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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ELIOT, T.S. - PRUFROCK - PREGUNTAS POR EL SER -


Eliot y la gran pregunta del durazno*

Amir Hamed
Ya son muchos los que han descubierto que, de tan informados, ya casi no podemos decirnos nada


Se lo recuerda como uno de los poetas de lengua inglesa más importantes del siglo, pero eso son problemas que conciernen menos a la literatura que a cómo se la historiza. Lo cierto es que, de la producción poética de T.S. Eliot, -un individuo culto y oscuro que se ganaba la vida en un banco- hoy ha envejecido lo que en otro tiempo fuera su obra magna y autoexplicada, La tierra baldía. Permanece sin embargo, límpida e ineludible, la Balada de Alfred J Prufrock, un poema que enseña que, en ocasiones, lo sabio es formular preguntas ajustadas.

Era la entreguerra, esa tierra baldía atormentada de utopías y totalitarismos que le hizo gritar a Joyce que la Historia era una pesadilla de la que no conseguía despertar. A grandes problemas y proyectos totalizantes, la balada de Eliot apenas propone un paso al costado, sin confrontar el estrépito del mundo y abandonándose al canto modulado y melancólico de cierto Alfred Prufrock, un individuo que envejece, que se achica, que no logra dar la talla de héroe en tiempos tan agitados.

Es entonces que Prufrock -quien se consume entre cucharitas de café- se plantea si no sería más conveniente hacer una pelotita de papel con el universo y pasar disimuladamente a otro tema. Para Prufrock, como para Shakespeare, la vida se había convertido en el cuento de un idiota, lleno de furia y de sonido. Pero Prufrock no encuentra en el mundo un escenario y él carece del porte de un héroe grandilocuente.

No es, explica, ningún príncipe Hamlet, y advierte así que no está para grandes preguntas como ser o dejar de ser. Tampoco parecería lo más acertado reformular las preguntas kantianas, (qué me cabe esperar, qué debo hacer, qué puedo conocer o -mucho menos- de qué esté relleno el ser).

Adelgaza ese héroe mínimo que es Prufrock, que escuchó cantar a las sirenas homéricas a sabiendas de que no cantaban para él. Entre tanto estrépito y páramo, las suyas son cuestiones de make up: si debe peinarse con la raya al medio, si debe volver a hacerse el dobladillo y las botamangas, mientras "en el cuarto de al lado las mujeres van y vienen hablando de Michelangelo".

Las mismas certezas atronadoras que a tantos hicieron hablar a los gritos, le sonaban muy ruidosas a Prufrock. Y mirado desde cierta perspectiva, si bien han desaparecido los grandes designios y proyectos, estos tiempos hipercomunicados parecen aún más sordos que los de Eliot.

Ya son muchos los que han descubierto que, de tan informados, ya casi no podemos decirnos nada. Una lógica implacable que devora a artistas, intelectuales y también a estrellas del pop, que si no se inmolan como Kurt Cobaine o se autofagocitan como Charlie García pretenden -como Madonna o Michael Jackson- pasar un mensaje a partir de su make up, de su cambio de imagen, porque no lo encuentran en sus palabras. Más sofisticado, El Artista Antiguamente Conocido Como Prince encontró a su modo mayor expresividad y verdad en una auto-interrogante. El esquelético Charlie García o la interrogación de quien fuera Prince parecen no dejar dudas de que estos son días de estrellas mortecinas. Y es entonces cuando la obsesiva, la melodiosa, la casi enconada pregunta del apocado Prufrock, "¿me comeré ese durazno?" resulta, todavía, una de las más adecuadas preguntas por el ser.
 

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 5

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