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HARRY POTTER - NIÑOS/ADOLESCENTES - BARNES & NOBLE - HARRY POTTER Y EL PRÍNCIPE MESTIZO - INDUSTRIA DEL OCIO - DALE, JIM - ROWLING, J. K. - FANÁTICOS IRÓNICOS - BEST SELLERS - LECTURA -

Fiesta de Harry Potter en Nueva York. Sexta entrega de un éxito instantáneo*

Carlos Rehermann
Hay algo inexplicable en el éxito de Rowling. ¿Por qué tan enorme? ¿Por qué tan fulminante? ¿Es todo generado por una campaña publicitaria? Acerca de la calidad literaria es inútil hablar: ¿desde cuándo un libro se vende o deja de venderse debido a su calidad literaria?


Falta un minuto para la medianoche. Unas dos mil quinientas personas, en su mayoría adolescentes, atestan los cuatro pisos de la sede central neoyorkina de la cadena de librerías Barnes & Noble. Apenas reprimen su ansiedad. De pronto, desde las pantallas de televisión por circuito cerrado que trasmite desde el cuarto piso, el actor Jim Dale empieza una cuenta regresiva que termina siendo coreada por toda la concurrencia: "diez, nueve, ocho...". Cuando llega a cero estalla una gritería que hace temblar el edificio. Ha comenzado la venta del sexto libro de Harry Potter.

En la primera media hora del 16 de julio -apenas sonadas las campanadas de medianoche-, esa sede de Barnes & Noble vendió entre tres mil y cuatro mil ejemplares del libro, algo así como cuatro ediciones de un éxito uruguayo. En ese mismo momento, en todo el país, miles de librerías, kioscos, puestos ambulantes y estands especialmente colocados en aeropuertos y estaciones de ferrocarril, se vendieron cerca de cinco millones de copias. Hasta la aparición de los libros de Harry Potter, esta instantaneidad de ventas era propia sólo del cine de Hollywood. La serie de Harry Potter inauguró para el mundo de los libros el modo de consumo preferido de los productores de la industria del ocio: el retorno instantáneo de la inversión.

Pocas horas antes, cuando daba la medianoche en Greenwich, se había realizado el lanzamiento de Harry Potter y el príncipe mestizo en Gran Bretaña. En su castillo de Escocia, la autora de la serie, J. K. Rowling, leía fragmentos de su nuevo libro a un grupo de niños elegidos por sorteo entre decenas de miles de postulantes de toda Europa.

En Barnes & Noble (casi como decir: en Estados Unidos, ya que la cadena ha vendido más de la mitad de todos los libros de la serie en ese país) el elegido para comandar el lanzamiento fue el actor Jim Dale, un doblajista que ha dado voz a centenares de personajes de dibujos animados, y realizó la lectura de los cinco libros anteriores de la serie de Harry Potter para las ediciones en disco de audio. Los audiolibros son comunes en muchos países con fuerte industria editorial. En particular en Estados Unidos, los best seller y los clásicos están fácilmente disponibles para discapacitados visuales.

Dale llevó adelante dos horas y media de trabajo entusiasta, didáctico y entretenido. Leyó fragmentos de los cinco anteriores libros de la serie, con intercalados para explicar asuntos relacionados con su oficio -cómo cuidar la voz cuando se fuerza la voz para crear personajes, o luego de horas de lectura en un estudio de grabación; también describió cómo se realiza el trabajo de grabación (qué hace el productor, qué hace el dactilógrafo que prepara las hojas para el lector, qué hacen los ingenieros de sonido). También realizó un concurso de lectura entre los niños de la concurrencia, que exhibieron una maestría lectora que nada tenía que envidiar a la del veterano doblajista. Mientras tanto, la medianoche se acercaba, y con ella el momento en que el penúltimo libro de la serie llegaría a sus ansiosos lectores.

Unos fanáticos irónicos


La librería Barnes & Noble tiene cuatro pisos, que atraviesan la manzana entre el frente que da a Union Square hasta la calle 18, y llena como estaba de lectores veteranos de cinco entregas de la serie, era esperable un clima bastante especial. En el cuarto piso se preparó un escenario y una platea para unas ochocientas personas. Allí estaban los lectores más sedentarios, atentos a las lecturas de Dale y a algunos espectáculos de magia que se intercalaron, además de una trasmisión de video hecha por Rowling especialmente para el lanzamiento de Barnes & Noble. El tercer piso, donde funciona una cafetería, trasmitía por circuito cerrado lo que estaba desarrollándose arriba, para unas quinientas personas más.

