"El tiempo y el espacio poseen el carácter de
verdades eternas que contemplan por igual lo posible y lo existente"
(Nuevos
ensayos sobre el entendimiento humano, Libro II, §14)
Por otro lado, repasaremos someramente, más por un mórbido
interés que por una necesidad apremiante, las dos mayores
pruebas de la existencia de Dios: el argumento ontológico
y la demostración a contingentia mundi. Sobre otras
demostraciones, no menos originales ni más carentes de
actualidad, como el extraño Argumento Ornitológico,
ya hemos lanzado en otra parte su refutación lapidaria,
cabría decir, para redondear el pleonasmo, con la irrebatible
honda del ingenio.
En el capítulo 14 de las observaciones de Leibniz a los
Principios de la Filosofía de Descartes, figura una exposición
y una crítica al llamado (afirman que desde Kant, Kritik
der reinen Vernunft, 2ª edición, p. 620 a 630)
argumento ontológico. Veamos lo que allí se dice:
"el
primero que descubrió el argumento [...] fue San Anselmo, arzobispo de Canterbury,
quien lo puso en su libro contra el insensato, obra que ha llegado
hasta nosotros [Proslogion]. El razonamiento
posee cierta belleza, pero es imperfecto. Reza como sigue. Todo
lo que puede demostrarse a partir de la noción de una cosa, puede atribuirse
a esa cosa. Ahora bien, a partir de la noción del Ente
perfectísimo o supremo puede demostrarse la existencia.
Luego la existencia puede atribuirse al Ente perfectísimo
o Dios, es decir, que Dios existe. La premisa menor se prueba
así: Dios contiene todas las perfecciones [esta es propiamente la noción
que todos tenemos de Dios, como el ser más completo],
luego también contiene la existencia, que es ciertamente
una perfección, porque es más o más grande
existir que no existir. Hasta aquí el argumento." (op. cit.)
Con estas sabias palabras sólo hemos demostrado, y aquí
la aguda crítica de Leibniz, que si Dios es posible, es
decir si su noción no implica contradicción alguna,
entonces existe. Los filósofos llaman a esto ens a
se, también ente necesario; volveremos sobre ello
más adelante, sirva recordar que es algo así como
un ente que contiene la existencia en su propia definición.
Pero aunque parezca una demostración a priori, no es una
prueba de la existencia de Dios, puesto que si yo tengo una idea
absurda de él, como la que me puedo formar de la extensión
máxima o del número más grande (que es una contradicción,
porque siempre habrá un número mayor o una extensión
que la contiene),
entonces, Dios no tendría esencia, no sería posible
y por lo tanto no existiría.
La demostración a contingentia mundi es tan sólo
una variante, si no la continuación de ésta. Supongamos
que Dios, el ente necesario, no existe; entonces menos existirán
los seres contingentes y por lo tanto no habría nada en
el mundo. Existe algo, luego existe Dios.
Hay otras tantas demostraciones, menos elegantes, como la Idea
del ente de Descartes o la larga exposición de
Locke, pero no nos ocuparemos más de ello.
Volvamos a lo que decíamos antes, un poco a la ligera y
sin mucha justificación, sobre que existe o debe existir
un plan general de Dios. Henry James creyó, con la ingratitud
que nos reserva la vejez, que se podía construir una novela
como suma o agregado de situaciones (léase ese absurdo palmario titulado
La Fontana Sagrada), donde los personajes simplemente se amoldaban,
como puede amoldarse un sufí con turbante en Hampton Court.
No es de extrañar pues, que esas dos caras del albedrío,
la naturalidad y la espontaneidad, aparezcan tan relegadas en
sus obras que nos resulte inevitable pensar en el propio autor como en una especie de impertinente-dios
de la creación. Quien se haya indignado entonces, con justicia,
no se indignará ahora o al menos lo hará con una
desconfianza algo nueva, tal vez calculada, en uno mismo.
