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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



EDUCACIÓN - ALFABETIZACIÓN - RITOS DE TRÁNSITO -

Educación: la sociedad no es el mercado*

Guía del Mundo
En términos educativos, la transmisión de saberes podría dar cuenta de su "progreso" en la medida que se lograra que "el hijo supiera más que el padre"


Convertida por las revoluciones científicas y tecnológicas en un medio para adaptar los individuos al mercado en una sociedad planetaria indiferenciada, la educación ha entrado en crisis con respecto a sus presupuestos originales: ser formadora de nuevos ciudadanos integrales de la comunidad en que viven.

A partir de la Revolución Francesa y a lo largo de todo el siglo XIX, los países industrializados del Norte creyeron en el poder de la educación como medio para cambiar a la sociedad. La idea consistía, en buena medida, en que los centros de enseñanza formaban a los futuros ciudadanos.

Los fundamentos para esta creencia subyacían en los presupuestos de la revolución científica del siglo XVIII, cuando la ciencia, amparada por la razón, se puso al servicio del "progreso", que según la ideología de la modernidad, habría de traer felicidad a los seres humanos.

La revolución industrial del siglo XIX, y los cambios políticos que llevaron a la conformación de los estados-nación, a su turno, generaron la necesidad de "fabricar" individuos "productivos", que pudieran "funcionar" dentro de los engranajes de la máquina de producción capitalista.

La alfabetización se volvió una prioridad en los países más industrializados de Europa y Norteamérica, pero en el siglo XX esta idea se exportó a todo el planeta. La alfabetización fue también una meta nacional en el Tercer Mundo, en los países recién liberados del colonialismo.

Se consideraba a la alfabetización un requisito para alcanzar el "desarrollo" y también la equidad: se entendía que la educación era el medio ideal para que aquellos que, por razones de género, raza u origen étnico se encontraban discriminados, pudieran volverse ciudadanos útiles.

En términos educativos, la transmisión de saberes podría dar cuenta de su "progreso" en la medida que se lograra que "el hijo supiera más que el padre".

El modelo entra en crisis

Durante la segunda mitad del siglo XX, el paradigma desarrollista del Norte se trasladó al Sur casi sin modificaciones. Así, durante el período de 1950 a 1970, cuando cobraron auge los programas y proyectos desarrollistas, se multiplicó el número de universidades a escala global.

A fines del siglo XX, junto con la revolución informática y la transición hacia un mercado planetario, la propuesta desarrollista de la educación siguió considerándose indispensable para generar individuos altamente competitivos y capaces de desempeñarse eficientemente en la "aldea global".

La educación entonces, cuya mayor consigna es la transmisión de conocimientos de una generación a su subsecuente, se adaptó en todo el mundo al paradigma del Norte. Sin embargo, este modelo ha llegado a una crisis por demás profunda.

El gran aumento de la población estudiantil pone a los sistemas educativos al límite de su capacidad de absorción, al tiempo que surgen grandes problemas para determinar las metas y medios para educar a quienes provienen de contextos cada vez más diversos.

En las metrópolis del Norte, por ejemplo, las distintas oleadas inmigratorias han generado una población cada vez más heterogénea a la que es difícil impartir saberes de acuerdo con los parámetros tradicionales. En todo el planeta, la emigración generalizada de habitantes rurales hacia las ciudades genera un trauma similar en la transmisión de conocimientos.

Transmisión de conocimientos

En buena medida, el modelo del Norte, rápidamente transportado a América Latina y luego al resto del mundo, se basa en la expectativa de que el estudiante sea capaz de almacenar más información que la generación precedente. Por este modelo, el pedagogo es portador de la palabra de una sociedad que piensa que ella fabrica a sus jóvenes.

Dentro de este paradigma, los jóvenes son como cajas para ser llenadas de conocimiento en función de un programa preciso y, cuando se llenan, el programa puede darse por concluido. En ese momento se supone que el joven ha cambiado de estado, y se ha convertido en adulto.

El sistema occidental de transmisión de conocimientos se apoya sobre esos dos pilares que son, por un lado, la comprensión inmediata -supone que si las cosas son expresadas claramente son comprendidas inmediatamente y en su totalidad-; y por otro lado, la idea de que los conocimientos aprendidos son almacenables hasta el infinito.