En todos los pisos la gente deambulaba o descansaba en el piso entre los anaqueles y los claros acondicionados para actividades recreativas y educativas, tanto para niños como para adultos. No se trataba de la clase de fanáticos de un actor de cine o de un grupo musical. Cuando faltaban algunos minutos para la medianoche, desde uno de los salones de la librería se alzó un coro que comenzó una cuenta atrás desde diez. Cuando iba por ocho, cientos de voces los seguían, y al llegar a cero casi todo el mundo festejó. Pero era una falsa alarma. Los bromistas eran unos jóvenes veinteañeros, que estaban, como todos, esperando la salida del libro, pero que de alguna forma no se tomaban muy en serio toda la parafernalia promocional, y de esa forma le tomaron el pelo a todos -incluidos ellos mismos- quienes estaban esperando la medianoche para poder comprar un libro.

Quizá esta clase de seguidores, muy fieles a la serie pero a la vez distintos a los fanáticos típicos, sea lo que otorga ese clima especial a las fiestas de lanzamiento de Harry Potter. A estos fanáticos irónicos se suman otros, que se sienten incómodos con el "cholulismo" y de alguna forma comparten el desconcierto de muchos literatos y críticos.

Algo inexplicable


Hay algo inexplicable en el éxito de Rowling. ¿Por qué tan enorme? ¿Por qué tan fulminante? ¿Es todo generado por una campaña publicitaria? Acerca de la calidad literaria es inútil hablar: ¿desde cuándo un libro se vende o deja de venderse debido a su calidad literaria? El formato de serie tampoco debe de ser determinante. Desde Enid Blytton hasta Philip Pullman los libros destinados a un público infantil o joven se han inclinado por el folletín -es decir, por la serie más o menos periódica-, para aprovechar, en beneficio de las ventas, la fidelidad adolescente a los referentes que prefieren. La continuidad de las series asegura la vitalidad del referente ficticio, lo que, en un mundo de cambios bastante desconcertantes -me refiero a la adolescencia, no a las noticias-, otorga el consuelo de pensar que hay algo firme, aunque sólo sea una ficción.

Pero cuando uno examina con un poco de atención la propuesta de la obra, se da cuenta de que no se trata de una serie como las demás. Por un lado, porque desde el primer libro se anunció que la obra completa se compone de siete libros, y que allí terminará. Por otra parte, lo que aleja a esta serie del común del género es el hecho de que a lo largo de los libros pasa el tiempo. Eso implica interesantes desafíos literarios, psicológicos y comerciales. Pero tratándose de libros destinados originalmente a niños, también plantea desafíos mercadotécnicos (el primer libro se vendió a los padres de niños de entre ocho y once años; el último se venderá a ese niño convertido en un adulto de veinte).

Para la autora implica un desafío hasta ahora poco comentado: no puede seguir recetas de manual, tan comunes entre los escritores profesionales,
(especialmente quienes segmentan fuertemente su mercado, como los escritores de libros infantiles), por la simple razón de que sus lectores, a diferencia de los lectores adultos de best sellers, están creciendo. Y no están creciendo solos, sino que están creciendo con sus personajes. El hecho de ser una serie a término, con un personaje dinámico, que crece y evoluciona, es un rasgo distintivo, pero ¿por qué eso habría de convertirlo en un éxito, especialmente en un éxito tan impresionante como para llevar multitudes a una librería a esperar el minuto exacto del lanzamiento? Misterio.

Los efectos de Harry Potter


En algunos escritores, el fenómeno de Harry Potter provoca una clase específica de celos: celos del éxito económico de la autora, convertida en la mujer más rica de Gran Bretaña. ¿Por qué no me pasa eso a mí, que escribo mucho mejor?, suelen pensar millones.

En algunos críticos, provoca la rabia de un éxito logrado sin la menor participación del aparato académico. No se trata de un best seller más, y eso es lo que más desconcierta a los críticos: la serie se destina a los niños y adolescentes, componentes de la sociedad que todos los adultos se sienten obligados a decir que defienden.

Así, los académicos se rasgan las vestiduras, como Harold Bloom, que dice que Harry Potter generará lectores de Stephen King y no de James Joyce
(y olvida que no se necesita a Harry Potter para dejar de leer a Joyce, ya mohoso y apto sólo para filólogos). Los maestros y profesores de literatura son más comprensivos, porque creen que la serie ha acercado los libros a los niños. No es probable. Un niño que no tiene el hábito de leer no puede comenzar con un libro de seiscientas páginas atiborrado de términos inventados, derivados del latín. Por ahora, sólo se pueden comprobar dos efectos de los libros de Harry Potter: uno es que entretienen; otro, que llevan a millones de personas a comportamientos extravagantes, como reunirse a la medianoche para comprar un ejemplar.

* Publicado originalmente en el Semanario Brecha

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