Falta un minuto para la medianoche. Unas dos mil quinientas personas,
en su mayoría adolescentes,
atestan los cuatro pisos de la sede central neoyorkina de la
cadena de librerías Barnes & Noble. Apenas
reprimen su ansiedad. De pronto, desde las pantallas de televisión
por circuito cerrado que trasmite desde el cuarto piso, el actor
Jim Dale empieza una cuenta regresiva que termina siendo coreada
por toda la concurrencia: "diez, nueve, ocho...". Cuando
llega a cero estalla una gritería que hace temblar el
edificio. Ha comenzado la venta del sexto libro de Harry Potter.
En la primera media
hora del 16 de julio -apenas sonadas las campanadas de medianoche-,
esa sede de Barnes & Noble vendió entre tres
mil y cuatro mil ejemplares del libro,
algo así como cuatro ediciones de un éxito uruguayo.
En ese mismo momento, en todo el país, miles de librerías,
kioscos, puestos ambulantes y estands especialmente colocados
en aeropuertos y estaciones de ferrocarril, se vendieron cerca
de cinco millones de copias. Hasta la aparición de los
libros de Harry Potter, esta instantaneidad de ventas era propia
sólo del cine de
Hollywood. La serie de Harry Potter inauguró para
el mundo de los libros
el modo de consumo preferido de los productores de la industria
del ocio: el retorno instantáneo de la inversión.
Pocas horas antes, cuando daba la medianoche en Greenwich, se
había realizado el lanzamiento de Harry Potter y el
príncipe mestizo en Gran Bretaña. En su castillo
de Escocia, la autora de la serie, J. K. Rowling, leía
fragmentos de su nuevo libro a un grupo de niños
elegidos por sorteo entre decenas de miles de postulantes de
toda Europa.
En Barnes &
Noble (casi como decir:
en Estados Unidos,
ya que la cadena ha vendido más de la mitad de todos los
libros de la serie en ese país) el elegido para comandar el lanzamiento
fue el actor Jim Dale, un doblajista que ha dado voz a centenares
de personajes de dibujos animados, y realizó la lectura
de los cinco libros anteriores de la serie de Harry Potter para
las ediciones en disco de audio. Los audiolibros son comunes
en muchos países con fuerte industria editorial. En particular
en Estados Unidos, los
best seller
y los clásicos están fácilmente disponibles
para discapacitados visuales.
Dale llevó adelante
dos horas y media de trabajo entusiasta, didáctico y entretenido.
Leyó fragmentos de los cinco anteriores libros de la serie,
con intercalados para explicar asuntos relacionados con su oficio
-cómo cuidar la voz cuando se fuerza la voz para crear
personajes, o luego de horas de lectura
en un estudio de grabación; también describió
cómo se realiza el trabajo de grabación (qué hace el productor, qué
hace el dactilógrafo que prepara las hojas para el lector, qué hacen
los ingenieros de sonido).
También realizó un concurso de lectura
entre los niños
de la concurrencia, que exhibieron una maestría lectora
que nada tenía que envidiar a la del veterano doblajista.
Mientras tanto, la medianoche se acercaba, y con ella el momento
en que el penúltimo libro de la serie llegaría
a sus ansiosos lectores.
Unos fanáticos
irónicos
La librería Barnes & Noble tiene cuatro pisos,
que atraviesan la manzana entre el frente que da a Union Square
hasta la calle 18, y llena como estaba de lectores veteranos
de cinco entregas de la serie, era esperable un clima bastante
especial. En el cuarto piso se preparó un escenario y
una platea para unas ochocientas personas. Allí estaban
los lectores más sedentarios, atentos a las lecturas de
Dale y a algunos espectáculos de magia que se intercalaron,
además de una trasmisión de video hecha por Rowling
especialmente para el lanzamiento de Barnes & Noble.
El tercer piso, donde funciona una cafetería, trasmitía
por circuito cerrado lo que estaba desarrollándose arriba,
para unas quinientas personas más.
En todos los pisos la gente deambulaba o descansaba en el piso
entre los anaqueles y los claros acondicionados para actividades
recreativas y educativas, tanto para niños
como para adultos. No se trataba de la clase de fanáticos
de un actor de cine o
de un grupo musical.
Cuando faltaban algunos minutos para la medianoche, desde uno
de los salones de la librería se alzó un coro que
comenzó una cuenta atrás desde diez. Cuando iba
por ocho, cientos de voces los seguían, y al llegar a
cero casi todo el mundo festejó. Pero era una falsa alarma.