Leibniz consideró la realidad humana como proyecto divino
y su libertad última como una posibilidad cierta, aunque
sometida, en una perspectiva más amplia, a un poder no
tan ingrato y sí mucho más decidido al bien: la
extramundana intelligentia o Dios. Sirva de ejemplo esta
conocida imagen de Julio César, extraída de su
Discurso de Metafísica (o de cualquier escrito donde repite
esencialmente lo mismo pero con otras palabras):
"
y puesto que Dios le ha impuesto ese personaje [a Julio César], desde ese momento
le es necesario satisfacer a él [...]. Pues si algún hombre fuese capaz de
concluir toda la demostración [...], podría probar esa conexión
del sujeto que es César y del predicado que es su empresa
afortunada, [y] haría ver,
en efecto, que la futura dictadura de César tiene su fundamento
en su noción o naturaleza, que se ve en ésta una
razón de por qué resolvió pasar el Rubicón
mejor que detenerse en él, y por qué ganó
y no perdió la jornada de Farsalia, y que era razonable
y por consiguiente seguro que esto ocurriera" (Discurso de Metafísica,
§13)
Esto mismo se resume en una proposición más formal,
que ha sido tomada por Bertrand Russell como uno de los ejes
de su sistema y que va un paso más allá de esa
noción tan familiar de que toda proposición consta
de sujeto y predicado:
"todo
predicado, necesario o contingente, pasado, presente o futuro,
está comprendido en la noción de sujeto" (Die philosophischen Schriften
von G.W. Leibniz, C.J. Gerhardt, Berlín, 1875)
Más concretamente, las proposiciones verdaderas implican
la pertenencia de un predicado en un sujeto. Y en cuanto esa predicación
involucre la existencia, entonces estaremos tratando con una proposición
sintética o contingente, es decir, que por un lado no es
reductible a cualquier otra proposición verdadera (lo
que Leibniz llamaba "verdades de razón" y Kant
"proposiciones analíticas") y por el otro sabemos que su opuesto
no es necesariamente contradictorio (un César irresoluto en una orilla
difusa).
Si bien esto concuerda con la naturaleza de los contingentes,
Leibniz nos asegura que no era un suceso probable, ya que violaría
la noción individual de Julio Cesar. Un sujeto que desde
la creación contiene todos sus predicados o, en otras palabras,
que "incluye de una vez por todas todo cuanto haya de
ocurrirle" (op.
cit.).
"todos
nuestros pensamientos y percepciones futuros no son sino consecuencias,
aunque contingentes, de nuestros precedentes pensamientos y percepciones,
de tal modo que si yo fuera capaz de considerar distintamente
todo lo que me sucede o aparece ahora, podría ver en ello
todo lo que me ocurrirá o aparecerá alguna vez;
lo cual no fallaría, y me sucedería de todos modos,
aun cuando se destruyera todo lo que hay fuera de mí,
con tal que quedásemos sólo Dios y yo."
(Discurso
de Metafísica, §14)
Las críticas no se hicieron esperar. Arnauld vio peligrar
la libertad humana y la propia libertad de Dios, suponemos que
alguien lo habrá acusado de tantalismo. Ahora lo que nos
interesa recordar es que hacia 1680 Leibniz se proponía
descubrir una lengua universal o adánica (la Characteristica universalis), el lenguaje originario
que, conservado en toda su pureza, mostrase a cada hombre la verdad
tal cual se contempla a los ojos del Hacedor. Esta búsqueda
lo llevó hasta las fuentes de un primer pueblo: los escitas.
Al rastrear filológicamente cada asonancia antigua encontró
una primera pista en los nombres de los ríos (algo
que repetiría Joyce siglos más tarde, en alguna
parte de ese experimento llamado work in progress), Rhin, Ródano,
Ruhr (Rhenus,
Rhodanus, Rura),
que incansablemente repiten un movimiento violento, como el sonido
de la letra R. Así rinnen (fluir), radere (arrasar), reck (una figura larga y poderosa,
en particular un gigante y por extensión un hombre poderoso
y rico)...
de aquí el Reich de los alemanes.
Dedicó sus horas al idioma tudesco, al románico,
a la lengua del país de Gales, de Cornualles y de la baja
Bretaña: el antiguo galo. Soñó con leer el
libro más antiguo
de la humanidad, el Codex Argenteus, hallado en un monasterio
de Westfalia y escrito en caracteres góticos. Al fin, sus esfuerzos
lo llevaron a ensayar lo que hoy en día se conoce como
lógica simbólica y, sin saberlo, adelantarse cien
años al iniciador de la lógica matemática,
George Boole, y tres siglos al moderno lenguaje
informático.
Leibniz supuso que la solución al problema de las proposiciones
verdaderas se resumía de la siguiente forma, ABC es A (ó
AB, ó B etc.).
