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ISSN 1688-1672

 



LABERINTO - CAOS PLANIFICADO - CAOS - THE HOUSE OF FAME - CHAUCER, GEOFFREY -

Caos planificado*

Carlos Rehermann

La belleza de un viejo calabozo medieval puede ser percibida por un turista, pero jamás por un hereje condenado al encierro. La locura comienza cuando el prisionero se conmueve ante la belleza de la cárcel


Cada vez que resulta imposible comprender el mundo, la idea de laberinto aparece como un recurso para dar la ilusión de que se dispone de un modelo de análisis.

Puede emplearse el laberinto como paradigma al que se refiere la argumentación, o puede usarse como mecanismo de pensamiento. Borges utilizó con generosidad ambas modalidades. Algunos de sus relatos toman el laberinto como tema, otros están construidos como dédalos.

Como el laberinto es, imaginado o no, un evento espacial, existe la posibilidad de contemplarlo desde el exterior o de penetrar en él.

La contemplación de un edificio desde el exterior puede ser de dos clases. Existe la mirada profana de quien permanece afuera, que sólo puede ver la piel del edificio. Desde afuera, un edificio es algo que se relaciona con el observador como una individualidad equivalente, un objeto convexo más.

Como cualquier objeto del mundo, existe un misterio acerca de lo que hay detrás de su envoltura, pero en este aspecto, un laberinto no se diferencia de cualquier otro edificio.
Pero también es posible la mirada del iniciado, la mirada de Dédalo, el constructor del laberinto, que con sus planos revela el secreto del edificio.

Visto de esta forma, el laberinto se muestra de una vez: sus corredores con bifurcaciones, sus vías muertas, su sistema. Aquí el edificio ya no está en la misma categoría que el observador, ha dejado de ser una cosa, se convierte en la idea de un mecanismo. Cuando Borges se refiere al laberinto para dotar de un escenario a unos personajes (La casa de Asterión, por ejemplo), emplea esta modalidad: nos habla de un dispositivo que ya conocemos, comparte con los lectores el plano del edificio.

En la otra punta de la idea está la experiencia del edificio como envoltura espacial, el edificio penetrado. La conciencia de sí como sujeto espacial depende de las relaciones que establece el yo con el mundo. Trasponer un umbral es un acto que cambia bruscamente esas relaciones, y por lo tanto cambia bruscamente la conciencia de sí. El modo como se percibe esas relaciones entre el yo y el mundo tiene un efecto inmediato sobre las emociones: si hay una correspondencia entre el mundo en el que hemos penetrado y nuestro yo, nos sentiremos seguros; de lo contrario experimentaremos angustia.

La belleza de un viejo calabozo medieval puede ser percibida por un turista, pero jamás por un hereje condenado al encierro. La locura comienza cuando el prisionero se conmueve ante la belleza de la cárcel.

Entrar al laberinto implica la imposibilidad de comprender el espacio y rápidamente genera una sensación de desorientación. El mundo se vuelve incomprensible y peligroso. Un relato construido de manera laberíntica (El jardín de los senderos que se bifurcan, para seguir con Borges) implica al lector en el polo opuesto al del dueño de la trama, arquitecto del relato. Lo somete a una pérdida de referencias, lo confunde, y sólo es posible tolerar la experiencia porque el arquitecto guía los pasos del lector y lo conduce hacia un destino.

Esta visión interna del laberinto adquiere sentido justamente entonces, cuando el que recorre sus pasillos tiene confianza en el sentido de su marcha. Alguien o algo lo guía y le da la esperanza de que llegará a una meta. Cuando usamos la imagen del laberinto para intentar expresar la sensación de temor, angustia y desconcierto que nos produce la realidad, en el fondo estamos pidiendo ayuda para encontrar el camino de la comprensión. Más que un paradigma, la idea de laberinto es un grito de socorro.

El laberinto es, como dice Alfred David en un estudio sobre The house of fame de Chaucer, “caos planificado”. Admirablemente parecido al mundo.

* Publicado orginalmente en Insomnia, Nº 71.

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