Los cambios introducidos por la informática y la miniaturización constituyen el apogeo de esta marcha acumulativa. La revolución del lenguaje informático llevó al límite esta búsqueda por la cual datos cada vez más complejos y en renovación constante son almacenados en lugares cada vez más pequeños.

Del mismo modo que la informática es uno de los extremos a los que ha llevado, en forma "natural", el modelo de transmisión de saberes, en las nuevas coordenadas de fin de siglo, junto con la dilución de los límites del estado-nación, la transmisión de saberes a través de una máquina hace surgir un nuevo proyecto de individuo. Ya no se puede hablar de ciudadanos sino de
androides.

Los androides del siglo XX

La educación destinada a generar ciudadanos para el estado-nación evaporaba las diferencias. La educación, por sobre todo, estaba dirigida a borrar las distinciones de origen y producir individuos capaces de alcanzar un comportamiento cívico indiferenciado.

Sin embargo, es notorio el fracaso de estos modelos en las sociedades más tecnificadas. Uno de los aspectos visibles es el analfabetismo técnico o iletrismo, que produce individuos incapaces de seguir conceptualmente, en la manera tradicional, las cadenas o líneas de palabras.

En algunos casos este fracaso para seguir la linealidad de las frases es producto de la confrontación de la cultura oral de la que proceden los estudiantes con la
cultura "letrada" que se les quiere imponer. El impacto de la colisión entre el modelo educativo y las bases culturales de las que proviene el educando se ve incrementado en los países del Sur, debido a que éstos han incorporado un modelo educativo que les resulta por completo ajeno.

En todos los casos, con mayor o menor espectacularidad según los casos, el fracaso es fruto de la incapacidad de un sistema educativo que está intentando transmitir sus saberes en un vacío cultural, con la sola finalidad de incorporar el individuo al mercado.

Este vacío radica en buena medida en el hecho de que la educación tiene que estar sustentada sobre las bases morales de una comunidad. Esas bases se han ido perdiendo, al tiempo que es demasiado utópico concebir una "ciudadanía planetaria".

Dicho de otro modo, el transplante de individuos provenientes de otras culturas (ya sea inmigrantes en las metrópolis, ya sea campesinos perdidos en las ciudades del Tercer Mundo) produce una colisión de valores.

La idea de producir ciudadanos para las democracias nacionalistas que surgieron a partir de la Revolución Francesa estaba sustentada en una moralidad e ideología verosímiles. Pero hoy, para el kabila de París, el pakistaní de Londres o el turco de Alemania, se genera una escisión entre los valores que recibe en su hogar y aquellos que le injerta el sistema educativo.

Del mismo modo, es cada vez menos tangible la pertenencia a una nación en momentos en que las tendencias globalizantes y las nuevas unidades políticas supra-lingüísticas y supra-nacionales difuminan los antiguos sistemas de pertenencia.

En las sociedades con ritos de tránsito o de iniciación, por ejemplo las africanas no islámicas, la trasmisión del conocimiento se produce en la mayoría de los casos por medio de una o varias heridas en el iniciado. Estas marcas constituyen una inscripción indeleble de la sociedad, con sus valores propios, en el cuerpo del individuo.

De la mano de las revoluciones tecnológicas, esa marca, concreta o abstracta, se ha evaporado. Menos que saberes y valores, el individuo aprende códigos funcionales de conducta. En este tipo de contexto, la sociedad produce individuos capaces de funcionar social y laboralmente en forma maquinal, pero que se encuentran desprovistos de los valores que dan sentido a ese tipo de funcionamiento. Este tipo de individuos tiene características de sociópata. Una máscara que, en su interior, carece de sentido, de sentimientos o de una interpretación socialmente verosímil del mundo.

El individuo desarraigado, que ya no encuentra bases morales ni en su hogar ni en la sociedad que lo rodea, suele buscar refugio en paraísos artificiales como la droga o en grupos que buscan una identidad al margen de las coordenadas que les intenta transmitir la sociedad.

Es por este motivo que, si no existe una educación que pueda -en lugar de borrarlas por la fuerza- articular las diferencias de origen, que sea capaz de enriquecer sus saberes a partir de ellas, tampoco será posible, de aquí en más, concebir sociedades medianamente armónicas.

*Publicado en La Guía del Mundo 1999-2000

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