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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



GUERRA - GUERRA CONTRA EL TERROR - SARTRE, JEAN PAUL, - BOSQUEJO PARA UNA TEORÍA DE LAS EMOCIONES - MIEDO/TERROR/HORROR - RETIRADA DE OCCDIENTE - ENFERMEDAD DEL LENGUAJE - GUSTAVO ESPINOSA -

El horror y la retirada de Occidente*

Amir Hamed
El horror. Un encapuchado que todos hemos visto recientemente, tratando de hacer equilibrio sobre una silla en la cárcel de Abu Ghraib, porque sus torturadores le dijeron que, si afirmaba sus plantas sería electrocutado. Víctima y verdugos, todos encapuchados. El horror replicante de la alteridad que, sin quitarse la capucha, se filma decapitando rehenes extranjeros

Como se sabe, Sartre, además de tratadista de la nada, y del ser, esbozó sobre el algo, en su Bosquejo para una teoría de las emociones, y esto, me parece, es harto relevante cuando se ha verificado la falta de respuesta de los discursos posestructuralistas, desencializadores, frente a un lenguaje de alta emotividad, que ha querido des-trazar ciertas coordenadas históricas a partir de una épica de la emoción. Porque no otra cosa es lo que, a partir del 11 de setiembre de 2001, tras la caída del World Trade Center, se ha querido imponer: una Guerra contra el Terror, cuyo portavoz principal, George W Bush, ha querido equiparar, incluso, a una cima de espantos y narrativas llamada Segunda Guerra Mundial.

Se podría decir que, por definición, la guerra es una usina de terrores, y que es cuando menos paradojal, si no crasamente contradictorio, componer semejante eslogan. Se podría afirmar también (y yo en su momento lo he hecho) que, por definición, se trata de una beligerancia tan vacua o inabarcable como una declaración de Guerra al Tedio.

En rigor, se trata, por sobre todo, de la crasitud a la que ha llegado un lenguaje desasido de toda referencia, y de un mundo, análogo al que retrata Gustavo Espinosa en su novela China es un frasco de fetos, poblado por enfermos de lenguaje.

Con respecto a este mal de siglo, la enfermedad del lenguaje que permite se entronicen eslóganes desconcertantes, es preciso, antes que nada, delimitar que bajo ningún aspecto se trata de una hiperactuación del simulacro baudrillaresco. El mismo Baudrillard saludó los atentados del 11 de setiembre 2001 como el advenimiento, por fin (y el casi mesiánico por fin es cita textual de Baudrillard) de un evento.

Para decirlo de otro modo, algo pasa en esta galaxia desinflada de lenguajes mórbidos, muy distinto del La Guerra del Golfo no tuvo lugar, que escribía Baudrillard tras el primer ataque coaligado contra Irak a inicios de los 90. Y eso que pasa, como trataré de mostrar, a partir de Sartre y cierto veloz refraseo que ya hace mucho le hiciera Northrop Frye, no es el terror, sino un algo que causa horror.

Decía Frye que el terror nos hace huir, y que el horror paraliza. Con esto no hacía más que traducir hacia géneros literarios el análisis de Sartre en su Bosquejo... Destacaba don Jean Paul, para quien la emoción era una transformación del mundo en momentos en que éste es demasiado laberíntico y no se vislumbran caminos, que el miedo (de paso, por fuera de la heideggeriana angustia de nada), es miedo de algo, y que hay dos respuestas al miedo. La parálisis (el desmayo), y la huida.

En el primer caso (me desmayo porque veo venir hacia mí una fiera), dice Sartre, el miedo es un "refugio", evasión que me permite dejar de ver la fiera, imagen que me ha resultado intolerable. Mi conducta es mágica, y aniquilo eso que me da miedo junto con mi conciencia.

En el segundo caso, el de la huida, dice Sartre que ésta se da, no porque se trate de una conducta racional, de alguien que quiera poner distancia entre eso que lo amenaza y su propia persona, sino porque no logramos aniquilarlo con el desmayo fingido. Negamos aquí el objeto peligroso, no con la conciencia, sino con todo el cuerpo, "trastrocando la estructura vectorial del espacio en que vivimos y creando de repente una dirección potencial por otro lado". Es, aclara Sartre, una "forma de olvidar, de negar el objeto", y ejemplifica con el boxeador novato que, al abalanzarse sobre el adversario, cierra los ojos, queriendo suprimir simbólicamente la existencia de los puños del oponente y así, también a nivel simbólico, negarles eficacia.

