza u origen étnico
se encontraban discriminados, pudieran volverse ciudadanos útiles.
En términos educativos, la transmisión de saberes
podría dar cuenta de su "progreso" en la medida
que se lograra que "el hijo supiera más que el padre".
El modelo entra en crisis
Durante la segunda mitad del siglo XX, el paradigma desarrollista
del Norte se trasladó al Sur casi sin modificaciones.
Así, durante el período de 1950 a 1970, cuando
cobraron auge los programas y proyectos desarrollistas, se multiplicó
el número de universidades a escala global.
A fines del siglo XX, junto con la revolución informática
y la transición hacia un mercado planetario, la propuesta
desarrollista de la educación siguió considerándose
indispensable para generar individuos altamente competitivos
y capaces de desempeñarse eficientemente en la "aldea
global".
La educación entonces, cuya mayor consigna es la transmisión
de conocimientos de una generación a su subsecuente, se
adaptó en todo el mundo al paradigma del Norte. Sin embargo,
este modelo ha llegado a una crisis por demás profunda.
El gran aumento de la población estudiantil pone a los
sistemas educativos al límite de su capacidad de absorción,
al tiempo que surgen grandes problemas para determinar las metas
y medios para educar a quienes provienen de contextos cada vez
más diversos.
En las metrópolis del Norte, por ejemplo, las distintas
oleadas inmigratorias han generado una población cada
vez más heterogénea a la que es difícil
impartir saberes de acuerdo con los parámetros tradicionales.
En todo el planeta, la emigración generalizada de habitantes
rurales hacia las ciudades genera un trauma similar en la transmisión
de conocimientos.
Transmisión de conocimientos
En buena medida, el modelo del Norte, rápidamente transportado
a América Latina y luego al resto del mundo, se basa en
la expectativa de que el estudiante sea capaz de almacenar más
información que la generación precedente. Por este
modelo, el pedagogo es portador de la palabra de una sociedad
que piensa que ella fabrica a sus jóvenes.
Dentro de este paradigma, los jóvenes son como cajas para
ser llenadas de conocimiento en función de un programa
preciso y, cuando se llenan, el programa puede darse por concluido.
En ese momento se supone que el joven ha cambiado de estado,
y se ha convertido en adulto.
El sistema occidental de transmisión de conocimientos
se apoya sobre esos dos pilares que son, por un lado, la comprensión
inmediata -supone que si las cosas son expresadas claramente
son comprendidas inmediatamente y en su totalidad-; y por otro
lado, la idea de que los conocimientos aprendidos son almacenables
hasta el infinito.
Los cambios introducidos por la informática y la miniaturización
constituyen el apogeo de esta marcha acumulativa. La revolución
del lenguaje informático llevó al límite
esta búsqueda por la cual datos cada vez más complejos
y en renovación constante son almacenados en lugares cada
vez más pequeños.
Del mismo modo que la informática es uno de los extremos
a los que ha llevado, en forma "natural", el modelo
de transmisión de saberes, en las nuevas coordenadas de
fin de siglo, junto con la dilución de los límites
del estado-nación, la transmisión de saberes a
través de una máquina hace surgir un nuevo proyecto
de individuo. Ya no se puede hablar de ciudadanos sino de androides.
Los androides del siglo XX
La educación destinada a generar ciudadanos para el estado-nación
evaporaba las diferencias. La educación, por sobre todo,
estaba dirigida a borrar las distinciones de origen y producir
individuos capaces de alcanzar un comportamiento cívico
indiferenciado.
Sin embargo, es notorio el fracaso de estos modelos en las sociedades
más tecnificadas. Uno de los aspectos visibles es el analfabetismo
técnico o iletrismo, que produce individuos incapaces
de seguir conceptualmente, en la manera tradicional, las cadenas
o líneas de palabras.
En algunos casos este fracaso para seguir la linealidad de las
frases es producto de la confrontación de la cultura oral
de la que proceden los estudiantes con la cultura
"letrada" que se les quiere imponer. El impacto
de la colisión entre el modelo educativo y las bases culturales
de las que proviene el educando se ve incrementado en los países
del Sur, debido a que éstos han incorporado un modelo
educativo que les resulta por completo ajeno.
En todos los casos, con mayor o menor espectacularidad según
los casos, el fracaso es fruto de la incapacidad de un sistema
educativo que está intentando transmitir sus saberes en
un vacío cultural, con la sola finalidad de incorporar
el individuo al mercado.
Este vacío radica en buena medida en el hecho de que la
educación tiene que estar sustentada sobre las bases morales
de una comunidad. Esas bases se han ido perdiendo, al tiempo
que es demasiado utópico concebir una "ciudadanía
planetaria".
Dicho de otro modo, el transplante de individuos provenientes
de otras culturas (ya sea inmigrantes en las metrópolis,
ya sea campesinos perdidos en las ciudades del Tercer Mundo)
produce una colisión de valores.
La idea de producir ciudadanos para las democracias nacionalistas
que surgieron a partir de la Revolución Francesa estaba
sustentada en una moralidad e ideología verosímiles.
Pero hoy, para el kabila de París, el pakistaní
de Londres o el turco de Alemania, se genera una escisión
entre los valores que recibe en su hogar y aquellos que le injerta
el sistema educativo.
Del mismo modo, es cada vez menos tangible la pertenencia a una
nación en momentos en que las tendencias globalizantes
y las nuevas unidades políticas supra-lingüísticas
y supra-nacionales difuminan los antiguos sistemas de pertenencia.
En las sociedades con ritos de tránsito o de iniciación,
por ejemplo las africanas no islámicas, la trasmisión
del conocimiento se produce en la mayoría de los casos
por medio de una o varias heridas en el iniciado. Estas marcas
constituyen una inscripción indeleble de la sociedad,
con sus valores propios, en el cuerpo del individuo.
De la mano de las revoluciones tecnológicas, esa marca,
concreta o abstracta, se ha evaporado. Menos que saberes y valores,
el individuo aprende códigos funcionales de conducta.
En este tipo de contexto, la sociedad produce individuos capaces
de funcionar social y laboralmente en forma maquinal, pero que
se encuentran desprovistos de los valores que dan sentido a ese
tipo de funcionamiento. Este tipo de individuos tiene características
de sociópata. Una máscara que, en su interior,
carece de sentido, de sentimientos o de una interpretación
socialmente verosímil del mundo.
El individuo desarraigado, que ya no encuentra bases morales
ni en su hogar ni en la sociedad que lo rodea, suele buscar refugio
en paraísos artificiales como la droga o en grupos que
buscan una identidad al margen de las coordenadas que les intenta
transmitir la sociedad.
Es por este motivo que, si no existe una educación que
pueda -en lugar de borrarlas por la fuerza- articular las diferencias
de origen, que sea capaz de enriquecer sus saberes a partir de
ellas, tampoco será posible, de aquí en más,
concebir sociedades medianamente armónicas.
*Publicado
en La Guía del Mundo 1999-2000
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