Los bromistas eran unos jóvenes veinteañeros, que
estaban, como todos, esperando la salida del libro,
pero que de alguna forma no se tomaban muy en serio toda la parafernalia
promocional, y de esa forma le tomaron el pelo a todos -incluidos
ellos mismos- quienes estaban esperando la medianoche para poder
comprar un libro.
Quizá esta clase de seguidores, muy fieles a la serie
pero a la vez distintos a los fanáticos típicos,
sea lo que otorga ese clima especial a las fiestas de lanzamiento
de Harry Potter. A estos fanáticos irónicos se
suman otros, que se sienten incómodos con el "cholulismo"
y de alguna forma comparten el desconcierto de muchos literatos
y críticos.
Algo inexplicable
Hay algo inexplicable en el éxito de Rowling. ¿Por
qué tan enorme? ¿Por qué tan fulminante?
¿Es todo generado por una campaña publicitaria?
Acerca de la calidad literaria es inútil hablar: ¿desde
cuándo un libro se vende o deja de venderse debido a su
calidad literaria? El formato de serie tampoco debe de ser determinante.
Desde Enid Blytton hasta Philip Pullman los libros destinados
a un público infantil o joven se han inclinado por el
folletín -es decir, por la serie más o menos periódica-,
para aprovechar, en beneficio de las ventas, la fidelidad adolescente a los referentes
que prefieren. La continuidad de las series asegura la vitalidad
del referente ficticio, lo que, en un mundo de cambios bastante
desconcertantes -me refiero a la adolescencia, no a las noticias-,
otorga el consuelo de pensar que hay algo firme, aunque sólo
sea una ficción.
Pero cuando uno examina
con un poco de atención la propuesta de la obra,
se da cuenta de que no se trata de una serie como las demás.
Por un lado, porque desde el primer libro se anunció que
la obra completa se
compone de siete libros, y que allí terminará.
Por otra parte, lo que aleja a esta serie del común del
género es el hecho
de que a lo largo de los libros pasa el tiempo. Eso implica interesantes
desafíos literarios, psicológicos y comerciales.
Pero tratándose de libros destinados originalmente a niños,
también plantea desafíos mercadotécnicos
(el primer libro se vendió
a los padres de niños de entre ocho y once años;
el último se venderá a ese niño convertido
en un adulto de veinte).
Para la autora implica un desafío hasta ahora poco comentado:
no puede seguir recetas de manual, tan comunes entre los escritores profesionales,
(especialmente quienes segmentan
fuertemente su mercado,
como los escritores de libros infantiles), por la simple razón de que sus
lectores, a diferencia de los lectores adultos de best
sellers, están creciendo. Y no están creciendo
solos, sino que están creciendo con sus personajes. El
hecho de ser una serie a término, con un personaje dinámico,
que crece y evoluciona, es un rasgo distintivo, pero ¿por
qué eso habría de convertirlo en un éxito,
especialmente en un éxito tan impresionante como para
llevar multitudes a una librería a esperar el minuto exacto
del lanzamiento? Misterio.
Los efectos de Harry
Potter
En algunos escritores, el fenómeno de Harry Potter provoca
una clase específica de celos: celos del éxito
económico de la autora, convertida en la mujer más
rica de Gran Bretaña. ¿Por qué no me pasa
eso a mí, que escribo mucho mejor?, suelen pensar millones.
En algunos críticos, provoca la rabia de un éxito
logrado sin la menor participación del aparato
académico. No se trata de un best
seller más, y eso es lo que más desconcierta
a los críticos: la serie se destina a los niños
y adolescentes, componentes de la sociedad que todos los
adultos se sienten obligados a decir que defienden.
Así, los académicos se rasgan las vestiduras, como
Harold Bloom, que dice que Harry Potter generará lectores
de Stephen King y no de James Joyce (y
olvida que no se necesita a Harry Potter para dejar de leer a
Joyce, ya mohoso y apto sólo para filólogos). Los maestros y profesores
de literatura son más
comprensivos, porque creen que la serie ha acercado los libros
a los niños. No es probable. Un niño
que no tiene el hábito de leer no puede comenzar con un
libro de seiscientas páginas atiborrado de términos
inventados, derivados del latín. Por ahora, sólo
se pueden comprobar dos efectos de los libros de Harry Potter:
uno es que entretienen; otro, que llevan a millones de personas
a comportamientos extravagantes, como reunirse a la medianoche
para comprar un ejemplar.
* Publicado
originalmente en el Semanario Brecha
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