Es decir, el sujeto está definido por tres predicados,
de los cuales se toma uno o más para una predicación
que, evidentemente, corresponde a un juicio analítico.
De esta forma, las proposiciones falsas surgen como autocontradictorias,
ACD es no A, ó no C etc. Un ejemplo de lo primero sería:
"Sócrates es humano", de lo segundo "El
cuadrado es circular". La última proposición,
por lo llano, viola uno de los principios especulativos, el de
no contradicción: ninguna cosa puede ser y no
ser al mismo tiempo (sabia
epistemología de Parménides); al incluir dos atributos o propiedades
incompatibles como son "tener ángulos" y "no
tener ángulos".
¿Qué relación hay entre una lengua adánica,
puramente objetiva, y los juicios analíticos o necesarios?
Pues, según hemos visto, en este lenguaje de lo posible todas
las ideas serían simples
o ya colecciones de ideas simples, cuyo concepto, claro y distinto,
no admitiría ninguna definición, ni real, ni nominal.
Por lo tanto, para quien la hablara, todos los juicios aparecerían
como perfectamente analíticos y todas las verdades serían
allí eternas. Tal cual las contempló Dios en el
momento de la creación.
Surge el problema de cómo conectar una idea simple con
otra idea simple. Sabemos que la relación entre ambas no
puede ser necesaria, esto sería afirmar que se puede extraer
un predicado de una de ellas que se encontrase a la vez en la
otra, o lo que es lo mismo, que al menos una sea compleja, lo
cual viola la hipótesis. A lo máximo, cabría
imaginar, una relación de causa y efecto, como en el movimiento
y el reposo. Ahora bien, ¿cuál es la razón
del movimiento? No puede estar en otra parte que en otro movimiento
o en un contingente cualquiera, y así ad infinitum.
Hace falta, por lo tanto, según el principio de razón
suficiente,
"que la razón última de las cosas esté
fuera de la serie de las cosas contingentes" (Principios de la Naturaleza
y de la Gracia, fundados en Razón, 1714, §8);
es decir, en una sustancia necesaria que lleve en sí misma
la prueba de su existencia.
A esta sustancia la llamamos Dios.
Bibliografía:
- Nuevos ensayos
sobre el entendimiento humano, Introducción y
traducción de J. Echeverría Ezponda, Ed. Alianza,
Madrid 1992.
- Tratados Fundamentales, incluye Nuevo sistema de la Naturaleza,
Monadología, Principios de la Naturaleza y de la Gracia,
etc.
Ed. Losada, Bs. As. 1946.
- Discurso de Metafísica, Introducción y notas
de Julián Marías, Ed.
Alianza, Madrid 1986 (artículo original en "Revista
de Occidente",
1942).
- Teodicea, ensayo sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre
y el
origen del mal, Ed. Claridad, Bs. As. 1946.
- Observaciones críticas sobre los Principios de filosofía
cartesianos, Ed.
Gredos, Madrid 1989.
ESTUDIOS Y CONSULTA
- RUSSELL, Bertrand,
Exposición crítica de la filosofía de Leibniz,
Siglo
Veinte, Bs. As. 1977.
- BURNHAM, Douglas, G. W. Leibniz (1646-1716) Metaphysics, The
internet Encyclopedia of Philosophy.
- COPLESTON, Frederick, Historia de la Filosofía vol.
IV, Ariel, Barcelona 1996.
* Artículo
publicado originalmente en la Revista "mandala" -cuaderno
de artes y letras-, abril 2002.
(*) La primera fue una secta adoradora del hashish. Nació
en Arabia en el siglo XI y a sus jefes se les daba indistintamente
el apelativo de Hombre Viejo de la Montaña. Asolaron Siria
bajo las órdenes de Hassan ben Sebbah y asesinaron, propiamente,
al cruzado Conrad de Montferrat. (Hay testimonios de ello en
el libro Description of the World, atribuido a Marco Polo). Respecto
al dictador de Alba, nos referimos a Meto, despedazado por dos
cuadrigas. Traicionó a los romanos en tiempos de Tulio
Hostilio ("Albano infiel, ¿por qué no cumplías
tus juramentos?" Eneida, VII, 705). Por último, Antíoco
Epífanes mandó exterminar a los judíos
aproximadamente en el siglo IV a.C. (Véase Primer libro
de los Macabeos).
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