Por eso, el objeto del cual se huye permanece constantemente en la huida, como su tema, su razón de ser, como aquello de lo cual se huye. Para decirlo con un verso de Emerson, ese algo que nos da miedo, nos habla así: "Cuando huyes, yo soy las alas".

Con estas dos variantes, Sartre concluye que el verdadero sentido del miedo es el de una "conciencia que pretende negar, a través de una conducta mágica, un objeto del mundo exterior y que llegará hasta aniquilarse a sí misma con tal de aniquilar al objeto consigo".

Por supuesto, el horror de Frye responde a la primera variante, la del desmayo (Drácula paralizando y fascinando como un crótalo a su víctima en paños menores, que es como el ciervo que ya no siente que una manada de lobos lo está devorando pieza por pieza), en tanto el terror responde a la segunda (Godzilla enredando en la uña de su dedo chico carrocería y ciudadanos japoneses dados a la fuga, la ola de Krakatoa, cualquier variante de cine catástrofe).

El horror, palabra latina, barrocamente asociada al vacío, es una fascinación. El terror es la catástrofe, voz dramática y militar griega que implica "retirada". La reiterada Guerra al Terror, en este sentido, no es más que una bravuconada, que debería leerse como la Guerra a la Retirada o Catástrofe, que ya emprendió el Occidente Postcolonial, que mantiene la estructura de explotación sobre el resto del planeta pero que lo paga con su propia barbarización, a la que se niega a representar. Pero, en rigor, un siglo después, es la actualización del final del Heart of Darkness, de Conrad, y la lección final de Kurtz: El horror, el horror, en los límites de la aventura colonial.

En aquel momento, era Occidente estirándose hasta los límites del Congo, o luego, citado por Francis Coppola, de Vietnam. Occidente saliéndose de sí, desterritorializado, chocando contra la radicalidad de la alteridad. Pero ahora ocurre otra cosa: la parálisis del Horror, el desmayo intelectual, ante la disolución real y simbólica de Occidente, que responde travestida en Guerra al Terror. En ese horror de los self righteous, que no ignoran que, por ejemplo, para el año 2020, uno de cada cinco estadounidenses será de raza blanca pero que aún logran que sus esquemas de representación se recalienten como chatarras de Ground Zero con tal de negarlo.

El miedo en su esplendor, a puertas cerradas, bien sartreanamente: el infierno son los otros, los bárbaros, los inmigrantes, los explotados, que siempre aparecen transpuestos, desfigurados, desrealiazdos. Así, por ejemplo, el frenesí de nueva tecnología que explota en cualquier producción de Hollywood, en medio de disputas entre buenos y malos. El auto más fastuoso y ronroneante, las más sofisticadas baterías de microchips, las torres mellizas y prepotentes están ahí para explotar y ser coartada para la huida de uno mismo, para negar la conciencia de la explotación que es verdadera generadora del milagro de tecnología y confort. La explosión real o por combustión de efectos especiales equivale al desmayo, a la denegación mágica de la alteridad amenazante, al horror al vacío de sentido entre tanto trasto y enfermedad de lenguaje. Un mundo de ficciones clase B que prefiere verse explotar que representar en sus cabales al mundo, y comenzar a darse un lugar posible.

El horror. Un encapuchado que todos hemos visto recientemente, tratando de hacer equilibrio sobre una silla en la cárcel de Abu Ghraib, porque sus torturadores le dijeron que, si afirmaba sus plantas sería electrocutado. Víctima y verdugos, todos encapuchados. El horror replicante de la alteridad que, sin quitarse la capucha, se filma decapitando rehenes extranjeros.

Sería hora de que pudiéramos salir de tanto equilibrismo sobre hebras de lenguaje enfermo, sobre un sentido del tiempo decapitado y trunco, y comenzáramos a digerir alguna que otra verdad amarga. De no hacerlo, sólo nos quedará, sartreanamente, la fascinación concupiscente del infierno de los otros, la grafía de unas manos sucias. De no hacerlo, legaremos un mundo mal escrito y peor leído, firme como las patas de la silla de aquellos que sólo están buscando, en un último desmayo denegador, ahorcarse.

*Ponencia presentada en el Coloquio "Sartre y la cuestión del presente", realizado en Montevideo en agosto de 2004, organizado por Instituto de Filosofia UDELAR y el Departement de Philosophie Paris-8-Saint-Denis).

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